lunes, 29 de julio de 2013

LA LIEBRE Y EL LEÓN


                                     LA TORMENTA
Un fuerte ronquido, seguido de una tos repetitiva y disonante, a la vez que ruda y desacompasada, hizo despertar súbitamente a la niña que, durante horas, había permanecido en un sueño tan profundo como plácido. Abrió desorbitadamente los ojos  a la vez que quedaba petrificada, no ya tanto por el pánico que aquellos extraños sonidos le habían producido, sino secuestrada por el desconcierto y desorientación que súbitamente irrumpían en su mente al no saber dónde se hallaba. No sabía qué hora podía ser.
Durante un tiempo permaneció confusa y expectante, hasta que fue reconstruyendo las últimas imágenes de la tarde anterior. Logró por fin ubicarse y saber que se encontraba en la cueva en la que había hecho un pequeño altar en homenaje a su madre y en el que había colocado unas flores silvestres y la única fotografía que guardaba de ella.
El miedo hizo que su cuerpo todo se viese empapado por un sudor frío, que fluía a chorros, mientras intentaba contener la respiración y un tiriteo que le hacía temblar y castañear los dientes a impulso desenfrenado, sabiéndose a merced, sin duda, de un desconocido y salvaje peligro. Intentó aguzar la vista, pero la oscuridad en la cueva era total. Al cabo de unos minutos, un leve resplandor iluminó la entrada de la misma, pero nada extraño pudo percibir. Seguidamente sonó un trueno lejano, lo que le hizo pensar que su repentino despertar pudo deberse a una tormenta y que su estridente y retumbante sonido le habrían hecho creer que se trataba de toses. Pero, no, pues se percató de que un resollar continuado llegaba desde la entrada de la cueva.
Permaneció absorta e inmóvil, mientras su cuerpo tiritaba ya con ritmo incontrolado. Pronto nuevos destellos iluminaron la oquedad de la entrada. No había duda de que la tormenta se aproximaba, pues el tiempo transcurrido entre el relámpago y el trueno se acortaba. En su cabeza seguían, como en baile macabro, infinidad de ideas y miedos, pesadillas y recuerdos, sucediéndose unos a otros atropelladamente, sin poder contener o retener alguno.
"¿Qué hora sería? ¿Qué habrían pensado sus tíos?" "¿La habrían buscado?" "¿Estarían preocupados y asustados por su desaparición?"- eran las preguntas que martilleaban en su cerebro desde que se percató de su desacertado comportamiento.
En esos pensamientos andaba, mientras ya el fulgor de los relámpagos inundaba cada vez con más intensidad el interior de aquel habitáculo, cuando llegó a intuir que aquella respiración y aquella tos le resultaban familiares, que correspondían a un mendigo que en muchas ocasiones había sido socorrido por su madre y su abuela y que le había contado infinidad de cuentos cada vez que por allí recalaba. Sin embargo, no tenía seguridad plena de que se tratase de él.
El vendaval de la tormenta resonaba brusco en el exterior, mezclándose con el bramido del agua y de los granizos que aporreaban suelo y árboles con inusitada vehemencia. Un fogonazo cegador unido a un estruendo rotundo y seco le hizo comprender que era en la cresta de la cueva donde lanzaba ya su furia la terrible tormenta. La situación le hizo recordar el día que se resguardó allí con su madre. Pero ahora nada era igual. Estaba sola, sin protección ni amparo. ¡Qué distinto habría sido todo si ella viviese! ¡Con cuánto cariño y ternura la recordaba!  pero,... una mala estrella la estaba guiando. Era una niña y ya estaba sola en el mundo, pues a su padre ni tiempo le había dado a conocer, ya que había muerto cuando ella contaba sólo dos años. 
Atropelladamente, mezclándose todo, venían también a su memoria algunos de los cuentos y fábulas que aquel vagabundo le había narrado, como el de  "LA LIEBRE Y EL LEÓN".  Y, entre el estremecedor retumbar de la tormenta y el pánico aún presente, vagamente pasó por su memoria  la agudeza y perspicacia de la liebre para escapar de las garras del león.

                                   LA LIEBRE Y EL LEÓN

Dicen que una vez había  un león en un territorio en el que también abundaban otras muchas bestias salvajes. Era aquella una tierra muy fértil, con mucha agua y pastos. Pero las bestias que habitaban en aquel lugar vivían muy asustadas por el miedo que les producía el león. Un día se reunieron todas y decidieron ir adonde moraba el león y decirle:
-Señor león, tú no puedes devorarnos como quieras, a menos de pasar grandes fatigas cazando. Nosotros hemos decidido proponerte el medio de que comas sin esfuerzo y, a cambio, nos dejes a todos los demás en paz.
-¿Y cuál es ese medio?- preguntó intrigado el león.
El jefe de todas aquellas bestias explicó:
-Haremos un trato contigo. Te daremos cada día un animal para que te lo comas tranquilamente. A cambio nos prometerás dejarnos en paz tanto de día como de noche.
Al león le gustó el trato, pues de esa manera no tendría la pejiguera de andar buscando comida, así que aceptó.  Una vez que los demás animales le llevaban una liebre para que se la merendara, dijo la pobre a las otras bestias:
-Si quisierais escucharme os diría algo que os serviría de provecho, os libraría del miedo al león y a mi me libraría de la muerte.
Los demás animales le contestaron:
-¿Qué es lo que quieres que hagamos? ¿Qué es lo que se te ha ocurrido?
A lo que el animalillo contestó:
-Manda a quien me lleve al león que vaya muy despacio, de manera que llegue a la presencia del león cuando ya esté muy pasada la hora de comer.
Los demás animales no sabían qué podía pretender la liebre, pero le hicieron caso, pues estaban deseosos de que aquel terrorífico miedo desapareciera. Cuando llegaron cerca de donde estaba el león, la liebre pidió que la dejaran adelantarse sola hasta donde se hallaba terriblemente furioso el animal. Al ver  a la liebre, rugió encolerizado:
-¿De dónde vienes  a etas horas? ¿Dónde están las bestias que tenían que traerte hasta mí? ¿Por qué no han cumplido lo pactado?
A lo que la liebre contestó:
-¡Oh, señor! No nos recriminéis la acción, que no hemos roto lo pactado. Era yo la encargada de traeros otra liebre que os sirviera de almuerzo, pero he tenido la mala fortuna de tropezarme en el camino con otro león, el cual, al saber que la liebre que yo traía era para vos, me la arrebató con gran violencia, diciéndome que él era mucho más digno de ella que vos. Yo le repliqué que hacía muy mal, que la sabrosa vianda era para vos, que sois el rey de la selva y que mi consejo era que desistiese y no osara despertar vuestra cólera.Pero no me hizo caso y además os insultó cuanto quiso, diciendo que le importaba muy poco luchar contra vos, a pesar de ser vos el rey.
Ante estas palabras de la liebre, el león, iracundo como jamás había estado, dijo a la liebre:
-Ven conmigo y llévame ahora mismo hasta ese león que dices.
La astuta liebre lo condujo entonces hasta un pozo muy hondo y de aguas muy cristalinas, diciéndole:
-Este es el lugar del que os hablé. Aupadme hasta el brocal con vuestras garras y os mostraré dónde se halla vuestro enemigo.
Cuando el león la aupó, contempló en el fondo del pozo su imagen y la de la liebre, creyendo que era la de su enemigo con la liebre que le estaba destinada a él y, rabioso como nunca, soltó a la libre y, lanzándose  al pozo para luchar contra su inexistente enemigo, se ahogó sin remisión.
La liebre regresó adonde la esperaban los demás animales de la selva, a los que les contó lo sucedido y cómo los había librado del miedo para siempre.
  (Del CALILA e DIMNA)

GLOSARIO:

Pejiguera:  cualquier cosa de poco provecho, que ofrece dificultades o molestias
Vianda: comida. 
 Osar: atreverse, emprender alguna cosa o empresa con audacia.
Brocal:  boca de piedra o ladrillo que se pone alrededor del pozo.




La liebre y el león