viernes, 12 de octubre de 2012

LAS GACHAS

"Una persona sin sentido del humor es como una carreta sin amortiguadores: se ve sacudida por todas las piedras del camino"-       (Henry Ward Beecher)
                                                  
Despedirse de don Diego, tras haber compartido un año, no ha sido fácil. A él dirigí cuentos tradicionales  y romances de cordel, con el ánimo de que no apareciesen como algo frío, solitarios, vacíos, sin  referencia alguna a un tiempo o a un contexto. Esa fue la razón de la existencia de don Diego y de las cartas. Ha transcurrido un año y con él ha llegado a su  final el ciclo previsto para dar salida a estos relatos. En cuanto a los mismos cabe decir que no están todos, pero sí una muestra suficiente de ellos.  Mi deseo es que queden como reflejo de las tradiciones orales de una determinada época. Corresponden a las décadas de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, años de mi niñez y parte de mi adolescencia. Tal día como hoy, 12 de octubre de 1958, en mi vida daba comienzo una nueva etapa, con un giro total y para siempre. Dejé los Patricios y comencé los estudios del bachillerato de Humanidades en Cuevas. Empezaban a quedar atrás todas las vivencias de mi infancia, llevando sólo conmigo los recuerdos.
El cuento de "LAS GACHAS" será el final de estas narraciones, aunque no el final del BLOG. Éste tendrá continuación, pero con contenidos diferentes a los que ha tenido hasta ahora. 
Quiero en esta ocasión dirigir mi más sincero agradecimiento a quienes un día decidieron ser seguidores del blog y, en especial a José Antonio García Ramos. Él me animó e impulsó a llevar a cabo este sencillo y humilde trabajo. Igualmente hago extensivo el agradecimiento  a aquellas otras personas que un día recalaron en el blog y tuvieron la paciencia de leer u ojear alguno de los contenidos. No puedo pasar este momento sin pedir disculpas a quienes haya podido molestar o disgustar alguno de dichos contenidos.
Los cuentos y romances de cordel que oí y leí siendo aún niño y que alegraron  noches invernales junto al fuego o cálidas veraniegas en la calle, corresponden a una época ya lejana, pero no quería que quedaran en el olvido total, pues, a fin de cuentas, formaron parte de la cultura popular de unas generaciones.
Al dar comienzo al blog, entendí que  cada cuento, leyenda o romance podría introducirlo con algún texto que diese algo de vida a la sucesión de los relatos. Nunca sabré si fue acierto u error el hecho de las introducciones, pues jamás andamos dos caminos a la vez, lo que no nos permite conocer cómo habría sido el otro. Elegí el de las cartas a don Diego con un lenguaje inusual y cierta nota arcaica en la expresión. Con el romance “LOS DE ÍLLAR”,  di por finalizada esa atapa. Don Diego de la Caparrota, totalmente ficticio, se ha marchado de la misma forma que llegó, como lo había hecho cuando me acompañaba en los juegos de cartas siendo muy niño. Él me  ha  ayudado a  sacar  adelante el trabajo. No sé si lo habría hecho sin él. Ha servido de soporte para cada cuento, para cada romance y a él le he ido  contando mis cuitas y mis anhelos, mis luchas, mis alegrías y mis picardías, que tampoco eran muchas, mi análisis del mundo de entonces visto desde ahora. A él he dirigido el retrato social de aquella época de mi vida. Fue una época difícil, llena de privaciones, de luchas, de decepciones y frustraciones, como la de aquel martes en el  que unos municipales tiraron por la muralla los quesos que mi abuelo había llevado a vender al mercado. En ellos estaba toda la economía de la semana. Allí iban los medicamentos de mi abuela que padecía parkinson, las judías, los garbanzos, el azúcar,… todo lo necesario para sobrevivir durante la semana. Llegaron con cara de pocos amigos, con una orden de la alcaldía, y  no sé de quién más, a impedir que se vendiera más queso artesanal sin una licencia municipal y, sin mediar más explicación ni plazos, fueron lanzando a la rambla todo el queso que había para vender. La resignación, la impotencia y la rabia de todos aquellos que tenían en sus canastillos parte de sus vidas,  se vio reflejada en sus rostros, pero eso sí, con una más que vergonzosa sumisión  a quienes tal injusto disparate habían acordado. Era lo que había esos años, años duros, de represión, de  mordaza y tiranía. Desde la muralla vimos volar hacia la rambla nuestro particular cuento de la lechera, regresando aquel martes a casa,  sin aquello que tan necesario era para nosotros. He querido hacer una pequeña semblanza de estos recuerdos tristes, pensando que también deben formar parte de los relatos, para poder entender mejor el contexto de un tiempo que encerraba miseria, subdesarrollo, incultura generalizada, sumisión, resignación, opresión e injusticia a partes iguales.
Tampoco he querido pasar por alto el hacer una sencilla descripción de algunas fiestas, faenas y tareas más comunes y destacadas en el medio rural. No se trata de una descripción exacta, pero sí lo suficiente como para rememorar la forma de vida que en esos años había en esta tierra.
Por último, deseo expresar mi recuerdo agradecido a quienes me enseñaron cuentos, romances y leyendas, pero de forma especial quiero hacerlo en recuerdo a mi madre que tanto bien hizo en mi vida y a ella debo, sin duda, el que yo haya llegado a  ponerlos aquí. Ella me transmitió el interés por la sabiduría, por los libros, la sencillez de la vida reflejada en la belleza de las cosas más humildes. Ella me transmitió un sentido de justicia social, de respeto a todo y a todos que me acompañará hasta el final de mis días; pero también la no resignación ante lo injusto. Ella me hizo comprender que en el esfuerzo, en el trabajo y en la honradez descansa la grandeza del ser humano. Ella me enseñó hasta el día mismo de su muerte la importancia del humor, de reírnos de todo, empezando por nosotros mismos, salvo de la desgracia propia o de la ajena. Para su memoria vaya este última historia, real o no, nunca supe bien si una cosa u otra, y que ella tantas veces me contaba. Es la historia de “LAS GACHAS”. Según me decía, había ocurrido en realidad. El protagonista principal fue José “El Chorroluces”, tío de mi madre, que fue invitado por su tío y padrino, Ignacio “El Gallinaza”, a comer gachas al “Royo ( por Arroyo) Olías”.  Yo tengo dudas de que tales hechos ocurrieran, pero algo pudo haber de cierto cuando tanto me  insistía en ello.

                                           LAS GACHAS

Cuentan los del lugar que es cierto lo que aconteció a dos jóvenes, Ignacio y José, tío y sobrino,  un día del mes de agosto del año la nana. Ignacio, que era tío de José y además su padrino, tenía una novia, "la Juana", en el “Royo Olías”. Distaba bastante de las Ramblicas, lugar de residencia de Ignacio. Éste la visitaba los domingos, haciendo el recorrido, una legua o más, en una vieja mula torda que su padre tenía. Aquel domingo no disponía de la bestia, así que habló con su sobrino José,  zagalón de unos catorce años, para que pidiese la yegua a su padre y a la vez lo acompañase al “Royo”, pues la novia deseaba conocerlo por lo mucho que Ignacio le había hablado de él, alabando su gracia, sus caídas y sus dichos. Así que sin pensarlo dos veces fue a verlo, diciéndole:
-José, sabes las muchas ganas que “la  Juana”, mi novia, tiene de conocerte, ¿por qué no le pides la yegua a tu padre y vamos esta tarde  al “Royo”?
-Vale, tío Ignacio. Hablaré con mi padre y seguro que nos la deja, pues él también quiere  que vaya saliendo los domingos y no me vaya por los cerros detrás de los pollos de perdiz.
Eso hizo José y su padre estuvo encantado con que fuese con su cuñado Ignacio a conocer a la novia de éste. Era agosto y el calor abrasaba cuando los dos montaron en el animal y emprendieron  camino. Hablaron durante el trayecto de cosas muy distintas, enseñando Ignacio a su sobrino mil y una astucias diferentes  para conseguir novia, o cómo hacer para estar a solas con ella sin la mirada siempre perseguidora de la madre. José iba tomando nota de todo a la vez que alababa y reía las argucias de su tío para darse algún que otro revolcón con la novia, que en esto ella era más valiente que él, como se dice, era de armas tomar. Cuando ya se acercaban al cortijo, Ignacio le dijo a José que cenarían en casa de la novia y que allí, los domingos por la noche, siempre hacían gachas, unas gachas con caldo de pimientos “coloraos” y “golondrina”, pues pasaba una “pescaora” los domingos, y sabían a gloria. Como Ignacio sabía lo tragón que era José, le pidió que no fuera agonioso en el comer, sino prudente y que dejase de comer cuando le pisase el pie, que sería la señal de que ya había comido su parte.
-Así haré, tío, que yo también me conozco. Cuando me pise usted soltaré la cuchara y ya  dejaré de comer.
-Así quiero que hagas, José, que es bueno ser prudente donde no lo conocen a uno y quiero que dejes imagen de persona educada.
A todo esto llegaron a la puerta del cortijo donde ya estaba “la Juana” esperando, arreglada con el vestido dominguero. También estaba la madre, y saludaron muy cariñosamente a José, haciendo grandes alabanzas del mismo por lo buen mozo y gracioso que les parecía. Una vez que pasaron los saludos y habían metido la yegua en la cuadra, fueron los novios, acompañados de José, que esta vez hacía de carabina, a dar una vuelta por los alrededores y llegar adonde estaba el padre de María, guardando sus ovejas, para saludarlo. Mientras tanto, la madre se quedó preparando un gran perol de gachas  con su caldo de pimientos y “pescao” que seguro estarían para chuparse los dedos, pensaba José. A la vuelta encerraron el ganado y echaron unos vasos de vino del país que ya con el primer trago mareaba a un cristiano, y que era el que “toda la vida de Dios” se tomaba allí, como dijo el padre, y que servía “pa hacer hombres machos y hembras forzudas y embraguetás”. Seguidamente se sentaron a la mesa,  dando comienzo, no sin antes haber bendecido las gachas,  extraordinario banquete en aquellos tiempostodo lo. Comían sin respiro, pero no llevaba José en sus tripas más de diez cucharadas de aquel exquisito manjar, cuando quiso la mala suerte que un gran gato romano acertase a pasar por allí y pisarle el pie, de forma que él creyó que sería su tío,  que éste habría entendido que  había comido ya lo suficiente y debería mostrar mesura y no gula, como le había dicho. Así que dejó la cuchara anunciando que ya estaba satisfecho, que había almorzado bien y no deseaba comer más. Los demás quedaron sorprendidos, pues apenas llevaban unos minutos comiendo y aún estaban casi todas las gachas en el perol, cuando José tomó esta decisión. Ignacio no lo entendía, pues él no le había pisado y la familia de la novia, por su parte, pensaron que las gachas no estarían buenas o que no serían del gusto del muchacho. Le insistieron todos en que comiera, preguntándole que si era porque no estaban buenas o porque no le gustaban. Él repitió de todas las formas posibles que sí estaban buenas, pero que no podía más, que en su estómago no cabía ni una sola cucharada más. Creó un poco de disgusto aquello y pronto terminaron los demás también de comer, dejándose más de la mitad de las gachas. Con este pequeño disgusto se retiraron a sentarse en el poyo de la calle, a tomar el fresco, mientras la mujer colocaba el perol con las sobras debajo de la cantarera, pues era el lugar más fresco de la casa y allí se podrían mantener en buen estado. Pasó la velada entre comentarios, dichos y otras  ocurrencias, aunque a José ya los minutos se le hacían siglos, pues sus tripas pedían misericordia con urgencia. Les pidieron que pasaran la noche allí, que bien podían regresar a la mañana siguiente. Tanto insistieron que aceptaron  dormir allí. Esto agravaba el hambre de José al que una noche, en aquel estado de necesidad, le  parecía una eternidad. Cuando ya decidieron ir a la cama, José tuvo que dormir en un catre, en la misma habitación que su tío.  Al poco de acostarse y ya que todo estaba en silencio,  dijo Ignacio a José:
-Sobrino ¿cómo que has comido tan pocas gachas?
-¿Eso me pregunta usted, tío Ignacio?  ¿Acaso no me dijo que fuera moderado y que en cuanto me pisara el pie dejara de comer?
-Sí, eso te dije, pero yo no te he pisado.
-¿Cómo que usted no me ha pisado? Entonces,…¿quién me ha pisado?
-No lo sé, José. Puede haber sido el perro o el gato. Te juro que yo no he sido.
-Pues, tío, no vea cómo tengo yo las tripas. A mañana seguro que no llego. Esta misma noche moriré de hambre. Si yo llego a saber esto, ¿cómo es posible que viniera a conocer a su novia? Me arrepentiré el resto de mi vida, si es que no “espicho” de hambre hoy mismo.
-No digas eso, José. Mira, debajo de la cantarera han dejado el perol casi lleno de gachas. Ahora está todo en silencio, todos duermen. ¿Por qué no te levantas y con mucho cuidado vas y comes todas las que quieras? Mañana seguro que pensarán que han sido los gatos.
-Pero, ¿cómo voy a ir a tientas?
-Sí, hombre, no pasa nada. Tienes que ir con cuidado para no tropezar, que no  se despierten. ¡Ah!, una cosa te encargo: como yo me he quedado también con hambre, ¿por qué no me traes una “almostrá” también a mí?
-Vale, compadre. Eso haré. Me atiborraré de gachas y le traeré a usted una buena “almostrá”.
Sin más, muy despacio, a tientas, procurando no hacer ruido, se dirigió hacia la cantarera, y sin mucha dificultad dio con ella. Fue su alegría y el alivio de su estómago ponerse ante el perol, zambullir la mano en él y comer a boca llena, hasta casi reventar. Una vez harto, cogió en las manos cuantas gachas cabían y se marchó a llevárselas a su tío como habían acordado. Volvió satisfecho y, a oscuras, intentando no dar trompicones, pero la mala fortuna quiso que fuera  a meterse en la habitación contigua a la que ocupaba con su tío. Esa fue la siguiente desgracia de aquel día. En la habitación estaba la novia, que dormía boca abajo, como un tronco y como Dios la trajo al mundo. Andaba  la pobre sobrada de gases, con el muelle flojo y expulsaba grandes ventosidades, de las que se llaman “follones”, sin parar. José, que estaba muy nervioso, no comprendió su error, creyendo que aquello era que su tío, entre sueños, soplaba por si las gachas aún estaban calientes y él, en voz muy baja, le insistía que no lo hiciera:
-Tío Ignacio, no sople usted, si ya no queman. Si ya no queman, compadre.
La novia seguía en su profundo sueño, sin oír a José, y con sus desafíos al mozo, pues a un soplo le seguía otro, …y otro, …y otro, tanto  que parecía ventolera aquello más que otra cosa. Ya que José se cansó de insistirle en que no quemaban y, a la vista de que no le hacía caso, le estampó las gachas en todo el pompi, el cual tenía sin una sola tela que lo cubriera, a la vez que le decía:
-¡Compadre, cómase usted de una vez las gachas, que no queman!
Salió José  de la habitación sin darse cuenta del error y se dirigió de nuevo a la cantarera, esta vez para lavarse las manos de tan pringosas que las llevaba con tanta gacha. Como no veía nada, pensó que lo más efectivo sería meter una mano en un cántaro y lavarla así, y después la otra. Pero aquello no daba resultado, pues la mano salía igual de pringosa que entraba. Fue entonces cuando metió ambas mano, una detrás de otra, por la boca del cántaro, para lavarlas y, …sí que lo logró, pero entonces, ¡menuda desgracia!, …no podía sacarlas. Se desesperaba, tiraba de una, luego de la otra y…¡que si quieres! Sudaba, maldecía su mala suerte y no sabía ya qué hacer para salir de aquel atasco. Mientras tanto, la novia se había despertado, embarrada hasta la cabeza de gachas, pero que ella creyó ser otra cosa. Se lió la pobre en una sábana y, como pudo, se fue al descubierto de los animales a limpiarse con lo que encontrara, agachándose en una esquina y allí, con piedras, fue quitando aquella masa que le taponaba totalmente el trasero. José que, por otro lado, ya no sabía qué hacer, pensó en ir al corral y romper el cántaro contra lo primero que encontrara, y… ¡vaya si encontró! Encontró nada más y nada menos, en el claroscuro con el que la Luna iluminaba parte del corral,  una gran piedra blanca en un extremo del descubierto. Al menos eso fue lo que a él le pareció aquel bulto blanco del rincón. Sin pensarlo dos veces se fue hacia el mismo, estrellando el cántaro con todas sus fuerzas sobre la pobre novia, que dio tal grito que retumbó en las sierras de Oria y del Saliente más que lo hicieran los gritos de Polifemo cuando perseguía a Ulises. José, al darse cuenta del disparate que acababa de cometer salió huyendo hacia la habitación de Ignacio que bien había oído el grito y estaba ya preparado para lo peor esperando al sobrino. José entró y, muy asustado, dijo a su tío:
-¡Tío, he matado a la Juana! ¡Yo no quería, tío! Parecía una piedra grande en el descubierto, pero era la Juana.  Yo he roto el cántaro en su espalda. Seguro que le he partido el espinazo y las costillas, y todo.
-José, vámonos  antes de que nos cojan, pues si nos pillan nos matarán.
Los dos salieron huyendo, tanto que dejaban el culo atrás, y ni a llevarse la yegua se detuvieron, escapando de allí como almas que lleva el diablo. A todo correr llegaron hasta la balsa del “Royo”. Ya no podían más y se detuvieron a descansar. Estaban haciendo cábalas sobre lo ocurrido, cuando se les ocurrió refrescarse en la balsa, pues era la medianoche y nadie iría por allí a aquellas horas. Así que se quedaron en el traje de Adán, dejando la ropa en un a orilla, se zambulleron en el agua. A todo esto venían por allí unos mozos que habían estado de ronda en el “Royo Medina” y  oyeron ruido en la balsa. Se acercaron con mucho sigilo, viendo cómo se bañaban, ocurriéndosele a uno coger la ropa y llevársela.  Era lo que les faltaba para completar la noche, pues al salir de la balsa tuvieron que ir arroyo abajo con una mano delante y la otra detrás para cubrir las vergüenzas. Pero no fue eso todo, pues no llevaban andados más de quinientos metros cuando unos perros, al verlos tan descamisados, les atacaron sin piedad. Había por allí unas tinajas abandonadas y cada uno de ellos se metió en una. Acertaron a pasar por allí otros mozos que también regresaban de  ronda y no se les ocurrió otra cosa que balancear las tinajas y, entre risas y bromas, decidieron lanzar las más pesadas rodando por una barranquera. Ellos temblaban en su  el interior y, en este caso la descomposición intestinal fue tal que nada de gachas ni de lo que en la tripa tenían, se resistió a salir, pues ya sí que contaban con una muerte segura en aquellos tinajos. Pero, pese a los tumbos, escaparon “de aquella”, aunque de milagro, continuando el camino una vez que se recuperaron. Por fin llegaron, cuando aún no había despuntado el día, a las Ramblicas. A José lo castigó su madre por haber perdido la ropa a guardar pavos durante dos semanas. Éste que no escarmentaba, parece que se dedicó a hacer algunas cosas raras con las pavas, lo que le valió otro castigo mayor. Pero no llegó a cumplirlo, pues se escapó a la Aljambra, donde vivía su comadre, joven y “echá palante” que también le acarreó algunos problemas. Pero esa es ya otra historia que escapa a la de las gachas, de la que bien pudieron  decir lo del zorro que acompañó al cuervo en su viaje por el cielo: “Si de aquella había escapado sin morir nunca más volvería a comer  gachas al “Royo”.
Y verdadera o falsa, esta fue la historia de las GACHAS.

GLOSARIO:

Año la nana: expresión referida a un tiempo pasado, no determinado, tal vez referida al mucho tiempo que debe tener algo, como las nanas que se cantan a los niños.
Alabar las caídas de alguien: alabar a alguien por su originalidad en el hablar y por su gracia.
Ser de armas tomar: Persona valiente, atrevida y decidida.
Gachas con caldo de pimientos “coloraos” y golondrina: comida muy corriente en época de escasez y que se hacía a base de harina cocinada formando una masa blanda que se extendía sobre las paredes del recipiente y se agregaba un caldo hecho a base de pimientos y un tipo de pescado que recibía el nombre de golondrina, parecido a la caballa. También podían ser de leche en vez de caldo.
Pasaba una “pescaora”: ciertos días de la semana solían ir por el campo mujeres vendiendo pescado. Lo llevaban en anchas canastas cubierto de sal para que no se echara a perder.
Saber a gloria: se dice de algo que tiene un exquisito sabor.
Ser agonioso: ser egoísta, ansioso, quererlo todo.
Hacer de carabina: en tiempos aún no lejanos la mayoría de las mozas no podían ir solas con los novios, haciéndose acompañar por alguien en todo momento para que no hubiese roce entre los novios.
Estar para chuparse los dedos: se dice de aquellos alimentos que están tan buenos que uno termina chupando los restos que quedan en los dedos cuando ya ha finalizado el último bocado.
Toda la vida de Dios: expresión bastante corriente y que expresa que algo viene desde tiempos ya muy lejanos o durará hasta la eternidad.
“Embraguetá”: por “embraguetada” persona valiente, capaz de enfrentarse a cualquier peligro o dificultad.
Poyo: muro de baja altura que había junto a las puertas de algunas casas, destinado a sentarse en él.
Espichar: morir, fallecer, palmarla, doblar
Cantarera: objeto de madera con cuatro patas como soporte y en el que se colocaban los cántaros con el agua que abastecía la casa.
Ir  a tientas: ir a oscuras, tanteando para no tropezar y poder detectar los obstáculos.
“Almostrá”: por “almostrada”. Algo que  cabe en el hueco que forman las dos manos juntas.
Atiborrarse:  llenar el estómago de alimento o bebida hasta no poder más.
Muelle flojo: cuando no se controlan suficientemente los esfínteres.
Follones: Ventosidades que se hace sin ruido.
Pompi: parte inferior y posterior del tronco del ser humano sobre la que descansa el cuerpo al sentarse. Culo, trasero.
Hacer cábalas: hacer conjeturas sobre lo que puede ocurrir.  Suposición o juicio que se forma a partir de datos incompletos o supuestos
Tinaja: vasija grande de barro, más ancha por el centro que por el fondo y la boca; se utiliza normalmente para guardar líquidos. tina.
Barranquera: barranco pequeño producido por la acción del agua. Pequeña erosión en el terreno.
Terrero: desnivel no muy elevado del terreno. Tierra escarpada de no mucha altura.

   

           Cantarera con sus cántaros                          Perol de gachas con caldo

      
                "Pescaora"                                  Entremiso, pleita y queso

        
         Barranquera hecha  en el terreno                           Tinajas



martes, 31 de julio de 2012

PERÚ Y EL BURRO CAGACUARTOS


“La tierra no es un regalo de tus padres, sino un préstamo de tus hijos
 (Dicho masai)

A mi señor don Diego de la Caparrota. Sepa su merced que llegome su misiva en la que me inquiere acerca de cómo está siendo este tórrido tiempo que toca ahora. Direle que, como cada año por estas calendas, el Moreno aprieta de lo lindo y se hace duro no estar a cobijo de cubierto cuando es de día, que cuando es la noche más bien es a descubierto donde mejor se aguanta. Por eso que una vez acabadas las faenas del día y es noche cerrada suele reunirse un grupo del vecindario, que tampoco es mucho, en la parte alta de la cuesta de los Patricios para allí aliviarse del calor e ir, a la vez,  desgranando   todas las historias que cada cual conoce o inventa. Empréndese así animado chafardeo que va dando cuenta de cualquier acaecer, don Diego, que de sierra a sierra haya podido ocurrir.
Por aquí las trillas ya han tocado a su fin. Suponen  el final a todo un largo y extenuante trabajo  que empezara por los meses de septiembre y octubre con la siembra y que ve ahora su remate y recompensa. Todos ansían tener la cosecha a buen recaudo de todo tipo de adversidades guardándola en su "troh". Supondrá  un alivio de seguridad y permitirá unos días de  cierto y merecido descanso antes de dar comienzo a  faenas que ya están a la espera. Serán días de solaz, y niños y mayores acudirán, luciendo sus mejores ropas, al disfrute de alguna de las fiestas agosteña que se celebran. Las eras han empezado a quedar desiertas y sólo algún montón de granzas, el rulo o pájaros en busca de algún grano perdido las adornarán durante unos días, que luego será  sólo el rulo el que quede en la era como único testigo mudo del sacrificio de las gentes, siempre a la espera de otra próxima cosecha. Es la noria de la vida. 
El ciclo comenzará de nuevo y volveremos a buscar en la madre tierra la vida y el sustento, nuestro pan de cada día. Por eso la  cuidamos y mimamos, y nos espanta cualquier daño que se le pueda causar, porque sabemos que es de sus entrañas de lo que vivimos. A ella le estamos agradecidos y sólo las inclemencias y calamidades del tiempo hacen que, a veces, no esté preñada de fértiles cosechas. Pero aquí, don Diego, por desgracia, son más frecuentes las contrariedades que las abundancias. Pero no por eso dejamos de ser conscientes que de la tierra venimos, que a ella volveremos, y ... que a ella le debemos todo.
Manifiéstole que los días de trilla han sido intensos. Empezábamos  con la fresca. Esparcíamos la   parva, si es que no lo estaba. Poníamos los aperos a mano: horcas, escobones, cribas, ramales, pala, colleras, antojeras, trillo o cilindro, costales, media fanega y, por supuesto, las bestias. Mi tío José, "el Chorroluces" era, como siempre, el primero en llegar. Él acude a ayudarnos  cuando puede. Esta vez venía   acompañado de su burra, la "Merla", como él la llama. Dando voces, con su sempiterna pregunta de si ... "¿estáis más buenos?", que es como si dijera ...¿"Cómo estáis"?, nos saluda al llegar, a la vez que  mete prisa. 
Una vez dispuestas las bestias comienzan los primeros compases, que son los más difíciles. Más tarde volvemos la parva varias veces, hasta que, poco a poco, se vayan quedando separados grano y paja. Llagada la tarde ya habrá concluido esta primera parte.  Seguidamente se amontona y acordona, para dar comienzo a "ablentar" (aventar), y así ir separando grano y paja. Esta parte del trabajo sólo se consigue con viento de levante, que será el encargado de ir dejando caer el grano y arrastrar la paja a cada horcada que demos. Posteriormente vendrá el amontonar el grano, palearlo, cribarlo y  medirlo y, en costales, llevarlo hasta la "troh",  para concluir encerrando la paja que es transportada en jarpiles hasta el pajar. Si la cosecha ha sido generosa, notarase satisfacción en el semblante de la gente. Si por el contrario, ha sido deficiente, verase la resignación, pero sin perder  la esperanza de un siguiente ciclo mejor. En esta tierra, don Diego, andamos de sobra acostumbrados a tiempos malos,  pero no hay otra ilusíon que la de sobrevivir con lo que la tierra produzca. Nuestro coraje y nuestra fe en el sueño perpetuo de que el cielo riegue los campos, el frío no los congele o el calor no los abrase, no se rinde y quizás sea lo que nos mantiene vivos.
Han trascurrido estos intensos días y respírabase alegría. Era el ánimo del final de ciclo. Corría abundante vino a la hora del almuerzo, lo que hizo más pesado y sudoroso el breve tiempo que quedó para el descanso. Aproveché yo  para pedir a   mi tío José, "el Chorroluces", que me hablara de los cuentos de Perú y contome uno que yo desconocía. Es el que completa una trilogía de la que tenía noticias. No sé si habrá más acerca del tal Perú, personaje que me fascina, pero por aquí creo que sólo cuéntanse tres. Es éste uno de ellos. Espero que le divierta y vea hasta qué extremo llega la avaricia de algunos, a los que no duelen prendas por tal de seguir y seguir colmando un saco que para ellos siempre anda vacío. Es característica  ésta que adorna a muchos sin importarles la necesidad del vecino y de lo que debiéramos sacar conclusiones.
Su fiel servidor

El Candil de la Fuentecica.
                                

                           PERÚ Y EL BURRO

Dice la gente que una vez  Perú fue a la siega, a un lugar bastante lejano de su casa. Por aquellos andurriales estuvo segando durante varias semanas, yendo de un amo a otro, hasta que  la siega acabó y él decidió regresar a casa. Dicen también que era muy trabajador y que había ganado mucho dinero, mucho más de lo esperado, pues la cosecha había sido buena y había trabajado a destajo. A su regreso iba muy contento, pensando en la alegría que daría a su mujer y a sus con cinco  churumbeles cuando llegara. El dinero escaseaba y sólo estaba él para ganarlo.  Aquella temporada de siega había conseguido reunir varios duros, varias pesetas, dos reales y seis perragordas,  todo un capital en aquel tiempo.  Iba él en esas alegrías,  más contento que unas pascuas,  jaleando al burro y "giscándole"  con el puño por la culata  por  tal de llegar pronto. Llevaba el dinero en la mano y el puño bien cerrado para que no se le cayera, pues los bolsillos estaban rotos y ni un taleguillo tenía para esconderlo. Con estas ansias y con estos pensamientos achuchaba a la bestia sin mirar ni cómo ni por donde. Y… ¡perdición!, pues en un mal movimiento vino a meter el puño con  dinero y todo por el culo del burro. Tan adentro había ido a parar que no había forma de sacarlo sin abrir la mano.
-¡Qué desgracia la mía!- se decía Perú desesperado. -¡Tanto dinero y tanto trabajo para que luego se quede ahora en la tripa del burro!
¿Y qué le diría a la mujer y  a los hijos? ¿Cómo llegar sin un solo céntimo?
-“A los pobres todas nos vienen del mismo lado”, -pensaba para sus adentros.
Su alegría se volvió preocupación y rabia y no había que echar la culpa a nadie, sólo a la mala suerte. En esa desesperación andaba cuando pensó  que ya no quedaba otro remedio que abrir el puño, dejar el dinero en la tripa del animal y ser ingenioso para recuperarlo. Y pensando, pensando,  vino a dar en la cuenta de que sólo será cuestión de esperar a que el jumento evacuase los excrementos y seguro que los dineros saldrían, … ¡seguro!,”
Cuando llegó a casa, salió la mujer a recibirlo, que ya andaba a la espera de lo ganado, cuando  él se adelantó y le dijo:
-Mira,  mujer, lo que me ha pasado. El dinero está en la tripa del burro, pero no te preocupes, que lo recuperaremos. Y además se me ha ocurrido que hasta podremos hacernos ricos con él, pues diremos que caga dinero, y seguro que lo venderemos como el burro más fantástico del mundo. No ha habido ni habrá otro igual. Este burro nos va a hacer millonarios, mujer, ya verás.
-Eres tonto, Perú. Ya me lo decía mi madre: “No te cases con hombre fantasioso y sin juicio”. ¡Qué desgracia la mía… y la de tus hijos!
-Que no mujer, que no llevas razón. Pronto verás que tenemos un burro que caga dinero y entonces te pondrás más contenta que unas castañuelas. Ya verás.
-¿Cómo puede ser eso Perú? ¿Has visto tú alguna vez un burro que cague duros?
-¡Vaya que si lo he visto, éste cuando volvía a casa! Vamos a meterlo a la cuadra y verás que pronto empieza a ser una mina de oro.
La mujer, nada convencida de las palabras del marido, pero sin otro remedio que hacerle caso, llevó el burro a la cuadra, limpiando de estiércol un buen “roal” junto al pesebre, por si las moscas era cierto. Estaban todos alrededor del burro, esperando impacientes que soltase los primeros “cajones” cuando éste empezó a soltar sus  excrementos y envueltos en los mismos aparecieron dos pesetas y un duro. ¡Madre, qué alegría! Desaparecieron de golpe  las dudas, la mala cara y malos gestos de hacía tan sólo unos minutos. La mujer y los niños, al ver aquello, salieron corriendo a la calle y sin poder aguantar la noticia, la pregonaron a gritos por todo el pueblo. Hasta las gentes más incrédulas, asombradas por lo que escuchaban, se fueron a casa de Perú. El primero en llegar fue el señor alcalde y con él los alguaciles, el señor cura, el médico y el boticario y hasta el maestro, al tener tal noticia, dio por concluida la clase y fue con los niños a ver si era cierto semejante portento que había movilizado a todo el vecindario.
Ya estaban todos en la cuadra,  no cabía un alfiler, ansiosos por ver si era verdad, pensando más bien que tendrían mofa para rato por  lo que consideraban era una ingenuidad más  de Perú, sin llegar a pensar en su astucia. Las beatas decían que aquello sería obra de Lucifer; el médico y el boticario intentaban buscar una explicación científica; el cura rezaba porque tal vez aquello podría ser una bendición de Dios para el pueblo y también para la iglesia, y el alcalde sólo pensaba en ver aparecer la primera moneda pues, en ese caso, no tendría duda, le compraría el burro a Perú, pidiese lo que pidiese. Así aprovecharía una mina inagotable de riqueza, y llegaría a ser  más rico que el señor gobernador.
Con la impaciencia propia de los grandes acontecimientos, todos estaban expectantes del trasero del animal, cuando  éste soltó toda una cajonada de la que salieron varias monedas más. No había duda. ¡Aquello si que era un milagro, un prodigio y había que festejarlo! Pero lo primero de todo para el alcalde era tratar con Perú, pues aquel burro no se le podía escapar. Estaba dispuesto a lo que fuera. Y ni corto ni perezoso le dijo a Perú que le pidiese por el animal, que así saldría de la miseria y podría dar a sus hijos cuanto necesitasen. Le dijo también que había muchos envidiosos y hasta se lo podrían robar o envenenarlo, ¡venga "usté" a ver!
-Perú, tienes que venderme el burro. Yo te daré buen dinero. Vamos a tratar antes de que sea tarde. Dime cuanto quieres por este pollino.
Perú salió a consultar con su mujer, apartándose de la muchedumbre vecinal y le dijo:
-¡Ves mujer como es cierto lo que te dije! Pronto seremos ricos y que se apañe el alcalde con el burro. ¿Cuánto crees que debemos pedirle?
-Pues yo opino que debes pedirle... por lo menos mil duros.
-¿Qué dices?  ¿Mil duros? Le pido por lo menos cinco mil. ¿No ves que  él y  la avariciosa de su mujer tienen dinero a espuertas y  creen que el burro es una mina de oro y plata sin fondo?
-Vale, como quieras, pues cuanto más nos de... mucho mejor, digo yo también.
Así que marido y mujer se pusieron de acuerdo, volvió Perú a la cuadra donde estaban todos maravillados, pues el animal había cagado dos veces más y en cada cagalera habían vuelto a salir varias monedas. Cualquiera de los presentes lo habría comprado, hasta las beatas que aún pensaban que aquello sería cosa del mismísimo  demonio. Cuando Perú regresó le dice el alcalde:
-Perú, ¿has decidido ya venderlo o no?
-Pues mire, señor alcalde, la verdad es que mi mujer y yo sabemos que vendemos un tesoro, pero ante la necesidad que tenemos y por lo que usted nos ha dicho, sí que hemos decidido venderlo.
-¡Estupendo, Perú, estupendo! Sé yo que eres hombre inteligente, de esos que prefieren más un pájaro en mano que ciento volando. Dime cuánto vale el asno.
-Pues,…mire señor alcalde. Nosotros sabemos que vale mucho más de lo que vamos a pedir, que casi es un regalo que le hacemos, pero por no ser avariciosos, sólo queremos cinco mil duros.
-Es mucho, Perú. No sé si yo dispondré de  tanto dinero. ¿No podrás rebajar algo?
-No, señor alcalde. Ya le estamos haciendo un buen precio. Además, queremos volver a nuestro país y comprar unas tierras y, si podemos, aemprender allí otra vida mejor, menos esclava que la de leñador.
-Bueno, no te preocupes, Perú. Voy a por los dineros y antes de un santiamén estoy aquí con los cuartos. Ya sabes que todo lo que cague el burro desde este momento será mío. ¿Trato hecho?
-¡E trato está hecho, señor alcalde! Y no se preocupe que todo cuanto descargue el animal será para usted.
Fue el alcalde rápido a su casa, volviendo al momento con los cinco mil duros, pues tenía esos y muchos más. La varicia de lo que lograría con el burro  lo tenía ciego y se veía tan rico que nadie se le podría igualar. Perú, por su parte estaba deseando  coger aquella fortuna y marcharse de allí antes de que se descubriera el engaño. Los vecinos, por su parte, se fueron  a sus casas haciendo cruces, sin dar crédito a lo visto.
Hechos todos los requisitos de la venta, el alcalde se llevó el burro a su casa y pidió a su mujer que le preparara la mejor  habitación, pues el animal no merecía menos. Llamó seguidamente a los alguaciles para que llevaran mucha alfalfa tierna, higos secos, panizo y todo lo mejor para que al pollino no le faltara de nada. Y así lo hicieron. Como el animal nunca había comido tanto ni tan bien, pronto le dio la cagalera El matrimonio, hecho un manojo de nervios, se había acostado, pero no pegaban ojo esperando que el cuarto se llenara de riquezas. El burro ya no tenía dineros en su panza, pero sí se le produjeron fortísimos retorcijones y una terrible diarrea y de ve en cuando se escuchaba ¡ Puffffffffff.....! ¡Pufffffff......! ¡Pufffffffffffff......! Y así muchas veces seguidas. Ellos no se atrevían a levantarse y le decía la mujer al alcalde:
-¿Oyes Benito? ¿Escuchas bien? ¿Oyes como sale oro? Ah, y ahora parece que es plata lo que caga el asno.
-Rosa, seguro que mañana somos más ricos que el rey. ¡Qué suerte la nuestra! Sí, ahora parece plata. Y,…, oye, oye, que ahora es oro,…¿verdad?
De esa forma pasaron algunas horas, el burro con la cagalera por  todo lo que había comido y no podía digerir y ellos con la oreja puesta, sin atreverse a ir hasta que no fuera de día. Pero como  la avaricia no tiene límite el alcalde se levantó sin encender el candil ni nada y se fue derecho hasta donde estaba el burro para empezar a abrazar su dinero. Y claro, al llegar se metió en un barrizal de mierda que le llegaba a los tobillos o más arriba. Llamó a Rosa para que lo sacara de allí, pero ella pensó que era  para que tocara los dineros, así que también se zambulló en aquel lodazal de estiércol. Al descubrir el engaño montaron en cólera y acudieron tal y como iban de mierda hasta las cejas, hechos unos energúmenos,   a la casa de Perú, pero éste ya había puesto tierra de por medio, llevándose a su mujer y a sus hijos donde nunca más los vieron ni supieron de ellos.
Al correr la noticia por el pueblo, el alcalde y la mujer fueron el hazmerreír de todos y comprendieron la astucia de Perú, sintiendo un poco de envidia porque él sí que había sabido vender el burro y burlarse de la codicia. De Perú es verdad que nunca más se supo y el alcalde tuvo que aguantar todas las burlas, chanzas y bromas que a los vecinos se les ocurrieron.
Y colorín colorete que por la chimenea cae un cohete y “colorín colorao” que este cuento “s’ha acabao.”                                             
GLOSARIO:
Calendas:  tiempo, período, época.
El Moreno: denominación popular que suele darse al astro rey, el Sol.
Chafardeo:  cotilleo, comadreo.
Trilla: acción de separar el grano de la paja. Se realizaba de forma tradicional en esta comarca hasta los años setenta o más del siglo XX. Por entonces empezó a decaer hasta desaparecer el hecho de la siembra de cereales y, por lo tanto, también de la trilla.
"Troh": su verdadero nombre es troje, pero la pronunciación que se hace de la misma en esta zona andaluza es a modo de "h" aspirada, parecida a un sonido /j/.
Fiesta agosteña: era frecuente la celebración de fiestas populares en casi todas las barriadas y pedanías una vez llegado el mes de agosto, ya que habían finalizado las faenas de siega y trilla. Se hacían en conmemoración a la Virgen o a algún Santo.
Granzas: parte más recia del tallo de la mies que ha quedado sin cortar suficientemente y se separa de la paja, quedando en un montón aparte.
Era de trilla: espacio circular, próximo a la vivienda, con base de tierra que se rulaba con una gran piedra cilíndrica antes de la trilla para endurecerla y darle firmeza. Algunas tenían base hecha de guijarros.
Parva: mies extendida en la era, dispuesta para ser trillada.
Volver la parva: cuando ya el trillo o el cilindro  había rodado sobre la  mies y ésta quedaba bastante destrozada, se le daba la vuelta. Se empezaba por un lateral y se iba girando la mies con las horcas para que quedara la que estaba más entera arriba, hasta finalizar en el extremo opuesto. Se le daban varias vueltas, hasta lograr que quedase totalmente trillada la parva.
Horca: objeto largo de madera que, a modo de tenedor, se usaba para mover la paja y las granzas.
Trillo: pequeña tabla de madera que en una de sus caras tenía unas cuchillas metálicas. Era arrastrada por las bestias que hacían la trilla y sobre el mismo iba el trillador, bien sentado o de pie. también estaba el cilindro que era un trillo con cuatro cilindros con cuchillas que giraban al tirar de él las bestias.
Bestias: se denomina así al conjunto de animales de tiro y que solían ser burras o mulas, principalmente.
Acordonar la parva: una vez se había dado la última vuelta  a la parva y ya trillada, se procedía a amontonarla, creando una especie de gran cordón a lo largo de la era, orientado de norte a sur, formando una especie de montículo. Se colocaba una sobrecarga en la parte occidental de la misma y se daba comienzo a la "ablenta", ("aventa") siempre que corriera aire de levante para arrastrar la paja hacia poniente.
"Ablentar": el término correcto es "aventar". Consistía en lanzar con la horca grano y paja hacia arriba, con inclinación hacia el Este, para que el viento arrastrase la paja hacia Poniente y el grano cayese a plomo sobre el montón. De esta forma iban quedando separados grano y paja.
Jarpil: objeto trenzado de cuerdas de esparto y que servía para transportar la paja desde la era al pajar.
Trabajar a destajo: trabajo que no se realiza a jornal, sino que se mide por cantidad de trabajo realizado y se paga por él.
"Giscándole": posible deformación de "aguijar", aunque realmente desconozco la procedencia. La palabra se usaba en esta zona como sinónimo de pinchar, incitar, provocar.
Churumbel: niño, nene.
Perragorda: moneda de níquel que correspondía a diez céntimos de peseta.
Jumento: burro, pollino, asno.
Cagacuartos:  burrito cuyos excrementos contenían dinero.
"Roal"lugar, sitio o espacio pequeño que por alguna circunstancia particular se distingue de lo que le rodea
Pesebre: pequeño espacio elevado del suelo, en obra de albañilería en la cuadra y que, a modo de cajón rectangular, servía para poner de comer a ganado o bestias (caballerías).
"Cajones": cada una de las bolas formada por excremento de la bestia y que forman una "cajonera".
Cuadra: espacio del corral, unido por lo general a la vivienda y que servía para guarecer el ganado y bestias de tiro y carga.
Beata: mujer que pasa la mayor parte de su tiempo rezando y dándose golpes de pecho, pero que suele ser hipócrita y perversa con las demás personas.
Pollino: jumento de no mucha edad.
Duro: moneda de cinco pesetas. Los había de papel y de metal.
Santiamén: algo que se hace de forma muy rápida.
Irse haciendo cruces: cuando algo deslumbra por no entenderse cómo pueda ser posible o haber ocurrido.
Energúmeno: persona mala, muy enrabiada, que parece estar poseída del demonio.                                               
           
                        

           Izquierda: era y rulo              Derecha: trillando y volviendo la parva
                            

             Izquierda: aventando              Derecha: media fanega
                        
           Izquierda: criba y dientes de una horca     Derecha: burrito cagacuartos



lunes, 9 de julio de 2012

EL CURA Y EL PASTOR


“Con  pastores,  curas y  frailes, buenos días y buenas tardes.”  (Refrán)

 A Don Diego  de la Caparrota de  este su humilde  colaborador, el Candil de la Fuentecita. En respuesta a la suya,  interesado por cómo andamos debido al mucho esfuerzo del que le hablé y al escaso descanso, manifestarle debo que ahora gozamos del paréntesis que antecede a la trilla. También cabe decir que tocó a su fin la sufrida escuela, en la que más desaprendía que aprendía y ya  más iba “patrás que palante”. Ahora, en los mediodías, siempre que puedo escapar,  mientras los demás dormitan, impotentes ante la fuerza que despliega la canícula, emprendo con apremiante  y ciega agonía la búsqueda de hasta el más  recóndito y extraño nido, por difícil y oculto que se halle. No hay sitio que se me resista, ni lugar que no patee, árbol al que no suba, bardas  que no atraviese, rastrojo que no escudriñe con la vista, terrera o terraplén al que no me encarame, siempre que adivino la posibilidad, a veces simple espejismo,  de hallar lo que anhelo.  Los ojos se me encienden, se me ponen echando chiribitas en cuanto veo alguno. Lo hago, vive Dios, con la sola pretensión de ver el proceso de la vida de estas pequeñas aves que comparten nuestro entorno.. Jamás les hice daño, pero es mi debilidad seguir el recorrido desde el inicio de la construcción del nido hasta la partida de sus moradores.. Es una curiosidad  que me arrastra y esclaviza a la vez, don Diego.
Mi madre me sentencia con que no salga a esas horas, intentando amedrentarme con lo “del hombre del saco” y no sé cuántas cosas más. Yo, que parézcole a ella en los miedos, en tratándose de nidos, los ojos de la aprensión se cierran o se nublan y siempre pierdo la noción del tiempo tras nidos de gorriones, de calandrias, de "tutovías," colorines, verderones, "alcudones," chamarises, chuchillas, alzacolas, rabiblancas, abubillas, abejorucos, arrandrajos y de cuantas especies más haya a mi alcance, pues  hasta con mochuelos y avilanejos me atrevo. Para que sepa hasta donde se es capaz cuando la pasión ciega, contarele una anécdota que ocurriome ha varios días. Hallábame en lo más estrecho de la garganta de un barranco cuando vi a gran altura unas brozas que, por un agujero, delataban la existencia de un fabuloso nido. Fue tal la ansiedad por saber qué escondía que escalé como pude, sosteniéndome de mala manera en el aquel frontal y, como un gato agarrado a una pared,  con una mano asida a una piedra que destacaba, introduje la otra por el hueco del que despuntaban  las brozas. Todo fue introducirla cuando  incontable número de ratas se abalanzaron precipitadamente sobre mi cuerpo. Bien puede vuesa merced imaginar cómo arrojeme al vacío, envuelto en aquella caterva de roedores, magullándome por completo.   
Así transcurren estos días, don Diego,  entre cierto alivio en el trabajo, pero con la pertinaz y abrasadora solanera cerniéndose sobre nosotros con la pesadez de un plomo.
Otro de los días, cuando el sol estaba en lo más alto, escapeme hacia la huerta y, tal y como mi madre avisaba, apareció el que yo entendí en aquel instante  podría ser el hombre del saco. Aparecioseme de golpe, debajo de una pedriza, tras el grueso tronco de un olivo, una figura esperpéntica, vestida que iba a modo de cura en el momento de la misa. No sé si tratabase de una aparición o algo por el estilo. Pronunciaba sonidos incomprensibles y deslavazados. Asusteme tanto que se me doblaron las rodillas, paralizoseme  el cuerpo  en su totalidad y hasta humedecí la poca ropa que llevaba encima. Cuando recuperé la fuerza y amainó el temblor, salí escopeteado, imagino que sin ser visto por aquella aparición. En  algún tiempo  no he dicho nada ni he querido más aventuras, y sólo días después me atreví a contarlo a mi tío Ángel  en un momento que andaba, como siempre, con sus interminables peinados y limpiezas. Mi tío es especial y pienso  que vive la vida del revés. Se acuesta cuando los demás nos levantamos y  suele  levantarse cuando los demás nos acostamos. A todas partes llega  tarde, siempre va cuando los demás vuelven., pues a él no le importa dejar todo, menos sus peinados, limpiezas y rondas "ad calendas graecas". Ahora ha regresado de Comodoro Rivadavia.  Ha pasado  varios años la Patagonia argentina, y no sé si en aquel lugar habrá tenido ese mismo comportamiento. Puede que  por ser allí hora distinta su proceder  haya sido también otro, aunque lo dudo. 
Bueno, como le digo,  mi tío tronchábase de risa cuando le contaba la aventurilla de aquel tasajo  de cura debajo del olivo y aprovechó para informarme  que las gentes se valen de estrategias para conseguir fines, -se me escapa saber cuál podría ser la de aquel esperpento-,  y que los que más usan de esto son  los curas. Dijo entonces acordarse de un cuentecillo que bien podía servir de ejemplo. Tratase del cuento de “EL CURA Y EL PASTOR”. Es gracioso y nada tiene que ver con aquella mi fantasmal visión, pero yo remitoselo, pues a buen  seguro que le hará soltar  la carcajada al ver al clérigo  destapado en su lascivia y burlado en su codicia. Y ya sabe don Diego aquel dicho que dice.  No hay más ignorantes e inútiles que aquellos que buscan respuestas arrodillados y con los ojos cerrados”, algo que el astuto pastor bien supo capear  y prefirió que el clérigo siguiera gozando de su mujer antes que desprenderse él de los corderos. .
Su fiel servidor

El Candil de la Fuentecica


                                        EL CURA Y EL PASTOR

Dicen que había una vez  un cura que era muy rico, que era dueño de toda una capellanía y muchas otras propiedades, pero que era muy ruín, pues ni una limosna era capaz de dar a un hambriento. En la capellanía tenía un pastor con un gran ganado de ovejas. Éste pasaba la mayor parte de la vida en un viejo cortijo, retirado del pueblo, para poder estar más cerca del aprisco en el que guardaba cada noche el rebaño. Madrugaba y las llevaba al pacero  cada día, como Dios manda y, sobre todo, mandaba el cura. Pero, como queda dicho, el cura era muy tacaño y desconfiado y siempre que podía hacía una escapadilla  para contar las ovejas y los borregos,  ya que había observado que de cuando en cuando faltaba alguno. El cura se ponía entonces que se lo llevaban los demonios, pero nada decía  al pastor, pues no quería que aquel empezara a pensar que sospechaba de él e hiciese alguna mala faena con las ovejas.
Mientras tanto, la mujer del pastor iba cada día a limpiar la casa del cura y a hacerle la comida y  arreglillos detodo tipo, …, que no eran pocos, … -ya se entiende-, y los mandados que necesitaba el hombre. 
Un día, en el que  ya no aguantaba más el que estuvieran desapareciendo borregos, le dice el cura a la mujer:
-Mira, Manuela, no es por nada, pero me da mucha pena de que tu marido un día muera y pueda ir al infierno. En la montaña hay peligros, hay lobos y nunca se sabe lo que pueda pasarle.
-Y,… ¿por qué dice usted eso, don  Eufrasio? A mi Jacinto no puede pasarle nada, que él tiene mucha salud y sabe cuidarse bien de las alimañas.
-No, no lo digo por nada, pero es que veo que nunca va por la iglesia, que nunca se ha confesado desde que yo estoy aquí de cura.
-¡Bah!, usted no se preocupe, padre,  que mi Jacinto es un santo y no creo que tenga ni un solo pecado. No le pasa como a mi, ...ya me entiende usted…
-Que sí, Manuela, que sí., que pecados tenemos todos, y sabe Dios, lo que él estará haciendo allí en la capellanía, si no estará pecando de pensamiento y obra. Es bueno que le digas, por el bien de su alma, que vaya a la iglesia y se confiese.
-Vale,  don Eufrasio, no se preocupe que yo se lo diré.
Eso hizo la mujer, advirtiéndo a su Jacinto de la preocupación que el cura tenía por su alma, aunque éste bien sabía que no era por su alma sino porque le faltaban borregos. Él  no hizo caso. Y así transcurrieron varios días e incluso semanas. El cura estaba consumiéndose en la desesperación viendo que los hurtos del pastor seguían tal cual, así que volvió a insistir con lo mismo a  Manuela que, a su vez, hizo otro tanto con el marido, suplicándole de mil maneras que fuera a confesar no fuese que el cura se enfadase y lo despidiera de la pastoría y también pudiera quedarse ella sin aquellos buenos disfrutes carnales con don Eufrasio.
Pasaron algunos días más,  y una tarde, cuando ya Jacinto había encerrado el ganado, volvió a su casa y, sin decir nada a la mujer, se arregló y se fue a la iglesia. Estaba el cura metido en el confesionario cuando lo vio pasar por delante, y fue tanta su alegría que, ni corto ni perezoso, dio un salto, dejando a una beata con los pecados en la boca, yendo hacia Jacinto con gran algría y diciéndole:
-¡Hola, Jacinto! ¡No sabes, hombre, cuánto me alegro de verte por la iglesia! Nunca antes habías venido por aquí. Bien sabes que Dios Nuestro Señor nos tiene dicho que debemos cumplir con sus mandamientos y que debemos confesar aquellas faltillas que tengamos para no ir al fuego eterno.. Todos pecamos, Jacinto, todos y, tratándose de ti, no quiero que vayas a juntarte con Satanás por no cumplir con los mandatos divinos. Supongo que vendrás a confesar, ¿verdad, hijo?
-A eso vengo, padre Eufrasio,  a eso. Soy muy descuidado para estas cosas y como siempre estoy con las ovejas, pues ni tiempo para pensar en los pecados tengo.
-No importa, Jacinto, no importa, que Dios es misericordioso y si nos arrepentimos y no volvemos a pecar, Él nos perdona siempre. Pero, bueno, espera un poco, … termino con esa mujer que está en el confesionario y enseguida estoy contigo. ¡No sabes bien cuánta alegría das  a Dios viniendo a redimirte de tus miserias!
Volvió el cura al confesionario donde la beata se había quedado atónita ante el comportamiento del cura, echándole a éste una buena reprimenda por su despecho de dejarla con la palabra en la boca. Era beata de confesión diaria y el cura ni se inmutó, dándole la absolución sin más decir, ansioso por saber la verdad de sus corderos y de que Jacinto dejara de una vez por todas de sustraerlos. Así que tres avemarías a la mujer y hasta mañana. Sin más,  se acercó Jacinto, que se arrodilló tras de la rejilla y el cura, ya impaciente, le   dice:
-Ave María  Purísima.  Dios se alegra de tenerte aquí, hijo.
-Ave María Purísima, -respondió Jacinto, tal y como le había encargado su mujer que dijera:
 –Hermano Jacinto,  estás  aquí para salvar tu alma, y para que  así sea,  preciso es que digas ante Dios todos los pecados que tienes. Para empezar, bien es que lo hagas diciendo  si sabes quién puede ser el que se lleva los corderos del rebaño del cura y, puesto que tú eres el guadián, deberás saberlo y confesar ante Dios la verdad.
-Padre, ¿qué es lo que dice?  No le escucho bien. Repita por favor.
El cura no salía de su asombro, pero por un momento pensó que Jacinto podía estar padeciendo  sordera y que por eso pedía que se lo repitiera. Así que, elevando la voz, insistió:
-Digo, Jacinto, que si sabes tú quién  es el que roba mis borregos.
-Padre, sigo sin oír lo que dice y es que desde aquí no se escucha nada, pero nada, nada. ¡Se lo juro!
-Pero, ¿cómo puede ser eso si hace un momento hemos hablado y todo lo escuchabas? Además,  nadie en este confesionario ha tenido problemas para escucharme. Hasta la Pascuala, que está como una tapia y  que acaba de confesar, se entera de todo cuanto le digo y encomiendo. Eso no puede ser, Jacinto.
El capellán se irritaba por momentos, pues no entendía lo que pasaba. así que volvió a insistir:
-A ver, ¿me oyes ahora?- interpeló el cura con tan gran voz que asustó a los presentes, a la vez que acercó cuanto pudo la boca a la rejilla.- ¡Pregunto que si sabes quién pueda ser quien se lleva mis borregoooooos!
- Padre, sigo sin oír nada.  Se  lo dice el Jacinto, que no miente.  Si quiere podemos hacer la prueba y verá que digo verdad, don Eufrasio.
El cura que no salía de su asombro ni adivinó la astucia del pastor, aceptó el reto, diciendo.
-Veamos, hijo, veamos. Probemos a ver si es verdad. Entra tú al confesionario y yo me pondré en la rejilla a ver si es cierto lo que dices, aunque me parece imposible. Bien sabes que a Dios no se le  debe mentir, pues de lo contrario, no te librarás del infierno.
Y así hicieron. El cura salió del confesionario y se puso donde estaba el pastor y éste se metió dentro. Ya que  cada uno había ocupado el nuevo lugar, dice el pastor:
-Padre, a ver si me oye usted. Escúcheme bien, ¿sabe usted por casualidad quién es el que se acuesta cada día con la mujer del pastor?
-No te oígo nada, Jacinto, no te oígo. ¿Qué es lo que dices?
El pastor volvió a preguntar al capellán, pero  ahora con voz en grito y enterando a todos los feligreses presentes:
-¡¡¡¡Padre, digo que si sabe usted quién es quien se acuesta con la mujer del pastoooooo!!!!.
-Jacinto, no se oye nada. Con razón decías tú que desde aquí no se oía. Llevas razón  y es que  tampoco yo  te oígo. Mejor es  que dejamos la confesión para otro momento, si te parece bien, hijo, que seguro Dios se compadecerá de tu buena voluntad por confesar y tendrás su perdón.
-Como usted quiera, don Eufrasio, como usted quiera-, repitió el pastor ahora ya en voz baja.
Y así acabó la confesión del pastor que volvió a la capellanía con las ovejas después de  burlarse del padre cura. Nunca más volvió por el confesionario, aunque el capellán siguió contando las cabezas del ganado y recomiéndose en su avaricia. Tampoco dejó  de aliviar su concupiscencia  y pasiones con Mabuela, algo que el pastor  le daba igual, pues él siempre andaba por el monte y más prefería sacar tajada de aquellos buenos corderos y aguantar el zurrumo del ganado que el podrido aliento de su mujer. 
Y colorín colorao que este cuento  ya se ha acabado.

GLOSARIO:
Agonía: una de las acepciones de la palabras es afán, anhelo, ansia de algo, persona que lo quiere todo y nada deja a los demás.
Bardas: bardal, seto, vallado, ramaje. Eran los setos formados por taray, baladre, cañas y cambronero (espino cerval) que, en los márgenes de las ramblas, tenían como finalidad proteger la huerta de las rambladas. El término “bardomera” procede de “barda”. La bardomera es la broza o ramaje que  se acumula e impide el paso del agua por una acequia o rambla.
Chiribitas:  chispa o brillo, especialmente en los ojos.
Rastrojo:  resto de las cañas de la mies que quedan en la tierra después de segar.
Ramblada: este término se usa para indicar cada una de las salidas de la rambla o lo que es lo mismo, el que la rambla, normalmente seca, sufra inundación por fuerte tormenta.
Terrera: zona de tierra escarpada. Corte vertical y a gran altura de la tierra, a modo de acantilado. Puede formar garganta en ramblas y barrancos profundos.
El hombre del saco: ver entrada “EL CRIMEN DE GÁDOR”.
Solanera: expresión frecuente que hace referencia a momentos del día en los que el Sol más aprieta o a tener una excesiva exposición al Sol.
Salir escopeteado: se dice de alguien que actúa con enorme velocidad en un determinado momento.
Tasajo: aunque su significado es realmente el de trozo de carne secada al sol, aquí se empleaba el término en sentido peyorativo y referido a persona que, por su llamativo aspecto de delgadez y por su apariencia deforme o desaliñada, parece un trozo de carne seca. Textos en los que podemos hallar “tasajo”: “… si me arrugo/ por no parecer mendrugo/ temo parecer tasajo.” (Manuel de Pina, s. XVII)  “… ya habiendo Sancho lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban….” (Miguel de Cervantes, ss. XVI y  XVII)
Ad calendas graecas: locución latina que significa "hasta las calendas griegas" para referirse a que algo no se realizará nunca, pues los griegos carecían de calendas (división del mes romano).
Troncharse de risa: reír con tanta fuerza que el cuerpo se dobla y parece que se parte.
Ruin: una de las acepciones de la palabra se refiere a persona tacaña, que se a gastar dinero u otras cosas.
Capellanía:  territorio o fundación perteneciente a una parroquia o  capellán y sobre lo cual éste tiene derecho a cobrar el fruto de ciertos bienes a cambio de la obligación de celebrar misas y otros actos de culto.
Aprisco: corral, paraje donde los pastores recogen el ganado para resguardarlo de la intemperie  
Pacero: se usaba el término con el significado del lugar al que va el ganado a pacer o pastar. (Ha sido imposible hallarlo en diccionario o en  hablas populares)  
Borrego: hijo de la oveja, cordero de unos dos años.
Hacer los mandados: servir a alguien haciendo aquellos encargos  de uso doméstico u otro tipo que se le encomienden.
Beata: suele tener esta palabra sentido peyorativo, significando persona santurrona, pero a la vez hipócrita, mojigata, puritana y maligna.
Sitio: hace referencia a un determinado lugar en el que se realiza u ocurre algo.
Zurrumo:  pestilencia desagradable que desprenden los machos cabríos cuando las hembras están en celo. 
               
        
                 Izquierda: ganado pastando en rastrojo   Derecha: bardas en la rambla
   
                
                   Izquierda: cura           Derecha: confesión del pastor