LA TORMENTA
Cuando el crepúsculo empezaba a extender su manto sobre la aldea, la niña continuaba aún inmersa en su afán por adornar bellamente el pequeño altar. En aquel mismo rincón de la cueva se había refugiado con su madre, tiempo atrás, para resguardarse de una amenazadora tormenta cuando regresaban de coger la tápena que les ayudaba al sustento diario. Aquel lugar encerraba para ella un especial significado. Era su lugar sagrado. Allí su madre le contó cómo durante la guerra tuvo que esconderse con sus dos hermanos menores para no ser castigados por las tropas rebeldes. A la vez que sacaban a su padre, arrastrándolo como si de un criminal se tratase, ella había escapado con los hermanos, como buenamente pudo, por un corralizo que había en la parte trasera de la casa. Le contó cuán difíciles fueron aquellos tiempos y que nunca más supieron del abuelo y cómo sobrevivieron arrancando barrilla para fabricar jabón, esparto para hacer pleita o grama para echar a una burrilla morena que les ayudaba en las tareas del transporte.
La tormenta se prolongó y la noche se echó encima. No se atrevieron a salir y, acurrucadas contra la pared del covacho, pasaron un tiempo que se les hizo interminable.
Cuando el crepúsculo empezaba a extender su manto sobre la aldea, la niña continuaba aún inmersa en su afán por adornar bellamente el pequeño altar. En aquel mismo rincón de la cueva se había refugiado con su madre, tiempo atrás, para resguardarse de una amenazadora tormenta cuando regresaban de coger la tápena que les ayudaba al sustento diario. Aquel lugar encerraba para ella un especial significado. Era su lugar sagrado. Allí su madre le contó cómo durante la guerra tuvo que esconderse con sus dos hermanos menores para no ser castigados por las tropas rebeldes. A la vez que sacaban a su padre, arrastrándolo como si de un criminal se tratase, ella había escapado con los hermanos, como buenamente pudo, por un corralizo que había en la parte trasera de la casa. Le contó cuán difíciles fueron aquellos tiempos y que nunca más supieron del abuelo y cómo sobrevivieron arrancando barrilla para fabricar jabón, esparto para hacer pleita o grama para echar a una burrilla morena que les ayudaba en las tareas del transporte.
La tormenta se prolongó y la noche se echó encima. No se atrevieron a salir y, acurrucadas contra la pared del covacho, pasaron un tiempo que se les hizo interminable.
Pero no sólo le había contado durante aquella noche y en aquella oscuridad, iluminada sólo por el fuerte fulgor de los relámpagos, lo de la guerra o hablado de las penurias posteriores, sino que también le contó bellas historias de princesas y hadas, de duendes y de brujas. Tal vez fueron estas historias últimas las que llevaron a la niña a forjar en su imaginación la sensación de ser aquella una cueva encantada. Para ella, al menos, tenía el encanto del bello recuerdo de su madre. Por eso que se había creado la necesidad de erigir aquel altar. Durante todo el tiempo que permaneció en el covacho no pudo contener los sollozos ni las lágrimas. Seguro que sus tíos la habrían echado de menos y hasta estarían preocupados, pero aquello que estaba haciendo y aquel lugar eran infinitamente más importantes.
La niña dispuso unas piedrecillas y sobre las mismas, bellamente colocadas, depositó unas flores silvestres de aquellas que le gustaban a su madre. Ésta acababa de morir. ¡Maldita muerte, contumaz e ineludible, pero cruel de forma especial con los más débiles! En tan sólo unos días, debido a unos carbuncos, producidos por una pequeña herida, mientras preparaba una carne de red que había muerto de manera extraña, había ido tomando forma una agonía imposible de detener. La impotencia crea su nido despiadado en los pobres, tornándose siempre en amargura y aciago abatimiento.
Allí estaba ella, sola, desamparada, colocando sobre las piedrecillas las flores y sobre las mismas, la única fotografía que guardaba de su madre, de cuando ésta no contaba ni los 15 años. Al día siguiente volvería a retirarla, pero la foto permanecería aquella noche en la cueva, como si de una "Vela de Santos" se tratase, como aquellas a las que había asistido en su compañía.
Lo último que recordó fue un bello cuento que aquella noche de tormenta le había contado. Aún recordaba sus expresiones, sus gestos, su tono de voz, su encanto en el habla y cómo la tenía abrazada. Las lágrimas no cesaban de brotar de los ajos de la niña, resbalando suavemente por su cara, como el agua que brota del manantial. Y, recordando aquel cuento del "Pescadorcito Urashima", la niña se quedó dormida en la cueva.
Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, vivía en la costa del mar de Japón un pescadorcito llamado Urashima. Era un chico muy inteligente y hábil con la caña y el anzuelo.
Un día que salió a pescar en su barca quiso el azar que fuera una tortuga, con una concha muy dura y una cara muy vieja, la que se quedara enganchada en la red. Como Urashima sabía que las tortugas viven más de mil años, se dijo para sí:
-Un pez me sabría mejor para la comida. ¿Para qué matar este pobrecillo animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años más? No debo ser cruel y seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.
Y seguidamente sacó la tortuga de su red y la devolvió al mar. Poco después Urashima se quedó dormido en su barca, pues era un tiempo muy caluroso de verano, cuando nadie se resiste a echar una siesta. Cuando apenas se había dormido, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y le dijo:
-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi madre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue la tortuga lo que pescaste hace tan sólo un instante y devolviste generosamente al mar, sino que era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, que quería poner a prueba tu bondad. Ahora que ya sabemos cuán magnánimo es tu corazón, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.
Tomó entonces Urashima un remo y la Princesa marina otro y remaron, remaron, hasta llegar al Palacio del Dragón, donde el dios del mar gobernaba sobre todos los peces, tortugas y dragones. ¡Qué fantástico lugar! Los muros del palacio eran de coral; las hojas de los árboles eran esmeraldas y los frutos eran rubíes; las escamas de los peces eran de plata y las colas de los dragones eran de oro. Urashima se casó con la Princesa y durante más de tres años vivieron muy dichosos, pero una mañana dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y feliz estoy aquí, pero necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre y a mis hermanos y hermanas. Permíteme ir por poco tiempo y pronto volveré. Te lo aseguro.
-No deseo que te vayas, -contestó la Princesa-, pues mucho temo que te ocurra algo terrible, pero si así lo deseas, vete. Toma esta caja, llévala siempre contigo y cuida mucho de no abrirla.
Prometió Urashima de hacer lo que la Princesa le pedía y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca y navegó y navegó hasta desembarcar en las costas de su país.
Pero, ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de su aldea? Las montañas estaban allí, como antes, pero no así los árboles. El arroyo que pasaba junto a la aldea seguía con sus aguas cristalinas, pero ya no estaban las mujeres que bajaban hasta él para lavar sus ropas. ¿Cómo podía ser que todo hubiese cambiado tanto en sólo tres años? Estaba Hisroshima en este desconcierto cuando acertó a pasar por allí un hombre al que le preguntó:
-¿Puede decirme, buen hombre, dónde está la choza de Hurashima, que se hallaba aquí antes?
El hombre contestó:
-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él si hace más de cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los hijos de sus hermanos, nietos y bisnietos hace siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la choza. Hace centenares de años que se convirtió en escombros.
Al instante acudió a su mente la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y sus frutas de rubíes, y sus dragones con cola de oro, debía ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la Princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía ahora permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto y hasta su propia aldea había desaparecido.
Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volver de inmediato con su mujer, allende los mares. Pero, ¿cuál era el camino que debía seguir? ¿Quién se lo marcaría?
-Tal vez, -caviló él-, si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino de vuelta.
Así desobedeció las órdenes que le había dado la Princesa, o no las recordó en aquel momento, por lo muy trastornado que estaba. Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja y su sorpresa fue total cuando de ella vio salir una nube blanca que se fue flotando sobre el mar. Gritaba él en balde que se parase y fue entonces cuando recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que, después de haber abierto la caja, ya no habría medio de que volviese ala palacio del dios del mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa tras la nube.
De repente sus cabellos se volvieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas y su espalda se encorvó como la de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. y al fin cayó muerto en la playa.
¡Pobre Urashima! Murió por desobediente y atolondrado. Si huebiese hecho lo que le ordenó la Princesa, hubiese vivido aún más de mil años.
(Cuento popular japonés. Versión de Juan Valera)
GLOSARIO:
Tápena: denominación que se da a la alcaparra en gran parte de la comarca.
Corralizo: corral pequeño.
Covacho: uso de "cueva" en forma despectiva.
Carbuncos: enfermedad infecciosa y contagiosa del ganado bovino y ovino, producida por una bacteria, que puede ser transmitida al ser humano. Antrax.
Vela de Santos: rezos que se hacían en ocasiones especiales para pedir la intercesión de algún santo.
Siesta: costumbre de descansar durante un no muy largo espacio de tiempo a la hora del mediodía. Su nombre procede de "sexta", hora sexta romana, en torno a las doce del día, hora solar. Está muy extendida en España y otros países mediterráneos, latinoamericanos y asiáticos.
Allende: "al otro lado", "más allá de..."

GLOSARIO:
Tápena: denominación que se da a la alcaparra en gran parte de la comarca.
Corralizo: corral pequeño.
Covacho: uso de "cueva" en forma despectiva.
Carbuncos: enfermedad infecciosa y contagiosa del ganado bovino y ovino, producida por una bacteria, que puede ser transmitida al ser humano. Antrax.
Vela de Santos: rezos que se hacían en ocasiones especiales para pedir la intercesión de algún santo.
Siesta: costumbre de descansar durante un no muy largo espacio de tiempo a la hora del mediodía. Su nombre procede de "sexta", hora sexta romana, en torno a las doce del día, hora solar. Está muy extendida en España y otros países mediterráneos, latinoamericanos y asiáticos.
Allende: "al otro lado", "más allá de..."
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