EL
ARTE DE CONTAR HISTORIAS
En incontables
ocasiones me he preguntado a mí mismo si he contado “bien” alguna vez un cuento
o una historia, no hallando jamás una respuesta que me satisfaga. La pregunta
me la he formulado tanto cuando he relatado en el aula como cuando lo he hecho fuera,
o bien ahora, por escrito, con este intento de dejar en la memoria cuentos
tradicionales que yo considero maravillosos.
Para nada me
considero un “cuentacuentos”, sólo un admirador de quienes poseen esa magia y
un entusiasta a la hora de querer mantenerlos en el recuerdo. Por eso que sólo
he procurado revivirlos y, si es posible, eternizarlos de la mejor forma
posible en este blog de “LA FUENTECICA”.
Tal y como Marie L.
Shedlock refleja en su obra “El arte de contar cuentos”, acerca “del
peligro de oscurecer lo esencial de la historia con demasiados detalles”, considero que yo he
sido y soy muy propenso a cometer este error y por ello pido disculpas.
Expone Marie L.
Shedlock perfectamente el riesgo de estropear una narración que, pudiendo ser bella,
termine por aburrir por el mencionado defecto.
El ejemplo que pone es el siguiente:
Intentaba Sancho Panza contarle una historia a
Don Quijote que transcurrió así:
-“En una villa de Extremadura había un pastor,
no, quiero decir un cabrero. Bueno, pastor o cabrero, se llamaba Lope Ruiz y
este Lope Ruiz estaba enamorado de una pastora llamada Torralva, que era la hija de
un ganadero rico y este rico ganadero…”
-“Si tu historia es así, Sancho”, -dijo Don Quijote,- “vas a tardar dos días en terminarla.
Cuéntala de manera más breve, como haría cualquier hombre sensato o cállate”.
-“La cuento como se cuentan las historias en mi
tierra”,-respondió
Sancho,- “y
no lo puedo hacer de otra forma, así que no me pida mi señor que mude mis
costumbres”.
-“Cuéntala como quieras, entonces”, -dijo Don
Quijote,-
“ya que mi sino es escucharla, continúa pues”.
Sancho
prosiguió:
-“Miró a su alrededor hasta que descubrió a un
pescador que se le acercaba en su barca, pero ésta era tan pequeña que sólo
cabía en ella una persona y una cabra. El pescador entró en ella con una cabra;
al cabo, volvió a la orilla y tomó otra cabra; más tarde volvió a
por otra. Lleve la cuenta de las cabras que transportaba el pescador, señor,
porque si perdiese tan sólo una, la historia terminaría y sería imposible decir
una palabra más…continuaré entonces… Volvió a por otra cabra, y luego otra, y
otra…”
-“Supongamos
que ya ha transportado todas”, -dijo Don Quijote,- “¡o es que vas a estar transportando cabras
todo el año!”.
-“Dígame, ¿cuántas
han pasado ya?”
-“¿Cómo voy a
saberlo?” -respondió Don Quijote.
-“Lo ve. ¿No
le dije que llevara la cuenta? La historia tiene su final pero no puedo
continuar”.
-“¿Cómo puede
ser eso?”- replicó Don Quijote
-“¿Tan
esencial es para la historia saber el número exacto de cabras que pasaron que
si se comete un error no se puede continuar?”
-“Eso es”, -respondió
Sancho Panza.
……………………………………………………………………………………………
Este pequeño relato viene a demostrar que
un exceso en los detalles puede ser nefasto para el éxito de cualquier narración
ya que puede llegar a obstaculizar la imaginación del oyente o del lector,
haciendo perder de esa forma el interés por la misma.
Considero que las
más de las veces he cometido el error de Sancho al excederme en detalles, tanto
en las introducciones como en los cuentos e historias que aparecen en el blog,
aunque debo decir que no entraba en mi
intención cansar al lector.
Sea como fuere, quiero en éste mi último cuento, "EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS", plantear esta cuestión que, en cierto modo, me inquietaba, y disculparme una vez más por ello. Con esta bella historia doy por finalizada la tanda de cuentos tradicionales y romances que tanto recrearon mi imaginación y fantasía durante mi niñez. Espero que sirvan para el disfrute de todas aquellas personas amantes de este fabuloso género.
EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS
EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS
Hace ya muchos, muchísimos años, había un matrimonio muy pobre que ni para comer tenían. Vivían a las orillas de un lago y no tenían más sustento que aquello que el marido pescaba cada día. Cada mañana acudía con su caña hasta la orilla, esperando pacientemente conseguir algún pez con el que aliviar el hambre que padecían.
Fue entonces cuando el chico comprendió que podría ser en aquel castillo donde su hermano se hallase en peligro. Esperó a que la joven se durmiese, cogió una espada, subió en un veloz caballo del rey y salió del castillo hacia donde se encontraba el hermano. Al llegar, encontró a su hermano dormido en el suelo, junto a otras muchas personas, y también había príncipes y princesas encantados. Bajó del caballo e intentó despertar al hermano mientras la bruja le lanzaba aquel misterioso polvo del sueño. Sin embargo, algo empezaba a ir mal para la hechicera, pues el polvo no hacía efecto en el joven. La bruja, llena de rabia y cólera se lanzó desde la ventana hacia donde estaba el muchacho, agarrándolo del cuello con sus terroríficas uñas, apretando con tanta fuerza que a punto estuvo de acabar con su vida. Estaban en un infernal combate, intentando el joven desprenderse de las garras de aquella fiera hechicera, cuando recordó lo que le dijo su padre, que cuando se viese en peligro echase mano a la raspa que colgaba de su cuello. Eso hizo, clavándola en una de las manos de la hechicera que quedó paralizada y, tras un grito espantoso, se descompuso en un humo negro que se perdió por aquellas montañas para siempre.
Un día de mañana, muy temprano, se dirigió
hacia el lago. El tiempo se ponía feo, pues negros nubarrones asomaban tras las
montañas amenazando con descargar su furia sobre aquel lugar. Él esperaba paciente, pero fuese por la razón que fuese, nada se acercaba, hasta
que, ya completamente desanimado, vio que un pequeño pececillo picaba el
anzuelo. Poco era para él y la mujer, pero “menos es nada”, así que tiró con fuerza de
la caña y sacó el pez que, asustado, le dijo al pescador:
-Por favor, no me lleves a tu casa. Ya ves que
soy pequeño. Devuélveme al agua y el año que viene ya habré engordado.
-Lo siento, pero eso ni lo pienses-, replicó el
hombre- Nada tenemos para llevar a la boca, ¿cómo crees que vamos a pasar si no
la noche?
-Vale-, repuso el pececillo. -Llévame si ese es
tu deseo y tan grande es tu necesidad, pero ten muy en cuenta lo que voy a
decirte: “Cuando terminéis de comerme, recoge bien todas las raspas (espinas) y las entierras debajo de la noguera que hay
junto a tu casa. Pero, primeramente, elige las dos más grandes y las guardas. Después de ocho días vuelve al lugar donde has enterrado las raspas y hallarás a dos preciosos niños gemelos. Cuelga al cuello de cada uno una de las espinas que guardaste, pues los protegerán de todos los males.”
El pescador hizo tal y como el pez le había
indicado y, una vez que se lo comieron, guardó las raspas (espinas) debajo de la
noguera que había junto a la choza. A los ocho días acudió a la noguera hallando a dos preciosos niños que llevó hasta su mujer colmado de júbilo, pues no habían tenido hijos. Luego hizo un collar y colgó una espina en el cuello de cada uno de los niños.
Transcurrieron los años y los chiquillos crecieron.
Los padres eran muy mayores y el padre, que se había quedado casi ciego, ya
no podía ir a pescar. Los hijos tampoco hallaban acomodo ni trabajo en aquellas
tierras, pues eran además bastante inhóspitas. Una noche, mientras los padres
dormían, dijo el hijo mayor a su hermano:
-Hermano, ya ves lo difícil que es la vida
aquí. Padre y madre ya están viejos y ni para alimentarlos tenemos. Bien está
que tú permanezcas junto a ellos para su cuidado. Yo partiré esta misma noche
en busca de una mejor fortuna para todos. Toma esta "botella de agua" y no te
separes de ella. Si el agua cambia de color es porque algo malo me está
ocurriendo. Si fuese así, acude de inmediato en mi ayuda.
Así hizo el joven, que emprendió su marcha
aquella misma noche. Anduvo leguas y leguas, cruzando llanuras y montañas por
cientos. Así días y más días, hasta que una noche, cuando se había detenido a
descansar, divisó unas luces sobre una montaña y hacia aquel lugar se dirigió.
Por el camino iba cuando se encontró con unos arrieros a los que preguntó si
conocían el sitio al que él se dirigía:
-El lugar al que te diriges,- le contestó un
arriero-, es una aldea que se halla junto a un castillo. Allí nadie puede llegar, pues en el bosque que
rodea el lugar hay un monstruo de siete cabezas que protege la aldea y el
castillo de cualquier enemigo, pero, a cambio, cada año el monstruo se lleva a
la joven más guapa de la aldea. Este año, según dicen, se llevará a la hija del
rey, que ha prometido que si alguien da muerte al monstruo antes de que se la
lleve, podrá casarse con ella.
El chico se quedó pensativo, pues creyó que ya
había encontrado la solución a sus problemas. Se despidió de los arrieros y
decidió descansar para emprender su aventura a la mañana siguiente. Anduvo aún
un gran trecho hasta aproximarse al bosque que rodeaba la aldea. De pronto
surgió de entre la espesura y oscuridad de los árboles una terrorífica bestia
de siete cabezas, mitad engendro de serpiente, mitad engendro de león, que se
abalanzó con silbidos horribles sobre el chico. La lucha era desigual, pues la
fiera lo atrapó de tal forma que ya lo
tenía casi ahogado, cuando el muchacho se acordó de lo que le había dicho su
padre acerca de la espina que le había
sujetado al cuello. Agarró la raspa con
fuerza y se la clavó al monstruo que empezó a dar unos alaridos tan terribles
que retumbaban en todas aquellas montañas y pusieron en espanto a todas
aquellas criaturas, metiéndose en sus casas durante varios días con sus noches.
El joven, una vez que sucumbió la bestia,
aunque estaba exhausto, le cortó las siete lenguas, guardándolas en su fardelillo.
Tan rendido estaba que buscó un lugar seguro para descansar, acostándose en una
cuevecilla y durmiendo más de tres días seguidos. Cuando despertó decidió ir a
ver al rey y hacerle conocedor de cómo le había dado muerte al monstruo, así que cogió su hatillo y se
puso en camino hacia el castillo. Pero,...¡oh mala suerte!, pues al llegar se llevó una desagradable sorpresa; y es que le prohibieron ver al rey, ya que
se hallaba celebrando las bodas de su hija.
-¿Cómo puede ser esto?-, preguntó el chico a uno
de los soldados que guardaba el castillo.
-Ayer un labriego dio muerte al monstruo y el
rey casará a su hija con él-, repuso el soldado.
-¡Es imposible! Tengo que hacer algo y
demostrar la verdad-, se decía el joven a si mismo.
Decidido a que el rey lo escuchase, trepó por
una pared hasta lograr introducirse por entre las almenas y llegar a la torre
misma donde ya se empezaban a celebrar los esponsales. El rey, al verlo, gritó
encolerizado llamando a sus vasallos:
-¡Prended a ese hombre y llevarlo hasta las
mazmorras más profundas!
-Majestad, os ruego que tengáis la bondad de oírme!-,
suplicaba el joven en tono de gran humildad. -Esta boda no debe de celebrarse.
El aldeano es un impostor, él no dio muerte al monstruo.
El rey decidió escucharlo
y, aunque no daba crédito a tales palabras, le dijo:
-Venga, joven, habla y di lo que tengas que
decir, pero si mientes, serás ahorcado en el patio del castillo.
-No, majestad, no miento. He sido yo quien ha
matado al monstruo.
-Lo podrás probar, porque de lo contrario, bien
sabes lo que te espera.
-Esta es la prueba, majestad. Aquí están las
siete lenguas de las cabezas del monstruo. Yo lo maté. Ahora mirad si las
cabezas que trajo el aldeano tienen lenguas o no.
El rey, al comprobar la verdad, mandó al
aldeano a prisión y organizó la boda de su hija con el joven héroe que había
logrado la muerte del salvaje animal. Duraron las bodas y tornabodas varios días y
noches. Una vez acabadas, se dirigieron los nuevos esposos a su habitación, en
la parte más alta del castillo. Desde allí se contemplaban unas luces a lo
lejos que rodeaban un extraño castillo. El joven se asomó a una ventana para
respirar aire fresco y, al observar aquel lejano paisaje, preguntó a la
princesa:
-Amada mía, ¿qué es aquello que se observa a lo
lejos?
-Es el “Castillo de Irás y no Volverás”-
respondió la princesa. –Sólo se sabe que allí habita una terrorífica y malvada
bruja. Todos los que van, desaparecen, pues
jamás alguno de ellos ha regresado. Son terrenos de mi padre, pero la
bruja se los usurpó. Él ha prometido entregar el castillo y todas las tierras a
quien derrote a la bruja hechicera.
Entonces el joven tuvo una idea, pues era
valiente y atrevido como nadie. Cuando la princesa ya dormía, se levantó muy
despacio, cogió una espada, subió en el mejor caballo del rey y se dirigió
hacia el "Castillo de Irás y no Volverás". Cuando llegó vio a miles de seres humanos tumbados en el suelo, presa todos de un profundo sueño. Intentó despertarlos,
pero, mientras lo hacía, la bruja le lanzó desde una ventana del castillo un
maléfico polvo, quedándose, al instante, dormido junto a los demás. En aquel preciso momento, el
hermano, que nunca se había separado de la botella, observó que el agua que
contenía cambiaba de color. Todo preocupado, sin decir nada a los padres,
salió de la cabaña y durante días y noches atravesó tierras y lagos, montes y
valles hasta llegar a la aldea. Era muy tarde cuando divisó la aldea y el
castillo y hacia allí se dirigió. La princesa, que durante todos esos días no había
dejado de llorar, siempre asomada a la ventana, vio aparecer al hermano
de su amado a lo lejos. Bajó rápido a recibirlo, creyendo que era su esposo,
pues eran iguales, y le dijo:
-Amado mío, ¡cuánto te he echado de menos! ¿Dónde
has estado todo este tiempo?
El joven que se dio cuenta de la confusión de
la princesa, para no preocuparla, le contestó:
-Fui a ayudar a mi hermano, que se encuentra en apuros.
Ya tranquila la joven, así que el muchacho se
repuso y comió, lo acompañó hasta la habitación, convencida de que era su marido.
Pero, al asomarse a la ventana, el joven preguntó a la princesa:
-¿Qué castillo es aquel que se divisa desde
aquí?
-¿Pues no te dije que es el "Castillo de Irás y
no Volverás"? Por favor te ruego que no vayas, pues nadie ha vuelto jamás de
aquel lugar.
Fue entonces cuando el chico comprendió que podría ser en aquel castillo donde su hermano se hallase en peligro. Esperó a que la joven se durmiese, cogió una espada, subió en un veloz caballo del rey y salió del castillo hacia donde se encontraba el hermano. Al llegar, encontró a su hermano dormido en el suelo, junto a otras muchas personas, y también había príncipes y princesas encantados. Bajó del caballo e intentó despertar al hermano mientras la bruja le lanzaba aquel misterioso polvo del sueño. Sin embargo, algo empezaba a ir mal para la hechicera, pues el polvo no hacía efecto en el joven. La bruja, llena de rabia y cólera se lanzó desde la ventana hacia donde estaba el muchacho, agarrándolo del cuello con sus terroríficas uñas, apretando con tanta fuerza que a punto estuvo de acabar con su vida. Estaban en un infernal combate, intentando el joven desprenderse de las garras de aquella fiera hechicera, cuando recordó lo que le dijo su padre, que cuando se viese en peligro echase mano a la raspa que colgaba de su cuello. Eso hizo, clavándola en una de las manos de la hechicera que quedó paralizada y, tras un grito espantoso, se descompuso en un humo negro que se perdió por aquellas montañas para siempre.
Así que el sol empezaba a lanzar sus primeros
rayos sobre el castillo de “Irás y no Volverás”, todas aquellas criaturas encantadas
por la bruja empezaron a despertar. Le dieron las gracias al joven por haberlos
sacado del hechizo de la bruja y con gran alborozo se dirigieron todos al
castillo del rey. Allí salieron a recibirlos con gran júbilo y, la princesa, al
ver que su amado no era sólo uno, sino dos y que, además, venían acompañados de
todos los valientes que se habían atrevido a enfrentarse a la bruja y también
de las princesas que aquella había encantado y hechizado, quiso saber todo lo que había ocurrido. Los hermanos le contaron la historia a la
princesa y al rey. Éste, muy contento por la valentía de los jóvenes, mandó ir
a buscar a los padres, a los que regaló el "Castillo de Irás y no
Volverás”, donde vivieron tranquilos y felices el resto de sus días.
El hermano que se había casado con la princesa
se convirtió en heredero del castillo a la muerte del rey y su hermano menor
fue su consejero para siempre, heredando además el "Castillo de Irás y no Volverás" a la muerte de sus padres.
De esa manera todos fueron felices y comieron
perdices y así termina para siempre el cuento del “Castillo de Irás y no Volverás”
GLOSARIO:
Raspa de pescado: cada una de las espinas que tienen los peces.
Aliviar el hambre: rebajar el hambre por medio de algún alimento
Noguera: nogal. Es un gran árbol caducifolio de entre 25 a 35 metros de altura y un tronco que puede superar los dos metros de diámetro. Árbol que produce nueces.
Chiquillos: denominación que se da a los niños en Andalucía.
Choza: cabaña de caña, barro y material de desecho. Chabola.
Legua: medida de longitud de. La legua castellana se fijó originariameente en 5.000 varas castellanas, es decir, 4,29 km, quedando establecida en el siglo XVI comoi 20.00 pies castellanos, es decir, entre 5.572 y 5.914 metros.
Arriero: persona que va de un lado a otro con animales de carga (burra, mula, caballo, etc.)
Fardillo: diminutivo afectuoso de fardo. Hato. Pequeño morral o mochila en la que se llevan cosas imprescindibles.
Hatillo: diminutivo de hato. Fardo, morral, mochila.
Mazmorra: prisión subterránea.
Usurpar: quitar, robar, arrebatar, confiscar. Apoderarse de un bien o derecho ajeno, generalmente por medios violentos.
Hechizo: práctica mágica de influencia maléfica y control sobre la persona hechizada que realizaban hechiceras y brujas.
GLOSARIO:
Raspa de pescado: cada una de las espinas que tienen los peces.
Aliviar el hambre: rebajar el hambre por medio de algún alimento
Noguera: nogal. Es un gran árbol caducifolio de entre 25 a 35 metros de altura y un tronco que puede superar los dos metros de diámetro. Árbol que produce nueces.
Chiquillos: denominación que se da a los niños en Andalucía.
Choza: cabaña de caña, barro y material de desecho. Chabola.
Legua: medida de longitud de. La legua castellana se fijó originariameente en 5.000 varas castellanas, es decir, 4,29 km, quedando establecida en el siglo XVI comoi 20.00 pies castellanos, es decir, entre 5.572 y 5.914 metros.
Arriero: persona que va de un lado a otro con animales de carga (burra, mula, caballo, etc.)
Fardillo: diminutivo afectuoso de fardo. Hato. Pequeño morral o mochila en la que se llevan cosas imprescindibles.
Hatillo: diminutivo de hato. Fardo, morral, mochila.
Mazmorra: prisión subterránea.
Usurpar: quitar, robar, arrebatar, confiscar. Apoderarse de un bien o derecho ajeno, generalmente por medios violentos.
Hechizo: práctica mágica de influencia maléfica y control sobre la persona hechizada que realizaban hechiceras y brujas.
Sancho cuenta su historia |
Serpiente de las siete cabezas |
Castillo de Irás y no Volverás |
|
FIN de la adaptación de CUENTOS TRADICIONALES |
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