martes, 29 de octubre de 2013

EL REFRANERO

                 

                                EL REFRANERO

"Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas."

Siguiendo el planteamiento inicial de este blog, en el que indicaba que estaría compuesto de cuentos, romances y refranes, incluyo, seguidamente,  algunos de estos últimos, dentro de los muchos existentes. Debo decir que "no están todos los que son, ni tampoco son todos los que están", pues algunos no se ajustan a las circunstancias y condiciones de la zona. Sean o no, diré que me llegaron a través de personas mayores del medio rural, y de  alumnos y alumnas, principalmente. 

Como es sabido, el refrán, por lo general, suele tener carácter universal y pertenece al habla popular y coloquial de las gentes que, de forma ingeniosa, han ido creando estas sentencias que ponen de manifiesto su agudeza y originalidad para expresar de forma concisa un juicio, un consejo, una advertencia, y hasta una burla o ironía. En el medio rural, tradicionalmente, han sido muy usados y he conocido a personas con tanto acopio de ellos que los enristraba uno tras otro de la misma forma que lo hacía Sancho, a decir de D. Quijote:  "No has de mezclar, Sancho, en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias".

Sería injusto si no diera las gracias a todas aquellas personas que me aportaron su ayuda, en especial al alumnado del curso de octavo de EGB del año 1993 ("Clase de Lengua Castellana", C. P. Virgen del Saliente),que llevaron a cabo una amplia recopilación del refranero más usado en Albox y comarca.

Estos refranes aparecerán clasificados en distintos apartados, intentando que lleven por título el tema al que hacen referencia. Este primer apartado estará dedicado "al tiempo". Algunos tienen, por supuesto, un sentido puramente localista, por referirse a condiciones climáticas o de cultivo, propio de un determinado lugar, por tanto, no todos se pueden universalizar.


SOBRE EL TIEMPO



·        Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso.

·         Enero helado, febrero trastornado y abril lluvioso sacan a mayo     florido y hermoso.

·       Cuando truena en abril el labrador es feliz.

·       Un trueno repetido nunca buen tiempo ha traído.

·       Año de flores, año de dolores.

·       En enero bufanda, capa y sombrero.

·       El pollo de enero, en San Juan es comedero

·       Hasta que no llegue Navidad, no eches manos a podar.

·       Ni calor hasta S. Juan ni frío hasta Navidad.

·       Para mayo guarda el sayo. 

·       Tiene mayo la llave del año.

·       Año de nieves, año de bienes.

·       Carnestolendas aguadas, Pascua soleada. (Carnestolendas: los tres días anteriores al miércoles de ceniza).

·       Mucha flor en primavera, buen año espera.

·       Si quieres coger habas muchas, las sembrarás por san Lucas; y si bien, por san Miguel (29 de Septiembre)

·       Octubre, las mejores frutas pudre.

·       En octubre, el enfermo que no se agarra, cae con la hoja de parra.

·       Octubre es un buen mes de historia y deja malas memorias.

·       De duelo se cubre, quien no sembró en octubre.

·       Cuando el verano es invierno, y el invierno verano, nunca es buen año.

·       Relámpago al oriente, agua al día siguiente.

·       Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo.

·       Del garbanzo te sé contar, que por abril ni ha de estar nacido ni por sembrar.

·       Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo; y para más seguro, hasta el cuarenta de junio.

·       Cuando llueve por febrero, todo el año a tempero. (tempero: buena disposición de la tierra para labrado y demás labores).

·       San Matías y el Carnaval andan a porfiar.

·       La noche de antuejo se me tostó el pellejo. (antruejo: tres días previos al carnaval).

·       San Matías se van los tordos y vienen las golondrinas.

·       Por San Matías, se igualan las noches con los días.

·       En las frías noches de diciembre, si ves lucir la luna blnaca, echa en la cama cobertor y manta.

·       El invierno no es acabado mientras abril no haya pasado.

·       Ya viene Mayo por esas cañadas, espigando los trigos y granando cebadas.

·       Por San Isidro, el maíz, ni en la hoja ni nacido.

·       La niebla en marzo no hace daño, pero la de abril se lleva el pan, el vino y el barril.

·       En abril, aguas mil y todas caben en un barril.

·       Las mañanitas de abril son muy dulces de dormir.

·       Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso.

·        La oveja y la abeja, por abril sueltan la pelleja.

·       ¿Quién barbecha en abril?? el labrador ruin.

·       Caracoles de abril para mí; los de mayo para mi hermano, y los de junio para ninguno.

·       Abril encapulla las rosas y mayo las luce abiertas y hermosas.

·       Todo el año es Carnaval y en estos tiempos mucho más.

·       No hay Carnaval sin luna, ni Semana Santa a oscuras.

·       Hasta San Antón, Pascuas son.

·       Desde San Antón, mascaritas son.

·       Por San Matías, sácame de esta solana y llévame a aquella umbría, y me  darás un buen día.

·       Si hace viento por San Matías, hace viento cuarenta días.

·       Enero y febrero lluviosos, marzo nevoso; hacen un año hermoso.

·       Enero es el mes primero, si viene frío es buen caballero.

·       Seda en enero, fantasía o poco dinero.

·       Por San Antón, gallinita pon; y por la Candelaria, la buena y la mala.

·       Enero, el friolero, entra soplándose los dedos.

·       Si hiela bien por enero, bien lloverá en febrero.

·       Por San Antonio de enero, la mitad del pajar y la mitad del granero.

·       El que esquila por enero, está esquilado el año entero.

·       El barbecho de enero hace  a su amo caballero.

·       Las cinco dan ya con sol, el día de San Antón.

·       Lluvia de enero, llena cuba, tinaja y granero.

·       Lluvias de enero traen año de dinero.

·       Las pollas de enero, en agosto en el ponedero.

·       Si el agua al llover hace gorgoritos, va a llover lo que no está en los escritos.

·       Si febrero viene de aguas, habrá pastos y habrá parvas.

·       Refranes que no sean verdaderos y febreros que no sean locos, pocos.

·        En febrero, un día malo y otro peor.

·       En febrero busca la sombra el perro.

·       Para febrero, guarda la leña en el leñero.

·       Febrero muchos besos y abrazos, marzo muchas pruebas de embarazo.

·       En febrero, mes cebadero, y cabrito en caldero.

·        Por Santa Águeda, si ya no lo hiciste, siembra tu albahaca.

·       Marzo y abril, sino la pegan al entrar la pegan al salir.

·       Marzo que empieza bochornoso, pronto se vuelve granizoso.

·       Marzo engañador, un día malo y otro peor.

·       Cinco de febrero, Santa Águeda todas las fiestas arrebata.

·       Águeda, Aguedilla, ríe la vieja con su toquilla.

·       El can en agosto, a su amo vuelve el rostro

·       Un día menos, una arruga más.

·       La nieve de enero es de bronce, la de febrero de madera y la de marzo de agua.

·       De marzo a la mitad, la golondrina viene y el tordo se va.

·       Si marzo no ha pasado no hables mal de lo sembrado.

·       Marzo, loco; y Abril no poco.

·       Si el agua, al llover, hace gorgoritos, va a llover lo que no está en los escritos.

·       En Marzo, la bocha harás y la estaca plantarás.

·       El aire de marzo, quema las damas en el palacio.

·       Borregos al anochecer, charcos al amanecer.

·       En Marzo crece la hierba, aunque le den con un mazo.

·       Hasta San Urbano (25 de mayo), no está libre de hielos el hortelano.

·       La primavera pasa ligera, al revés que el invierno que se hace eterno.

·       Quien en agosto ara, su riqueza prepara.

·       Atardecer gris, mañana roja; saca el paraguas que te mojas.

·       La abuela que no guardó leña en abril, no supo vivir.

·       Con nieve en enero, no hay año fulero.

·       Nieve febrerina, en patas se la lleva la gallina.

·       Si en febrero caliente estás, en pascuas tiritarás

·       Candelaria a dos, San Blas a tres, adivina qué mes es.

·       Si hace viento por San Matías, hace viento cuarenta días.

·       Por Santa María, hora y media más de día.

·       Sol de febrero, rara vez dura un día entero.

·       Por San Blas la cigüeña verás; si no la vieres, año de nieves y si la vieres, año de vienes.

·       Por San Valentín, los almendros floridos.

·       Febrero revoltoso, un rato peor que otro.

·       Febrerillo loco, ningún día igual a otro.

·       Si en la Candelaria no se apaga la vela, buen año espera.

·       Mira con cara risueña por san Blas a la cigüeña.

·       Cuando no llueve en febrero, ni trigo ni centeno.

·       Venga febrero lluvioso, aunque salga furioso.

·       Ya viene febrero, que se lleva la oveja y el carnero.

·       En febrero, el loco, ningún día se parece a otro.

·       Agosto y vendimia, no es cada día y sí cada año, unos con ganancia y otros con daño.

·       Helada de enero, nieve de febrero, aires de marzo y lluvia de mayo dan hermoso  año.

·       Año de nieves, año de bienes.

·       Tiritando, en el mes de enero, tiritando nació el cordero.

·       Marzo en lluvias, buen año de alubias.

·       Si tienes pan para mayo y leña para abril, échate a dormir.

·       Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo.




                  

     
  (Queda abierto este espacio a la inclusión de otros refranes)




 

     

                                                   
                                                     

                                               

sábado, 28 de septiembre de 2013

LA ZORRA, LA LIEBRE Y EL GALLO

Así que la tarde avanzaba, la furia desatada durante la noche anterior y la mañana, y que se había ensañado en el lugar como una terrorífica bestia, empezaba a dar paso a la calma, aunque aún se mostraba espantosa en sus últimos coletazos con aquellos nubarrones que seguían apareciendo en  retaguardia.
La niña, mientras tanto, esperaba, no sin ansiedad, al mendigo que había dejado allí sus míseras pertenencias y, aunque, en un principio, la presencia de aquel hombre en la cueva le inspirara pánico, ahora no dejaba de ser la única persona en la que tenía puesta su esperanza para escapar de aquel sinsentido de la Naturaleza. Sentía el escalofrío propio de quien se sabe desprotegido, desvalido, solo. Ni fuerzas para llevar un mendrugo de pan a la boca, de aquellos que había en el canasto del pobre, tuvo y que él, con tanto ahínco, le había ofrecido. Sólo bebió un poco de agua para mitigar la sequedad cuando ya sentía su estómago apretado y engurruñido y en su boca apreciaba la aridez de los desiertos.
En ese estado se hallaba cuando se percató de un extraño ruido en las cercanías de la cueva. No dudó ni un momento en asomarse a la entrada con la firme creencia de que sería el pobre que estaba de vuelta. Miró hacia un lado y otro y a nadie vio, sólo  un paisaje dantesco. Transcurridos unos segundos se escuchó el mismo ruido, pero, en esta ocasión, el miedo hizo que permaneciera inmóvil en el interior del covacho, a la vez que apretaba firmemente contra su pecho el retrato de la madre. A ella elevó una plegaria de socorro. Era su único alivio. Pronto su miedo se transformó en alegría cuando, un instante después,  vio aparecer por la puerta de la cueva a un viejo y conocido pastor cuyo tiempo transcurría, en su mayor parte, en el monte,  guardando su ganado.
Ante aquel inesperado encuentro la niña se abalanzó en los brazos del hombre, que la tranquilizó y le prometió llevarla de inmediato hasta la aldea. Irían vadeando la rambla por su parte más ancha. Ella apretó el retrato sobre su pecho agradeciendo a su madre el haberla salvado. Pronto salieron el pastor y la niña sorteando barrancos por los que aún discurría agua con la bravía de un toro, montículos de piedras, lodo y arbustos desechos  y semienterrados, mostrando la cara de la destrucción y la ruina. 
Cuando  llegaron a la aldea, ésta se hallaba desierta, sin un alma por aquellos lugares, salvo el perro del pastor que apareció, cojo y embarrado, entre unos escombros de la cuadra en la que solía guardar sus ovejas.
Subieron hacia una pequeña cima, en un altozano. Allí se hallaba la escuela y la casa del maestro, y allí hallaron también a todos los vecinos, lamentando la calamidad, unos; dando gracias al cielo, otros, porque, pese al infortunio, estaban a salvo. El regocijo del vecindario fue indescriptible cuando los vieron llegar, pues ya los daban por desaparecidos. La niña contó el motivo de su escapada a  la cueva y cómo el mendigo había salido y no regresó. Después, todo fueron elucubraciones y, mientras doña Engracia       preparaba unas tortas fritas y café de malta para todos los presentes, el maestro entretenía a un grupo de niños, todavía asustados, refiriéndoles el cuento de "LA ZORRA, LA LIEBRE Y EL GALLO". La niña prestó escasa atención al mismo, pues de su mente no se apartaba la espantosa sensación que le dejara aquella terrorífica tormenta, a lo que su madre solía llamar "robina" y que había dejado la aldea y los campos devastados y arruinados para mucho tiempo. Mientras, elevó a su madre una oración en acción de gracias, sosteniendo la pequeña foto entre sus temblorosas manos.

                      LA ZORRA, LA LIEBRE Y EL GALLO

Éranse una vez una zorra y una liebre. La zorra tenía una casita de hielo, y la liebre otra, de corteza de tilo. Cuando llegó la primavera, apretó el sol y la casita de la zorra se derritió; pero a la liebre, nada le pasó.
La zorra le pidió entonces a la liebre que la dejase entrar para calentarse, y lo que hizo fue echar a la liebre de su propia casa. Iba andando la liebre, y a la vez llorando, cuando se encontró con unos perros.
-¡Guau, guau, guau! ¿Por qué lloras, liebre?
-¡Ay, si supierais!... ¿Cómo no voy a llorar? Yo tenía una casita de corteza de tilo, y la zorra tenía otra, pero de hielo. Me pidió que la dejara entrar, y luego me echó sin más.
-No llores -le dijeron los perros a la liebre-. Nosotros la echaremos a ella.
-¡Quía! No la echaréis.
-¡Vaya si la echaremos!
Llegaron hasta la casita, y los perros le gritaron  a la zorra:
-¡Guau, guau, guau! ¡Lárgate de aquí!
Pero la zorra les contestó desde el rellano de la estufa, donde estaba tan a gusto:
-¡Como me baje de un salto, ni los rabos os dejo salvos! 
Y los perros escaparon de allí asustados.
Otra vez caminaba la liebre llorando , cuando se cruzó con un oso.
-¿Qué te pasa, liebre? ¿Por qué lloras?
La liebre contestó:
-¡Ay, si supieras!... ¿Cómo no voy a llorar? Yo tenía una casita de corteza de tilo, y la zorra tenía otra, pero de hielo. Me pidió que la dejara entrar, y luego me echó sin más.
-No llores -le dijo el oso-. Yo la echaré a ella.
-¡Quía! No la echarás. Probaron a echarla los perros, y no la echaron. conque tampoco tú la echarás. 
-¡Vaya si la echaré!
Allá fueron a echarla.
-¡Lárgate de aquí! -le gritó el oso a la zorra.
Y ella, desde el rellano de la estufa:
-¿Como me baje de un salto, ni el rabo te dejo salvo!
Conque el oso escapó de allí asustado.
Volvía la liebre a caminar llorando, y se encontró con un toro.
-¿Por qué lloras? -le preguntó el toro.
-¿Ay, si supieras!... ¿Cómo no voy a llorar? Yo tenía una casita de corteza de tilo, y la zorra tenía otra, pero de hielo. Me pidió que la dejara entrar, y luego me echó sin más.
-Vamos allá, y yo la echaré.
-¡Quía! No la echarás. Probaron a echarla los perros, y no la echaron; probó el oso, y no la echó... Tampoco tú la echarás.
-¡Vaya si la echaré!
Llegaron cerca de la casita, y el toro le gritó a la zorra:
-Lárgate de aquí!
Y ella, desde el rellano de la estufa:
-¡Como me baje de un salto, ni el rabo te dejo salvo!
Conque el toro escapó de allí asustado.
Volvió la liebre a caminar llorando, y se cruzó con un gallo que llevaba una guadaña al hombro.
-¡Quiquiriquí! ¿Por qué lloras? -le preguntó  a la liebre.
-¡Ay, si supieras!... ¿Cómo no voy a llorar? Yo tenía una casita de corteza de tilo, y la zorra tenía otra, pero de hielo. Me pidió que la dejara entrar, y luego me echó sin más.
-Vamos, yo la echaré.
-¡Quía! No la echarás. Probaron los perros a echarla, y no la echaron; probó el oso, y no la echó; probó el toro, y no la echó... Tampoco tú la echarás.
-¡Vaya si la echaré!
Llegaron hasta la casita, y el gallo gritó:
-¡Quiquiriquí! Quien se esconde en esa casa va a morir... con la guadaña que traigo aquí... ¡Lárgate!
La zorra se asustó al oírle, y contestó:
-En seguida me visto...
Pero el gallo gritó de nuevo:
¡Quiquiriquí! Quien se esconde en esa casa va a morir... con la guadaña que traigo aquí... ¡Lárgate!
Y la zorra:
-Ya me pongo la pelliza...
Entonces el gallo, por tercera vez:
-¡Quiquiriquí! Quien se esconde en esa casa va a morir... con la guadaña que traigo aquí... ¡Lárgate!
La zorra salió huyendo, y el gallo la degolló con la guadaña. Luego entraron la liebre y el gallo en la casita y allí vivieron tan campantes muchos años.
Y aquí se termina el cuento con sal y pimiento y rábano tierno.

                                                 (Cuento popular ruso. A. N. Afanásiev)

GLOSARIO:

Mendrugo de pan: trozo de pan seco y duro.
Canasto: cesto de caña o esparto
Paisaje dantesco: se aplica al paisaje o situación que causa horror o impresiona enormemente
Altozano: monte de poca altura, en terreno bajo.
Elucubración: hipótesis o especulación no fundamentada y producto de la imaginación
"Robina":  por deformación tal vez de la palabra "ruina" se solía denominar en la comarca de Albox "robina" a cualquier tormenta que causara grandes destrozos. Así lo recoge también en  "Aragonesismos y voces de filiación oriental en el léxico andaluz"  MARÍA DOLORES GORDÓN PERAL
Tiloárbol muy alto, de tronco recto, con hojas anchas en forma de corazón y flores olorosas, blancas o amarillas: las flores del tilo se usan en infusión 
Rellano de la estufa: la estufa rusa es una construcción de ladrillo, muy ancha en la base y con bancos a los lados para sentarse.
Guadaña: herramienta que se usa para segar a ras de tierra, formada por un mango largo y una cuchilla ancha, curva y puntiaguda.
Pelliza: prenda de vestir de abrigo, con el cuello y los puños de tela fuerte, que cubre desde el cuello hasta las rodillas.
Vivir campante: vivir tranquilo y despreocupado.


                




miércoles, 28 de agosto de 2013

EL BARQUERO

                                      LA TORMENTA
Mientras la tormenta se alejaba dejando por doquier el rastro de su ira, la claridad del amanecer empezaba a inundar tímidamente un paisaje enfangado, con bancales y atochadas  que vomitaban agua de unos a otros a través de "sangraores" y "portillos". Ramblas y barrancos bramaban ya con un ruido ensordecedor. Un olor a tarquines penetraba hasta el interior de la cueva dando a entender cuál podía ser la magnitud de lo que la tempestad había ido dejando a su paso.
Antes aún de que la tormenta dejara de escupir sus últimas gotas de  retaguardia y la tronarrera sonara distante, el mendigo salió "a  escape" de la cueva, arrastrando sus enormes zapatones, quizás heredados de alguien que luchó en la guerra de Cuba, llevando con él todas sus pertenencias. Por el corazón de la niña cruzó un destello de compasión hacia aquel desdichado, aunque en desdicha ella le sacaba ventaja.
Tímidamente se aproximó a la puerta de la cueva cuando un nuevo destello amenazaba con otro frente nuboso desde la distancia. Atemorizada por aquella infortunada situación se adentró hacia el lugar en el que había permanecido durante la noche, mientras miles de pensamientos se entremezclaban en su cerebro, como si de un nido de serpientes se tratase, sumiéndola en la desesperación y en la impotencia. No sabía qué hora podría ser. Quizás la estarían buscando por la aldea. Quizás la habrían dado por muerta, víctima de aquel tremebundo diluvio que durante la noche se había cernido sobre el poblado. 
A esa hora los demás niños y niñas estarían ya en la escuela o tal vez aquel día no acudirían. Pensó también en el maestro, quien parecía un ciprés alto y enjuto, más serio que un entierro, vestido siempre con un traje negro y llevando unas gafas redondas, tras las que aparecían unos ojos que a ella se le antojaban los de un búho. Tras la muerte de su madre, el maestro y su mujer, doña Engracia, la habían querido adoptar, pues no tenían hijos, pero su familiares no habían cedido a tal pretensión.
En estos y otros muchos pensamientos andaba, acurrucada en el extremo de la cueva, cuando nuevamente vio aparecer al mendigo, al que, ...¡ironías de la vida!..., apodaban "Relámpago", arrastrando sus zapatones y portando sus escasos enseres. Seguro que  el barro y los devastación, junto a la amenaza de la nueva tormenta que se avecinaba, le habrían hecho recapacitar y retroceder. Ahora sí que no podría permanecer oculta ni callada. Lo más acertado sería ir a su encuentro. Y así hizo, tragándose su miedo y sacando fuerza de la flaqueza. 
El mendigo se mostró amable y le contó que la había oído suspirar la noche anterior y que, para no asustarla, había decidido marcharse con los primeros claros del día. Le contó que barrancos y ramblas corrían asolándolo todo y que por el horizonte se apresuraban nuevos frentes, amenazantes como bestias furiosas y que, si nada lo remediaba, la devastación sería total. La animó a no estar preocupada ni asustada, pues estaban en lugar seguro. Además, él contaba con una pequeña cántara de agua y algunos mendrugos de pan con lo que podrían subsistir mientras durase aquel infierno que ya se cernía de nuevo sobre ellos. Las borrascas se sucedían unas a otras, pareciendo no tener fin aquel azote de la Naturaleza. 
La tarde se echaba encima y, en un claro, el mendigo decidió ojear lo que de tragedia se respiraba en el ambiente. Salió sin nada, dejando sus enseres en la cueva, pero nunca más volvió. Jamás se volvió a saber de él.
La niña, mientras tanto, recordaba un bello cuento que le contara el maestro y que trataba acerca de la imprudencia de algunas personas, el cual enseña que en la vida cuenta, sobre todo, el ser prácticos y prudentes, como lo fuera el protagonista de "EL BARQUERO" 
                                           


                                            EL BARQUERO


Un antiguo cuento hindú dice lo siguiente:

Una vez un joven erudito, engreido y muy orgullosos de sí mismo por los conocimientos de que gozaba, hubo de coger una barca para cruzar un caudaloso río. Silencioso y sumiso, el barquero, un hombre de avanzada edad, comenzó a remar con diligencia. De súbito, una bandada de aves surcó por el cielo azulado y el joven, dirigiéndose al barquero, le preguntó:

-Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves? 
-No, señor- repuso el barquero.
-Entonces, amigo -dijo el petulante joven- has perdido una cuarta parte de tu vida.

La barca se deslizaba por las aguas del río, donde aparecieron, de pronto, unas plantas exóticas flotando en su superficie. El joven preguntó al barquero:

-¿Has estudiado algo sobre las plantas?
-No, señor- contestó el barquero.
-Entonces, has perdido la mitad de tu vida.

Pacientemente el barquerto siguió remando. Unos minutos después el joven preguntó:

-Barquero, llevas muchos años deslizándote con tu barca sobre las aguas de este río, ¿has estudiado algo sobre la naturaleza del agua?
-No, señor, nada -repuso el barquero.
-Entonces debo decirte que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.

Cuando la barca estaba en el centro del caudaloso río, comenzó a hacer agua. No había manera de evitarlo y la barca se iba llenando cada vez de más agua y comenzaba a hundirse. Entonces el barquero le preguntó al joven:

-Señor, ¿sabe nadar?
-No -repuso el joven.

Y el barquero dijo:

-Pues me temo, señor, que has perdido toda la vida.

EL MAESTRO DECLARA
El intelecto ocupa un lugar en la vida, pero sólo eso; la inteligencia práctica es imprescindible.

(Cuentos Espirituales de la India. Ramiro A. Calle)

GLOSARIO:

Tarquín: cieno, légamo que las riadas depositan en los campos que inundan
"Sangraor": abertura hecha de piedra por donde desaguan los bancales tras las tormentas
Portillo: hendidura en el terreno de un ribazo causado por el agua que se acumula en un bancal y que desangra por ahí.
Rambla: cauce amplio por donde discurre el agua de forma ocasional tras las tormentas. Es propia de la zona mediterránea.
"Salir a escape": salir muy rápido y sin avisar.
                                                                                               
El barquero
                                           
     

lunes, 29 de julio de 2013

LA LIEBRE Y EL LEÓN


                                     LA TORMENTA
Un fuerte ronquido, seguido de una tos repetitiva y disonante, a la vez que ruda y desacompasada, hizo despertar súbitamente a la niña que, durante horas, había permanecido en un sueño tan profundo como plácido. Abrió desorbitadamente los ojos  a la vez que quedaba petrificada, no ya tanto por el pánico que aquellos extraños sonidos le habían producido, sino secuestrada por el desconcierto y desorientación que súbitamente irrumpían en su mente al no saber dónde se hallaba. No sabía qué hora podía ser.
Durante un tiempo permaneció confusa y expectante, hasta que fue reconstruyendo las últimas imágenes de la tarde anterior. Logró por fin ubicarse y saber que se encontraba en la cueva en la que había hecho un pequeño altar en homenaje a su madre y en el que había colocado unas flores silvestres y la única fotografía que guardaba de ella.
El miedo hizo que su cuerpo todo se viese empapado por un sudor frío, que fluía a chorros, mientras intentaba contener la respiración y un tiriteo que le hacía temblar y castañear los dientes a impulso desenfrenado, sabiéndose a merced, sin duda, de un desconocido y salvaje peligro. Intentó aguzar la vista, pero la oscuridad en la cueva era total. Al cabo de unos minutos, un leve resplandor iluminó la entrada de la misma, pero nada extraño pudo percibir. Seguidamente sonó un trueno lejano, lo que le hizo pensar que su repentino despertar pudo deberse a una tormenta y que su estridente y retumbante sonido le habrían hecho creer que se trataba de toses. Pero, no, pues se percató de que un resollar continuado llegaba desde la entrada de la cueva.
Permaneció absorta e inmóvil, mientras su cuerpo tiritaba ya con ritmo incontrolado. Pronto nuevos destellos iluminaron la oquedad de la entrada. No había duda de que la tormenta se aproximaba, pues el tiempo transcurrido entre el relámpago y el trueno se acortaba. En su cabeza seguían, como en baile macabro, infinidad de ideas y miedos, pesadillas y recuerdos, sucediéndose unos a otros atropelladamente, sin poder contener o retener alguno.
"¿Qué hora sería? ¿Qué habrían pensado sus tíos?" "¿La habrían buscado?" "¿Estarían preocupados y asustados por su desaparición?"- eran las preguntas que martilleaban en su cerebro desde que se percató de su desacertado comportamiento.
En esos pensamientos andaba, mientras ya el fulgor de los relámpagos inundaba cada vez con más intensidad el interior de aquel habitáculo, cuando llegó a intuir que aquella respiración y aquella tos le resultaban familiares, que correspondían a un mendigo que en muchas ocasiones había sido socorrido por su madre y su abuela y que le había contado infinidad de cuentos cada vez que por allí recalaba. Sin embargo, no tenía seguridad plena de que se tratase de él.
El vendaval de la tormenta resonaba brusco en el exterior, mezclándose con el bramido del agua y de los granizos que aporreaban suelo y árboles con inusitada vehemencia. Un fogonazo cegador unido a un estruendo rotundo y seco le hizo comprender que era en la cresta de la cueva donde lanzaba ya su furia la terrible tormenta. La situación le hizo recordar el día que se resguardó allí con su madre. Pero ahora nada era igual. Estaba sola, sin protección ni amparo. ¡Qué distinto habría sido todo si ella viviese! ¡Con cuánto cariño y ternura la recordaba!  pero,... una mala estrella la estaba guiando. Era una niña y ya estaba sola en el mundo, pues a su padre ni tiempo le había dado a conocer, ya que había muerto cuando ella contaba sólo dos años. 
Atropelladamente, mezclándose todo, venían también a su memoria algunos de los cuentos y fábulas que aquel vagabundo le había narrado, como el de  "LA LIEBRE Y EL LEÓN".  Y, entre el estremecedor retumbar de la tormenta y el pánico aún presente, vagamente pasó por su memoria  la agudeza y perspicacia de la liebre para escapar de las garras del león.

                                   LA LIEBRE Y EL LEÓN

Dicen que una vez había  un león en un territorio en el que también abundaban otras muchas bestias salvajes. Era aquella una tierra muy fértil, con mucha agua y pastos. Pero las bestias que habitaban en aquel lugar vivían muy asustadas por el miedo que les producía el león. Un día se reunieron todas y decidieron ir adonde moraba el león y decirle:
-Señor león, tú no puedes devorarnos como quieras, a menos de pasar grandes fatigas cazando. Nosotros hemos decidido proponerte el medio de que comas sin esfuerzo y, a cambio, nos dejes a todos los demás en paz.
-¿Y cuál es ese medio?- preguntó intrigado el león.
El jefe de todas aquellas bestias explicó:
-Haremos un trato contigo. Te daremos cada día un animal para que te lo comas tranquilamente. A cambio nos prometerás dejarnos en paz tanto de día como de noche.
Al león le gustó el trato, pues de esa manera no tendría la pejiguera de andar buscando comida, así que aceptó.  Una vez que los demás animales le llevaban una liebre para que se la merendara, dijo la pobre a las otras bestias:
-Si quisierais escucharme os diría algo que os serviría de provecho, os libraría del miedo al león y a mi me libraría de la muerte.
Los demás animales le contestaron:
-¿Qué es lo que quieres que hagamos? ¿Qué es lo que se te ha ocurrido?
A lo que el animalillo contestó:
-Manda a quien me lleve al león que vaya muy despacio, de manera que llegue a la presencia del león cuando ya esté muy pasada la hora de comer.
Los demás animales no sabían qué podía pretender la liebre, pero le hicieron caso, pues estaban deseosos de que aquel terrorífico miedo desapareciera. Cuando llegaron cerca de donde estaba el león, la liebre pidió que la dejaran adelantarse sola hasta donde se hallaba terriblemente furioso el animal. Al ver  a la liebre, rugió encolerizado:
-¿De dónde vienes  a etas horas? ¿Dónde están las bestias que tenían que traerte hasta mí? ¿Por qué no han cumplido lo pactado?
A lo que la liebre contestó:
-¡Oh, señor! No nos recriminéis la acción, que no hemos roto lo pactado. Era yo la encargada de traeros otra liebre que os sirviera de almuerzo, pero he tenido la mala fortuna de tropezarme en el camino con otro león, el cual, al saber que la liebre que yo traía era para vos, me la arrebató con gran violencia, diciéndome que él era mucho más digno de ella que vos. Yo le repliqué que hacía muy mal, que la sabrosa vianda era para vos, que sois el rey de la selva y que mi consejo era que desistiese y no osara despertar vuestra cólera.Pero no me hizo caso y además os insultó cuanto quiso, diciendo que le importaba muy poco luchar contra vos, a pesar de ser vos el rey.
Ante estas palabras de la liebre, el león, iracundo como jamás había estado, dijo a la liebre:
-Ven conmigo y llévame ahora mismo hasta ese león que dices.
La astuta liebre lo condujo entonces hasta un pozo muy hondo y de aguas muy cristalinas, diciéndole:
-Este es el lugar del que os hablé. Aupadme hasta el brocal con vuestras garras y os mostraré dónde se halla vuestro enemigo.
Cuando el león la aupó, contempló en el fondo del pozo su imagen y la de la liebre, creyendo que era la de su enemigo con la liebre que le estaba destinada a él y, rabioso como nunca, soltó a la libre y, lanzándose  al pozo para luchar contra su inexistente enemigo, se ahogó sin remisión.
La liebre regresó adonde la esperaban los demás animales de la selva, a los que les contó lo sucedido y cómo los había librado del miedo para siempre.
  (Del CALILA e DIMNA)

GLOSARIO:

Pejiguera:  cualquier cosa de poco provecho, que ofrece dificultades o molestias
Vianda: comida. 
 Osar: atreverse, emprender alguna cosa o empresa con audacia.
Brocal:  boca de piedra o ladrillo que se pone alrededor del pozo.




La liebre y el león


                                                                  
  

sábado, 29 de junio de 2013

EL PESCADORCITO URASHIMA

                                       LA TORMENTA

Cuando el crepúsculo empezaba a extender su manto sobre la aldea, la niña continuaba aún inmersa en su afán por adornar bellamente el pequeño altar. En aquel mismo rincón de la cueva se había refugiado con su madre, tiempo atrás, para resguardarse de una amenazadora tormenta cuando regresaban de coger la tápena que les ayudaba al sustento diario. Aquel lugar encerraba para ella un especial significado. Era su lugar sagrado. Allí su madre le contó cómo durante la guerra  tuvo que esconderse con sus dos hermanos menores para no ser castigados por las tropas rebeldes. A la vez que sacaban a su padre, arrastrándolo como si de un criminal se tratase, ella había escapado con los hermanos, como buenamente pudo, por un corralizo que había en la parte trasera de la casa. Le contó cuán difíciles fueron aquellos tiempos y que nunca más supieron del abuelo y cómo sobrevivieron arrancando barrilla para  fabricar jabón, esparto para hacer pleita  o grama para echar a una burrilla morena que les ayudaba en las tareas del transporte. 
La tormenta se prolongó y la noche se echó encima. No se atrevieron a salir y, acurrucadas contra la pared del covacho, pasaron un tiempo que se les hizo interminable. 
Pero no sólo le había contado durante aquella noche y en aquella oscuridad, iluminada sólo por el fuerte fulgor de los relámpagos, lo de la guerra o hablado de las penurias posteriores, sino que también le contó bellas historias de princesas y hadas, de duendes y de brujas. Tal vez fueron estas historias últimas las que llevaron a la niña a forjar en su imaginación la sensación de ser aquella una cueva encantada. Para ella, al menos, tenía el encanto del bello recuerdo de su madre. Por eso que se había creado la necesidad de erigir aquel altar. Durante todo el tiempo que permaneció en el covacho no pudo contener los sollozos ni las lágrimas. Seguro que sus tíos la habrían echado de menos y hasta estarían preocupados, pero aquello que estaba haciendo y aquel lugar eran infinitamente más importantes.
La niña dispuso unas piedrecillas y sobre las mismas, bellamente colocadas, depositó unas flores silvestres de aquellas que le gustaban a su madre. Ésta acababa de morir. ¡Maldita muerte,  contumaz e ineludible, pero cruel de forma especial con los más débiles! En tan sólo unos días, debido a unos carbuncos, producidos por una pequeña herida, mientras preparaba una carne de red que había muerto de manera extraña, había ido tomando forma una agonía imposible de detener. La impotencia crea su nido despiadado en los pobres, tornándose siempre en amargura y aciago  abatimiento.
Allí estaba ella, sola, desamparada, colocando sobre las piedrecillas las flores y sobre las mismas, la única fotografía que guardaba de su madre, de cuando ésta no contaba ni los 15 años. Al día siguiente volvería a retirarla, pero la foto permanecería  aquella noche en la cueva, como si de una "Vela de Santos" se tratase, como aquellas a las que había asistido en su compañía.
Lo último que recordó fue un bello cuento que aquella noche de tormenta  le había contado. Aún recordaba sus expresiones, sus gestos, su tono de voz, su encanto en el habla y cómo la tenía abrazada. Las lágrimas no cesaban de brotar de los ajos de la niña, resbalando suavemente por su cara, como el agua que brota del manantial. Y, recordando aquel cuento del "Pescadorcito Urashima", la niña se quedó dormida en la cueva.

                             EL PESCADORCITO URASHIMA


Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, vivía en la costa del mar de Japón un pescadorcito llamado Urashima. Era un chico muy inteligente y hábil con la caña y el anzuelo.
Un día que salió a pescar en su barca quiso el azar que fuera una tortuga, con una concha muy dura y una cara muy vieja, la que se quedara enganchada en la red. Como Urashima sabía que  las tortugas viven más de mil años, se dijo para sí:
-Un pez me sabría mejor para la comida. ¿Para qué matar este pobrecillo animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años más? No debo ser cruel y seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.
Y seguidamente sacó la tortuga de su red y la devolvió al mar. Poco después Urashima se quedó dormido en su barca, pues era un tiempo muy caluroso de verano, cuando nadie se resiste a echar una siesta. Cuando apenas se había dormido, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y le dijo:
-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi madre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue la tortuga lo que pescaste hace tan sólo un instante y devolviste generosamente al mar, sino que era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, que quería poner a prueba tu bondad. Ahora que ya sabemos cuán magnánimo es tu corazón, que repugna toda crueldad,  he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.
Tomó entonces Urashima un remo y la Princesa marina otro y remaron, remaron, hasta llegar al Palacio del Dragón, donde el dios del mar gobernaba sobre todos los peces, tortugas y dragones. ¡Qué fantástico lugar! Los muros del palacio eran de coral; las hojas de los árboles eran esmeraldas y los frutos eran rubíes; las escamas de los peces eran de plata y las colas de los dragones eran de oro. Urashima se casó con la Princesa y durante más de tres años vivieron muy dichosos, pero una mañana dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y feliz estoy aquí, pero necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre y a mis hermanos y hermanas. Permíteme ir por poco tiempo y pronto volveré. Te lo aseguro.
-No deseo que te vayas, -contestó la Princesa-, pues mucho temo que te ocurra algo terrible, pero si así lo deseas, vete. Toma esta caja, llévala siempre contigo y cuida mucho de no abrirla.
Prometió Urashima de hacer lo que la Princesa le pedía y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca y navegó y navegó hasta desembarcar en las costas de su país.
Pero, ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de su aldea? Las montañas estaban allí, como antes, pero no así los árboles. El arroyo que pasaba junto a la aldea seguía con sus aguas cristalinas, pero ya no estaban las mujeres que bajaban hasta él para lavar sus ropas. ¿Cómo podía ser que todo hubiese cambiado tanto en sólo tres años? Estaba Hisroshima en este desconcierto cuando acertó a pasar por allí un hombre al que le preguntó:
-¿Puede decirme, buen hombre, dónde está la choza de Hurashima, que se hallaba aquí antes?
El hombre contestó:
-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él si hace más de cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los hijos de sus hermanos, nietos y bisnietos hace siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la choza. Hace centenares de años que se convirtió en escombros.
Al instante acudió a su mente la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y sus frutas de rubíes, y sus dragones con cola de oro, debía ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la Princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía ahora permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto y hasta su propia aldea había desaparecido. 
Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volver de inmediato con su mujer, allende los mares. Pero, ¿cuál era el camino que debía seguir? ¿Quién se lo marcaría?
-Tal vez, -caviló él-, si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino de vuelta.
Así desobedeció las órdenes que le había dado la Princesa, o no las recordó en aquel momento, por lo muy trastornado que estaba. Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja y su sorpresa fue total cuando de ella vio salir una nube blanca que se fue flotando sobre el mar. Gritaba él en balde que se parase y fue entonces cuando recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que, después de haber abierto la caja, ya no habría medio de que volviese ala palacio del dios del mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa tras la nube.
De repente sus cabellos se volvieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas y su espalda se encorvó como la de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. y al fin cayó muerto en la playa. 
¡Pobre Urashima! Murió por desobediente y atolondrado. Si huebiese hecho lo que le ordenó la Princesa, hubiese vivido aún más de mil años. 

(Cuento popular japonés. Versión de Juan Valera)

GLOSARIO:

Tápena: denominación que se da  a la alcaparra en gran parte de la comarca.
Corralizo: corral pequeño. 
Covacho:     uso de "cueva" en forma despectiva. 
Carbuncos: enfermedad infecciosa y contagiosa del ganado bovino y ovino, producida por una bacteria, que puede ser transmitida al ser humano. Antrax.
Vela de Santos: rezos que se hacían en ocasiones especiales para pedir la intercesión de algún santo.
Siesta:  costumbre de descansar durante un no muy largo espacio de tiempo a la hora del mediodía. Su nombre procede de "sexta", hora sexta romana, en torno a las doce del día, hora solar. Está muy extendida en España y otros países mediterráneos, latinoamericanos y asiáticos.
Allende: "al otro lado",  "más allá de..."