A mi señor don Diego de la Caparrota. En repuesta acerca de su indagación sobre lo acontecido por estos pagos a un tal señor conocido con el sobrenombre de “El tío Almionao”, para hacerlo constar en sus escritos de historias, cuentos y entretenimientos, cabe decirle que fue muy real y serio lo que al respecto escuchose y comentose entre las muchas y muy diversas habladurías de las gentes. Este humilde servidor suyo oyólo contar a una mujer mayor, menuda como un alpiste, enjuta y algo encorvada, siempre de luto, con un ojo cerrado y el otro blanco y sólo a medio abrir, a la que denominaban “La Peseta”. Vivía en Los Santiaguillos, cerca del lugar conocido como la Fuentecita, adonde solía llevar la susodicha mujer una borriquilla tan de luto como ella misma y que, a mi entender, era toda su pertenencia. La llevaba allí para que se alimentara de trigueras, cañas, gramas, así como yerbas varias, de todo lo cual apenas iba quedando rastro, pues otro alimento no había para el pobre animal, teniendo siempre el suelo de lamido cual suela de alpargata. Podrá creer que casi morían de escasez tanto la dueña como la bestia. Llegué a pasar por aquel sitio de la Fuentecica, acompañado que iba de mi madre, pues veníamos de labores del campo, cuando ya a aquella hora un gélido vientecillo cortaba el rostro y la prisa por llegar era mucha, pues era noche de San Antón y debíamos preparar la fogata para rogar al Santo protegiera nuestros animales, al igual que hiciéramos en Santa Lucía para pedir por la vista, cuando tropezamos con la tía Peseta siéndonos obligado detenernos a escuchar a lo que viose sometido el tío Almionao por imposición de su mujer, la tía Rosa, y la muerte de la pava.
Sin más paso a relatarle los hechos que nos contara la tía Peseta y que para unos pueden servir de divertimento y para otros de desconsuelo y quebranto, por la humillación a la que, a mi entender, viose abocado nuestro protagonista. Sepa vuestra merced que yo sólo cuento lo que de la Peseta escuché. No a mucho tardar espero enviarle nuevas y jugosas leyendas. Ahora paso, sin más dilación, a exponerle lo que en la Fuentecita aprendí, dejando a su consideración el juicio que los hechos le merezcan y que a mí se me antojan tan extraños como imposibles, generando gran confusión en mi espíritu sobre su certeza .
Suyo
El Candil de la Fuentecica
UN DESCUIDO CON CONSECUENCIAS
Es ésta una historia que, a fe mía, es de dudosa veracidad, pero que la Peseta nos contó un frío día del año catapún. Según ella afirmó, había ocurrido varios años atrás en el lugar conocido como Las Cuerdas y donde vivía este matrimonio ya entrado en años y del que va esta historia. Su pequeña y más bien pobre vivienda estaba situada sobre un pequeño montículo o cerrete que todos conocíamos como el Cerro del Grajo, pues cuando éste volaba a la altura del cerrillo ya se sabía que haría un frío del carajo.
Es ésta una historia que, a fe mía, es de dudosa veracidad, pero que la Peseta nos contó un frío día del año catapún. Según ella afirmó, había ocurrido varios años atrás en el lugar conocido como Las Cuerdas y donde vivía este matrimonio ya entrado en años y del que va esta historia. Su pequeña y más bien pobre vivienda estaba situada sobre un pequeño montículo o cerrete que todos conocíamos como el Cerro del Grajo, pues cuando éste volaba a la altura del cerrillo ya se sabía que haría un frío del carajo.
El señor “Almionao” cuyo nombre bautismal era Manuel y el de su señora Rosa, habían traído a la vida varios hijos e hijas sacándolos adelante con penurias y estrecheces debidas a las prolongadas sequías, sin cosechas ni ayudas que permitiesen la supervivencia, tanto es así que bien pudieron haber fenecido en los albores mismos de su entrada en este jodido mundo, dado como andaban las cosas por aquel tiempo. Mas quiso la suerte que, pese a lo solitario del lugar, llegasen noticias del buen acomodo y vida que podrían disfrutar en Barcelona si es que hasta allí decidían marchar. Así fue como varios de estos hijos, tras componer unos tristes trapos en un más que diminuto hatillo, pusieron rumbo en busca de mejor fortuna, no sin antes haber desparramado buena cantidad de lágrimas entre sollozos y despedidas, y no ya tanto por lo que dejaban atrás, sino mucho más por la incertidumbre de lo que les aguardaba. Mas quiso el azar que la buena fortuna les sonriese a todos ellos y al poco ya mandasen noticias sobre abundancias inconmensurables, y memorias y recuerdos para aquellos que no se habían atrevido a probar suerte.
Más pronto que tarde la tía Rosa entró en ansias de viajar a Cataluña para ver a sus hijos y las maravillas que de allí contaban. Por aquellos entonces no era ya difícil viajar desde Albox, pues de la posada de "la Angustias" salía cada semana para Barcelona una "alsina" de las de la época, propiedad de un tal señor conocido como “El Chaleco”.
Y aunque había sus inconvenientes, pues la señora Rosa tenía animales que cuidar y otras faenas caseras, pudo más su obsesión por la marcha que las obligaciones, dejando éstas por encargo al tío Almionao. Entre otras cosas, tenían por aquel entonces una pava empollando docena y media de huevos. Y ya se sabe cómo son las pavas en época de empollamiento. Pero, como digo, su ansia y desesperación llegaron a tal extremo que preparó, sin más, sus enseres, no sin antes haber advertido debidamente a Manuel que los polluelos tenían que estar correteando por entre las paletas a su regreso, que echase un vistazo al avilanejo y a los cuervos, no fuesen a cebarse en los pollicos, y que cuidase de la pava lo suficiente como para que la pollada no peligrase, hablándole de esta manera:
-Ingéniatelas como quieras, Manuel, pero la nidada no puede perderse, pues ya sabes lo necesitados que andamos. Bien sabes lo delicada que es la pava cuando empolla, que sólo come si le atragantas el panizo y el “amasao”. Procura que no se muera. Dentro de unos ocho días nacerán los pollos. Yo me voy a Barcelona, a ver a los hijos.
A la madrugada siguiente Manuel acercó en la burrucha a Rosa hasta el pueblo, a que tomara "la alsina". Se despidieron y regresó él a casa cuando ya amanecía. El día sería demasiado corto para sacar adelante todo lo que tenía por hacer: las cabras, el queso, la marrana de cría, ir a coger unas almendrillas y no olvidar…la dichosa pava. Él era algo calzonazos y tenía muy en cuenta lo que le decía la mujer, amén de ser lento y tranquilo como una tortuga, algo que irritaba sobremanera a la tía Rosa.
Así transcurrieron varios días, olvidando en ocasiones la existencia de la pava, ya que ésta no pedía comida. Pero quiso la mala fortuna que un día, al llegar a la canasta donde empollaba el animal, se encontrase con una estampa que jamás habría querido, pues la pavilla estaba más tiesa que un ajo. La calma y parsimonia de Manuel se tornaron en nervio, preocupación y ansiedad, pues no sabía qué hacer, qué camino tomar, adónde acudir. La claridad del día se le volvió negrura. Como en el cuento de la Lechera: “¡adiós pava y adiós pollos!”. Pero, sobre todo, ¿qué pasaría cuando volviese Rosa? Ese sí que sería un trance difícil. Pensó y repensó, el alma se le encogía ante el pánico que le producía el reencuentro. Había que tomar una decisión y tenía que hacerlo rápido, pues de lo contrario, los huevos se volverían gárgoles. Ante la ofuscación y la negrura de la situación sólo veía una salida: ponerse él a empollar. No había tiempo que perder.
Sacó los huevos de la canasta, pues en ella él no entraba, puso paja en una espuerta estercolera y colocó los huevos. La llevó a la estancia más cálida, que era el corral donde estaba la burra, se puso un refajo de franela, el de más abrigo que tenía la tía Rosa y, en cuclillas, se colocó para abrigar los huevos. Estuvo así días y noches, tantas que perdió la cuenta. Descuidó por completo todo lo demás, dejó de comer, como la pava, y parece que adquirió la lluecura misma que el animal tenía, llegando a gorjear como lo hiciera la mismísima pava. Ya ni abría la puerta de la casa para otros menesteres y se olvidó de todo. Sólo echaba de comer alguna que otra vez al resto de animales y esto porque los oía gruñir, graznar o cacarear debido a la hambruna por la que atravesaban.
Al cabo del mes volvió la tía Rosa. Él no había ido a esperarla, aunque ella le había mandado recado acerca de su regreso, pero no se lo habían dado por no haberlo visto ningún martes en el mercado. Llegó a la casa y se extrañó mucho al ver todo cerrado y sin bicho viviente por los alrededores. Empezó a llamar y a aporrear la puerta, pero ni señal de vida. Se imaginó lo peor, a la vez que insistía llamando a grandes voces, hasta que oyó como unos lamentos que provenían de los corrales y unos tristes graznidos de cabra desesperada en la tardanza por salir a la calle y por la no menos necesidad de alimento. Hacia aquella parte de la casa se dirigió Rosa gritando el nombre de Manuel, hasta que éste apareció, empapado en sudor, envuelto en aquellas ropas que más bien parecían una mortaja, sin afeitar y enfundado en una capa de mugre que semejaba más una gigantesca leva de estiércol que criatura humana. Y por si fuera poco, tenía temblores y convulsiones como si de un patatús se tratase y parece que no era sólo por pura hambre, sino más por miedo a Rosa, ya que los huevos seguían intactos.
La imagen que ofrecía era, según cuentan, de alma en pena que volvía del mismísimo purgatorio. Y así era en verdad. La mujer se compadeció al verlo, sin saber bien si acercarse o no. Le habló y contestó él en un lenguaje trabado, explicando la enorme desventura por lo ocurrido. Rosa rió y lloró a la vez, haciéndole comprender que no se preocupara, que en breve pondrían rumbo a Barcelona y que para nada necesitaban ya ni de pava, ni de pollos, ni de cabras ni de nada. Él se repuso en unos días con los buenos caldos que la mujer le hizo, vendieron todo cuanto tenían, echaron la llave al cortijo y atrás quedó toda esta historia de la pava, que no por extraña puede que fuese real. Y dicen los que aún ven al tío Almionao que lo del habla no se le ha ido del todo, que aún gorjea como la pava. Y si queréis comprobarlo, terminó diciendo la tía Peseta, no tenéis más que ir a Barcelona, que es allí donde ya viven, junto a los hijos e hijas.
Yo sólo doy fe de lo escuchado en la Fuentecita.
GLOSARIO:
Año catapún: hace mucho teimpo, tanto que no se recuerda qué año fue.
Enjuta: seca, flaco, delgado.
Alpiste: planta herbácea forrajera de la familia de las gramíneas y que alcanza 50 cm de altura, cuya semilla sirve para alimento de pájaros y para otros usos.
Luto: en esta tierra las gentes solían vestir de negro durante un tiempo tras el fallecimiento de un familiar.
Encorvado: jibado, doblado, torcido, jorobado.
Pava: nombre común de diversas especies de aves galliformes de más de 1 m de longitud,con la cabeza y el cuello desprovistos de plumas y cubiertos de carúnculas rojas y con una membrana eréctil en la parte superior del pico,que se crían para el consumo de su carne.
No quedar rastro: no quedar nada, ni el recuerdo de algo.
Alpargata: es un tipo de calzado de hilado de fibras naturales como pelo, algodon, pieles de animal o lona con suela de esparto, lona o cáñamo, que se asegura por simple ajuste o con cintas
Alpargata: es un tipo de calzado de hilado de fibras naturales como pelo, algodon, pieles de animal o lona con suela de esparto, lona o cáñamo, que se asegura por simple ajuste o con cintas
Noche de San Antón: noche del 16 de enero en la que se solía echar grandes fogatas en las eras, calles y plazas para rogar al Santo protegiera los animales que había en la vivienda. También era la fecha en la que se ponía fin a las pascuas navideñas, pues el dicho popular decía que "hasta San Antón, pascuas son." Este Santo es considerado como el protector de los animales.
Santa Lucía: la noche del 13 de diciembre se hacían igualmente grandes hogueras para solicitar a la Santa que protegiera la vista.
Alsina: denominación generalizada que se da a todo tipo de autobús en la zona de Albox, tal vez por derivación de una determinada empresa que lleva el nombre.
Estrechez: en este contexto significa falta de medios de subsistencia.
Jodido mundo: expresión popular que manifiesta desagrado por situaciones difíciles, complicadas o penosas.
Dar memorias: se empleaba este término como sinónimo de “dar recuerdos”, "enviar recuerdos".
Empollar: incubar. Calentar el ave los huevos para sacar pollos.
Gorgear: hacer quiebros con la voz en la garganta. Se usa hablando de la voz humana y de los pájaros.
Ser un calzonazos: hombre que en todo obedece a la mujer, sometido a ella en todo.
Gorgear: hacer quiebros con la voz en la garganta. Se usa hablando de la voz humana y de los pájaros.
Ser un calzonazos: hombre que en todo obedece a la mujer, sometido a ella en todo.
Corretear por las paletas: (Opuntia picus-indica) correr por entre las chumberas, cactus propio de zonas desérticas o semidesérticas. Su fruto, el chumbo, es comestible. Solían estar próximas a la vivienda y allí pasaban el día pollos y gallinas.
Amasao: en realidad “amasado”. Masa hecha con agua y “salvado”, que es el residuo que queda tras separar la harina fina y lo que es la capa del grano, usado en la actualidad para fabricar pan integral. Tras cerner con el cedazo la harina el salvado se utilizaba para alimento de animales.
Cuervo: el cuervo común (Corvus corax) es un de ave de color negro y de gran tamaño. Es de la familia de los córvidos (Corvidae). Presente en todo el hemisferio septentrional, es la especie de córvido con la mayor superficie de distribución.
Cuervo: el cuervo común (Corvus corax) es un de ave de color negro y de gran tamaño. Es de la familia de los córvidos (Corvidae). Presente en todo el hemisferio septentrional, es la especie de córvido con la mayor superficie de distribución.
Espuerta estercolera: espuerta grande de pleita, de tamaño superior a la espuerta terrera. Una servía para acarrear estiércol y otra para acarrear tierra.
Patatús: mareo o desmayo que sufre una persona por una impresión muy fuerte o por un estado de nervios anormal.
Marrana de cría: (Sus scrofa domestica) hembra del cerdo que estaba destinada a la reproducción de lechones, llamados aquí “guarines” y que eran vendidos, generalmente, al llegar a su octava semana de vida para ser engordados por quienes los adquirían.
Estar más tieso que un ajo: rigidez de un cadáver que lleva muerto desde algunas horas antes.
Huevo gárgol: aquí se denomina así al huevo que se malogra en la nidada y del que no sale cría, se queda hueco.
Lluecura: se aplica el término “llueco” en esta comarca a las aves, en especial hembras, que están criando, empollando en el nido. También se aplica a la persona que está embelesado, enamorado y atontado por la atracción de alguien. Es sinónimo de clueco.
Clueca: estado del ave que está empollando los huevos. Las gentes la denominaban normalmente "llueca".
"El tío tal...", "La tía cual...: se daba esta denominación a personas mayores, hombres y mujeres. Se hacía por respeto y por diferencia de edad, pues era a personas que habían visto crecer al hablante y que eran conocidas por el oyente. Ejemplo: "El tío Juan", "La tía María". Esta costumbre está ya perdida.
"El tío tal...", "La tía cual...: se daba esta denominación a personas mayores, hombres y mujeres. Se hacía por respeto y por diferencia de edad, pues era a personas que habían visto crecer al hablante y que eran conocidas por el oyente. Ejemplo: "El tío Juan", "La tía María". Esta costumbre está ya perdida.
Izquierda: hoguera S. Antón Derecha: burra de la Peseta
Izquierda: Paletas-chumberas Centro: avilanejo
Derecha: haciendo el queso
Izquierda: ganado de cabras Derecha: cerda con sus crías
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