lunes, 12 de noviembre de 2012

RECUPERANDO RECUERDOS


        RECUPERANDO RECUERDOS
              (PEQUEÑOS RELATOS SUELTOS)             
     LO QUE OCURRIÓ EN DURRO
                                                      
Camping junto a Ordesa 
La mañana apareció lluviosa y, aunque julio caldeaba con implacable fuerza el ambiente, tampoco era de extrañar un tiempo tan variable en tierras pireneicas. El cielo estaba encapotado y una ligera llovizna se cernía sobre el lugar, amenazando  unas veces con ser copiosa, extinguiéndose otras, como si se tratara de una burla del cielo. Decidimos, pese a lo imprevisible que se "abarruntaba" el día,  levantar las tiendas de campaña y salir de aquel bello paraje, desde el que divisábamos la abrupta, pero majestuosa y bella cara de la entrada al Parque  de Ordesa. No temíamos la amenaza del tiempo, aún a sabiendas de que allí éste siempre es imprevisible, pues no en vano habíamos pasado ya por las tormentas habidas en el Monasterio de Piedra o de Ainsa. Con todo, otros momentos  tan espeluznantes como las que produjeran las tormentas, fueron las aventuras del paso por el Cañón de Añisclo, donde nadie me encontrará, si es que alguna vez me pierdo, o la subida al balneario de Panticosa.
Plaza de Ainsa
Llegamos a Durro en torno al mediodía, tras breve parada en Bohí Taull. La entrada se nos hizo complicada ya que en el diminuto y vetusto pueblo, que dormita sobre una apacible ladera, sólo hallamos una calle, con solera de piedra, por la que acceder y poder atravesarlo, y era ésta  tan sumamente angosta, que a malas penas podían cruzarse dos coches. Estaba la calle cubierta de fanguillo, un repugnante mejunje negruzco, mezcla de excrementos de vacas y ovejas y el agua con la que la ligera lluvia había ido rociando la población durante la noche anterior y aquella mañana. Salir del coche y zambullirse en aquella lechada de mugre, era todo lo mismo.  Nuestra intención era la de hacer una visita rápida a la pintoresca población, detenernos a tomar algún alimento para recuperar energía, algo que ya echábamos en falta y, seguidamente, aligerar la marcha para montar nuestro siguiente campamento en Viella, ya en el Valle de Arán,                                                                      
Pasaba ya la hora del almuerzo cuando cruzamos el pueblo y, como digo, el hambre  y la necesidad hacían por igual  mella en nuestros cuerpos, siendo los niños los que más exigían. No vimos en la estrecha calle restaurante, bar, tasca o taberna donde  aliviar el apetito y la sed, y si lo había, que a buen seguro lo habría, pasó desapercibido a nuestra vista, nublada ya tanto por la necesidad de yantar como por la infecta imagen de la calle. Nuestra ansia fue en aumento, pues tampoco hallábamos espacio en el que estacionar los cinco vehículos que conformaban nuestra extraña caravana. Viéndonos en tal apuro, decidimos detenernos a unos doscientos metros del pueblo, en las afueras, cerca de la ermita de San Quirc.  Junto al camino vallado había pequeños prados en desnivel que los lugareños tienen para pacer su ganado en verano y abastecerse del heno que lo alimenta durante el invierno. El vehículo que encabezaba la peculiar comitiva tuvo la ocurrencia de acceder a uno de aquellos prados por la abertura que el vallado de piedra permitía desde el camino, para cumplir con la necesidad que ya  nos venía atormentando. Se trataba de un reducido espacio no cultivado, a la entrada de  una pequeña propiedad, pero sí suficiente para la superficie que nosotros necesitábamos. La intención era tomar algún  alimento de la despensa que siempre llevábamos en  los maleteros.
Cola de caballo en glaciar de Monte Perdido
Uno tras otro, guiados por la ingenuidad, fuimos tomando posición con los coches en el interior del pradillo, pero por no quedar espacio para el mío, hube de dejarlo a la entrada que daba acceso al mismo. Entre risas y comentarios empezábamos a devorar nuestro más que endeble almuerzo cuando, sin saber cómo ni por dónde, como si emanara de lo más profundo de los infiernos, se nos vino encima un viejo, por lo demás, una de las pocas criaturas que vimos en aquella minúscula y aletargada población. Es posible que todo se desencadenara por aproximarse dos de los niños  a unas vaquillas que pastaban entre unos pinares y fuese esa la razón que provocara en el hombre tal enajenación mental que, poseído por todas las Furias y enarbolando un enorme bastón, vino hacia nosotros lanzando los más terroríficos improperios y maldiciones que de boca humana puedan salir. Ni el mismísimo Polifemo lo igualara contra Ulises. Blandiendo una descomunal vara sobre nuestras cabezas amenazaba con segárnoslas a todos, a la vez que clamaba contra Dios, Santos y Vírgenes, llevándose la peor parte la del Pilar, contra la que gastó sus más innobles blasfemias y abominaciones. Desconozco la razón por la que debía tener tanta aversión y tirria a dicha Virgen.

Uno de los niños junto a las vacas

En honor a la verdad debo decir que nadie escapó ese día en el Cielo sin recibir sobrada dosis de afrentas y agravios de aquel ser enloquecido.  Su furia era tal que, aterrorizados, sin saber cómo escapar de tamaña maldición, uno de nosotros, mi amigo Juan, sacando fortaleza de espíritu, pues allí no servía otra, no sé cómo pudo tratar de amainar el furor de aquel salvaje, pues  los demás, quien más y quien menos ya tenía todo humedecido, a la espera de una primera fatal ejecución de alguien de la comitiva.  Fue Juan el único atrevido que intentó convencerlo de que nunca estuvo en nuestro ánimo perjudicar su hacienda y, que si habíamos parado allí, había sido con la intención de tomar un bocado y que de inmediato partiríamos. Aquello no sólo no lo apaciguó, sino que duplicó, si cabe, su histerismo hasta límites imprevisibles, maldiciéndonos a grandes voces, diciendo que "de Alicante teníamos que ser", pues creyó que de tal provincia debíamos proceder, al ver las iniciales de matrícula de los coches, que en todos empezaba por AL. Tampoco entendí su aversión hacia los alicantinos. Nosotros, en ningún momento descubrimos nuestra procedencia almeriense, no fuese su rabia aún mayor con quienes tenemos dicho origen, así que preferimos pasar por alicantinos.
Nuestro pánico crecía por segundos, creyendo que aquel poseído terminaría por enviar al infierno a alguno de los presentes, temiendo, sobre todo, por los niños que ya, totalmente descompuestos, lloraban a grandes gritos, confundiéndose su clamor ante aquel espanto,  con el vocerío del ogro aparecido.  Y, no sólo sentíamos la amenaza sobre nuestras cabezas, sino que también se extendía ésta sobre los coches, pues decía que los haría añicos, que los destrozaría en mil pedazos. -¡Maldito día en el que vine aquí!, -pensaba yo para mis adentros, pues acababa de estrenar el mío. Era su primer viaje. Aquel ser endemoniado no se apartaba de él, a la vez que nos tenía a todos acorralados dentro del recinto. Hubo un momento en el que, por ser  mi coche el más cercano a aquel desencajado personaje, aunque no estaba dentro de su propiedad, a punto estuvo de arrearle un estacazo, que si no fuera porque el valiente de Juan que, a costa de jugarse su propio pellejo, seguía haciendo de hombre bueno, influyera en la dirección del golpe de la vara, yendo la misma a estrellarse sobre el muro de piedra.  En un descuido, como llevado por un impulso sobrehumano, aprovechando aquel desacierto del perturbado, salí como un rayo, entré en el coche y escapé zumbando de aquel infierno, sin esperar a nada ni a nadie. Ni las pedruscos del camino, ni el propio Hércules que lo hubiese intentado, me habría detenido en mi huida, por tal de salvar el coche. Si pude lograrlo fue,  o bien porque la Virgen del Pilar, enfadada con aquel iracundo ser, debió apiadarse más de mí que de él, o porque tal vez Juan tenga un poder divino, como quedó allí más que probado. Así fue como me zafé de aquella quema, más veloz que un rayo.
El coche tenía la llave colocada en el contacto, arranqué y, con el maletero abierto y sin mirar atrás, saltando sobre las enriscadas del camino, salí  como alma que lleva el diablo yendo a parar a la ermita de la que nos separaban unos doscientos metros, convirtiéndome en un auténtico desertor, algo que no sé si me han perdonado  los demás, mi mujer creo que no. Fue entonces cuando ella, aterrada por el pavor que producía aquel monstruo, tras  haberla abandonado con los niños, por tal de salvar el coche y no a ellos, arremetía con voces tales contra mí que atronaban aquellas montañas, superando ya a las del mismísimo energúmeno.
Oía las voces, pero nada me detuvo, ni tampoco presencié el desencadenamiento final de tal odisea, sólo sé que unos en coche y otros haciendo de sus piernas alas, llegaron al montecillo de la ermita tan pronto como lo hiciera yo. Hasta el mismo Juan dejó su plato de lentejas sobre las piedras y, creyendo más en la huida que en tranquilizadoras palabras, abandonó al loco, sin echar la vista atrás y sí dando gracias al milagro de haber sobrevivido. Hoy lo contamos como una graciosa aventura, pero juro por todos los dioses que nada tuvo de jocosa ni de divertida.  
Cuántas veces he pensado que de no ser por Juan, puede que hoy no contara esto y sí que todos hubiésemos sido víctimas del delirio de aquel monstruo. Pienso también que nunca le hemos agradecido lo suficiente el serle deudores de nuestras vidas y la salvación de los vehículos,  apoyado, eso sí, por la Virgen del Pilar, que de cierto no andaría muy de buenas con aquel desequilibrado personaje. 
No sé de donde saqué fuerza para escapar ni cómo lo hizo el resto, pero sí sé que antes casi de que llegara yo a la ermita de Sant Quirc, ya llegaban todos.
Ermita de San Quirc
En la puerta misma de la ermita nos sentamos sobre las piedras, (aunque primero recibí una  sonora  reprimenda de mi mujer y de mis hijos), no ya para dar gracias al santo, que no lo hicimos y con el que tal vez aún estemos en deuda,  como dijera María, componente del grupo, pues ella siempre andaba con rezos y salmodias; ni tampoco a  tomar ya  alimento alguno, pues la tripa se nos había estrechado tanto como la tuviera un lazarillo, sino a reírnos, con risa agitada y nerviosa, de la más grande aventura que en aquel viaje tuvimos. 
Yo aquí lo cuento para que los que recalen por Durro  tengan muy presente dónde pisan, que en Cataluña..., "la hacienda es la hacienda" y "la pela es la pela" y en la "pela" se hallan todas las Furias escondidas. 

                                                                                                                      
GLOSARIO: 
"Abarruntar":   es normal en muchos hablantes el uso del término "abarruntar",  en vez de "barruntar". Conjeturar o presentir que va a ocurrir una cosa. 
Pirriarse:  Desear vehementemente una cosa.
Mejunje: Sustancia pastosa; mezcla de aspecto desagradable.
Solera: Suelo (junto a otros diferentes significados)
Lechadal: Líquido que tiene en disolución cuerpos insolubles muy divididos.
Tasca: Establecimiento de carácter popular en el que se venden y consumen bebidas alcohólicas y en algunos casos comidas. Taberna.
Despensa: Conjunto de alimentos almacenados. Lugar donde se almacenan.
Tirria: Odio o manía que se tiene a alguien o algo.
Hacer añicos:  Pedazos o piezas pequeñas en que se divide alguna cosa al romperse.
Jugarse el pellejo: exponerse a una situación extrema por tal de conseguir algo.
Zafarse de la quema:  Escaparse o esconderse para evitar un encuentro o peligro Librarse de un peligro o un daño.
Enriscada: Lugar o espacio formado por riscos.
Lazarillo: se aplica a los pícaros, personajes famosos en la Literatura Española del Renacimiento, cuyas vidas estaban marcadas por el hambre y la necesidad. Toman su nombre de la obra anónima "El Lazarillo de Tormes" (1554)

                  
                 Vista de Durro                     Iglesia de Bohi Taull

                    

          Carretera del Cañón de Añisclo       Monasterio de Piedra    


  



viernes, 12 de octubre de 2012

LAS GACHAS

"Una persona sin sentido del humor es como una carreta sin amortiguadores: se ve sacudida por todas las piedras del camino"-       (Henry Ward Beecher)
                                                  
Despedirse de don Diego, tras haber compartido un año, no ha sido fácil. A él dirigí cuentos tradicionales  y romances de cordel, con el ánimo de que no apareciesen como algo frío, solitarios, vacíos, sin  referencia alguna a un tiempo o a un contexto. Esa fue la razón de la existencia de don Diego y de las cartas. Ha transcurrido un año y con él ha llegado a su  final el ciclo previsto para dar salida a estos relatos. En cuanto a los mismos cabe decir que no están todos, pero sí una muestra suficiente de ellos.  Mi deseo es que queden como reflejo de las tradiciones orales de una determinada época. Corresponden a las décadas de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, años de mi niñez y parte de mi adolescencia. Tal día como hoy, 12 de octubre de 1958, en mi vida daba comienzo una nueva etapa, con un giro total y para siempre. Dejé los Patricios y comencé los estudios del bachillerato de Humanidades en Cuevas. Empezaban a quedar atrás todas las vivencias de mi infancia, llevando sólo conmigo los recuerdos.
El cuento de "LAS GACHAS" será el final de estas narraciones, aunque no el final del BLOG. Éste tendrá continuación, pero con contenidos diferentes a los que ha tenido hasta ahora. 
Quiero en esta ocasión dirigir mi más sincero agradecimiento a quienes un día decidieron ser seguidores del blog y, en especial a José Antonio García Ramos. Él me animó e impulsó a llevar a cabo este sencillo y humilde trabajo. Igualmente hago extensivo el agradecimiento  a aquellas otras personas que un día recalaron en el blog y tuvieron la paciencia de leer u ojear alguno de los contenidos. No puedo pasar este momento sin pedir disculpas a quienes haya podido molestar o disgustar alguno de dichos contenidos.
Los cuentos y romances de cordel que oí y leí siendo aún niño y que alegraron  noches invernales junto al fuego o cálidas veraniegas en la calle, corresponden a una época ya lejana, pero no quería que quedaran en el olvido total, pues, a fin de cuentas, formaron parte de la cultura popular de unas generaciones.
Al dar comienzo al blog, entendí que  cada cuento, leyenda o romance podría introducirlo con algún texto que diese algo de vida a la sucesión de los relatos. Nunca sabré si fue acierto u error el hecho de las introducciones, pues jamás andamos dos caminos a la vez, lo que no nos permite conocer cómo habría sido el otro. Elegí el de las cartas a don Diego con un lenguaje inusual y cierta nota arcaica en la expresión. Con el romance “LOS DE ÍLLAR”,  di por finalizada esa atapa. Don Diego de la Caparrota, totalmente ficticio, se ha marchado de la misma forma que llegó, como lo había hecho cuando me acompañaba en los juegos de cartas siendo muy niño. Él me  ha  ayudado a  sacar  adelante el trabajo. No sé si lo habría hecho sin él. Ha servido de soporte para cada cuento, para cada romance y a él le he ido  contando mis cuitas y mis anhelos, mis luchas, mis alegrías y mis picardías, que tampoco eran muchas, mi análisis del mundo de entonces visto desde ahora. A él he dirigido el retrato social de aquella época de mi vida. Fue una época difícil, llena de privaciones, de luchas, de decepciones y frustraciones, como la de aquel martes en el  que unos municipales tiraron por la muralla los quesos que mi abuelo había llevado a vender al mercado. En ellos estaba toda la economía de la semana. Allí iban los medicamentos de mi abuela que padecía parkinson, las judías, los garbanzos, el azúcar,… todo lo necesario para sobrevivir durante la semana. Llegaron con cara de pocos amigos, con una orden de la alcaldía, y  no sé de quién más, a impedir que se vendiera más queso artesanal sin una licencia municipal y, sin mediar más explicación ni plazos, fueron lanzando a la rambla todo el queso que había para vender. La resignación, la impotencia y la rabia de todos aquellos que tenían en sus canastillos parte de sus vidas,  se vio reflejada en sus rostros, pero eso sí, con una más que vergonzosa sumisión  a quienes tal injusto disparate habían acordado. Era lo que había esos años, años duros, de represión, de  mordaza y tiranía. Desde la muralla vimos volar hacia la rambla nuestro particular cuento de la lechera, regresando aquel martes a casa,  sin aquello que tan necesario era para nosotros. He querido hacer una pequeña semblanza de estos recuerdos tristes, pensando que también deben formar parte de los relatos, para poder entender mejor el contexto de un tiempo que encerraba miseria, subdesarrollo, incultura generalizada, sumisión, resignación, opresión e injusticia a partes iguales.
Tampoco he querido pasar por alto el hacer una sencilla descripción de algunas fiestas, faenas y tareas más comunes y destacadas en el medio rural. No se trata de una descripción exacta, pero sí lo suficiente como para rememorar la forma de vida que en esos años había en esta tierra.
Por último, deseo expresar mi recuerdo agradecido a quienes me enseñaron cuentos, romances y leyendas, pero de forma especial quiero hacerlo en recuerdo a mi madre que tanto bien hizo en mi vida y a ella debo, sin duda, el que yo haya llegado a  ponerlos aquí. Ella me transmitió el interés por la sabiduría, por los libros, la sencillez de la vida reflejada en la belleza de las cosas más humildes. Ella me transmitió un sentido de justicia social, de respeto a todo y a todos que me acompañará hasta el final de mis días; pero también la no resignación ante lo injusto. Ella me hizo comprender que en el esfuerzo, en el trabajo y en la honradez descansa la grandeza del ser humano. Ella me enseñó hasta el día mismo de su muerte la importancia del humor, de reírnos de todo, empezando por nosotros mismos, salvo de la desgracia propia o de la ajena. Para su memoria vaya este última historia, real o no, nunca supe bien si una cosa u otra, y que ella tantas veces me contaba. Es la historia de “LAS GACHAS”. Según me decía, había ocurrido en realidad. El protagonista principal fue José “El Chorroluces”, tío de mi madre, que fue invitado por su tío y padrino, Ignacio “El Gallinaza”, a comer gachas al “Royo ( por Arroyo) Olías”.  Yo tengo dudas de que tales hechos ocurrieran, pero algo pudo haber de cierto cuando tanto me  insistía en ello.

                                           LAS GACHAS

Cuentan los del lugar que es cierto lo que aconteció a dos jóvenes, Ignacio y José, tío y sobrino,  un día del mes de agosto del año la nana. Ignacio, que era tío de José y además su padrino, tenía una novia, "la Juana", en el “Royo Olías”. Distaba bastante de las Ramblicas, lugar de residencia de Ignacio. Éste la visitaba los domingos, haciendo el recorrido, una legua o más, en una vieja mula torda que su padre tenía. Aquel domingo no disponía de la bestia, así que habló con su sobrino José,  zagalón de unos catorce años, para que pidiese la yegua a su padre y a la vez lo acompañase al “Royo”, pues la novia deseaba conocerlo por lo mucho que Ignacio le había hablado de él, alabando su gracia, sus caídas y sus dichos. Así que sin pensarlo dos veces fue a verlo, diciéndole:
-José, sabes las muchas ganas que “la  Juana”, mi novia, tiene de conocerte, ¿por qué no le pides la yegua a tu padre y vamos esta tarde  al “Royo”?
-Vale, tío Ignacio. Hablaré con mi padre y seguro que nos la deja, pues él también quiere  que vaya saliendo los domingos y no me vaya por los cerros detrás de los pollos de perdiz.
Eso hizo José y su padre estuvo encantado con que fuese con su cuñado Ignacio a conocer a la novia de éste. Era agosto y el calor abrasaba cuando los dos montaron en el animal y emprendieron  camino. Hablaron durante el trayecto de cosas muy distintas, enseñando Ignacio a su sobrino mil y una astucias diferentes  para conseguir novia, o cómo hacer para estar a solas con ella sin la mirada siempre perseguidora de la madre. José iba tomando nota de todo a la vez que alababa y reía las argucias de su tío para darse algún que otro revolcón con la novia, que en esto ella era más valiente que él, como se dice, era de armas tomar. Cuando ya se acercaban al cortijo, Ignacio le dijo a José que cenarían en casa de la novia y que allí, los domingos por la noche, siempre hacían gachas, unas gachas con caldo de pimientos “coloraos” y “golondrina”, pues pasaba una “pescaora” los domingos, y sabían a gloria. Como Ignacio sabía lo tragón que era José, le pidió que no fuera agonioso en el comer, sino prudente y que dejase de comer cuando le pisase el pie, que sería la señal de que ya había comido su parte.
-Así haré, tío, que yo también me conozco. Cuando me pise usted soltaré la cuchara y ya  dejaré de comer.
-Así quiero que hagas, José, que es bueno ser prudente donde no lo conocen a uno y quiero que dejes imagen de persona educada.
A todo esto llegaron a la puerta del cortijo donde ya estaba “la Juana” esperando, arreglada con el vestido dominguero. También estaba la madre, y saludaron muy cariñosamente a José, haciendo grandes alabanzas del mismo por lo buen mozo y gracioso que les parecía. Una vez que pasaron los saludos y habían metido la yegua en la cuadra, fueron los novios, acompañados de José, que esta vez hacía de carabina, a dar una vuelta por los alrededores y llegar adonde estaba el padre de María, guardando sus ovejas, para saludarlo. Mientras tanto, la madre se quedó preparando un gran perol de gachas  con su caldo de pimientos y “pescao” que seguro estarían para chuparse los dedos, pensaba José. A la vuelta encerraron el ganado y echaron unos vasos de vino del país que ya con el primer trago mareaba a un cristiano, y que era el que “toda la vida de Dios” se tomaba allí, como dijo el padre, y que servía “pa hacer hombres machos y hembras forzudas y embraguetás”. Seguidamente se sentaron a la mesa,  dando comienzo, no sin antes haber bendecido las gachas,  extraordinario banquete en aquellos tiempostodo lo. Comían sin respiro, pero no llevaba José en sus tripas más de diez cucharadas de aquel exquisito manjar, cuando quiso la mala suerte que un gran gato romano acertase a pasar por allí y pisarle el pie, de forma que él creyó que sería su tío,  que éste habría entendido que  había comido ya lo suficiente y debería mostrar mesura y no gula, como le había dicho. Así que dejó la cuchara anunciando que ya estaba satisfecho, que había almorzado bien y no deseaba comer más. Los demás quedaron sorprendidos, pues apenas llevaban unos minutos comiendo y aún estaban casi todas las gachas en el perol, cuando José tomó esta decisión. Ignacio no lo entendía, pues él no le había pisado y la familia de la novia, por su parte, pensaron que las gachas no estarían buenas o que no serían del gusto del muchacho. Le insistieron todos en que comiera, preguntándole que si era porque no estaban buenas o porque no le gustaban. Él repitió de todas las formas posibles que sí estaban buenas, pero que no podía más, que en su estómago no cabía ni una sola cucharada más. Creó un poco de disgusto aquello y pronto terminaron los demás también de comer, dejándose más de la mitad de las gachas. Con este pequeño disgusto se retiraron a sentarse en el poyo de la calle, a tomar el fresco, mientras la mujer colocaba el perol con las sobras debajo de la cantarera, pues era el lugar más fresco de la casa y allí se podrían mantener en buen estado. Pasó la velada entre comentarios, dichos y otras  ocurrencias, aunque a José ya los minutos se le hacían siglos, pues sus tripas pedían misericordia con urgencia. Les pidieron que pasaran la noche allí, que bien podían regresar a la mañana siguiente. Tanto insistieron que aceptaron  dormir allí. Esto agravaba el hambre de José al que una noche, en aquel estado de necesidad, le  parecía una eternidad. Cuando ya decidieron ir a la cama, José tuvo que dormir en un catre, en la misma habitación que su tío.  Al poco de acostarse y ya que todo estaba en silencio,  dijo Ignacio a José:
-Sobrino ¿cómo que has comido tan pocas gachas?
-¿Eso me pregunta usted, tío Ignacio?  ¿Acaso no me dijo que fuera moderado y que en cuanto me pisara el pie dejara de comer?
-Sí, eso te dije, pero yo no te he pisado.
-¿Cómo que usted no me ha pisado? Entonces,…¿quién me ha pisado?
-No lo sé, José. Puede haber sido el perro o el gato. Te juro que yo no he sido.
-Pues, tío, no vea cómo tengo yo las tripas. A mañana seguro que no llego. Esta misma noche moriré de hambre. Si yo llego a saber esto, ¿cómo es posible que viniera a conocer a su novia? Me arrepentiré el resto de mi vida, si es que no “espicho” de hambre hoy mismo.
-No digas eso, José. Mira, debajo de la cantarera han dejado el perol casi lleno de gachas. Ahora está todo en silencio, todos duermen. ¿Por qué no te levantas y con mucho cuidado vas y comes todas las que quieras? Mañana seguro que pensarán que han sido los gatos.
-Pero, ¿cómo voy a ir a tientas?
-Sí, hombre, no pasa nada. Tienes que ir con cuidado para no tropezar, que no  se despierten. ¡Ah!, una cosa te encargo: como yo me he quedado también con hambre, ¿por qué no me traes una “almostrá” también a mí?
-Vale, compadre. Eso haré. Me atiborraré de gachas y le traeré a usted una buena “almostrá”.
Sin más, muy despacio, a tientas, procurando no hacer ruido, se dirigió hacia la cantarera, y sin mucha dificultad dio con ella. Fue su alegría y el alivio de su estómago ponerse ante el perol, zambullir la mano en él y comer a boca llena, hasta casi reventar. Una vez harto, cogió en las manos cuantas gachas cabían y se marchó a llevárselas a su tío como habían acordado. Volvió satisfecho y, a oscuras, intentando no dar trompicones, pero la mala fortuna quiso que fuera  a meterse en la habitación contigua a la que ocupaba con su tío. Esa fue la siguiente desgracia de aquel día. En la habitación estaba la novia, que dormía boca abajo, como un tronco y como Dios la trajo al mundo. Andaba  la pobre sobrada de gases, con el muelle flojo y expulsaba grandes ventosidades, de las que se llaman “follones”, sin parar. José, que estaba muy nervioso, no comprendió su error, creyendo que aquello era que su tío, entre sueños, soplaba por si las gachas aún estaban calientes y él, en voz muy baja, le insistía que no lo hiciera:
-Tío Ignacio, no sople usted, si ya no queman. Si ya no queman, compadre.
La novia seguía en su profundo sueño, sin oír a José, y con sus desafíos al mozo, pues a un soplo le seguía otro, …y otro, …y otro, tanto  que parecía ventolera aquello más que otra cosa. Ya que José se cansó de insistirle en que no quemaban y, a la vista de que no le hacía caso, le estampó las gachas en todo el pompi, el cual tenía sin una sola tela que lo cubriera, a la vez que le decía:
-¡Compadre, cómase usted de una vez las gachas, que no queman!
Salió José  de la habitación sin darse cuenta del error y se dirigió de nuevo a la cantarera, esta vez para lavarse las manos de tan pringosas que las llevaba con tanta gacha. Como no veía nada, pensó que lo más efectivo sería meter una mano en un cántaro y lavarla así, y después la otra. Pero aquello no daba resultado, pues la mano salía igual de pringosa que entraba. Fue entonces cuando metió ambas mano, una detrás de otra, por la boca del cántaro, para lavarlas y, …sí que lo logró, pero entonces, ¡menuda desgracia!, …no podía sacarlas. Se desesperaba, tiraba de una, luego de la otra y…¡que si quieres! Sudaba, maldecía su mala suerte y no sabía ya qué hacer para salir de aquel atasco. Mientras tanto, la novia se había despertado, embarrada hasta la cabeza de gachas, pero que ella creyó ser otra cosa. Se lió la pobre en una sábana y, como pudo, se fue al descubierto de los animales a limpiarse con lo que encontrara, agachándose en una esquina y allí, con piedras, fue quitando aquella masa que le taponaba totalmente el trasero. José que, por otro lado, ya no sabía qué hacer, pensó en ir al corral y romper el cántaro contra lo primero que encontrara, y… ¡vaya si encontró! Encontró nada más y nada menos, en el claroscuro con el que la Luna iluminaba parte del corral,  una gran piedra blanca en un extremo del descubierto. Al menos eso fue lo que a él le pareció aquel bulto blanco del rincón. Sin pensarlo dos veces se fue hacia el mismo, estrellando el cántaro con todas sus fuerzas sobre la pobre novia, que dio tal grito que retumbó en las sierras de Oria y del Saliente más que lo hicieran los gritos de Polifemo cuando perseguía a Ulises. José, al darse cuenta del disparate que acababa de cometer salió huyendo hacia la habitación de Ignacio que bien había oído el grito y estaba ya preparado para lo peor esperando al sobrino. José entró y, muy asustado, dijo a su tío:
-¡Tío, he matado a la Juana! ¡Yo no quería, tío! Parecía una piedra grande en el descubierto, pero era la Juana.  Yo he roto el cántaro en su espalda. Seguro que le he partido el espinazo y las costillas, y todo.
-José, vámonos  antes de que nos cojan, pues si nos pillan nos matarán.
Los dos salieron huyendo, tanto que dejaban el culo atrás, y ni a llevarse la yegua se detuvieron, escapando de allí como almas que lleva el diablo. A todo correr llegaron hasta la balsa del “Royo”. Ya no podían más y se detuvieron a descansar. Estaban haciendo cábalas sobre lo ocurrido, cuando se les ocurrió refrescarse en la balsa, pues era la medianoche y nadie iría por allí a aquellas horas. Así que se quedaron en el traje de Adán, dejando la ropa en un a orilla, se zambulleron en el agua. A todo esto venían por allí unos mozos que habían estado de ronda en el “Royo Medina” y  oyeron ruido en la balsa. Se acercaron con mucho sigilo, viendo cómo se bañaban, ocurriéndosele a uno coger la ropa y llevársela.  Era lo que les faltaba para completar la noche, pues al salir de la balsa tuvieron que ir arroyo abajo con una mano delante y la otra detrás para cubrir las vergüenzas. Pero no fue eso todo, pues no llevaban andados más de quinientos metros cuando unos perros, al verlos tan descamisados, les atacaron sin piedad. Había por allí unas tinajas abandonadas y cada uno de ellos se metió en una. Acertaron a pasar por allí otros mozos que también regresaban de  ronda y no se les ocurrió otra cosa que balancear las tinajas y, entre risas y bromas, decidieron lanzar las más pesadas rodando por una barranquera. Ellos temblaban en su  el interior y, en este caso la descomposición intestinal fue tal que nada de gachas ni de lo que en la tripa tenían, se resistió a salir, pues ya sí que contaban con una muerte segura en aquellos tinajos. Pero, pese a los tumbos, escaparon “de aquella”, aunque de milagro, continuando el camino una vez que se recuperaron. Por fin llegaron, cuando aún no había despuntado el día, a las Ramblicas. A José lo castigó su madre por haber perdido la ropa a guardar pavos durante dos semanas. Éste que no escarmentaba, parece que se dedicó a hacer algunas cosas raras con las pavas, lo que le valió otro castigo mayor. Pero no llegó a cumplirlo, pues se escapó a la Aljambra, donde vivía su comadre, joven y “echá palante” que también le acarreó algunos problemas. Pero esa es ya otra historia que escapa a la de las gachas, de la que bien pudieron  decir lo del zorro que acompañó al cuervo en su viaje por el cielo: “Si de aquella había escapado sin morir nunca más volvería a comer  gachas al “Royo”.
Y verdadera o falsa, esta fue la historia de las GACHAS.

GLOSARIO:

Año la nana: expresión referida a un tiempo pasado, no determinado, tal vez referida al mucho tiempo que debe tener algo, como las nanas que se cantan a los niños.
Alabar las caídas de alguien: alabar a alguien por su originalidad en el hablar y por su gracia.
Ser de armas tomar: Persona valiente, atrevida y decidida.
Gachas con caldo de pimientos “coloraos” y golondrina: comida muy corriente en época de escasez y que se hacía a base de harina cocinada formando una masa blanda que se extendía sobre las paredes del recipiente y se agregaba un caldo hecho a base de pimientos y un tipo de pescado que recibía el nombre de golondrina, parecido a la caballa. También podían ser de leche en vez de caldo.
Pasaba una “pescaora”: ciertos días de la semana solían ir por el campo mujeres vendiendo pescado. Lo llevaban en anchas canastas cubierto de sal para que no se echara a perder.
Saber a gloria: se dice de algo que tiene un exquisito sabor.
Ser agonioso: ser egoísta, ansioso, quererlo todo.
Hacer de carabina: en tiempos aún no lejanos la mayoría de las mozas no podían ir solas con los novios, haciéndose acompañar por alguien en todo momento para que no hubiese roce entre los novios.
Estar para chuparse los dedos: se dice de aquellos alimentos que están tan buenos que uno termina chupando los restos que quedan en los dedos cuando ya ha finalizado el último bocado.
Toda la vida de Dios: expresión bastante corriente y que expresa que algo viene desde tiempos ya muy lejanos o durará hasta la eternidad.
“Embraguetá”: por “embraguetada” persona valiente, capaz de enfrentarse a cualquier peligro o dificultad.
Poyo: muro de baja altura que había junto a las puertas de algunas casas, destinado a sentarse en él.
Espichar: morir, fallecer, palmarla, doblar
Cantarera: objeto de madera con cuatro patas como soporte y en el que se colocaban los cántaros con el agua que abastecía la casa.
Ir  a tientas: ir a oscuras, tanteando para no tropezar y poder detectar los obstáculos.
“Almostrá”: por “almostrada”. Algo que  cabe en el hueco que forman las dos manos juntas.
Atiborrarse:  llenar el estómago de alimento o bebida hasta no poder más.
Muelle flojo: cuando no se controlan suficientemente los esfínteres.
Follones: Ventosidades que se hace sin ruido.
Pompi: parte inferior y posterior del tronco del ser humano sobre la que descansa el cuerpo al sentarse. Culo, trasero.
Hacer cábalas: hacer conjeturas sobre lo que puede ocurrir.  Suposición o juicio que se forma a partir de datos incompletos o supuestos
Tinaja: vasija grande de barro, más ancha por el centro que por el fondo y la boca; se utiliza normalmente para guardar líquidos. tina.
Barranquera: barranco pequeño producido por la acción del agua. Pequeña erosión en el terreno.
Terrero: desnivel no muy elevado del terreno. Tierra escarpada de no mucha altura.

   

           Cantarera con sus cántaros                          Perol de gachas con caldo

      
                "Pescaora"                                  Entremiso, pleita y queso

        
         Barranquera hecha  en el terreno                           Tinajas



martes, 31 de julio de 2012

PERÚ Y EL BURRO CAGACUARTOS


“La tierra no es un regalo de tus padres, sino un préstamo de tus hijos
 (Dicho masai)

A mi señor don Diego de la Caparrota. Sepa su merced que llegome su misiva en la que me inquiere acerca de cómo está siendo este tórrido tiempo que toca ahora. Direle que, como cada año por estas calendas, el Moreno aprieta de lo lindo y se hace duro no estar a cobijo de cubierto cuando es de día, que cuando es la noche más bien es a descubierto donde mejor se aguanta. Por eso que una vez acabadas las faenas del día y es noche cerrada suele reunirse un grupo del vecindario, que tampoco es mucho, en la parte alta de la cuesta de los Patricios para allí aliviarse del calor e ir, a la vez,  desgranando   todas las historias que cada cual conoce o inventa. Empréndese así animado chafardeo que va dando cuenta de cualquier acaecer, don Diego, que de sierra a sierra haya podido ocurrir.
Por aquí las trillas ya han tocado a su fin. Suponen  el final a todo un largo y extenuante trabajo  que empezara por los meses de septiembre y octubre con la siembra y que ve ahora su remate y recompensa. Todos ansían tener la cosecha a buen recaudo de todo tipo de adversidades guardándola en su "troh". Supondrá  un alivio de seguridad y permitirá unos días de  cierto y merecido descanso antes de dar comienzo a  faenas que ya están a la espera. Serán días de solaz, y niños y mayores acudirán, luciendo sus mejores ropas, al disfrute de alguna de las fiestas agosteña que se celebran. Las eras han empezado a quedar desiertas y sólo algún montón de granzas, el rulo o pájaros en busca de algún grano perdido las adornarán durante unos días, que luego será  sólo el rulo el que quede en la era como único testigo mudo del sacrificio de las gentes, siempre a la espera de otra próxima cosecha. Es la noria de la vida. 
El ciclo comenzará de nuevo y volveremos a buscar en la madre tierra la vida y el sustento, nuestro pan de cada día. Por eso la  cuidamos y mimamos, y nos espanta cualquier daño que se le pueda causar, porque sabemos que es de sus entrañas de lo que vivimos. A ella le estamos agradecidos y sólo las inclemencias y calamidades del tiempo hacen que, a veces, no esté preñada de fértiles cosechas. Pero aquí, don Diego, por desgracia, son más frecuentes las contrariedades que las abundancias. Pero no por eso dejamos de ser conscientes que de la tierra venimos, que a ella volveremos, y ... que a ella le debemos todo.
Manifiéstole que los días de trilla han sido intensos. Empezábamos  con la fresca. Esparcíamos la   parva, si es que no lo estaba. Poníamos los aperos a mano: horcas, escobones, cribas, ramales, pala, colleras, antojeras, trillo o cilindro, costales, media fanega y, por supuesto, las bestias. Mi tío José, "el Chorroluces" era, como siempre, el primero en llegar. Él acude a ayudarnos  cuando puede. Esta vez venía   acompañado de su burra, la "Merla", como él la llama. Dando voces, con su sempiterna pregunta de si ... "¿estáis más buenos?", que es como si dijera ...¿"Cómo estáis"?, nos saluda al llegar, a la vez que  mete prisa. 
Una vez dispuestas las bestias comienzan los primeros compases, que son los más difíciles. Más tarde volvemos la parva varias veces, hasta que, poco a poco, se vayan quedando separados grano y paja. Llagada la tarde ya habrá concluido esta primera parte.  Seguidamente se amontona y acordona, para dar comienzo a "ablentar" (aventar), y así ir separando grano y paja. Esta parte del trabajo sólo se consigue con viento de levante, que será el encargado de ir dejando caer el grano y arrastrar la paja a cada horcada que demos. Posteriormente vendrá el amontonar el grano, palearlo, cribarlo y  medirlo y, en costales, llevarlo hasta la "troh",  para concluir encerrando la paja que es transportada en jarpiles hasta el pajar. Si la cosecha ha sido generosa, notarase satisfacción en el semblante de la gente. Si por el contrario, ha sido deficiente, verase la resignación, pero sin perder  la esperanza de un siguiente ciclo mejor. En esta tierra, don Diego, andamos de sobra acostumbrados a tiempos malos,  pero no hay otra ilusíon que la de sobrevivir con lo que la tierra produzca. Nuestro coraje y nuestra fe en el sueño perpetuo de que el cielo riegue los campos, el frío no los congele o el calor no los abrase, no se rinde y quizás sea lo que nos mantiene vivos.
Han trascurrido estos intensos días y respírabase alegría. Era el ánimo del final de ciclo. Corría abundante vino a la hora del almuerzo, lo que hizo más pesado y sudoroso el breve tiempo que quedó para el descanso. Aproveché yo  para pedir a   mi tío José, "el Chorroluces", que me hablara de los cuentos de Perú y contome uno que yo desconocía. Es el que completa una trilogía de la que tenía noticias. No sé si habrá más acerca del tal Perú, personaje que me fascina, pero por aquí creo que sólo cuéntanse tres. Es éste uno de ellos. Espero que le divierta y vea hasta qué extremo llega la avaricia de algunos, a los que no duelen prendas por tal de seguir y seguir colmando un saco que para ellos siempre anda vacío. Es característica  ésta que adorna a muchos sin importarles la necesidad del vecino y de lo que debiéramos sacar conclusiones.
Su fiel servidor

El Candil de la Fuentecica.
                                

                           PERÚ Y EL BURRO

Dice la gente que una vez  Perú fue a la siega, a un lugar bastante lejano de su casa. Por aquellos andurriales estuvo segando durante varias semanas, yendo de un amo a otro, hasta que  la siega acabó y él decidió regresar a casa. Dicen también que era muy trabajador y que había ganado mucho dinero, mucho más de lo esperado, pues la cosecha había sido buena y había trabajado a destajo. A su regreso iba muy contento, pensando en la alegría que daría a su mujer y a sus con cinco  churumbeles cuando llegara. El dinero escaseaba y sólo estaba él para ganarlo.  Aquella temporada de siega había conseguido reunir varios duros, varias pesetas, dos reales y seis perragordas,  todo un capital en aquel tiempo.  Iba él en esas alegrías,  más contento que unas pascuas,  jaleando al burro y "giscándole"  con el puño por la culata  por  tal de llegar pronto. Llevaba el dinero en la mano y el puño bien cerrado para que no se le cayera, pues los bolsillos estaban rotos y ni un taleguillo tenía para esconderlo. Con estas ansias y con estos pensamientos achuchaba a la bestia sin mirar ni cómo ni por donde. Y… ¡perdición!, pues en un mal movimiento vino a meter el puño con  dinero y todo por el culo del burro. Tan adentro había ido a parar que no había forma de sacarlo sin abrir la mano.
-¡Qué desgracia la mía!- se decía Perú desesperado. -¡Tanto dinero y tanto trabajo para que luego se quede ahora en la tripa del burro!
¿Y qué le diría a la mujer y  a los hijos? ¿Cómo llegar sin un solo céntimo?
-“A los pobres todas nos vienen del mismo lado”, -pensaba para sus adentros.
Su alegría se volvió preocupación y rabia y no había que echar la culpa a nadie, sólo a la mala suerte. En esa desesperación andaba cuando pensó  que ya no quedaba otro remedio que abrir el puño, dejar el dinero en la tripa del animal y ser ingenioso para recuperarlo. Y pensando, pensando,  vino a dar en la cuenta de que sólo será cuestión de esperar a que el jumento evacuase los excrementos y seguro que los dineros saldrían, … ¡seguro!,”
Cuando llegó a casa, salió la mujer a recibirlo, que ya andaba a la espera de lo ganado, cuando  él se adelantó y le dijo:
-Mira,  mujer, lo que me ha pasado. El dinero está en la tripa del burro, pero no te preocupes, que lo recuperaremos. Y además se me ha ocurrido que hasta podremos hacernos ricos con él, pues diremos que caga dinero, y seguro que lo venderemos como el burro más fantástico del mundo. No ha habido ni habrá otro igual. Este burro nos va a hacer millonarios, mujer, ya verás.
-Eres tonto, Perú. Ya me lo decía mi madre: “No te cases con hombre fantasioso y sin juicio”. ¡Qué desgracia la mía… y la de tus hijos!
-Que no mujer, que no llevas razón. Pronto verás que tenemos un burro que caga dinero y entonces te pondrás más contenta que unas castañuelas. Ya verás.
-¿Cómo puede ser eso Perú? ¿Has visto tú alguna vez un burro que cague duros?
-¡Vaya que si lo he visto, éste cuando volvía a casa! Vamos a meterlo a la cuadra y verás que pronto empieza a ser una mina de oro.
La mujer, nada convencida de las palabras del marido, pero sin otro remedio que hacerle caso, llevó el burro a la cuadra, limpiando de estiércol un buen “roal” junto al pesebre, por si las moscas era cierto. Estaban todos alrededor del burro, esperando impacientes que soltase los primeros “cajones” cuando éste empezó a soltar sus  excrementos y envueltos en los mismos aparecieron dos pesetas y un duro. ¡Madre, qué alegría! Desaparecieron de golpe  las dudas, la mala cara y malos gestos de hacía tan sólo unos minutos. La mujer y los niños, al ver aquello, salieron corriendo a la calle y sin poder aguantar la noticia, la pregonaron a gritos por todo el pueblo. Hasta las gentes más incrédulas, asombradas por lo que escuchaban, se fueron a casa de Perú. El primero en llegar fue el señor alcalde y con él los alguaciles, el señor cura, el médico y el boticario y hasta el maestro, al tener tal noticia, dio por concluida la clase y fue con los niños a ver si era cierto semejante portento que había movilizado a todo el vecindario.
Ya estaban todos en la cuadra,  no cabía un alfiler, ansiosos por ver si era verdad, pensando más bien que tendrían mofa para rato por  lo que consideraban era una ingenuidad más  de Perú, sin llegar a pensar en su astucia. Las beatas decían que aquello sería obra de Lucifer; el médico y el boticario intentaban buscar una explicación científica; el cura rezaba porque tal vez aquello podría ser una bendición de Dios para el pueblo y también para la iglesia, y el alcalde sólo pensaba en ver aparecer la primera moneda pues, en ese caso, no tendría duda, le compraría el burro a Perú, pidiese lo que pidiese. Así aprovecharía una mina inagotable de riqueza, y llegaría a ser  más rico que el señor gobernador.
Con la impaciencia propia de los grandes acontecimientos, todos estaban expectantes del trasero del animal, cuando  éste soltó toda una cajonada de la que salieron varias monedas más. No había duda. ¡Aquello si que era un milagro, un prodigio y había que festejarlo! Pero lo primero de todo para el alcalde era tratar con Perú, pues aquel burro no se le podía escapar. Estaba dispuesto a lo que fuera. Y ni corto ni perezoso le dijo a Perú que le pidiese por el animal, que así saldría de la miseria y podría dar a sus hijos cuanto necesitasen. Le dijo también que había muchos envidiosos y hasta se lo podrían robar o envenenarlo, ¡venga "usté" a ver!
-Perú, tienes que venderme el burro. Yo te daré buen dinero. Vamos a tratar antes de que sea tarde. Dime cuanto quieres por este pollino.
Perú salió a consultar con su mujer, apartándose de la muchedumbre vecinal y le dijo:
-¡Ves mujer como es cierto lo que te dije! Pronto seremos ricos y que se apañe el alcalde con el burro. ¿Cuánto crees que debemos pedirle?
-Pues yo opino que debes pedirle... por lo menos mil duros.
-¿Qué dices?  ¿Mil duros? Le pido por lo menos cinco mil. ¿No ves que  él y  la avariciosa de su mujer tienen dinero a espuertas y  creen que el burro es una mina de oro y plata sin fondo?
-Vale, como quieras, pues cuanto más nos de... mucho mejor, digo yo también.
Así que marido y mujer se pusieron de acuerdo, volvió Perú a la cuadra donde estaban todos maravillados, pues el animal había cagado dos veces más y en cada cagalera habían vuelto a salir varias monedas. Cualquiera de los presentes lo habría comprado, hasta las beatas que aún pensaban que aquello sería cosa del mismísimo  demonio. Cuando Perú regresó le dice el alcalde:
-Perú, ¿has decidido ya venderlo o no?
-Pues mire, señor alcalde, la verdad es que mi mujer y yo sabemos que vendemos un tesoro, pero ante la necesidad que tenemos y por lo que usted nos ha dicho, sí que hemos decidido venderlo.
-¡Estupendo, Perú, estupendo! Sé yo que eres hombre inteligente, de esos que prefieren más un pájaro en mano que ciento volando. Dime cuánto vale el asno.
-Pues,…mire señor alcalde. Nosotros sabemos que vale mucho más de lo que vamos a pedir, que casi es un regalo que le hacemos, pero por no ser avariciosos, sólo queremos cinco mil duros.
-Es mucho, Perú. No sé si yo dispondré de  tanto dinero. ¿No podrás rebajar algo?
-No, señor alcalde. Ya le estamos haciendo un buen precio. Además, queremos volver a nuestro país y comprar unas tierras y, si podemos, aemprender allí otra vida mejor, menos esclava que la de leñador.
-Bueno, no te preocupes, Perú. Voy a por los dineros y antes de un santiamén estoy aquí con los cuartos. Ya sabes que todo lo que cague el burro desde este momento será mío. ¿Trato hecho?
-¡E trato está hecho, señor alcalde! Y no se preocupe que todo cuanto descargue el animal será para usted.
Fue el alcalde rápido a su casa, volviendo al momento con los cinco mil duros, pues tenía esos y muchos más. La varicia de lo que lograría con el burro  lo tenía ciego y se veía tan rico que nadie se le podría igualar. Perú, por su parte estaba deseando  coger aquella fortuna y marcharse de allí antes de que se descubriera el engaño. Los vecinos, por su parte, se fueron  a sus casas haciendo cruces, sin dar crédito a lo visto.
Hechos todos los requisitos de la venta, el alcalde se llevó el burro a su casa y pidió a su mujer que le preparara la mejor  habitación, pues el animal no merecía menos. Llamó seguidamente a los alguaciles para que llevaran mucha alfalfa tierna, higos secos, panizo y todo lo mejor para que al pollino no le faltara de nada. Y así lo hicieron. Como el animal nunca había comido tanto ni tan bien, pronto le dio la cagalera El matrimonio, hecho un manojo de nervios, se había acostado, pero no pegaban ojo esperando que el cuarto se llenara de riquezas. El burro ya no tenía dineros en su panza, pero sí se le produjeron fortísimos retorcijones y una terrible diarrea y de ve en cuando se escuchaba ¡ Puffffffffff.....! ¡Pufffffff......! ¡Pufffffffffffff......! Y así muchas veces seguidas. Ellos no se atrevían a levantarse y le decía la mujer al alcalde:
-¿Oyes Benito? ¿Escuchas bien? ¿Oyes como sale oro? Ah, y ahora parece que es plata lo que caga el asno.
-Rosa, seguro que mañana somos más ricos que el rey. ¡Qué suerte la nuestra! Sí, ahora parece plata. Y,…, oye, oye, que ahora es oro,…¿verdad?
De esa forma pasaron algunas horas, el burro con la cagalera por  todo lo que había comido y no podía digerir y ellos con la oreja puesta, sin atreverse a ir hasta que no fuera de día. Pero como  la avaricia no tiene límite el alcalde se levantó sin encender el candil ni nada y se fue derecho hasta donde estaba el burro para empezar a abrazar su dinero. Y claro, al llegar se metió en un barrizal de mierda que le llegaba a los tobillos o más arriba. Llamó a Rosa para que lo sacara de allí, pero ella pensó que era  para que tocara los dineros, así que también se zambulló en aquel lodazal de estiércol. Al descubrir el engaño montaron en cólera y acudieron tal y como iban de mierda hasta las cejas, hechos unos energúmenos,   a la casa de Perú, pero éste ya había puesto tierra de por medio, llevándose a su mujer y a sus hijos donde nunca más los vieron ni supieron de ellos.
Al correr la noticia por el pueblo, el alcalde y la mujer fueron el hazmerreír de todos y comprendieron la astucia de Perú, sintiendo un poco de envidia porque él sí que había sabido vender el burro y burlarse de la codicia. De Perú es verdad que nunca más se supo y el alcalde tuvo que aguantar todas las burlas, chanzas y bromas que a los vecinos se les ocurrieron.
Y colorín colorete que por la chimenea cae un cohete y “colorín colorao” que este cuento “s’ha acabao.”                                             
GLOSARIO:
Calendas:  tiempo, período, época.
El Moreno: denominación popular que suele darse al astro rey, el Sol.
Chafardeo:  cotilleo, comadreo.
Trilla: acción de separar el grano de la paja. Se realizaba de forma tradicional en esta comarca hasta los años setenta o más del siglo XX. Por entonces empezó a decaer hasta desaparecer el hecho de la siembra de cereales y, por lo tanto, también de la trilla.
"Troh": su verdadero nombre es troje, pero la pronunciación que se hace de la misma en esta zona andaluza es a modo de "h" aspirada, parecida a un sonido /j/.
Fiesta agosteña: era frecuente la celebración de fiestas populares en casi todas las barriadas y pedanías una vez llegado el mes de agosto, ya que habían finalizado las faenas de siega y trilla. Se hacían en conmemoración a la Virgen o a algún Santo.
Granzas: parte más recia del tallo de la mies que ha quedado sin cortar suficientemente y se separa de la paja, quedando en un montón aparte.
Era de trilla: espacio circular, próximo a la vivienda, con base de tierra que se rulaba con una gran piedra cilíndrica antes de la trilla para endurecerla y darle firmeza. Algunas tenían base hecha de guijarros.
Parva: mies extendida en la era, dispuesta para ser trillada.
Volver la parva: cuando ya el trillo o el cilindro  había rodado sobre la  mies y ésta quedaba bastante destrozada, se le daba la vuelta. Se empezaba por un lateral y se iba girando la mies con las horcas para que quedara la que estaba más entera arriba, hasta finalizar en el extremo opuesto. Se le daban varias vueltas, hasta lograr que quedase totalmente trillada la parva.
Horca: objeto largo de madera que, a modo de tenedor, se usaba para mover la paja y las granzas.
Trillo: pequeña tabla de madera que en una de sus caras tenía unas cuchillas metálicas. Era arrastrada por las bestias que hacían la trilla y sobre el mismo iba el trillador, bien sentado o de pie. también estaba el cilindro que era un trillo con cuatro cilindros con cuchillas que giraban al tirar de él las bestias.
Bestias: se denomina así al conjunto de animales de tiro y que solían ser burras o mulas, principalmente.
Acordonar la parva: una vez se había dado la última vuelta  a la parva y ya trillada, se procedía a amontonarla, creando una especie de gran cordón a lo largo de la era, orientado de norte a sur, formando una especie de montículo. Se colocaba una sobrecarga en la parte occidental de la misma y se daba comienzo a la "ablenta", ("aventa") siempre que corriera aire de levante para arrastrar la paja hacia poniente.
"Ablentar": el término correcto es "aventar". Consistía en lanzar con la horca grano y paja hacia arriba, con inclinación hacia el Este, para que el viento arrastrase la paja hacia Poniente y el grano cayese a plomo sobre el montón. De esta forma iban quedando separados grano y paja.
Jarpil: objeto trenzado de cuerdas de esparto y que servía para transportar la paja desde la era al pajar.
Trabajar a destajo: trabajo que no se realiza a jornal, sino que se mide por cantidad de trabajo realizado y se paga por él.
"Giscándole": posible deformación de "aguijar", aunque realmente desconozco la procedencia. La palabra se usaba en esta zona como sinónimo de pinchar, incitar, provocar.
Churumbel: niño, nene.
Perragorda: moneda de níquel que correspondía a diez céntimos de peseta.
Jumento: burro, pollino, asno.
Cagacuartos:  burrito cuyos excrementos contenían dinero.
"Roal"lugar, sitio o espacio pequeño que por alguna circunstancia particular se distingue de lo que le rodea
Pesebre: pequeño espacio elevado del suelo, en obra de albañilería en la cuadra y que, a modo de cajón rectangular, servía para poner de comer a ganado o bestias (caballerías).
"Cajones": cada una de las bolas formada por excremento de la bestia y que forman una "cajonera".
Cuadra: espacio del corral, unido por lo general a la vivienda y que servía para guarecer el ganado y bestias de tiro y carga.
Beata: mujer que pasa la mayor parte de su tiempo rezando y dándose golpes de pecho, pero que suele ser hipócrita y perversa con las demás personas.
Pollino: jumento de no mucha edad.
Duro: moneda de cinco pesetas. Los había de papel y de metal.
Santiamén: algo que se hace de forma muy rápida.
Irse haciendo cruces: cuando algo deslumbra por no entenderse cómo pueda ser posible o haber ocurrido.
Energúmeno: persona mala, muy enrabiada, que parece estar poseída del demonio.                                               
           
                        

           Izquierda: era y rulo              Derecha: trillando y volviendo la parva
                            

             Izquierda: aventando              Derecha: media fanega
                        
           Izquierda: criba y dientes de una horca     Derecha: burrito cagacuartos