Al hidalgo don Diego de la Caparrota. Me dirijo a vuesa merced para dar cumplida respuesta a su petición, según la cual me hace saber estaría sumamente interesado en recuperar un cuento o fábula que pudo escuchar tiempo ha, y que dado que su recuerdo de la misma es difuso y que su memoria anda un tanto mermada, hoy ya no da pie con bola para enlabazar dicha historia. Cuéntame que fue allá por el año de 1900 y pico (nada aclara sobre cual fue el pico), de Nuestro Señor, que su merced llegóse a esta villa de Albox cuando se celebraba la feria que aquí denominamos de Todos los Santos, conocida en todo el orbe por la mucha cantidad de bestias y demás animales que se compran y venden. Cuéntame que su viaje debióse al interés por comprar unos borricos y que, llegado que hubo a la villa, dirigióse a buscar hospedaje a una de las infinitas casas que albergaban a los muy variados transeúntes. Según despréndese de su misiva halló en dicha posada huéspedes de toda calaña, tales como marchantes, trotamundos, buscavidas, feriantes, titiriteros, buhoneros, pícaros y truhanes de toda clase y origen, lo que hizo que su turbación fuera tal que, entre las muchas pulgas que lo recibieron a su llagada y el desasosiego que le provocaba el resto de huéspedes, no pudiese pegar ojo y fue por ello que prefirió la vela a cualquier tipo de ensueño fatídico. Fue así que acércose a una mesilla en torno a la que estaban sentados tres modestos y al parecer honrados viajeros, provenientes de las Extremaduras, según me comenta, y uno de los cuales contaba el cuento de “EL GATO Y EL GALLO”. En fin, mi señor don Diego, no sé si será exactamente el mismo relato que su merced oyóle al extremeño, pero éste humilde servidor suyo conoció dicha historia porque la contara para esparcimiento de niños y vecindario en general, una muy buena mujer, y que decía así:
EL GATO Y EL GALLO
Había una vez una familia que vivía en un cortijo y, entre los animales que había en dicha hacienda, destacaban un gato y un gallo que se hicieron famosos por sus malas relaciones y por sus continuas refriegas y disputas.
Así, cuando era la época de siega, la familia madrugaba mucho y antes de que amaneciera ya estaban haciendo los preparativos para ir a la faena del campo. La dueña de la casa se ponía a preparar las viandas para la jornada y, entre esas viandas destacaban, un día sí y otro también, las migas que, luego de hacerlas, echaba en una olla de porcelana bien tapada para que se conservaran más calientes, pues éstas nunca podían faltar. La buena señora encendía la lumbre, preparaba la sartén con agua, aceite, sal y harina e iba amasando primero y desliando después, aquellas enormes sartenadas que tenían que saciar a media mañana a los segadores. Mientras ella estaba en este menester, el gato se colocaba a su lado, junto a la chimenea, para ir cogiendo todas las migajas, pegados o restos de engañifas que de la sartén pudieran escapar. Entre tanto el gallo, que ya había despertado, desde el corral decía a voz en grito:
-¿Cuándo romperá el día? ¿Cuándo romperá el día?
¿Y sabéis por qué decía esto? Pues porque en cuanto despertaba ya estaba pidiendo comida, deseando que le echaran algo que llevar al pico. Pero como los amos estaban en otros quehaceres, no reparaban en los quiquiriquís del gallo y seguían a lo suyo. El gato, sin despegarse del lado de la sartén, no dejaba escapar nada que cayera al suelo y sólo rompía su atención y su silencio para contestar al gallo de esta manera:-¡Rompa o no rompa, las migas tengo en la trompa! ¡Rompa o no rompa, las migas tengo en la trompa!
Así que el gallo se moría de envidia y…de hambre.
Aquel año era año de cosecha y la siega duró, ¡vaya que si duró!, y el gallo no veía el día en que le dieran suelta para ir a la era, y se estaba quedando esquelético. Pero todo en esta vida acaba y así llegó el día en el que terminó la siega y empezó la trilla, que también duró lo que no está escrito. La faena comenzaba también temprano, pero como la era estaba al lado de la casa, descuidaban hacer la comida, dejándola para más tarde, y todos se ponían a echar una mano en la tarea de la trilla: que si limpiar la era, que si los arreos de las bestias, que si el trillo o las colleras, que si extender la parva o volverla, que si acordonar la paja, que si aventar, que si regoger las granzas y limpiar la mies, meter la paja, y así un largo etcétera.
A todo esto, a las gallinas y al señor gallo, en cuanto amanecía, les daban suelta, pues estaban a la vista, y así podían picar en el grano que quedaba donde habían estado las hacinas. Se puede decir que allí el gallo se ponía las botas mientras el gato era el que pasaba ahora más hambre que el perro de un “afilaor”. Y el pobre no paraba de gruñir, diciendo:
-¿Dónde estará mi amo? ¿Dónde estará mi amo?
A lo que el gallo, altanero y estirado como él solo, contestaba alegremente:
-¡De era andamos! ¡De era andamos!
Y como donde las dan las toman, ahora era el gato el que maullaba desolado y hambriento, a la espera de que los dueños hicieran las migas o el puchero o venga “usté” a ver, mientras el gallo andaba cebándose.
Y· “colorín colorao” que este cuento se ha “acabao”.
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Trilla |