La idea de conservar y dar a conocer tradiciones orales de esta tierra (cuentos, refranes, cancioncillas o romances de cordel.), no es nueva. Durante un largo período de tiempo estuve intentando recopilar parte de estas tradiciones, uniéndolas a otras de las que ya había disfrutado de forma muy directa, es decir, siendo niño,... o no tan niño.
Era en las largas noches de invierno, pegados a la humilde lumbrecilla, o bien en las noches de verano, tirados al fresco, fuese en el suelo o en la paja de la era tras haber trillado, o bien mientras se "esperfollaba" o "escascarábamos" la almendra, en los meses de agosto y septiembre, cuando más solían surgir momentos en los que el cuento, la leyenda, la historieta tomaban vida. Fuese cuando fuese, no importa, siempre había una razón, un motivo para contar historias, cuentos o anécdotas que llenaran el tiempo de solaz y esparcimiento de aquellas maravillosas noches, tras un intenso día de trabajo en el campo.
Nos reuníamos, a veces, un buen grupo, contando cada uno sus anécdotas, chismorreos, “dimes o diretes” que había aprendido referente al vecindario, como ocurre casi siempre entre cualquier hijo de vecino. Otras, los temas versaban sobre historias ocurridas en parajes distantes, tratando en la mayor parte de las ocasiones sobre acontecimientos trágicos o cualquier tema que hubiese llegado a nuestros oídos y que produjese cierto morbo por lo horribles e impactantes que eran o porque supusiesen amenaza de cualquier tipo. Muchas de estas historias se magnificaban y hacían cundir cierto pánico, marchándonos a la cama no sin algo de desasosiego. También los había grotescos, caricaturescos, irónicos o de chanza y, por supuesto, de historias reales.
Pero no siempre la reunión estaba formada por grupo de vecinos, sino que las más de las veces era sólo familiar. Era en ese ambiente cuando cuentos e historias de miedo hacían normalmente su aparición. Era un ambiente cálido, reducido. Entonces el "cuentacuentos" llenaba la velada con verdaderas maravillas que deleitaban a los boquiabiertos oyentes. Muchas de las veces solían localizar los hechos en un entorno próximo y conocido, que no por familiar resultaba menos intrigante o imaginativo. Tal vez todo lo contrario.
Hasta los personajes eran transformados en ocasiones en personajes reales y conocidos, como ocurre en el cuento de “Las gachas”. Esto daba, si cabe, más viveza y aportaba una verosimilitud que casi lo hacía creíble. Entre los personajes los había de todos, siendo más comunes los de la mujer más inteligente que el hombre, la mujer ambiciosa, la mujer perversa, y, eso sí, siempre pragmática e interesada. El hombre, por el contrario, suele aparecer, principalmente, como bruto e ignorante, aunque también está el astuto e ingenioso, como en los cuentos de “Perú”, y el no exento de crueldad, a veces. Solía ser normal la aparición de algunos niños y niñas, siempre angelicales, como en “Periquitico y Periquitica”, pero también, casi siempre, sumamente serviciales, pillos y listos, como “Garbancito”. A todo esto hay que añadir que el cuento no habría sido tal si no estuvieran presentes los animales, fundamentalmente burro, cabra, oveja, cerdo, cuervo, avilanejo, zorra, etc., que eran los propios del entorno. También solía existir la figura del hada, del duende y del encantado o encantada, siempre con final feliz para los buenos y fatal para los malos. Y, por supuesto, no faltaban príncipes y princesas escapando siempre, al final, de situaciones sumamente adversas. Todo venía a llenar la imaginación de vida, y la curiosidad por conocer los desenlaces se convertía en ansia pese a tratarse de narraciones muy simples, pero sí llenas de encanto y misterio.
No habría podido terminar este sencillo comentario sobre el CUENTO sin hacer alusión a algunos de mis familiares, tales como Diego y José, “Los Chorroluces”, hermanos de mi abuelo Juan. Menos aún puedo dejar en el olvido a mi madre y a mi abuela Dolores. También mi suegra, María la Rubia, me aportó alguno de los tesoros que componen este pequeño ramillete de cuentos. A ellos y a ellas se los oí una y otra vez. De ellos saqué el interés y el amor por las historias llenas de magia y misterio, de personajes, reales algunos, pero ficticios los más. Todo ello me transportaba a un mundo irreal, de ensueño. Tampoco puedo olvidar a aquellos alumnos y alumnas que, con gran ilusión, me aportaron todo lo que de sus mayores podían obtener. Esta recuperación es para la memoria de todos ellos.
En todos los que aún permanece el recuerdo de aquellas horas vividas en torno a alguien que nos deleitaba y hacía correr nuestra imaginación con bellas narraciones, hoy sólo queda la nostalgia de tiempos entrañables e irrepetibles.
El cuento popular se marchó, se marchó para siempre, pues hoy todo ha sido suplantado por la modernidad, por el mundo de lo digital. Alguien ha dicho con certeza: “ The communication between people about fantastic stories broke forever, died forever ” (La comunicación entre la gente, sobre historias fantásticas, se rompió para siempre, murió para siempre).
Los romances, llamados “de cordel” porque eran colocados en cordeles aguantados por dos palos o cañas, eran recitados generalmente por ciegos en plazas y mercados y hacían las delicias de los transeúntes que se paraban a escuchar ensimismados y que, por lo general, terminaban adquiriendo alguno de aquellos papeles. Es así como llegué a verlos alguna vez, siendo aún muy niño, en el mercado de Albox Es algo que queda ya muy difuso en mi memoria, pero la imagen pervevirá para siempre. Esta especie de juglares-trotamundos, casi siempre ciegos, se ganaban la vida cantando, a los acordes de una desafinada guitarra, entretenidos relatos de sucesos, a veces graciosos, pero las más eran trágicos y espeluznantes, cargados de profunda fuerza pasional, de misterio y crudeza. Estaban redactados en un lenguaje muy popular, exento de cuidados gramaticales y ortográficos.
Canciones y refranes los fui consiguiendo de personas mayores, tales como mis tíos Diego y Ángel, auténticos almacenes del refranero, y también a través del alumnado durante la década de los ochenta y noventa del pasado siglo XX.
Todo este material pertenece al pueblo, tanto las leyendas orales como escritas y sirvió de vínculo entre las gentes que hablaban una misma lengua. De él viene y en él debe permanecer, y no debiera ser enteramente olvidado.
La mayor parte de estos contenidos no corresponden sólo a esta tierra. Es de suponer que estuvieran extendidos, con sus variantes, por todo el territorio peninsular e insular, y puede que hasta otros territorios de habla hispana, al otro lado de los mares.
Mi intención no es otra que la de no dejar en el olvido esta pequeña muestra de tradiciones orales que durante algún tiempo fui recopilando, y que así, generaciones actuales y venideras puedan conocer una parte de lo que ha sido también base de nuestra manera de ser, entender y pensar. Todo ha sufrido tan fuertes y profundos cambios, debido a los poderosísimos medios de comunicación, a la globalización, a lo rápido que va todo, que poco o nada resta de un tiempo aún no lejano. Hoy, tristemente, se aprecia como anticuado, trasnochado, inservible.
Vaya mi enorme agradecimiento a todas aquellas personas que hicieron posible, con su aportación, ayuda, apoyo y entusiasmo, el haber podido juntar este ramillete de tradiciones. También quiero agradecer a mi mujer, Mari Ángeles, y a mis hijos, Pedro, José Luis y Javier, la gran ilusión que siempre han puesto por conocer todo aquello que emana de la tradición popular oral, así como las costumbres, en especial rurales, propias de esta tierra. Y también, de forma muy especial, quiero agradecer a José Antonio García Ramos que, aparte de excelente médico, es profundo estudioso y conocedor de todo lo que tiene que ver con la tradición popular de la tierra almeriense, (sus múltiples publicaciones son el mejor testimonio de ello), el impulso y el ánimo que me ha dado para que lleve a cabo este trabajo. A él le debo en parte el haber roto con la inercia y haberme decidido al fin a ir sacándolo a la luz.
Y todo ello es sólo una minúscula parte del preciado LEGADO que dejaron los que nos precedieron.
Y todo ello es sólo una minúscula parte del preciado LEGADO que dejaron los que nos precedieron.
NOTA: Una parte de los contenidos que aquí irán apareciendo ya vieron la luz en la publicación “Lengua y habla en nuestra comarca”. (Cajaalmería, 1987)
GLOSARIO:
Esperfollar: quitar a la panocha (mazorca) la envoltura de hojas y dejar a la vista el granulado de la misma.
Escascarar: (Descascarar) limpiar la almendra de la envoltura blanda que la envuelve y que al llegar agosto y septiembre abre.
Dimes y diretes: cotilleo y mentidero del momento y que hacía las delicias de las personas más “comadres” de un lugar.
Comadre: se aplica en la jerga popular a la persona habladora y chismosa que todo lo sabe.
Arriba izquierda: Comadres. Arriba derecha: Panocha. Abajo izquierda: Almendra abierta para descascarar. Abajo derecha: Dimes y diretes. |