“Con pastores, curas y frailes, buenos días y buenas tardes.” (Refrán)
A Don Diego de la Caparrota de este su humilde colaborador, el Candil de la Fuentecita. En respuesta a la suya, interesado por cómo andamos debido al mucho esfuerzo del que le hablé y al escaso descanso, manifestarle debo que ahora gozamos del paréntesis que antecede a la trilla. También cabe decir que tocó a su fin la sufrida escuela, en la que más desaprendía que aprendía y ya más iba “patrás que palante”. Ahora, en los mediodías, siempre que puedo escapar, mientras los demás dormitan, impotentes ante la fuerza que despliega la canícula, emprendo con apremiante y ciega agonía la búsqueda de hasta el más recóndito y extraño nido, por difícil y oculto que se halle. No hay sitio que se me resista, ni lugar que no patee, árbol al que no suba, bardas que no atraviese, rastrojo que no escudriñe con la vista, terrera o terraplén al que no me encarame, siempre que adivino la posibilidad, a veces simple espejismo, de hallar lo que anhelo. Los ojos se me encienden, se me ponen echando chiribitas en cuanto veo alguno. Lo hago, vive Dios, con la sola pretensión de ver el proceso de la vida de estas pequeñas aves que comparten nuestro entorno.. Jamás les hice daño, pero es mi debilidad seguir el recorrido desde el inicio de la construcción del nido hasta la partida de sus moradores.. Es una curiosidad que me arrastra y esclaviza a la vez, don Diego.
Mi madre me sentencia con que no salga a esas horas, intentando amedrentarme con lo “del hombre del saco” y no sé cuántas cosas más. Yo, que parézcole a ella en los miedos, en tratándose de nidos, los ojos de la aprensión se cierran o se nublan y siempre pierdo la noción del tiempo tras nidos de gorriones, de calandrias, de "tutovías," colorines, verderones, "alcudones," chamarises, chuchillas, alzacolas, rabiblancas, abubillas, abejorucos, arrandrajos y de cuantas especies más haya a mi alcance, pues hasta con mochuelos y avilanejos me atrevo. Para que sepa hasta donde se es capaz cuando la pasión ciega, contarele una anécdota que ocurriome ha varios días. Hallábame en lo más estrecho de la garganta de un barranco cuando vi a gran altura unas brozas que, por un agujero, delataban la existencia de un fabuloso nido. Fue tal la ansiedad por saber qué escondía que escalé como pude, sosteniéndome de mala manera en el aquel frontal y, como un gato agarrado a una pared, con una mano asida a una piedra que destacaba, introduje la otra por el hueco del que despuntaban las brozas. Todo fue introducirla cuando incontable número de ratas se abalanzaron precipitadamente sobre mi cuerpo. Bien puede vuesa merced imaginar cómo arrojeme al vacío, envuelto en aquella caterva de roedores, magullándome por completo.
Así transcurren estos días, don Diego, entre cierto alivio en el trabajo, pero con la pertinaz y abrasadora solanera cerniéndose sobre nosotros con la pesadez de un plomo.
Otro de los días, cuando el sol estaba en lo más alto, escapeme hacia la huerta y, tal y como mi madre avisaba, apareció el que yo entendí en aquel instante podría ser el hombre del saco. Aparecioseme de golpe, debajo de una pedriza, tras el grueso tronco de un olivo, una figura esperpéntica, vestida que iba a modo de cura en el momento de la misa. No sé si tratabase de una aparición o algo por el estilo. Pronunciaba sonidos incomprensibles y deslavazados. Asusteme tanto que se me doblaron las rodillas, paralizoseme el cuerpo en su totalidad y hasta humedecí la poca ropa que llevaba encima. Cuando recuperé la fuerza y amainó el temblor, salí escopeteado, imagino que sin ser visto por aquella aparición. En algún tiempo no he dicho nada ni he querido más aventuras, y sólo días después me atreví a contarlo a mi tío Ángel en un momento que andaba, como siempre, con sus interminables peinados y limpiezas. Mi tío es especial y pienso que vive la vida del revés. Se acuesta cuando los demás nos levantamos y suele levantarse cuando los demás nos acostamos. A todas partes llega tarde, siempre va cuando los demás vuelven., pues a él no le importa dejar todo, menos sus peinados, limpiezas y rondas "ad calendas graecas". Ahora ha regresado de Comodoro Rivadavia. Ha pasado varios años la Patagonia argentina, y no sé si en aquel lugar habrá tenido ese mismo comportamiento. Puede que por ser allí hora distinta su proceder haya sido también otro, aunque lo dudo.
Bueno, como le digo, mi tío tronchábase de risa cuando le contaba la aventurilla de aquel tasajo de cura debajo del olivo y aprovechó para informarme que las gentes se valen de estrategias para conseguir fines, -se me escapa saber cuál podría ser la de aquel esperpento-, y que los que más usan de esto son los curas. Dijo entonces acordarse de un cuentecillo que bien podía servir de ejemplo. Tratase del cuento de “EL CURA Y EL PASTOR”. Es gracioso y nada tiene que ver con aquella mi fantasmal visión, pero yo remitoselo, pues a buen seguro que le hará soltar la carcajada al ver al clérigo destapado en su lascivia y burlado en su codicia. Y ya sabe don Diego aquel dicho que dice. “No hay más ignorantes e inútiles que aquellos que buscan respuestas arrodillados y con los ojos cerrados”, algo que el astuto pastor bien supo capear y prefirió que el clérigo siguiera gozando de su mujer antes que desprenderse él de los corderos. .
Su fiel servidor
El Candil de la Fuentecica
EL CURA Y EL PASTOR
Dicen que había una vez un cura que era muy rico, que era dueño de toda una capellanía y muchas otras propiedades, pero que era muy ruín, pues ni una limosna era capaz de dar a un hambriento. En la capellanía tenía un pastor con un gran ganado de ovejas. Éste pasaba la mayor parte de la vida en un viejo cortijo, retirado del pueblo, para poder estar más cerca del aprisco en el que guardaba cada noche el rebaño. Madrugaba y las llevaba al pacero cada día, como Dios manda y, sobre todo, mandaba el cura. Pero, como queda dicho, el cura era muy tacaño y desconfiado y siempre que podía hacía una escapadilla para contar las ovejas y los borregos, ya que había observado que de cuando en cuando faltaba alguno. El cura se ponía entonces que se lo llevaban los demonios, pero nada decía al pastor, pues no quería que aquel empezara a pensar que sospechaba de él e hiciese alguna mala faena con las ovejas.
Mientras tanto, la mujer del pastor iba cada día a limpiar la casa del cura y a hacerle la comida y arreglillos detodo tipo, …, que no eran pocos, … -ya se entiende-, y los mandados que necesitaba el hombre.
Un día, en el que ya no aguantaba más el que estuvieran desapareciendo borregos, le dice el cura a la mujer:
Un día, en el que ya no aguantaba más el que estuvieran desapareciendo borregos, le dice el cura a la mujer:
-Mira, Manuela, no es por nada, pero me da mucha pena de que tu marido un día muera y pueda ir al infierno. En la montaña hay peligros, hay lobos y nunca se sabe lo que pueda pasarle.
-Y,… ¿por qué dice usted eso, don Eufrasio? A mi Jacinto no puede pasarle nada, que él tiene mucha salud y sabe cuidarse bien de las alimañas.
-No, no lo digo por nada, pero es que veo que nunca va por la iglesia, que nunca se ha confesado desde que yo estoy aquí de cura.
-¡Bah!, usted no se preocupe, padre, que mi Jacinto es un santo y no creo que tenga ni un solo pecado. No le pasa como a mi, ...ya me entiende usted…
-Que sí, Manuela, que sí., que pecados tenemos todos, y sabe Dios, lo que él estará haciendo allí en la capellanía, si no estará pecando de pensamiento y obra. Es bueno que le digas, por el bien de su alma, que vaya a la iglesia y se confiese.
-Vale, don Eufrasio, no se preocupe que yo se lo diré.
Eso hizo la mujer, advirtiéndo a su Jacinto de la preocupación que el cura tenía por su alma, aunque éste bien sabía que no era por su alma sino porque le faltaban borregos. Él no hizo caso. Y así transcurrieron varios días e incluso semanas. El cura estaba consumiéndose en la desesperación viendo que los hurtos del pastor seguían tal cual, así que volvió a insistir con lo mismo a Manuela que, a su vez, hizo otro tanto con el marido, suplicándole de mil maneras que fuera a confesar no fuese que el cura se enfadase y lo despidiera de la pastoría y también pudiera quedarse ella sin aquellos buenos disfrutes carnales con don Eufrasio.
Pasaron algunos días más, y una tarde, cuando ya Jacinto había encerrado el ganado, volvió a su casa y, sin decir nada a la mujer, se arregló y se fue a la iglesia. Estaba el cura metido en el confesionario cuando lo vio pasar por delante, y fue tanta su alegría que, ni corto ni perezoso, dio un salto, dejando a una beata con los pecados en la boca, yendo hacia Jacinto con gran algría y diciéndole:
-¡Hola, Jacinto! ¡No sabes, hombre, cuánto me alegro de verte por la iglesia! Nunca antes habías venido por aquí. Bien sabes que Dios Nuestro Señor nos tiene dicho que debemos cumplir con sus mandamientos y que debemos confesar aquellas faltillas que tengamos para no ir al fuego eterno.. Todos pecamos, Jacinto, todos y, tratándose de ti, no quiero que vayas a juntarte con Satanás por no cumplir con los mandatos divinos. Supongo que vendrás a confesar, ¿verdad, hijo?
-A eso vengo, padre Eufrasio, a eso. Soy muy descuidado para estas cosas y como siempre estoy con las ovejas, pues ni tiempo para pensar en los pecados tengo.
-No importa, Jacinto, no importa, que Dios es misericordioso y si nos arrepentimos y no volvemos a pecar, Él nos perdona siempre. Pero, bueno, espera un poco, … termino con esa mujer que está en el confesionario y enseguida estoy contigo. ¡No sabes bien cuánta alegría das a Dios viniendo a redimirte de tus miserias!
Volvió el cura al confesionario donde la beata se había quedado atónita ante el comportamiento del cura, echándole a éste una buena reprimenda por su despecho de dejarla con la palabra en la boca. Era beata de confesión diaria y el cura ni se inmutó, dándole la absolución sin más decir, ansioso por saber la verdad de sus corderos y de que Jacinto dejara de una vez por todas de sustraerlos. Así que tres avemarías a la mujer y hasta mañana. Sin más, se acercó Jacinto, que se arrodilló tras de la rejilla y el cura, ya impaciente, le dice:
-Ave María Purísima. Dios se alegra de tenerte aquí, hijo.
-Ave María Purísima, -respondió Jacinto, tal y como le había encargado su mujer que dijera:
–Hermano Jacinto, estás aquí para salvar tu alma, y para que así sea, preciso es que digas ante Dios todos los pecados que tienes. Para empezar, bien es que lo hagas diciendo si sabes quién puede ser el que se lleva los corderos del rebaño del cura y, puesto que tú eres el guadián, deberás saberlo y confesar ante Dios la verdad.
-Padre, ¿qué es lo que dice? No le escucho bien. Repita por favor.
El cura no salía de su asombro, pero por un momento pensó que Jacinto podía estar padeciendo sordera y que por eso pedía que se lo repitiera. Así que, elevando la voz, insistió:
El cura no salía de su asombro, pero por un momento pensó que Jacinto podía estar padeciendo sordera y que por eso pedía que se lo repitiera. Así que, elevando la voz, insistió:
-Digo, Jacinto, que si sabes tú quién es el que roba mis borregos.
-Padre, sigo sin oír lo que dice y es que desde aquí no se escucha nada, pero nada, nada. ¡Se lo juro!
-Pero, ¿cómo puede ser eso si hace un momento hemos hablado y todo lo escuchabas? Además, nadie en este confesionario ha tenido problemas para escucharme. Hasta la Pascuala, que está como una tapia y que acaba de confesar, se entera de todo cuanto le digo y encomiendo. Eso no puede ser, Jacinto.
El capellán se irritaba por momentos, pues no entendía lo que pasaba. así que volvió a insistir:
-A ver, ¿me oyes ahora?- interpeló el cura con tan gran voz que asustó a los presentes, a la vez que acercó cuanto pudo la boca a la rejilla.- ¡Pregunto que si sabes quién pueda ser quien se lleva mis borregoooooos!
El capellán se irritaba por momentos, pues no entendía lo que pasaba. así que volvió a insistir:
-A ver, ¿me oyes ahora?- interpeló el cura con tan gran voz que asustó a los presentes, a la vez que acercó cuanto pudo la boca a la rejilla.- ¡Pregunto que si sabes quién pueda ser quien se lleva mis borregoooooos!
- Padre, sigo sin oír nada. Se lo dice el Jacinto, que no miente. Si quiere podemos hacer la prueba y verá que digo verdad, don Eufrasio.
El cura que no salía de su asombro ni adivinó la astucia del pastor, aceptó el reto, diciendo.
El cura que no salía de su asombro ni adivinó la astucia del pastor, aceptó el reto, diciendo.
-Veamos, hijo, veamos. Probemos a ver si es verdad. Entra tú al confesionario y yo me pondré en la rejilla a ver si es cierto lo que dices, aunque me parece imposible. Bien sabes que a Dios no se le debe mentir, pues de lo contrario, no te librarás del infierno.
Y así hicieron. El cura salió del confesionario y se puso donde estaba el pastor y éste se metió dentro. Ya que cada uno había ocupado el nuevo lugar, dice el pastor:
-Padre, a ver si me oye usted. Escúcheme bien, ¿sabe usted por casualidad quién es el que se acuesta cada día con la mujer del pastor?
-No te oígo nada, Jacinto, no te oígo. ¿Qué es lo que dices?
El pastor volvió a preguntar al capellán, pero ahora con voz en grito y enterando a todos los feligreses presentes:
El pastor volvió a preguntar al capellán, pero ahora con voz en grito y enterando a todos los feligreses presentes:
-¡¡¡¡Padre, digo que si sabe usted quién es quien se acuesta con la mujer del pastoooooo!!!!.
-Jacinto, no se oye nada. Con razón decías tú que desde aquí no se oía. Llevas razón y es que tampoco yo te oígo. Mejor es que dejamos la confesión para otro momento, si te parece bien, hijo, que seguro Dios se compadecerá de tu buena voluntad por confesar y tendrás su perdón.
-Como usted quiera, don Eufrasio, como usted quiera-, repitió el pastor ahora ya en voz baja.
Y así acabó la confesión del pastor que volvió a la capellanía con las ovejas después de burlarse del padre cura. Nunca más volvió por el confesionario, aunque el capellán siguió contando las cabezas del ganado y recomiéndose en su avaricia. Tampoco dejó de aliviar su concupiscencia y pasiones con Mabuela, algo que el pastor le daba igual, pues él siempre andaba por el monte y más prefería sacar tajada de aquellos buenos corderos y aguantar el zurrumo del ganado que el podrido aliento de su mujer.
Y colorín colorao que este cuento ya se ha acabado.
Y colorín colorao que este cuento ya se ha acabado.
GLOSARIO:
Agonía: una de las acepciones de la palabras es afán, anhelo, ansia de algo, persona que lo quiere todo y nada deja a los demás.
Bardas: bardal, seto, vallado, ramaje. Eran los setos formados por taray, baladre, cañas y cambronero (espino cerval) que, en los márgenes de las ramblas, tenían como finalidad proteger la huerta de las rambladas. El término “bardomera” procede de “barda”. La bardomera es la broza o ramaje que se acumula e impide el paso del agua por una acequia o rambla.
Chiribitas: chispa o brillo, especialmente en los ojos.
Rastrojo: resto de las cañas de la mies que quedan en la tierra después de segar.
Ramblada: este término se usa para indicar cada una de las salidas de la rambla o lo que es lo mismo, el que la rambla, normalmente seca, sufra inundación por fuerte tormenta.
Terrera: zona de tierra escarpada. Corte vertical y a gran altura de la tierra, a modo de acantilado. Puede formar garganta en ramblas y barrancos profundos.
El hombre del saco: ver entrada “EL CRIMEN DE GÁDOR”.
Solanera: expresión frecuente que hace referencia a momentos del día en los que el Sol más aprieta o a tener una excesiva exposición al Sol.
Salir escopeteado: se dice de alguien que actúa con enorme velocidad en un determinado momento.
Tasajo: aunque su significado es realmente el de trozo de carne secada al sol, aquí se empleaba el término en sentido peyorativo y referido a persona que, por su llamativo aspecto de delgadez y por su apariencia deforme o desaliñada, parece un trozo de carne seca. Textos en los que podemos hallar “tasajo”: “… si me arrugo/ por no parecer mendrugo/ temo parecer tasajo.” (Manuel de Pina, s. XVII) “… ya habiendo Sancho lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban….” (Miguel de Cervantes, ss. XVI y XVII)
Ad calendas graecas: locución latina que significa "hasta las calendas griegas" para referirse a que algo no se realizará nunca, pues los griegos carecían de calendas (división del mes romano).
Troncharse de risa: reír con tanta fuerza que el cuerpo se dobla y parece que se parte.
Ruin: una de las acepciones de la palabra se refiere a persona tacaña, que se a gastar dinero u otras cosas.
Capellanía: territorio o fundación perteneciente a una parroquia o capellán y sobre lo cual éste tiene derecho a cobrar el fruto de ciertos bienes a cambio de la obligación de celebrar misas y otros actos de culto.
Aprisco: corral, paraje donde los pastores recogen el ganado para resguardarlo de la intemperie
Pacero: se usaba el término con el significado del lugar al que va el ganado a pacer o pastar. (Ha sido imposible hallarlo en diccionario o en hablas populares)
Borrego: hijo de la oveja, cordero de unos dos años.
Hacer los mandados: servir a alguien haciendo aquellos encargos de uso doméstico u otro tipo que se le encomienden.
Beata: suele tener esta palabra sentido peyorativo, significando persona santurrona, pero a la vez hipócrita, mojigata, puritana y maligna.
Sitio: hace referencia a un determinado lugar en el que se realiza u ocurre algo.
Zurrumo: pestilencia desagradable que desprenden los machos cabríos cuando las hembras están en celo.
Izquierda: ganado pastando en rastrojo Derecha: bardas en la rambla
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