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martes, 15 de mayo de 2012

EL ZORRO Y EL SAPO

"La fe engaña a los hombres, pero da brillo a la mirada."
(Rabindranath Tagore- Filósofo y escritor hindú).

A mi mentor y bienhechor, don Diego de la Caparrota, de éste su servidor,  El Candil de la Fuentecica.  El motivo de ésta es para remitirle un cuento que ha sólo unos días aprendí y que asombrome cómo un sapo burló a un engreído zorro. Oilo en las fiestas de San Isidro, en el Llano de los Olleres. Fue el pasado 15 de mayo cuando toda la aldea se engalanó para  homenajear al Santo Patrón. Es imagen nueva la del Santo, adquirida recientemente y todos andan como locos y maravillados viéndolo sostener la reja de arar mientras unos ángeles le van labrando la hacienda. Tal vez los  agricultores de por aquí esperen en sus tierras o en sus vidas un milagro parecido, aunque paréceme  no ser éste tiempo  de milagros, ni éste ni otro, salvo los que cada uno ha de hacer a diario para seguir adelante. Pero si fiesta y Santo  sirven para ahuyentar por unas horas el pesimismo de la precariedad de estos lugares, que sea bienvenida la parranda y siga por siempre  la espera del milagro.
Muy de mañana arréglome mi madre temprano y marchamos a misa. Al finalizar ésta, hubo procesión con infinidad de cohetes  y exaltados VIVAS a San Isidro. Es la fe de las gentes que ponen su esperanza en un porvenir más halagüeño, o de no llegar éste, aceptan con resignación el sacrificio y esclavitud que supone el vivir atado a la miseria de la tierra, por considerarlo voluntad divina. Pero, sea lo que sea, apréciase con claridad la  impotencia del ser humano recurriendo a la fe, manipulada ésta casi siempre por intereses que le hacen creer que todo está determinado por aquello de que “...es lo que Dios quiere”. Es la mejor forma de anular el que se pueda ser tentado por la indignación, la rebeldía o ambicionar lo que no le está asignado por voluntad divina. Discúlpeme, don Diego, si éste mi juicio es contrario a su criterio, pero no me he resistido a manifestárselo.
Mas no es ésta la razón de este escrito, sino el relatarle cómo fue la fiesta, amén del cuento. Regresamos por la tarde a los festejos, cuando ya el ardiente sol había apaciguado su furia, y hubo todo tipo de entretenimiento, desde carreras de sacos para niños, carreras de cintas en burra y en bicicleta,  piñata con ollas entre las que alguna de ellas contenía unas monedas; o una sartén tiznada y aceitosa, de la que había que arrancar con los dientes una moneda pegada en su parte trasera; o el concurso de labranza con mulas que ganaba aquel que diese el surco más recto; pero, sobre todo, la apuesta  entre algunos para ver quien era capaz de tomar  más chocolate en menos tiempo, galguería ansiada por muchos, dada su escasez para economías precarias. Confiésole que pareciome  esto lo más divertido.
Había algunos puestos de dulces y aguardientes, como el de "La Malica", que anda siempre de fiesta en fiesta con su arquilla del turrón. Parábanse algunos, los menos, en los puestos  a regalarse el paladar y los más sólo la vista, pues no da el bolsillo para tan privativo placer.
Nosotros, antes del regreso, acudimos a una pequeña tasca propiedad de una mujer mayor, llamada María Rosa y que sobrevive a costa de ese raquítico negocio. Allí compraron mis padres  unos cacahuetes y unos garbanzos tostados, (que aquí les llamamos torrados), pero lo que más despachaba la vieja  eran pequeños vasitos de vino blanco, a perra gorda el vasito, si iba solo, que a una perrilla más si iba acompañado de unos garbanzos. Había unos hombres bebiendo  que estaban sentados en un cuartucho junto a la entrada. Uno de ellos entretenía  a unos niños boquiabiertos con el “CUENTO DEL SAPO Y EL ZORRO”. Pareme a escucharlo mientras mi madre forcejeaba conmigo intentando que nos marchásemos, pero yo me retranqueé hasta el final de la historia.  A todo esto llegaba el Perigallo seguido del Malagón, vociferando los dos. El Malagón ni se tenía ya  en pie, y no sé qué arrastraba más, si  la borrachera  o su pierna coja, lo que sí  parece  es que ambas le acompañan sin descanso. María Rosa, mientras, seguía a lo suyo, repartiendo sus vasos de vino por doquier, pues los parroquianos se amontonaban.
Nosotros pasamos por la verbena y las gentes bailaban alegremente al son de no sé qué música, pero no nos detuvimos, pues el cansancio se había adueñado de nuestros cuerpos, y sólo deseábamos  regresar a casa. A la mañana siguiente, para no olvidar el cuento, cogí papel, tinta y pluma y copielo  con la idea  de hacérselo llegar para que  lo agregue a  su ya extenso repertorio.
Siempre suyo

El Candil de la Fuentecica

                                    EL ZORRO Y EL SAPO

Había hace ya mucho tiempo un zorro y un sapo  que eran compadres. Ellos se ayudaban en todo  y si tenían alguna fiesta también se invitaban. El zorro se las daba de listo y pensaba que su amigo era tan tonto que lo podía engañar siempre que quisiera, y decía además que él había estudiado en no sé qué facultad y que el sapo ni a la escuela había ido. El sapo, por su parte, era más humilde y nunca presumía de nada, estando siempre dispuesto a hacer lo que el zorro quisiera, ayudándole en sus cacerías, pues le avisaba con su croar cuando algún animalejo se acercaba por allí.
Aquel año había sido un año malo y los dos andaban en los huesos por falta de alimento. Nada había llovido desde hacía mucho tiempo, el invierno había sido duro haciendo desaparecer todo lo vivo que había por los alrededores y ni charcos para que se remojara el sapo  había, ni  conejos, ni  liebres, ni perdices ni totovías  u otros animalillos para el zorro. Además, el zorro no podía acercarse a las casas a por gallinas, pues el sapo le había dicho que lo tenían sentenciado en los cortijos y si le echaban el guante sería zorro muerto y que lo pasearían de casa en casa con una soga al cuello y otra al rabo, como se suele hacer para escarmiento de zorros. 
Pero la hambruna se hacía cada día más duradera y ninguno de los dos dejaba de reinar pensando  en la forma de hacerse con comida. Así pasaban semanas y meses y ya sólo les quedaba el pellejo, cuando el zorro, sin fuerza casi, le dijo al sapo:
-Compadre, la cosa se pone cada día más negra. Va a ser menester que hagamos nuestra propia sementera si no queremos morir de hambre. ¿Qué te parece si sembramos trigo en ese cerro de ahí? Cerca  hay una era y entre los dos  acarrearíamos los haces y los trillaríamos, y la cosecha la repartimos a medias.
-De acuerdo, compadre zorro. Vale, como usted mande.
-Como a tí no te ve ni te persigue la gente, acércate a ese cortijo y trae un poco de trigo del que les echan  a las gallinas,- propuso el zorro al sapo.
Y así hicieron. Al día siguiente el sapo se acercó al cortijo y cogió  un poco de trigo que encontró en el tiesto de las gallinas y, como pudo, lo llevó arrastrando hasta donde estaba el zorro. Entonnces se fueron al cerro y lo sembraron acá y allá, donde se le ocurría al zorro, que fue el que hizo todo el trabajo. 
Aquel año fue un año mejor y llovió algo, aunque las cosechas tampoco fueron abundantes. Cuando ya el trigo amarilleaba en el cerro  dijo el zorro al sapo:
-Compadre sapo, hay que segar.
-¡Vale, compadre!-, contestó el sapo,- cuando usted quiera empezamos.
A la mañana siguiente, muy temprano, antes de que esclareciera, el zorro llamó al sapo y los dos se fueron al cerro. El zorro arrancaba trigo dando saltos de un lado para otro y lo mismo lo hacía con la boca que con las patas o con la cola. El sapo, más lento que una tortuga, no arrancó más de dos o tres matas de trigo, que ni espiga tenían.
Viendo el zorro lo mucho que él había segado y lo poco que su compadre había hecho, se decía para sus adentros:
-No es justo que repartamos a medias, pues yo he segado todo y mi compadre no ha hecho nada. Así que,...¿por qué le voy a dar la mitad?
Cavilando estuvo un buen rato para hallar la forma de quedarse con la cosecha, hasta que le dijo al sapo:
-Compadre, ¿no ve usted que es poco trigo y  si lo repartimos a medias vamos a tocar a casi nada?
-Lleva usted razón, -contestó el sapo- haremos como usted mande.
-Vale, pues lo llevamos a la era, lo trillamos y ya veremos cuanto trigo hay-, repuso el zorro.
Y eso hicieron, lo acarrearon a la era y empezaron a trillar. El zorro daba saltos y corría como un loco intentando separar la paja del grano. El sapo, por su parte, apenas podía subir a la parva, liándose como un ovillo entre la mies y quedando enterrado entre la paja. Así estuvieron tres días, hasta que por fin el zorro dijo:
-Compadre sapo, ya está la trilla hecha. Ahora tenemos que aventar. Tú ponte en ese extremo  y prepara la horca, el "jarpil", la pala y el rastrillo mientras yo voy haciendo el cordón. 
Una vez que lo prepararon todo fue el zorro, como siempre, el que hizo el trabajo, mientras el sapo descansaba en la orilla viendo cómo el zorro aventaba, hacía el cordón, paleaba o quitaba granzas del montón, sudando como un condenado. Una vez que terminó, dijo el zorro:
-Compadre, ya ves que el montón de trigo no es muy grande, ¿por qué no hacemos una apuesta y el que la gane se queda con todo el trigo?
-Como usted quiera, mi compadre, ¿qué voy a decir yo?
-Pues he pensado que mañana nos vayamos a ese  cerro de enfrente y salgamos corriendo y el que primero llegue a lo alto del montón de trigo se quede con todo, ¿qué le parece?- propuso el zorro.
-Sí que me parece bien-, contestó el sapo.
Aquella noche, el zorro durmió a pata suelta y feliz porque pensaba que todo el trigo iba a ser suyo. Sin embargo, el sapo no dejó de pensar en cómo engañar al zorro.  Estuvo  toda la noche dándole vueltas y más vueltas a la cabeza a ver qué idea se le ocurría. Por fin decidió buscar a varios sapos, iguales, iguales a él que se colocaran a lo largo de camino y de esa manera confundirlo. Y así hicieron antes del amanecer.
A la mañana siguiente muy temprano, el zorro fue a por el sapo y se fueron al cerro. El zorro quería mostrarse generoso con el el sapo, pues pensaba que podía tomar a mal el que no le diese alguna ventaja por ser más pequeño y correr menos, y le dijo:
-Compadre, usted se pone a doscientos metros por delante, que yo corro más y no está bien que le saque ventaja.
-No, compadre, nada de eso. Si el trigo ha de ser para usted que sea, pero yo me voy a poner a su lado, salimos corriendo y que sea lo que Dios quiera.
Cuando ya estaban preparados, dije el zorro:
-¡A la de una! ¡A la de dos! ...y...¡a la de tres!
El zorro salió que se las pelaba, pero cuando ya llevaba unos cien metros se dijo a si mismo:
-¿Y para qué voy  a aligerar tanto si mi compadre ni en  tres días llega?
Con lo que no contaba era con que el sapo había acordado colocar a otros sapos iguales a él a lo largo del camino, pero que él no distinguió. Así, cuando vio el primero,  ya a mitad de la cuesta, se extrañó de que le sacara ventaja, pero en tono burlesco, le dijo:
-¡Vamos, compadre sapo, vamos que no llegamos!
-¡Ale, ale, que arribica vamos!-, contestó el sapo.
Pero al zorro le extrañó la rapidez del sapo y empezó a mosquearse, pues no entendía como podía ir ya por allí. Así que apresuró el paso, pero su mayor asombro fue cuando al llegar al borde de la era vio que el sapo ya estaba allí. El zorro ya no dijo nada, sino que aligeró más aún y de dos zancadas subió al montón de trigo y, encontrando allí al sapo, exclamó:
-¡Vaya, si no lo veo no lo creo, compadre! Sin trigo me quedo, pues ha llegado primero. Yo más apuestas no hago con quien con su andar me tenía engañado.
De esa manera el sapo se llevó el trigo y el zorro que lo había cavado, sembrado, segado y trillado sé quedó sin nada, por tonto y por soberbio.
Así acabó este cuento y colorín colorete que por la chimenea cae un cohete.

GLOSARIO:

Reja de arado: es la parte fina, de hierro que se clava en la tierra y va abrindo el surco.
Ahuyentar: espantar, hacer huir. hacer que una persona o un animal huyan.
Parranda: jolgorio, fiesta. Grupo de personas que se divierten.
Precariedad: carencia o falta de medios o recursos necesarios para algo.
Designio: intención o plan para realizar una cosa.Creencia de que Dios lo decide todo.
Arquilla del turrón: los llamados turroneros eran gentes que iban de fiesta en fiesta con unas arquillas de madera cargadas en burra. En ellas transportaban los dulces y turrones que vendían en los festejos populares. Es frecuente el dicho "Estás como la aruilla del turrón" cuando se aplica a lguien que está siempre de un lado para otro.
"...amén del cuento": su significado equivale a "....además del cuento", "....aparte del cuento."
Tasca: pequeña taberna en la que se vende bebida alcohólica ya a veces también comida.
Perra gorda y perrilla: "perra gorda", popularmente se conocía así en España a una moneda de diez céntimos, décima parte de la peseta. "Perrilla", moneda de tamaño más pequeño que la "perra gorda" y equivalente a la mitad de ésta, o sea, cinco céntimos..
Ser compadres: en el habla coloquial equivale a llevarse bien
Andar en los huesos: estar tan delgado que sólo se aprecia el pellejo sobre los huesos.
Totovía: cogujada. Ave del orden paseriforme (Lullula arbórea) parecida a  la alondra pero de menor tamaño. 
Echar el guante: coger o atrapar a una persona, animal o cosa.
Era de trillar: espacio circular que había junto a las casas de campo para hacer la trilla del trigo, cebada o centeno y separar así paja y grano.
Dejar de reinar en algo: dejar de pensar en algo, de darle vueltas y más vueltas en el pensamiento.
Tiesto de las gallinas: vasija en la que se echaba grano o agua a las gallinas.
Ser menester: ser algo necesario o imprescindible. Mucha gente lo apocopaba y decía "es mester".
Decir para sus adentros: cuando algo se lleva sólo en el pensamiento y no se da aconocer sino que sólo lo dice uno para sí mismo.
Parva: mies (trigo, cebada, centeno) que se extiende en la era y está preparada para trillarse.
Aventar la parva: lanzar con la horca de trilla o con la pala paja y grano que, al caer, el viento las separa por razón del diferente peso.
Horca de trilla: objeto largo de madera, con varias puntas en un extremo, con forma de tenedor, que se usaba para aventar una vez trillada la parva.
Jarpil: vasija ancha y larga, con forma rectangular, hecha con cuerdas de esparto que sirve para transportar paja.
Mosquearse: sentirse molesto o preocupado porque algo no ocurre como deseamos o queremos. Enfadarse, cabrearse. 

                 
       Izquierda: Procesión S. Isidro   Centro: tasca    Derecha: puesto de turrón

             
      Izquierda: era de trillar    Centro: aperos de trilla        Derecha:  jarpil

                        
                  Izquierda: corrida de cintas            Centro: el zorro y el sapo
                               Derecha: el sapo gana la apuesta

martes, 8 de mayo de 2012

EL HIJO DEL PENAL

"El corazón de la madre es el único capital del sentimiento que nunca quiebra, y con el cual se puede contar siempre y en todo tiempo con toda seguridad." (Montegazza)

 
Mi señor don Diego de la Caparrota, ruégole encarecidamente me disculpe al no haber dado aún respuesta a su última misiva en la que solicitábame le refiriese cuál sea el quehacer diario que por ahora nos ocupa, así como que le hiciese llegar alguna más de las múltiples historias, cuentos o romances que por aquí se cuentan. Respecto a esto último, direle que no son muchas las que últimamente llegan a mi, aunque ando siempre en el intento. Para su satisfacción enviole acompañando a ésta un romancillo que tuve la mucha suerte de adquirir a un ciego que lo cantaba en el mercado de Albox ha sólo dos martes. Y digole suerte porque fue el último papel que le quedara ya que se  los quitaban de las manos y que por sólo un real lo pude conseguir. Es en los mercados donde circulan muchas de estas historias, donde las noticias corren, se manipulan o tergiversan, según intención o interés haya,... ¡venga usted a ver! Me fascina ir y, siempre que mi madre lo aprueba, no desaprovecho, por servirme sobre todo para ver el rostro de esa otra parte de la vida tan apasionante que se enciende al albor de cada martes y que se va apagando conforme la tarde cae. Considero el martes como el día más festivo de cuantos para mí se han creado. 
Por lo demás, direle que como andamos por mayo, aparte de la rutina,  la vida parece algo cambiada, pues se respira una vitalidad y un ánimo muy propios de tan alegre y resplandeciente mes. El pasado invierno mostrose tacaño en agua y se hace notar en el campo, pues la Naturaleza lo manifiesta, estando más desmejorada que  otros años, pero, así y todo, el renacer de la misma refléjase por doquier.
Direle que este servidor suyo pronto dará fin a  la escuela para poner rumbo a otras instrucciones más avanzadas y complicadas. Por un lado me asusta y pareceme una aventura difícil, pues nunca salí del lado de mi madre ni de este terruño en el que nos movemos, sin haber visto otro horizonte que aquel al que la vista alcanza, sin otro planteamiento que el de  arañar cada día la tierra para sobrevivir o ir detrás de los cuatro animales que ayudan a esa supervivencia, y eso cuando todo no se pone en contra. Bien sabe su merced cuán difícil es salir adelante. A veces me pregunto de donde extrae mi madre el arrojo y la valentía para acometer esta aventura en la que yo me convertiré en protagonista. Y por otro lado ando ansioso porque llegue el momento y con el deseo de despedirme de la maestra y de los compañeros, pues allí creo que mayor es mi retroceso que mi avance.
Ahora poco más podría añadir sobre lo que ofrece el día a día, solo decirle que, como cada año, en llegando mayo se levanta en la escuela un gran altar abarrotado de flores, pues es el mes al que la maestra y la gente llaman mes de las FLORES. El tal altar se alza en un lateral de la clase, adornándolo y engalanándolo bellamente, presidido por una imagen de la Virgen. Al llegar  la noche reúnese allí el vecindario de estas cortijadas y con cánticos varios, como "El venid y vamos todos..." y rezos se agasaja a la Virgen. Por lo que se observa, también sirve para el correspondiente comadreo, y  a mozos y mozas para los oportunos cortejos y galanteos, y a los niños para echar aunque sólo sea un juego al escondite, siempre, claro está, que el rezo llega  a su fin.
Poco más puedo contar a vuesa merced, sólo que pronto habremos de ir preparándonos para la siega y para la siempre socorrida tápena, que... ¡cuántas necesidades remedia! De todo lo que acontezca, tendrele  informado más que de sobrado. Ahora aprovecho para hacerle llegar este bello romance de "EL HIJO DEL PENAL" que espero sea muy de su agrado.
Por siempre a su servicio

El Candil de la Fuentecica

                 EL HIJO DEL PENAL

                 En la provincia de Murcia
                 este caso sucedió,
                 con una honrada joven
                 en defensa de su honor.

                 Un mocito de aquel pueblo
                 de amores la pretendió,
                 y al ver que se hallaba en cinta
                 el traidor la abandonó.

                 Y para mayor desprecio
                  al momento se casó,
                  con otra chica del pueblo
                  llamada Resurrección.

                  Pero Isabel al saberlo
                  juró de vengar su amor,
                  y al poco de estar casado
                  le dio muerte a traición.

                  La cogieron prisionera
                  y ante el juez declaró,
                  que ella sólo lo matara
                  para vengar su honor.

                  La metieron en la cárcel
                  y al poco tiempo dio a luz,
                  una criatura hermosa
                  que a todo el mundo asombró.

                  De los brazos de su madre
                  el niño arrebataron
                  lo llevaron a la inclusa
                  y pronto lo bautizaron.

                 Como nació en la cárcel
                 en oscura soledad,
                 Joaquín le han puesto de nombre
                 y de apellido Penal.

                 Lloraba la pobre madre
                 llena de pena y dolor,
                 por aquel hijo querido
                 fruto de su corazón.

                 Llegó el día del juicio
                 y acudió ante el fiscal,
                 para escuchar la sentencia
                 la infeliz criminal.

                 Le piden pena de muerte
                 pero por intercesión,
                 de algunos magistrados
                 le concedieron perdón.

                 A treinta años de presidio
                 redujeron la sentencia,
                 y a la infeliz Isabel
                 la destinaron a Ceuta.

                 Al levantarse la Sala
                 llorando pide al fiscal,
                 que le enseñaran a su hijo
                 que lo quería besar.

                 Para complacer sus deseos
                 al niño fueron a buscar,
                 mientras que la pobre madre
                 no cesaba de llorar.

                Cogió al niño entre sus brazos
                y lo besó con cariño
                y llorando amargamente
                estas palabras le dijo:

                "Hijo de mi corazón
                que cruel es nuestro sino,
                tú morirás en la inclusa
                y yo moriré en el presidio.

                En esta perdida vida
                no nos veremos jamás,
                pero en el cielo algún día
                tu madre te abrazará."

                Isabel pasó a presidio
                para pagar su condena,
                y con lágrimas de sangre
                regaba su triste celda.

                Años tras años pasaron
                llenos de dolor y pena,
                sin tener nunca un consuelo
                para el tormento y la pena.

                 Al cumplir setenta y tres años
                 llegó un día de placer,
                 que recobró la libertad
                 la pobrecita Isabel.

                 Sin tener nadie de amparo
                 para su pueblo marchó,
                 y como a nadie tenía
                 a pedir se dedicó.

                 Entre los buenos cristianos
                 una limosna por Dios,
                 hallando en todos amparo,
                 caridad y protección.

                 Había un señor en el pueblo
                 que con frecuencia le daba
                 limosna todos los días
                 de una manera cristiana.

                 Quién será ese buen señor
                 decía la pobre anciana,
                 que tanto favor me hace
                 sin conocer mi desgracia.

                  Un día se puso a leer
                  un letrero de la casa
                  que dice: "Joaquín Penal,
                  notario de la comarca."

                   Al leer Joaquín Penal
                   quedó confusa y aterrada:
                   ¿acaso será este mi hijo?
                   decía la pobre anciana.

                   Y llorando amargamente
                   le preguntó a la criada:
                   dígame, buena mujer,
                   el señor, ¿cómo se llama?

                   Joaquín Penal, contestó
                   enseguida la citada,
                   porque nació en la cárcel,
                   según la gente declara.

                   Al oír esto, la pobre
                   sin acuerdo se quedó;
                   "Ese es mi hijo, señora,"
                    llorando le contestó.

                    Estando en estas palabras
                    don Joaquín se presentó,
                    y al saber que era su madre
                    al suelo se desmayó.

                    Llenos de gozo y alegría
                    hijo y madre se abrazaron,
                    después de tan larga ausencia
                    por fin los dos se encontraron.

                    ¡Madre de mi corazón!,
                    cuánto sufriste por mí;
                    no llores, madre querida,
                    que ahora serás feliz.

                    Tú vivirás a mi lado,
                    madre de mi corazón,
                    después de tan largos años
                    de martirio y de dolor.

                    Un banquete celebraron
                    en la casa de su hijo,
                    donde viven felizmente
                    llenos de amor y cariño.

                                                  AUTOR:  anónimo

NOTA: se ha respetado el texto original tal y como aparecía escrito.

GLOSARIO:

Quitar de las manos: arrebatarle a uno algo de las manos por algún interés o motivo.
Por doquier: por todas partes, por todo lugar o sitio.
Terruño: comarca o tierra, especialmente el país natal. Trozo de tierra o lugar en el que nos movemos.
Mes de las Flores: era tradicional  levantar un altar en el salón de la escuela durante todo el mes de mayo y hacer las tradicionales "FLORES". A una determinada hora de la tarde-noche se reunía el vecindario, se rezaba el rosario y se hacían cánticos en honor  a la Virgen. Esa costumbre se perdió hace muchos años.
Tápena:  El origen del término alcaparra proviene del griego caparis y del árabe alkabara, apareciendo referencias en textos antiguos sobre las propiedades curativas y gastronómicas de la planta. Aquí se denomina comúnmente "tapanera." En los tallos de la mata, que se extienden por el suelo, van creciendo pequeños capullos y antes de que florezcan se  cogen, teniendo mayor valor cuando aún son más menudos. Las gentes le llaman "coger pelotas". La cosecha suele durar unos dos meses, empezando en mayo. Su valor supuso tradicionalmente una ayuda económica muy importante para las familias del campo.
Inclusa:  también conocido como el hospicio, es una institución en la que se recogía y criaba a niños huérfanos o abandonados.

                        
       Izquierda: escuela Centro: "flores de mayo" Derecha: torno de inclusa

                        Flor del alcaparro   
       Izquierda: mujer en prisión            Derecha: mata de tápena con flor
                 
           
                 
               


               

               
               
         
               

domingo, 23 de octubre de 2011

ANDRÉS, “EL CAGALARGO”

Dedicado a los que lo conocieron  y a los que no.

Corría el año 1987. Fue un día cualquiera, tal vez de marzo o abril y cayó, cayó rendido para siempre, sin separarse de su carro, de sus sombreros, de sus “apechusques”, de todos aquellos enseres que habían conformado sus sencillas posesiones. Posesiones que iban con él allí adonde él fuera. Un día, sin más, lo recogieron muriéndose. Fue por Locaiba. Hoy ya está difuso o ni aparece en el recuerdo de los que lo conocimos. Y vaya que fue conocido de muchos por todos estos contornos. Sólo los más jóvenes se perdieron este peculiar personaje. No fue famoso por lo que hizo o dejara de hacer. Él fue famoso porque sí. Anduvo caminos mientras pudo. Durmió bajo las estrellas mientras pudo o al cobijo de alguna cueva, de algún antro, de algún chiquero o corralizo abandonado, si es que el tiempo se ponía feo. Pero jamás quiso que se supiera dónde. Así era él: ambulante, trotamundos, sin familia, solitario, abandonado de todos porque así lo deseaba, enfadado muchas veces, tremebundo en sus enfados, sucio y mal afeitado siempre. Decían de él que rehuía el agua más que los gatos. Era caprichoso con la comida. Abominaba de ésta cuando en la casa había niños. Fue infatigable en los caminos, solitario siempre. Digamos que estoy hablando de Andrés. Andrés Reche, (nombre y apellidos reales), o Andresico “El  débil”, como le llamaban las gentes del pueblo, o Andrés “El “Cagalargo”, como le llamábamos en el campo, ya que éste era el apodo familiar.

Al caer agotado por Locaiba se lo llevaron a Almería y allí transcurrieron sus últimos días, sus últimas horas. Seguro que si mantuvo el conocimiento, -qué conocimiento cabría preguntarse-, estaría echando de menos sus escobas, sus jaulas, sus guitarras, sus manoplas, su carro, y todo aquello que le permitió soñar tantos días y tantas noches, sin importarle el sol abrasador o el cálido simplemente, o  el frío intenso con  noches de ventisca, o  enfurecidas tormentas, y todo por seguir siempre libre, siempre solo, siempre errante, siempre bajo  el resplandor de las estrellas, bajo la luz de la luna o en la oscuridad más absoluta.

De él escribí una breve reseña al poco de su muerte. Ahora quiero reproducirla aquí.
Hubo también otros personajes, también llamativos, pero ninguno tanto, tan universal, tan pegado a las gentes como él, y a la vez…tan huidizo.

La transcripción es fiel al texto  que apareció en la sección  “ESTAMPAS DE NUESTRO PUEBLO” ,  en el Programa de feria de Albox de 1987




Andrés, un personaje libre y bohemio que ya nos dejó

“No es cuento, ni tampoco una leyenda que me contaron siendo niño, no es ficticio ni inventado, sino que fue la realidad misma de la vida, de una vida que transitaba incansable de un lado para otro, siempre sin parar. Lo veíamos ir y venir continuamente, para acá y para allá, sin importarle el frío ni el calor, cargado eternamente con sus bártulos, que modernizaba o cambiaba según su antojo y capricho. Cesta, carro, cencerros, jaulas, guitarras, escobas, mantas, , sombreros de siega o mejicanos, bastones o cayados, pájaros, guantes y un interminable sinfín de pequeños objetos, que compusieron sus más preciados tesoros, le acompañaron siempre por los caminos polvorientos y pedregosos de nuestra tierra. Era su basto equipaje, su compañero inseparable, que siempre unido a él, recorrieron una y mil veces todos nuestros caminos, nuestras calles, nuestros más apartados y recónditos lugares.
Hoy ha venido a mi memoria su imagen solitaria y vagabunda. El recuerdo ya moribundo de Andrés Reche, de Andresico “EL Débil” o “El Tonto” o “Cagalargo” (con perdón, como era conocido en los cortijos, de donde era natural, por apodo tomado de su familia), empieza a desvanecerse paulatinamente entre nosotros. Tal vez dentro de un tiempo, o tal vez ya,  no quede nada en nuestra memoria sobre aquel ser errante, libre, bohemio, agradecido a veces, tremebundo otras, por muchos compadecido, por algunos despreciado, pero de todos conocido.

Y, al empezar a recordar a aquel insólito personaje, tan familiar y tan distante a la vez, no he podido por menos que remontar mi memoria a los años de mi infancia, cuando aún era niño y cuando aún Andrés no contaba “cien años”. Lo recuerdo llegando a la puerta del cortijo en el que yo vivía, arrastrando sus pesados zapatones, o sus “albarcas” o sus esparteñas, que unido a su mugriento ropaje conformaban la estampa más triste y solitaria de nuestro pueblo.

Siempre, al llegar, pedía algo “de comer”; luego se tumbaba al sol o a la sombra, según la época, mientras iba “mascullando” palabras en su continua riña con los gatos que, siempre golosos, merodeaban en su entorno en busca de alguna migaja de pan, a la vez que él iba comiendo. Yo lo veía con agrado y hasta me complacía en aquellos años jugando junto a él y preguntándole algunos detalles sobre sus andanzas y correrías por tierras  lejanas  para mí, como entonces podía ser  “el campo” (apelativo que se daba a todas las tierras  por encima de la sierra del Saliente), u otras zonas en las que yo soñaba e imaginaba con pájaros gigantes  y llenos de colores, con llanuras interminables, con trabajadores infatigables. Él me hablaba y hablaba, aunque yo, inmerso en el juego, no le prestaba demasiada atención hasta que me decía que tenía algún nido de “avilanejos” o de palomas “torcazas”, o de mochuelos, o de “venga usted a ver”. Y ya que se cansaba de no hacer nada, de estar siempre descansando, volvía a coger sus bártulos y seguía su camino.

Al tiempo volvía y todos lo recibíamos con un poco de alegría, porque allí casi nunca llegaba enfadado, y preguntaba por todos, por los que estaban en Argentina, en Barcelona, en Alemania, o dondequiera que fuese.

 No se olvidaba de nadie: - “¿Ha escrito ya tu Ángel?”, “¿Va a venir tu Juan?” “¿Cuándo viene tu Juan?”- en un tono apagado y somnoliento y propio de sus expresiones cuerdas, si es que de éstas puede hablarse. Creo que ésta era su manera de agradecer el buen trato que allí recibía y reconocer los pequeños favores que se le hacían. Volvía a pedir algo de comer. Volvía a tumbarse al sol. Volvía a pelearse con los gatos, aunque nunca por esto le daba un “treme” y volvía a marcharse después. Allí jamás lo enfadamos, porque eso sí, era tremendamente irascible e irritable y ¡ay de aquel que contradijera su teoría sobre las cosas!

Había personas, sobre todo “zagalones”, que le hacían rabiar y enfurecerse hasta tal punto que “perdía por completo las riendas”, cosa que tampoco tuvo nunca muy en su sitio y, en su furor demencial y en su delirio, lanzaba piedras en tromba, corría a enormes zancadas que a mi se me antojaban las del gigante de las botas de las  siete leguas y media, blandía su enorme bastón amenazante y, todos los seres vivos huíamos despavoridos a escondernos en los más apartados rincones, cerrando puertas y ventanas, ante el pánico que infundía aquella ciega locura. Así podíamos estar días enteros. A distancia, porque en ese estado  no respetaba  ya nada ni a nadie, yo observaba cómo aquellos “sinvergúenzones-canallas”, -así les llamaba mi abuela a los zagalones-, seguían mofándose y herían “su verdad”,  diciéndole que había “cuervos blancos y negros” o que la campana de la Rambla (Llano del Espino) era “de paleta y la tocaban con una caña” o “que tenía un ojo blanco y otro negro”. Después de perseguirlos infructuosamente y de lanzar al cielo y a la tierra las más furibundas palabras, regresaba hasta donde se hallaban sus enseres, emprendiéndola a bastonazos con todo lo que tenía, descuartizando jaulas, pájaros, cestas,…y emprendiendo también un baile infernal sobre los pocos objetos que aún pudieran quedarle. Yo lo observaba con tristeza desde mi escondite, sintiendo una pena enorme por aquel loco desafortunado. Y así, clamando contra todo y contra todos, volvía a marcharse.

Una de las veces que volvió siendo verano, trajo una graja (en realidad una urraca, pero él le llamaba graja), La llevaba suelta e iba posada sobre su hombro, o revoloteando en torno a él.
Yo no había visto jamás aquella clase de pájaro. La traía del “Campo María” y él hablaba con ella. La llamaba  ¡“curú”, “curú”! y el animal  volaba hasta él, posándose en su hombro o en su mano, para que le echase de comer. Yo quedaba fascinado y creía que los dos se entendían y, lo cierto es, que admiraba aquella capacidad para domesticar al avecilla. Pero todo, como siempre, se fue a pique en uno de sus terroríficos impulsos sólo porque le habían dicho que tenía “más de cien años”. Y la graja murió asesinada por el que había sido su mejor cuidador y su mejor amigo. Porque eso sí, Andrés nunca llegó a tener “cien años”, porque él, “fijamente, fijamente no tendría más de cincuenta años”, que se lo había dicho Aniceto, que eran de la misma quinta y Aniceto no lo engañaba.

Pero Andrés también era ingenuo y, muchas veces, su desconfianza no era suficiente para entender el propósito de los demás para burlarse de él. Y así, le hicieron creer en más de una ocasión, que cualquier objeto  podía ser válido para hablar con “Rosa la Bocarrana”, llegando a ponerse hasta la boca de un cántaro y, a grandes voces, llamaba a Rosa, creyendo que ésta lo estaría escuchando desde la Argentina. Y es que Andrés estaba locamente enamorado de Rosa y a todos anunciaba que había escrito y que decía que vendría “un día de estos” y que le traería una guitarra mejor que la que llevaba.

Porque Andrés también era músico, aunque su guitarra, según él, no tenía “buenas voces” y sólo podía tocar con ella “punteaos”. Yo jamás lo oí tocar.

Y así fueron transcurriendo los días y los años entre anécdotas y anécdotas, aunque él, creo no llegó  a pasar de sesenta años, “ni un día más ni un día menos”, cuando se le asomó la muerte junto a la carretera un día cualquiera del pasado enero  (1987) y le avisó que venía a por él. Se lo llevaron los de CRUZ ROJA a Almería y, en aquella despedida que tuvo de las gentes de su pueblo, cuando lo dejaban en el Hospital, tengo entendido que quedó definitivamente marcada su partida para otro mundo que, posiblemente sea más benévolo  y comprensivo con el pobre bohemio. No pudo resistir la falta de libertad ni la privación de su carro, de sus escobas, de su sombreo,...¡de tantas y tantas cosas! Y se fue hacia las estrellas, bajo las mismas que había vivido, para seguir caminando con su carro y sus bártulos eternamente.



Pedro Pardo Berbel
(Libro de la Feria de Albox, 1987)


GLOSARIO:


Bártulo: 1) trasto: trasto, chisme, chirimbolo, utensilio, útil, objeto, cacharro, cachivache. 2) bulto: bulto, equipaje, maletas, baúles, equipo, avíos, efecto.
Mascullar: articular - balbucir - bisbisear - farfullar - ganguear - murmurar - musitar - refunfuñar – rezongar.
Avilanejo:  ave rapaz, de plumaje oscuro, vientre blanco y manchas oscuras muy usado en cetrería. (Es muy conocida por norte de las provincias de Granada, Almería, Jaén y Murcia. Las gentes del campo le temían cuando tenían camadas de polluelos en la calle).
Treme: El latín TREMERE, “temblar”, se encuentra en la base de una extensa nómina de términos castellanos, tales como temblar, trémulo, tremebundo, tremendo. El uso que aquí se hace de este término es el equivalente a estremecimientos, convulsiones
En portugués: tremer (tre-mer) Ser agitado por pequeños movimentos: o solo tremeu às descargas da artilharia.. Convulsionar-se por frio, medo etc.: tremer de frio
Peder las riendas: volverse loco.
Graja: en este caso se trataba de una urraca. La urraca (Pica pica) también conocida como picaraza, picaza o muñoncito es una especie de ave de la familia de los córvidos, y es una de las aves más comunes en Europa.  Destaca la urraca por su cuerpo blanco y negro iridiscente, acabado en una larga cola de color azul o verde metálico.
Un día de estos: un día próximo (sin especificar).
Campo María: en realidad hacía referencia a toda la zona comprendida entre Cúllar y  Sierra María y los Vélez.
Punteaos: las gentes de esta zona empleaba este término para indicar que no se está tocando una pieza, sino que sólo se acompaña.
Según diccionario: Interpretación de una pieza musical con una guitarra o un instrumento semejante que se hace pulsando las cuerdas por separado con una púa o con los dedos.