martes, 27 de noviembre de 2012

UN TROPEZÓN EN COTORRÍOS


                 RECUPERANDO RECUERDOS
             (PEQUEÑOS RELATOS SUELTOS)

      UN TROPEZÓN EN COTORRÍOS    
                   
Corría el verano de 1988. Eran los primeros días del mes de  julio y aquellas  vacaciones se presentaban especiales: estrenaríamos tienda de campaña y también  nos estrenaríamos en la maravillosa vida de camping. La ilusión inundaba la imaginación. Con nerviosismo, con entusiasmo desbordado íbamos buscando el espacio que  en el pequeño maletero del  R-8 nos permitiera llevar a cabo nuestro ansiado proyecto. 

Nuestro R-8
Durante unos días el coche sería nuestra casa ambulante y no podría faltar nada. Éramos cinco de familia y hasta la "AZUL" de Javier (su inseparable almohada) y sus juguetes debían ocupar  su sitio. Nos las arreglaríamos como fuese. A buen seguro que todo aquello sería una experiencia maravillosa. Para nosotros era nueva. La aventura la haríamos con unos amigos, avezados ya en la vida de acampada.

Nacimiento río Guadalquivir
Salimos de Albox un día muy de mañana y nos dirigimos a Cotorríos, subiendo desde Pozo Alcón por el Puerto de Tíscar para, desde allí, adentrarnos en Sierra Cazorla hasta llegar al nacimiento del río Guadalquivir, espacio deslumbrante por su enorme  belleza paisajística. Empezábamos así a hallar la plena armonía que buscábamos, la total simbiosis con la Naturaleza, en un entorno de ensueño, disfrutando de lo que aquella nos brindaba: el sosiego, el agua cristalina que emergía de la tierra formando aquel primer arroyuelo  que daba origen al río. Todo era perfecto: el manantial, cada rincón, cada planta, cada animal en su estado natural y salvaje. Fuimos después descendiendo por las márgenes del río hacia nuestro destino: Camping de la Chopera de Cotorríos


Por un tiempo estaríamos en total comunión con todo aquello que nos rodeara. Dormiríamos cada noche cubiertos casi sólo por el manto del cielo, mirando las estrellas, con el sonido de algún ave nocturna, el graznido de algún animal, el concierto monótono de los grillos con su cansado  “cri, cri, cri, cri,…”  o la melodía que creaba el paso del agua. Nos despertarían quizás  las primeras luces del alba o la salida del Sol, o el ruido de cervatillos que, muy familiarmente, se tomaban la confianza de acercarse durante la noche hasta las tiendas olismeando y buscando, quién  sabe, si alguna galguería para llevar a la boca, pues al parecer ya estaban bastante acostumbrados.

Era toda una  infinidad de pequeñas bellezas que no percibimos en el afán diario de nuestras vidas, el cual nos ocupa de tal manera que  nos hurta la oportunidad de recrearnos en la grandeza que encierran las pequeñas, las humildes maravillas que nos ofrece la  Tierra y que muy poco valoramos.

Una vez que llegamos a nuestro destino nos situamos en una parcela al margen mismo del río, en el escaso espacio que iba dejando la mucha gente que durante esos días empezaban a poblar el camping.  Ansiosos por llenar los sentidos y el espíritu con todo aquello de lo que gozaríamos sólo unos días, aligerábamos cada mañana para emprender la marcha hacia alguno de los infinitos lugares y rincones que se nos ofrecían por cualquier lugar de la Sierra de Cazorla.

Centro "Torre del Vinagre"
Acudimos al museo del Centro de Visitantes de la Torre del Vinagre, fuimos a Siles,  pasando por el Tranco, y llegamos hasta el nacimiento del río Mundo, que parecía estar al otro lado del mundo. Nos bañábamos en los “chirlancos” que el agua  cristalina y fría, en su veloz descenso de la montaña, iba  formando en pequeñas hondonadas, creando en su  descanso un bello juego de cristalinas burbujas; serpenteábamos por caminos intrincados; ascendíamos a lomas para divisar paisajes hechos de postal y regresábamos siempre agotados, deseosos de caer en aquellas colchonetas que, extendidas sobre el suelo, se habían convertido en el mejor de los lechos soñados.

Chopera de Cotorríos
Con todo,  cada noche, tras la cena, aún estando exhaustos, nos quedaban fuerzas para charlar, para  intercambiar impresiones y opiniones, contar historias y vivencias o para jugar a las cartas. Sobre las doce de la noche se hacía obligatorio el silencio, algo que era sagrado y respetado por  todos. Mas quiso la fatalidad que una de las noches, regresando de efectuar la micción que precede a la caída en brazos de Morfeo,  fuese yo a tropezar con uno de los vientos que aguantaba una minúscula tienda, modelo “iglú”, en la que se hallaba una pareja joven, de procedencia extranjera y que en aquel preciso instante andaban metidos en la más  fascinante faena que puede no sólo hacerse, sino hasta imaginarse. Se deleitaban en un apareamiento interminable. Gemidos y suspiros profundos, no de dolor o pena, sino de intenso y desaforado placer surgían del interior de la "tienducha" cuando la mala suerte me llevó a  dar aquel inoportuno y desafortunado TROPEZÓN, arrastrando no sólo uno de los vientos que aguantaban la tienda, sino   la tienda misma, haciendo que por lo frágil del montaje, viniera ésta a hundirse sobre sus moradores, lo que creó tal alarma que produjo de súbito un  coitus interruptus. Gritos, juramentos y maldiciones a miles  salían de entre los arreos de la tiendecilla, como si debajo de ella hubiese condenados al Infierno o  una manada de diabólicos bichos. Juro por todos los dioses del Olimpo que no hubo en mí intención alguna de interponerme en tan dulce y profundo deleite, pues tal comportamiento correspondería a un malvado, y que sí hubo despiste, desorientación y mucho sobrecogimiento por los estertores que, como grandes bocanadas de un furioso volcán, surgían de aquel interior; o  puede que se debiese mi desatino al mucho cansancio y sueño que a esa hora  atenazaban mis ojos. Pero afirmo y confirmo que nada de voluntad hubo en mí por sacar de aquel entretenimiento al que tan gustosa y afanosamente estaban entregados los jóvenes, cabalgando por las sendas del delirio.
Tienda modelo "iglú"

Fue el caso que en cuanto la tiendecilla les cayó encima  pasaron, como por arte de "birlibirloque", de aquel profundo jadeo a un feroz vocerío, pues bien parecían  fieras enloquecidas, por todo el desafuero que les había ocasionado el desplome del chambao. Yo desperté de mi sueño, se me aligeró el corazón y tras lograr destrabarme  de aquella inoportuna atadura como buenamente pude, aligeré el paso para llegar, como un rayo, hasta donde se hallaban  mis acompañantes que, con sonoras carcajadas habían observado mi desventurado contratiempo. Mientras, los jóvenes de la tienda intentaban desliarse  del envoltorio en el que se hallaban a la vez que lanzaban improperios que yo no entendía y que asustaron a todo el vecindario. En un "santiamén" me introduje en mi escondrijo, al igual que hicieran mis acompañantes, para ocultar cualquier sospecha que pudiera delatar el  inoportuno incidente. Pronto llegaron los encargados del mantenimiento del orden intentando aclarar lo ocurrido. La pareja de infortunados, acalorada por lo acaecido,  no daban explicación suficiente y, cada cual en su lengua, jóvenes por un lado y guardianes por otro, convirtieron el tema en una Babel indescifrable, a la vez que nosotros intentábamos contener, a malas penas, una risa que pudo habernos supuesto la expulsión  del camping a horas tan intempestivas. Por eso que a la mañana siguiente, antes de descubrir con nuestros propios comentarios y chanzas  la verdad de lo acontecido, levantamos las tiendas y nos dirigimos a las Lagunas de Ruidera.

Lagunas de Ruidera
Conforman  estas Lagunas un paisaje exótico con estanques que se van sucediendo a diferente altura. Es un territorio menos frondoso que Cazorla,  algo más desolado, pero de una belleza natural igualmente deslumbrante. Nuestra estancia se abrevió por razones que no vienen al caso, pero si recorrimos todos y cada uno de los laguillos y aprovechamos para acudir a la famosa Cueva de Montesinos, en la que don Quijote pasara tan sólo una hora que le pareció tres días con sus tres noches y donde estuvo con Montesinos que, junto a otros, había sido encantado por el mago Merlín

Cueva de Montesinos
Pues bien, a la tal cueva bajamos nosotros también, no ya por vérnoslas con Montesinos o con su primo Durandarte, sino para conocer la sima.  Y, en verdad que si media hora estuvimos en el interior de aquel abismo, a mi me pareció una eternidad. Hizo de guía un viejo que como ayuda sólo disponía de una raquítica linterna. Cobraba el hombre cinco duros por persona y una vez hecho el cupo de seis, empezaba la aventura. Le seguíamos, alumbrados sólo por la tenue luz de su linternilla e íbamos deslizándonos, uno tras otro,  hacia el interior del  antro por un pasadizo resbaladizo y más oscuro que “bocalobo”. Una vez descendimos unos metros, hallamos un estanque de aguas cristalinas, visible sólo cuando el viejo deslizaba la frágil lucecilla hacia aquella superficie. Tuvimos que  pasar "a gachas" por más de un espacio, sostener el equilibrio como buenamente podíamos en aquel trecho angosto y oscuro,  trazado en la piedra  y, con "el corazón en un puño", agarrándonos a una pared de roca viva, intentar escapar de aquel  demoníaco lugar donde me pareció podían acabar nuestros días y noches para siempre. 

Don Quijote en la Cueva de Montesinos
Quiso el viejo hacernos ver el rostro de don Quijote en uno  de los frontales que destacaban,  pero  yo sólo vi una argucia para distraer nuestro pavor. Lo que sólo era una pequeña laguna subterránea, empezó a parecerme un colosal océano que sólo en una ocasión me atreví a mirar "de repelón", pues andaba más interesado en sujetarme adonde podía  y seguir al viejo que en apreciar las lindezas de la caverna. 

Pasado el estanque hubimos de ascender por una oquedad de la piedra, por la que apenas cabía la cabeza de un esquelético  ser humano, a lo que el viejo llamaba "subir por el ascensor". Agarrándonos a una cuerda, que más bien era una guita y que descendía por aquel agujero como si viniera del badajo de una campana, subió primero él viejo y el resto de los aventureros, uno tras otro, después. Así fuimos siendo paridos del vientre de aquella guarida. No fue un parto con dolor, sino el salir del vientre del horror para volver a  sentir el alivio de estar vivo, para regresar al simple sentido común de la vida. No me extraña que a don Quijote le parecieran tres días lo vivido en una sola hora y se encontrase allí con tanto encantamiento, aunque para él fuera un palacio lo que allí halló. El lugar fue el mismo, sin duda, para nosotros, pero sin palacio y sí como clara antesala del Infierno, pues por poco nos quedamos allí con Montesinos, Durandarte, su bella esposa Balerma y demás encantados. A veces he pensado si no sería el viejo la reencarnación misma del tal Montesinos.

Después de esto decidimos regresar a Albox y no experimentar en un tiempo más aventuras como la de la Cueva de Montesinos, no fuera que Merlín hiciese real en nosotros lo que sólo fue ficticio en don Quijote.

GLOSARIO:

Avezado: experimentado, veterano, ducho, diestro, curtido, acostumbrado.
Simbiosis: mezcla, fusión, unión.
Galguería: golosina, manjar.
Arroyuelo: diminutivo de arroyo. Torrente pequeño.
Chirlanco: estanque o charco de agua.
Hondonada: hondón, depresión, concavidad.
Iglú: habitáculo de los esquimales construido con trozos de hielo, en forma de media esfera, con una abertura para pasar
Tienducha: forma despectiva de "tienda".
Arreo: conjunto de herramientas usadas en un oficio. también los aperos que se ponen a las caballerías.
Tiendecilla: diminutivo de "tienda".
Bocanada: cantidad de aire, humo o líquido que se toma o expulsa por la boca.
Birlibirloque: por arte de magia, algo hecho de forma inexplicable, por medios ocultos y extraordinarios.
Jadeo: resuello, ahogo, ansia, fatiga, sofoco, resoplido
Desafuero: desorden, atropello, transgresión.
Chambao: techado o cubierta para guarecerse, para tener sombra, para resguardarse.
Cuerdecilla: diminutivo de cuerda.
Contratiempo:  suceso imprevisto que retrasa o impide hacer lo que se desea. Contrariedad.
Improperio: palabra o expresión con la que se insulta a una persona
Escondrijo: lugar apropiado para esconder algo.
Bocalobo: lugar muy oscuro y tenebroso.
De repelón: mirar de soslayo, de pasada, sin detenerse. Rozar algo sin golpearlo.
Guita: cuerda fina y corta. hecha de esparto o cáñamo.
Guarida: cueva, caverna, antro.

  


           
               Don Quijote y Sancho           Mago Merlín
    


       
                   Panorámica de Siles                      Pantano del Tranco

No hay comentarios:

Publicar un comentario