sábado, 29 de junio de 2013

EL PESCADORCITO URASHIMA

                                       LA TORMENTA

Cuando el crepúsculo empezaba a extender su manto sobre la aldea, la niña continuaba aún inmersa en su afán por adornar bellamente el pequeño altar. En aquel mismo rincón de la cueva se había refugiado con su madre, tiempo atrás, para resguardarse de una amenazadora tormenta cuando regresaban de coger la tápena que les ayudaba al sustento diario. Aquel lugar encerraba para ella un especial significado. Era su lugar sagrado. Allí su madre le contó cómo durante la guerra  tuvo que esconderse con sus dos hermanos menores para no ser castigados por las tropas rebeldes. A la vez que sacaban a su padre, arrastrándolo como si de un criminal se tratase, ella había escapado con los hermanos, como buenamente pudo, por un corralizo que había en la parte trasera de la casa. Le contó cuán difíciles fueron aquellos tiempos y que nunca más supieron del abuelo y cómo sobrevivieron arrancando barrilla para  fabricar jabón, esparto para hacer pleita  o grama para echar a una burrilla morena que les ayudaba en las tareas del transporte. 
La tormenta se prolongó y la noche se echó encima. No se atrevieron a salir y, acurrucadas contra la pared del covacho, pasaron un tiempo que se les hizo interminable. 
Pero no sólo le había contado durante aquella noche y en aquella oscuridad, iluminada sólo por el fuerte fulgor de los relámpagos, lo de la guerra o hablado de las penurias posteriores, sino que también le contó bellas historias de princesas y hadas, de duendes y de brujas. Tal vez fueron estas historias últimas las que llevaron a la niña a forjar en su imaginación la sensación de ser aquella una cueva encantada. Para ella, al menos, tenía el encanto del bello recuerdo de su madre. Por eso que se había creado la necesidad de erigir aquel altar. Durante todo el tiempo que permaneció en el covacho no pudo contener los sollozos ni las lágrimas. Seguro que sus tíos la habrían echado de menos y hasta estarían preocupados, pero aquello que estaba haciendo y aquel lugar eran infinitamente más importantes.
La niña dispuso unas piedrecillas y sobre las mismas, bellamente colocadas, depositó unas flores silvestres de aquellas que le gustaban a su madre. Ésta acababa de morir. ¡Maldita muerte,  contumaz e ineludible, pero cruel de forma especial con los más débiles! En tan sólo unos días, debido a unos carbuncos, producidos por una pequeña herida, mientras preparaba una carne de red que había muerto de manera extraña, había ido tomando forma una agonía imposible de detener. La impotencia crea su nido despiadado en los pobres, tornándose siempre en amargura y aciago  abatimiento.
Allí estaba ella, sola, desamparada, colocando sobre las piedrecillas las flores y sobre las mismas, la única fotografía que guardaba de su madre, de cuando ésta no contaba ni los 15 años. Al día siguiente volvería a retirarla, pero la foto permanecería  aquella noche en la cueva, como si de una "Vela de Santos" se tratase, como aquellas a las que había asistido en su compañía.
Lo último que recordó fue un bello cuento que aquella noche de tormenta  le había contado. Aún recordaba sus expresiones, sus gestos, su tono de voz, su encanto en el habla y cómo la tenía abrazada. Las lágrimas no cesaban de brotar de los ajos de la niña, resbalando suavemente por su cara, como el agua que brota del manantial. Y, recordando aquel cuento del "Pescadorcito Urashima", la niña se quedó dormida en la cueva.

                             EL PESCADORCITO URASHIMA


Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, vivía en la costa del mar de Japón un pescadorcito llamado Urashima. Era un chico muy inteligente y hábil con la caña y el anzuelo.
Un día que salió a pescar en su barca quiso el azar que fuera una tortuga, con una concha muy dura y una cara muy vieja, la que se quedara enganchada en la red. Como Urashima sabía que  las tortugas viven más de mil años, se dijo para sí:
-Un pez me sabría mejor para la comida. ¿Para qué matar este pobrecillo animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años más? No debo ser cruel y seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.
Y seguidamente sacó la tortuga de su red y la devolvió al mar. Poco después Urashima se quedó dormido en su barca, pues era un tiempo muy caluroso de verano, cuando nadie se resiste a echar una siesta. Cuando apenas se había dormido, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y le dijo:
-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi madre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue la tortuga lo que pescaste hace tan sólo un instante y devolviste generosamente al mar, sino que era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, que quería poner a prueba tu bondad. Ahora que ya sabemos cuán magnánimo es tu corazón, que repugna toda crueldad,  he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.
Tomó entonces Urashima un remo y la Princesa marina otro y remaron, remaron, hasta llegar al Palacio del Dragón, donde el dios del mar gobernaba sobre todos los peces, tortugas y dragones. ¡Qué fantástico lugar! Los muros del palacio eran de coral; las hojas de los árboles eran esmeraldas y los frutos eran rubíes; las escamas de los peces eran de plata y las colas de los dragones eran de oro. Urashima se casó con la Princesa y durante más de tres años vivieron muy dichosos, pero una mañana dijo Urashima a su mujer:
-Muy contento y feliz estoy aquí, pero necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre y a mis hermanos y hermanas. Permíteme ir por poco tiempo y pronto volveré. Te lo aseguro.
-No deseo que te vayas, -contestó la Princesa-, pues mucho temo que te ocurra algo terrible, pero si así lo deseas, vete. Toma esta caja, llévala siempre contigo y cuida mucho de no abrirla.
Prometió Urashima de hacer lo que la Princesa le pedía y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca y navegó y navegó hasta desembarcar en las costas de su país.
Pero, ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de su aldea? Las montañas estaban allí, como antes, pero no así los árboles. El arroyo que pasaba junto a la aldea seguía con sus aguas cristalinas, pero ya no estaban las mujeres que bajaban hasta él para lavar sus ropas. ¿Cómo podía ser que todo hubiese cambiado tanto en sólo tres años? Estaba Hisroshima en este desconcierto cuando acertó a pasar por allí un hombre al que le preguntó:
-¿Puede decirme, buen hombre, dónde está la choza de Hurashima, que se hallaba aquí antes?
El hombre contestó:
-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él si hace más de cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los hijos de sus hermanos, nietos y bisnietos hace siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la choza. Hace centenares de años que se convirtió en escombros.
Al instante acudió a su mente la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y sus frutas de rubíes, y sus dragones con cola de oro, debía ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la Princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía ahora permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto y hasta su propia aldea había desaparecido. 
Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volver de inmediato con su mujer, allende los mares. Pero, ¿cuál era el camino que debía seguir? ¿Quién se lo marcaría?
-Tal vez, -caviló él-, si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino de vuelta.
Así desobedeció las órdenes que le había dado la Princesa, o no las recordó en aquel momento, por lo muy trastornado que estaba. Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja y su sorpresa fue total cuando de ella vio salir una nube blanca que se fue flotando sobre el mar. Gritaba él en balde que se parase y fue entonces cuando recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que, después de haber abierto la caja, ya no habría medio de que volviese ala palacio del dios del mar.
Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa tras la nube.
De repente sus cabellos se volvieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas y su espalda se encorvó como la de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. y al fin cayó muerto en la playa. 
¡Pobre Urashima! Murió por desobediente y atolondrado. Si huebiese hecho lo que le ordenó la Princesa, hubiese vivido aún más de mil años. 

(Cuento popular japonés. Versión de Juan Valera)

GLOSARIO:

Tápena: denominación que se da  a la alcaparra en gran parte de la comarca.
Corralizo: corral pequeño. 
Covacho:     uso de "cueva" en forma despectiva. 
Carbuncos: enfermedad infecciosa y contagiosa del ganado bovino y ovino, producida por una bacteria, que puede ser transmitida al ser humano. Antrax.
Vela de Santos: rezos que se hacían en ocasiones especiales para pedir la intercesión de algún santo.
Siesta:  costumbre de descansar durante un no muy largo espacio de tiempo a la hora del mediodía. Su nombre procede de "sexta", hora sexta romana, en torno a las doce del día, hora solar. Está muy extendida en España y otros países mediterráneos, latinoamericanos y asiáticos.
Allende: "al otro lado",  "más allá de..."
    

                                              
                                                      
                                       

jueves, 30 de mayo de 2013

EL GALLO ORGULLOSO

NUEVA ETAPA DE HISTORIAS,     
CUENTOS Y RELATOS VARIOS

Tras haber dado por finalizada la tanda de adaptación de CUENTOS TRADICIONALES y ROMANCES DE CORDEL, cuentos y romances que conocí siendo niño, no quiero perder la oportunidad de continuar recreando la imaginación en otras historias, cuentos y relatos que en tiempos tan convulsos sirvan para alejar el fantasma de la desesperanza, el desánimo y la frustración con todo aquello que la vida real ofrece. 

Es por eso que tal vez no esté de más mantener viva a través de este BLOG la fantasía, la imaginación con historias que nada tienen que ver con la realidad que ofrece cada amanecer y que no es otra que aquella con la que nos retiramos cada noche, aunque, eso sí, con la esperanza de que el despertar de un día traiga una imagen más dulce: que los pobres sean menos pobres y los ricos menos ricos; que no se mate en nombre del dinero o de los dioses; el amanecer en el que "no seamos nuestro demonio ni hagamos de este mundo 
nuestro propio infierno", como dijera Oscar Wilde, aunque esto parece más bien propio de un cuento.
                              
Quizás todo comience por dar a toda  la juventud del mundo la mejor herramienta que se le puede dar: una adecuada preparación intelectual, tan privativa siempre de las clases pudientes, temerosas éstas de que les sea arrebatado el poder por el arma más poderosa de la que el ser humano dispone, la propia educación y formación intelectual.

Como parte esencial de la formación de la persona está el enriquecer la mente con lecturas colmadas de fantasía, de ingenio, de arrojo, de bondades y maldades con las que ir marcando en el espíritu los diferentes comportamientos de los humanos. Decía  George Goschen lo siguiente:

         "Lo que deseo para los jóvenes son libros y narraciones que no se limiten a tratar de la vida cotidiana. Quiero que la fantasía, incluso la de los más pequeños, se alimente de algo más que las imágenes de sus pequeñas vidas y confieso que siento pena por los niños a los que no se les estimula la imaginación mediante bellos cuentos de hadas que los transporten a mundos diferentes de los que conocerán a lo largo de su vida... Creo firmemente que lo que les aparta de vez en cuando de la rutina es mejor que lo que los mantiene en ella a toda costa." (Estracto sacado de la obra"El arte de contar cuentos" de Marie L. Shedlock)

En esta nueva etapa la mayor parte de las narraciones no serán adaptaciones personales de cuentos que llegaron a mi por tradición oral, sino que estarán tomadas de obras publicadas por magníficos recopiladores de cuentos y leyendas, o de autores de las mismas. Sólo está en mi ánimo el darlas a conocer a quienes son amantes de este género. Daré comienzo con el cuento del "GALLO ORGULLOSO", ese que controla los vientos desde las torres de los campanarios. 

                                      EL GALLO ORGULLOSO                                 

Había una vez un gallo que era tan terriblemente orgulloso que podría haberse pasado la vida sin decirle nada a nadie. Abandonó su casa, pues era indigna de su posición y no podía tener una traba como esa en su vida y lo mismo hizo con sus amistades.
Un día, mientras daba un paseo, pasó cerca de unas pequeñas chispas de fuego que estaban a punto de de extinguirse. Éstas le imploraron:
-Por favor, avívanos con tus alas para que podamos volver al vigor de la vida.
Pero él no se dignó a responder y, cuando se alejaba, una de las chispas le dijo:
-¡Muy bien!, nosotras moriremos, pero nuestro hermano mayor, el fuego, se vengará por tu actitud.
Otro día estaba tomando el fresco en un prado, pavoneándose de sus soberbias vestiduras cuando una voz que venía de alguna parte le dijo:
-Por favor, ten la amabilidad de arrojarnos de nuevo al agua.
Miró a su alrededor y vio unas gotas de agua: estaban separadas de sus amigas del río y saltaban muy apenadas.
-Oh, por favor, sé bueno y llévanos de nuevo al agua-, decían.
Pero, sin mediar palabra, se las bebió. Era demasiado orgulloso y demasiado grande para perder su tiempo en un charquito de agua. Pero las gotitas dijeron:
-Nuestra hermana mayor, el agua, te dará una buena lección, criatura insensible.
Algunos días después, durante una tormenta terrible, con truenos y rayos, el gallo corrió a cobijarse en una cabaña abandonada; entró, cerró la puerta y pensó: "Yo soy inteligente, pues estoy aquí tan cómodo. ¡Qué estúpida es la gente que está en la calle con una tormenta como ésta! ¿Qué es eso?", -pensó-, "No había oído ese ruido antes."
Pasado un rato, se oía mucho más fuerte y, después de unos minutos más, se convirtió en un perfecto alarido. "Oh", -pensó- "no puedo soportarlo. Tengo que detenerlo, pero ¿qué es lo que tengo que detener?"
Pronto descubrió que se trataba del viento que soplaba a través de la cerradura, así que tapó el orificio con un poco de arcilla y, de este modo, el viento descansó. Estaba muy cansado de soplar durante tanto tiempo a través de la cerradura, así que dijo: "Si alguna vez tengo la ocasión de devolverle su buena acción a esta magnífica ave, lo haré."
Unas semanas después el gallo miró hacia el interior de una casa; rara vez iba por allí, porque el avaro al que pertenecía casi se moría de hambre, así que tampoco iba a haber nada de comer para nadie más. 
Para su sorpresa, vio al hombre inclinado sobre un caldero que estaba al fuego. Más tarde, se volvió a coger una cuchara para mover el puchero y, entonces, el gallo se asomó y comprobó que estaba cocinando sopa de ostras, porque había visto algunas conchas entre las cenizas, y que para darle color había añadido al brebaje unas monedas de medio penique.
El avaro se dio rápidamente la vuelta, mientras que el gallo examinaba la olla y, riéndose para sí, exclamó: "¡Después de todo puedo hacer caldo de pollo!"
Metió el gallo dentro del puchero y lo tapó. El ave, sintiendo el calor, dijo: 
-¡Agua, agua, no hiervas!
Pero el agua le respondió:
-Tú te bebiste a mis hermanas pequeñas, así que no me pidas ningún favor.
Así que se dirigió al fuego:
-¡Oh, fuego, no hagas que hierva el agua!
Pero el fuego replicó:
-Una vez dejaste que mis hermanas pequeñas muriesen, así que no esperes que me apiade de tí.
De modo que se avivó e hizo que el agua hirviera con más rapidez. 
Al final, cuando el gallo sentía un calor insoportable, pensó en el viento y lo llamó:
-¡Oh, viento, ven en mi ayuda!
Y el viento respondió:
-Ese noble animal tiene problemas; le ayudaré.
Así que bajó por la chimenea, apagó el fuego, quitó con su fuerza la tapa de la olla y sacó al gallo de ella para depositarlo en un campanario en el que permanece desde entonces. Se dice también que este singular color que tiene  lo debe a las monedas que hirvieron con él en el puchero. 
 (Cuento recogido por Marie L. Shedlock en su obra "El arte de contar cuentos")

GLOSARIO:

Traba: impedimento
Avivar el fuego: hacer que recupere vigor.
Pavonearse: ser orgulloso y soberbio dándolo a entender.
Charquito: diminutivo de charco, agua que se halla estancada en el suelo.
Avaro: persona insaciable de riquezas y que nada comparte con los demás.
Brebaje: caldo de aspecto desagradable.
Caldero:  recipiente metálico, de fondo redondeado, esférico y con una sola asamóvil y que sirve para contener líquidos.
Olla: recipiente de arcilla o metal, redondo y hondo, con una o dos asas y que se usa para cocinar.
Puchero: recipiente redondo, algo alto y abombado, con la boca ancha y una o dos asa.  Sirve para cocinar.


El gallo de la veleta

martes, 23 de abril de 2013

EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS


                    EL ARTE DE CONTAR HISTORIAS

En incontables ocasiones me he preguntado a mí mismo si he contado “bien” alguna vez un cuento o una historia, no hallando jamás una respuesta que me satisfaga. La pregunta me la he formulado tanto cuando he relatado en el aula como cuando lo he hecho fuera, o bien ahora, por escrito, con este intento de dejar en la memoria cuentos tradicionales que yo considero maravillosos.
Para nada me considero un “cuentacuentos”, sólo un admirador de quienes poseen esa magia y un entusiasta a la hora de querer mantenerlos en el recuerdo. Por eso que sólo he procurado revivirlos y, si es posible, eternizarlos de la mejor forma posible en este blog de “LA FUENTECICA”.
Tal y como Marie L. Shedlock refleja en su obra “El arte de contar cuentos”, acerca  “del peligro de oscurecer lo esencial de la historia con demasiados detalles”, considero que yo he sido y soy muy propenso a cometer este error y por ello pido disculpas.
Expone Marie L. Shedlock perfectamente el riesgo de estropear una narración que, pudiendo ser bella, termine por aburrir por el mencionado defecto.

El ejemplo que pone es el siguiente:
Intentaba Sancho Panza contarle una historia a Don Quijote que transcurrió así:

-“En una villa de Extremadura había un pastor, no, quiero decir un cabrero. Bueno, pastor o cabrero, se llamaba Lope Ruiz y este Lope Ruiz  estaba enamorado de una  pastora llamada Torralva, que era la hija de un ganadero rico y este rico ganadero…”

-“Si tu historia es así, Sancho”, -dijo Don Quijote,- “vas a tardar dos días en terminarla. Cuéntala de manera más breve, como haría cualquier hombre sensato o cállate”.

-“La cuento como se cuentan las historias en mi tierra”,-respondió Sancho,- “y no lo puedo hacer de otra forma, así que no me pida mi señor que mude mis costumbres”.

-“Cuéntala como quieras, entonces”, -dijo Don Quijote,- “ya que mi sino es escucharla, continúa pues”.

Sancho prosiguió: 

-“Miró a su alrededor hasta que descubrió a un pescador que se le acercaba en su barca, pero ésta era tan pequeña que sólo cabía en ella una persona y una cabra. El pescador entró en ella con una cabra; al cabo,  volvió a la  orilla y tomó otra cabra; más tarde volvió a por otra. Lleve la cuenta de las cabras que transportaba el pescador, señor, porque si perdiese tan sólo una, la historia terminaría y sería imposible decir una palabra más…continuaré entonces… Volvió a por otra cabra, y luego otra, y otra…”

-“Supongamos que ya ha transportado todas”, -dijo Don Quijote,- “¡o es que vas a estar transportando cabras todo el año!”.

-“Dígame, ¿cuántas han pasado ya?”

-“¿Cómo voy a saberlo?” -respondió Don Quijote.

-“Lo ve. ¿No le dije que llevara la cuenta? La historia tiene su final pero no puedo continuar”.

-“¿Cómo puede ser eso?”- replicó Don Quijote -“¿Tan esencial es para la historia saber el número exacto de cabras que pasaron que si se comete un error no se puede continuar?”

-“Eso es”, -respondió Sancho Panza.
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Este pequeño relato viene a demostrar que un exceso en los detalles puede ser nefasto para el éxito de cualquier narración ya que puede llegar a obstaculizar la imaginación del oyente o del lector, haciendo perder de esa forma el interés por la misma.
Considero que las más de las veces he cometido el error de Sancho al excederme en detalles, tanto en las introducciones como en los cuentos e historias que aparecen en el blog, aunque debo decir que no entraba en  mi intención cansar al lector.
Sea como fuere, quiero en éste mi último cuento, "EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS", plantear esta cuestión que, en cierto modo, me inquietaba, y disculparme una vez más por ello. Con esta bella historia doy por finalizada la tanda de cuentos tradicionales y romances que tanto recrearon mi imaginación y fantasía durante mi niñez. Espero que sirvan para el disfrute de todas aquellas personas amantes de este fabuloso género. 

             EL CASTILLO DE IRÁS Y NO VOLVERÁS

Hace ya muchos, muchísimos años, había un matrimonio  muy pobre que ni para comer tenían. Vivían a las orillas de un lago y no tenían más sustento que aquello que el marido pescaba cada día. Cada mañana acudía con su caña hasta la orilla, esperando pacientemente conseguir algún pez con el que aliviar el hambre que padecían.

Un día de mañana, muy temprano, se dirigió hacia el lago. El tiempo se ponía feo, pues negros nubarrones asomaban  tras las montañas amenazando con descargar su furia sobre aquel lugar. Él esperaba paciente, pero  fuese por la razón que fuese, nada se acercaba, hasta que, ya completamente desanimado, vio que un pequeño pececillo picaba el anzuelo. Poco era para él y la mujer, pero “menos es nada”, así que tiró con fuerza de la caña y sacó el pez que, asustado, le dijo al pescador:

-Por favor, no me lleves a tu casa. Ya ves que soy pequeño. Devuélveme al agua y el año que viene ya habré engordado.
-Lo siento, pero eso ni lo pienses-, replicó el hombre- Nada tenemos para llevar a la boca, ¿cómo crees que vamos a pasar si no la noche?
-Vale-, repuso el pececillo. -Llévame si ese es tu deseo y tan grande es tu necesidad, pero ten muy en cuenta lo que voy a decirte: “Cuando terminéis de comerme, recoge bien todas las raspas (espinas)  y las entierras debajo de la noguera que hay junto a tu casa. Pero, primeramente, elige  las dos más grandes y las guardas. Después de ocho días vuelve al lugar donde has enterrado las raspas y hallarás  a dos preciosos niños gemelos.  Cuelga al cuello de cada uno una de las espinas que guardaste, pues los protegerán de todos los males.”

El pescador hizo tal y como el pez le había indicado y, una vez que se lo comieron, guardó las raspas (espinas) debajo de la noguera que había junto a la choza. A los ocho días acudió a la noguera hallando a dos preciosos niños que llevó hasta su mujer colmado de júbilo, pues no habían tenido hijos. Luego hizo un collar y colgó una espina en el cuello de cada uno de  los niños.

Transcurrieron los años y los chiquillos crecieron. Los padres eran muy mayores y el padre, que se había quedado casi ciego, ya no podía ir a pescar. Los hijos tampoco hallaban acomodo ni trabajo en aquellas tierras, pues eran además bastante inhóspitas. Una noche, mientras los padres dormían, dijo el hijo mayor a su hermano:

-Hermano, ya ves lo difícil que es la vida aquí. Padre y madre ya están viejos y ni para alimentarlos tenemos. Bien está que tú permanezcas junto a ellos para su cuidado. Yo partiré esta misma noche en busca de una mejor fortuna para todos. Toma esta "botella de agua" y no te separes de ella. Si el agua cambia de color es porque algo malo me está ocurriendo. Si fuese así, acude de inmediato en mi ayuda.

Así hizo el joven, que emprendió su marcha aquella misma noche. Anduvo leguas y leguas, cruzando llanuras y montañas por cientos. Así días y más días, hasta que una noche, cuando se había detenido a descansar, divisó unas luces sobre una montaña y hacia aquel lugar se dirigió. Por el camino iba cuando se encontró con unos arrieros a los que preguntó si conocían el sitio al que él se dirigía:

-El lugar al que te diriges,- le contestó un arriero-, es una aldea que se halla junto a un castillo. Allí nadie puede llegar, pues en el bosque que rodea el lugar hay un monstruo de siete cabezas que protege la aldea y el castillo de cualquier enemigo, pero, a cambio, cada año el monstruo se lleva a la joven más guapa de la aldea. Este año, según dicen, se llevará a la hija del rey, que ha prometido que si alguien da muerte al monstruo antes de que se la lleve, podrá casarse con ella.

El chico se quedó pensativo, pues creyó que ya había encontrado la solución a sus problemas. Se despidió de los arrieros y decidió descansar para emprender su aventura a la mañana siguiente. Anduvo aún un gran trecho hasta aproximarse al bosque que rodeaba la aldea. De pronto surgió de entre la espesura y oscuridad de los árboles una terrorífica bestia de siete cabezas, mitad engendro de serpiente, mitad engendro de león, que se abalanzó con silbidos horribles sobre el chico. La lucha era desigual, pues la fiera lo  atrapó de tal forma que ya lo tenía casi ahogado, cuando el muchacho se acordó de lo que le había dicho su padre acerca de  la espina que le había sujetado al cuello.  Agarró la raspa con fuerza y se la clavó al monstruo que empezó a dar unos alaridos tan terribles que retumbaban en todas aquellas montañas y pusieron en espanto a todas aquellas criaturas, metiéndose en sus casas durante varios días con sus noches.

El joven, una vez que sucumbió la bestia, aunque estaba exhausto, le cortó las siete lenguas, guardándolas en su fardelillo. Tan rendido estaba que buscó un lugar seguro para descansar, acostándose en una cuevecilla y durmiendo más de tres días seguidos. Cuando despertó decidió ir a ver al rey y hacerle conocedor de cómo le había dado muerte  al monstruo, así que cogió su hatillo y se puso en camino hacia el castillo.  Pero,...¡oh mala suerte!, pues al llegar se llevó una desagradable sorpresa; y es que le prohibieron ver al rey, ya que se hallaba celebrando las bodas de su hija.

-¿Cómo puede ser esto?-,  preguntó el chico a uno de los soldados que guardaba el castillo.
-Ayer un labriego dio muerte al monstruo y el rey casará a su hija con él-, repuso el soldado.
-¡Es imposible! Tengo que hacer algo y demostrar la verdad-, se decía el joven a si mismo.

Decidido a que el rey lo escuchase, trepó por una pared hasta lograr introducirse por entre las almenas y llegar a la torre misma donde ya se empezaban a celebrar los esponsales. El rey, al verlo, gritó encolerizado llamando  a sus vasallos:

-¡Prended a ese hombre y llevarlo hasta las mazmorras más profundas!
-Majestad, os ruego que tengáis la bondad de oírme!-, suplicaba el joven en tono de gran humildad. -Esta boda no debe de celebrarse. El aldeano es un impostor, él no dio muerte al monstruo.

El rey decidió escucharlo y, aunque no daba crédito a tales palabras, le dijo:

-Venga, joven, habla y di lo que tengas que decir, pero si mientes, serás ahorcado en el patio del castillo.
-No, majestad, no miento. He sido yo quien ha matado al monstruo.
-Lo podrás probar, porque de lo contrario, bien sabes lo que te espera.
-Esta es la prueba, majestad. Aquí están las siete lenguas de las cabezas del monstruo. Yo lo maté. Ahora mirad si las cabezas que trajo el aldeano tienen lenguas o no.

El rey, al comprobar la verdad, mandó al aldeano a prisión y organizó la boda de su hija con el joven héroe que había logrado la muerte del salvaje animal. Duraron las bodas y tornabodas varios días y noches. Una vez acabadas, se dirigieron los nuevos esposos a su habitación, en la parte más alta del castillo. Desde allí se contemplaban unas luces a lo lejos que rodeaban un extraño castillo. El joven se asomó a una ventana para respirar aire fresco y, al observar aquel lejano paisaje, preguntó a la princesa:

-Amada mía, ¿qué es aquello que se observa a lo lejos?
-Es el “Castillo de Irás y no Volverás”- respondió la princesa. –Sólo se sabe que allí habita una terrorífica y malvada bruja. Todos los que van, desaparecen, pues  jamás alguno de ellos ha regresado. Son terrenos de mi padre, pero la bruja se los usurpó. Él ha prometido entregar el castillo y todas las tierras a quien derrote a la bruja hechicera.

Entonces el joven tuvo una idea, pues era valiente y atrevido como nadie. Cuando la princesa ya dormía, se levantó muy despacio, cogió una espada, subió en el mejor caballo del rey y se dirigió hacia el "Castillo de Irás y no Volverás". Cuando llegó vio a miles de seres humanos tumbados en el suelo, presa todos de un profundo sueño. Intentó despertarlos, pero, mientras lo hacía, la bruja le lanzó desde una ventana del castillo un maléfico polvo, quedándose, al instante, dormido junto  a los demás. En aquel preciso momento, el hermano, que nunca se había separado de la botella, observó que el agua que contenía cambiaba de color. Todo preocupado, sin decir nada a los padres, salió de la cabaña y durante días y noches atravesó tierras y lagos, montes y valles hasta llegar a la aldea. Era muy tarde cuando divisó la aldea y el castillo y hacia allí se dirigió. La princesa, que durante todos esos días no había dejado de llorar, siempre asomada a la ventana, vio aparecer al hermano de su amado a lo lejos. Bajó rápido a recibirlo, creyendo que era su esposo, pues eran iguales, y le dijo:

-Amado mío, ¡cuánto te he echado de menos! ¿Dónde has estado todo este tiempo?

El joven que se dio cuenta de la confusión de la princesa, para no preocuparla, le contestó:

-Fui a ayudar a mi hermano, que se encuentra en apuros.

Ya tranquila la joven, así que el muchacho se repuso y comió, lo acompañó hasta la habitación, convencida de que era su marido. Pero, al asomarse a la ventana, el joven preguntó  a la princesa:

-¿Qué castillo es aquel que se divisa desde aquí?
-¿Pues no te dije que es el "Castillo de Irás y no Volverás"? Por favor te ruego que no vayas, pues nadie ha vuelto jamás de aquel lugar.


Fue entonces cuando el chico comprendió que podría ser en aquel castillo donde su hermano se hallase en peligro. Esperó a que la joven se durmiese, cogió una espada, subió en un veloz caballo del rey y salió del castillo hacia donde se encontraba el hermano. Al llegar, encontró a su hermano dormido en el suelo, junto a otras muchas personas, y también había príncipes y princesas encantados. Bajó del caballo e intentó despertar al hermano mientras la bruja le lanzaba aquel misterioso polvo del sueño. Sin embargo, algo empezaba a ir mal para la hechicera, pues el polvo no hacía efecto en el joven. La bruja, llena de rabia y cólera se lanzó desde la ventana hacia donde estaba el muchacho, agarrándolo del cuello con sus terroríficas uñas, apretando con tanta fuerza que a punto estuvo de acabar con su vida. Estaban en un infernal combate, intentando el joven desprenderse de las garras de aquella fiera hechicera, cuando recordó lo que le dijo su padre, que cuando se viese en peligro echase mano a la raspa que colgaba de su cuello. Eso hizo, clavándola en una de las manos de la hechicera que quedó paralizada y, tras un grito espantoso, se descompuso en un humo negro que se perdió por aquellas montañas para siempre.

Así que el sol empezaba a lanzar sus primeros rayos sobre el castillo de “Irás y no Volverás”, todas aquellas criaturas encantadas por la bruja empezaron a despertar. Le dieron las gracias al joven por haberlos sacado del hechizo de la bruja y con gran alborozo se dirigieron todos al castillo del rey. Allí salieron a recibirlos con gran júbilo y, la princesa, al ver que su amado no era sólo uno, sino dos y que, además, venían acompañados de todos los valientes que se habían atrevido a enfrentarse a la bruja y también de las princesas que aquella había encantado y hechizado, quiso saber todo lo que había ocurrido. Los hermanos le contaron la historia a la princesa y al rey. Éste, muy contento por la valentía de los jóvenes, mandó ir a buscar a los padres, a los que regaló el "Castillo de Irás y no Volverás”, donde vivieron tranquilos y felices el resto de sus días.



El hermano que se había casado con la princesa se convirtió en heredero del castillo a la muerte del rey y su hermano menor fue su consejero para siempre, heredando además el "Castillo de Irás y no Volverás" a la muerte de sus padres.

De esa manera todos fueron felices y comieron perdices y así termina para siempre el cuento del “Castillo de Irás y no Volverás”

GLOSARIO:

Raspa de pescado: cada una de las espinas que tienen los peces.
Aliviar el hambre: rebajar el hambre por medio de algún alimento
Noguera: nogal. Es un gran árbol caducifolio de entre 25 a 35 metros de altura y un tronco que puede superar los dos metros de diámetro. Árbol que produce nueces.
Chiquillos: denominación que se da a los niños en Andalucía.
Choza: cabaña de caña, barro y material de desecho. Chabola.
Legua: medida de longitud de. La legua castellana se fijó originariameente en 5.000 varas castellanas, es decir, 4,29 km, quedando establecida en el siglo XVI comoi 20.00 pies castellanos, es decir, entre 5.572 y 5.914 metros.
Arriero: persona que va de un lado a otro con animales de carga (burra, mula, caballo, etc.)
Fardillo: diminutivo afectuoso de fardo. Hato. Pequeño morral o mochila en la que se llevan cosas imprescindibles.
Hatillo: diminutivo de hato. Fardo, morral, mochila.
Mazmorra: prisión subterránea.
Usurpar: quitar, robar, arrebatar, confiscar. Apoderarse de un bien o derecho ajeno, generalmente por medios violentos.
Hechizo: práctica mágica de influencia maléfica y control sobre la persona hechizada que realizaban hechiceras y brujas.
   
Sancho cuenta su historia

                                                       
                                       
Serpiente de las siete cabezas


                     
Castillo de Irás y no Volverás
    
 FIN de la adaptación de CUENTOS TRADICIONALES