"La fe engaña a los hombres, pero da brillo a la mirada."
(Rabindranath Tagore- Filósofo y escritor hindú).
(Rabindranath Tagore- Filósofo y escritor hindú).
A mi mentor y bienhechor, don Diego de la Caparrota, de éste su servidor, El Candil de la Fuentecica. El motivo de ésta es para remitirle un cuento que ha sólo unos días aprendí y que asombrome cómo un sapo burló a un engreído zorro. Oilo en las fiestas de San Isidro, en el Llano de los Olleres. Fue el pasado 15 de mayo cuando toda la aldea se engalanó para homenajear al Santo Patrón. Es imagen nueva la del Santo, adquirida recientemente y todos andan como locos y maravillados viéndolo sostener la reja de arar mientras unos ángeles le van labrando la hacienda. Tal vez los agricultores de por aquí esperen en sus tierras o en sus vidas un milagro parecido, aunque paréceme no ser éste tiempo de milagros, ni éste ni otro, salvo los que cada uno ha de hacer a diario para seguir adelante. Pero si fiesta y Santo sirven para ahuyentar por unas horas el pesimismo de la precariedad de estos lugares, que sea bienvenida la parranda y siga por siempre la espera del milagro.
Muy de mañana arréglome mi madre temprano y marchamos a misa. Al finalizar ésta, hubo procesión con infinidad de cohetes y exaltados VIVAS a San Isidro. Es la fe de las gentes que ponen su esperanza en un porvenir más halagüeño, o de no llegar éste, aceptan con resignación el sacrificio y esclavitud que supone el vivir atado a la miseria de la tierra, por considerarlo voluntad divina. Pero, sea lo que sea, apréciase con claridad la impotencia del ser humano recurriendo a la fe, manipulada ésta casi siempre por intereses que le hacen creer que todo está determinado por aquello de que “...es lo que Dios quiere”. Es la mejor forma de anular el que se pueda ser tentado por la indignación, la rebeldía o ambicionar lo que no le está asignado por voluntad divina. Discúlpeme, don Diego, si éste mi juicio es contrario a su criterio, pero no me he resistido a manifestárselo.
Mas no es ésta la razón de este escrito, sino el relatarle cómo fue la fiesta, amén del cuento. Regresamos por la tarde a los festejos, cuando ya el ardiente sol había apaciguado su furia, y hubo todo tipo de entretenimiento, desde carreras de sacos para niños, carreras de cintas en burra y en bicicleta, piñata con ollas entre las que alguna de ellas contenía unas monedas; o una sartén tiznada y aceitosa, de la que había que arrancar con los dientes una moneda pegada en su parte trasera; o el concurso de labranza con mulas que ganaba aquel que diese el surco más recto; pero, sobre todo, la apuesta entre algunos para ver quien era capaz de tomar más chocolate en menos tiempo, galguería ansiada por muchos, dada su escasez para economías precarias. Confiésole que pareciome esto lo más divertido.
Había algunos puestos de dulces y aguardientes, como el de "La Malica", que anda siempre de fiesta en fiesta con su arquilla del turrón. Parábanse algunos, los menos, en los puestos a regalarse el paladar y los más sólo la vista, pues no da el bolsillo para tan privativo placer.
Había algunos puestos de dulces y aguardientes, como el de "La Malica", que anda siempre de fiesta en fiesta con su arquilla del turrón. Parábanse algunos, los menos, en los puestos a regalarse el paladar y los más sólo la vista, pues no da el bolsillo para tan privativo placer.
Nosotros, antes del regreso, acudimos a una pequeña tasca propiedad de una mujer mayor, llamada María Rosa y que sobrevive a costa de ese raquítico negocio. Allí compraron mis padres unos cacahuetes y unos garbanzos tostados, (que aquí les llamamos torrados), pero lo que más despachaba la vieja eran pequeños vasitos de vino blanco, a perra gorda el vasito, si iba solo, que a una perrilla más si iba acompañado de unos garbanzos. Había unos hombres bebiendo que estaban sentados en un cuartucho junto a la entrada. Uno de ellos entretenía a unos niños boquiabiertos con el “CUENTO DEL SAPO Y EL ZORRO”. Pareme a escucharlo mientras mi madre forcejeaba conmigo intentando que nos marchásemos, pero yo me retranqueé hasta el final de la historia. A todo esto llegaba el Perigallo seguido del Malagón, vociferando los dos. El Malagón ni se tenía ya en pie, y no sé qué arrastraba más, si la borrachera o su pierna coja, lo que sí parece es que ambas le acompañan sin descanso. María Rosa, mientras, seguía a lo suyo, repartiendo sus vasos de vino por doquier, pues los parroquianos se amontonaban.
Nosotros pasamos por la verbena y las gentes bailaban alegremente al son de no sé qué música, pero no nos detuvimos, pues el cansancio se había adueñado de nuestros cuerpos, y sólo deseábamos regresar a casa. A la mañana siguiente, para no olvidar el cuento, cogí papel, tinta y pluma y copielo con la idea de hacérselo llegar para que lo agregue a su ya extenso repertorio.
Siempre suyo
El Candil de la Fuentecica
EL ZORRO Y EL SAPO
Había hace ya mucho tiempo un zorro y un sapo que eran compadres. Ellos se ayudaban en todo y si tenían alguna fiesta también se invitaban. El zorro se las daba de listo y pensaba que su amigo era tan tonto que lo podía engañar siempre que quisiera, y decía además que él había estudiado en no sé qué facultad y que el sapo ni a la escuela había ido. El sapo, por su parte, era más humilde y nunca presumía de nada, estando siempre dispuesto a hacer lo que el zorro quisiera, ayudándole en sus cacerías, pues le avisaba con su croar cuando algún animalejo se acercaba por allí.
Aquel año había sido un año malo y los dos andaban en los huesos por falta de alimento. Nada había llovido desde hacía mucho tiempo, el invierno había sido duro haciendo desaparecer todo lo vivo que había por los alrededores y ni charcos para que se remojara el sapo había, ni conejos, ni liebres, ni perdices ni totovías u otros animalillos para el zorro. Además, el zorro no podía acercarse a las casas a por gallinas, pues el sapo le había dicho que lo tenían sentenciado en los cortijos y si le echaban el guante sería zorro muerto y que lo pasearían de casa en casa con una soga al cuello y otra al rabo, como se suele hacer para escarmiento de zorros.
Pero la hambruna se hacía cada día más duradera y ninguno de los dos dejaba de reinar pensando en la forma de hacerse con comida. Así pasaban semanas y meses y ya sólo les quedaba el pellejo, cuando el zorro, sin fuerza casi, le dijo al sapo:
-Compadre, la cosa se pone cada día más negra. Va a ser menester que hagamos nuestra propia sementera si no queremos morir de hambre. ¿Qué te parece si sembramos trigo en ese cerro de ahí? Cerca hay una era y entre los dos acarrearíamos los haces y los trillaríamos, y la cosecha la repartimos a medias.
-De acuerdo, compadre zorro. Vale, como usted mande.
-Como a tí no te ve ni te persigue la gente, acércate a ese cortijo y trae un poco de trigo del que les echan a las gallinas,- propuso el zorro al sapo.
Y así hicieron. Al día siguiente el sapo se acercó al cortijo y cogió un poco de trigo que encontró en el tiesto de las gallinas y, como pudo, lo llevó arrastrando hasta donde estaba el zorro. Entonnces se fueron al cerro y lo sembraron acá y allá, donde se le ocurría al zorro, que fue el que hizo todo el trabajo.
Aquel año fue un año mejor y llovió algo, aunque las cosechas tampoco fueron abundantes. Cuando ya el trigo amarilleaba en el cerro dijo el zorro al sapo:
-Compadre sapo, hay que segar.
-¡Vale, compadre!-, contestó el sapo,- cuando usted quiera empezamos.
A la mañana siguiente, muy temprano, antes de que esclareciera, el zorro llamó al sapo y los dos se fueron al cerro. El zorro arrancaba trigo dando saltos de un lado para otro y lo mismo lo hacía con la boca que con las patas o con la cola. El sapo, más lento que una tortuga, no arrancó más de dos o tres matas de trigo, que ni espiga tenían.
Viendo el zorro lo mucho que él había segado y lo poco que su compadre había hecho, se decía para sus adentros:
-No es justo que repartamos a medias, pues yo he segado todo y mi compadre no ha hecho nada. Así que,...¿por qué le voy a dar la mitad?
Cavilando estuvo un buen rato para hallar la forma de quedarse con la cosecha, hasta que le dijo al sapo:
-Compadre, ¿no ve usted que es poco trigo y si lo repartimos a medias vamos a tocar a casi nada?
-Lleva usted razón, -contestó el sapo- haremos como usted mande.
-Vale, pues lo llevamos a la era, lo trillamos y ya veremos cuanto trigo hay-, repuso el zorro.
Y eso hicieron, lo acarrearon a la era y empezaron a trillar. El zorro daba saltos y corría como un loco intentando separar la paja del grano. El sapo, por su parte, apenas podía subir a la parva, liándose como un ovillo entre la mies y quedando enterrado entre la paja. Así estuvieron tres días, hasta que por fin el zorro dijo:
-Compadre sapo, ya está la trilla hecha. Ahora tenemos que aventar. Tú ponte en ese extremo y prepara la horca, el "jarpil", la pala y el rastrillo mientras yo voy haciendo el cordón.
Una vez que lo prepararon todo fue el zorro, como siempre, el que hizo el trabajo, mientras el sapo descansaba en la orilla viendo cómo el zorro aventaba, hacía el cordón, paleaba o quitaba granzas del montón, sudando como un condenado. Una vez que terminó, dijo el zorro:
-Compadre, ya ves que el montón de trigo no es muy grande, ¿por qué no hacemos una apuesta y el que la gane se queda con todo el trigo?
-Como usted quiera, mi compadre, ¿qué voy a decir yo?
-Pues he pensado que mañana nos vayamos a ese cerro de enfrente y salgamos corriendo y el que primero llegue a lo alto del montón de trigo se quede con todo, ¿qué le parece?- propuso el zorro.
-Sí que me parece bien-, contestó el sapo.
Aquella noche, el zorro durmió a pata suelta y feliz porque pensaba que todo el trigo iba a ser suyo. Sin embargo, el sapo no dejó de pensar en cómo engañar al zorro. Estuvo toda la noche dándole vueltas y más vueltas a la cabeza a ver qué idea se le ocurría. Por fin decidió buscar a varios sapos, iguales, iguales a él que se colocaran a lo largo de camino y de esa manera confundirlo. Y así hicieron antes del amanecer.
A la mañana siguiente muy temprano, el zorro fue a por el sapo y se fueron al cerro. El zorro quería mostrarse generoso con el el sapo, pues pensaba que podía tomar a mal el que no le diese alguna ventaja por ser más pequeño y correr menos, y le dijo:
-Compadre, usted se pone a doscientos metros por delante, que yo corro más y no está bien que le saque ventaja.
-No, compadre, nada de eso. Si el trigo ha de ser para usted que sea, pero yo me voy a poner a su lado, salimos corriendo y que sea lo que Dios quiera.
Cuando ya estaban preparados, dije el zorro:
-¡A la de una! ¡A la de dos! ...y...¡a la de tres!
El zorro salió que se las pelaba, pero cuando ya llevaba unos cien metros se dijo a si mismo:
-¿Y para qué voy a aligerar tanto si mi compadre ni en tres días llega?
Con lo que no contaba era con que el sapo había acordado colocar a otros sapos iguales a él a lo largo del camino, pero que él no distinguió. Así, cuando vio el primero, ya a mitad de la cuesta, se extrañó de que le sacara ventaja, pero en tono burlesco, le dijo:
-¡Vamos, compadre sapo, vamos que no llegamos!
-¡Ale, ale, que arribica vamos!-, contestó el sapo.
Pero al zorro le extrañó la rapidez del sapo y empezó a mosquearse, pues no entendía como podía ir ya por allí. Así que apresuró el paso, pero su mayor asombro fue cuando al llegar al borde de la era vio que el sapo ya estaba allí. El zorro ya no dijo nada, sino que aligeró más aún y de dos zancadas subió al montón de trigo y, encontrando allí al sapo, exclamó:
-¡Vaya, si no lo veo no lo creo, compadre! Sin trigo me quedo, pues ha llegado primero. Yo más apuestas no hago con quien con su andar me tenía engañado.
De esa manera el sapo se llevó el trigo y el zorro que lo había cavado, sembrado, segado y trillado sé quedó sin nada, por tonto y por soberbio.
Así acabó este cuento y colorín colorete que por la chimenea cae un cohete.
GLOSARIO:
Reja de arado: es la parte fina, de hierro que se clava en la tierra y va abrindo el surco.

Izquierda: Procesión S. Isidro Centro: tasca Derecha: puesto de turrón

Izquierda: era de trillar Centro: aperos de trilla Derecha: jarpil

Izquierda: corrida de cintas Centro: el zorro y el sapo
Derecha: el sapo gana la apuesta
Ahuyentar: espantar, hacer huir. hacer que una persona o un animal huyan.
Parranda: jolgorio, fiesta. Grupo de personas que se divierten.
Precariedad: carencia o falta de medios o recursos necesarios para algo.
Designio: intención o plan para realizar una cosa.Creencia de que Dios lo decide todo.
Arquilla del turrón: los llamados turroneros eran gentes que iban de fiesta en fiesta con unas arquillas de madera cargadas en burra. En ellas transportaban los dulces y turrones que vendían en los festejos populares. Es frecuente el dicho "Estás como la aruilla del turrón" cuando se aplica a lguien que está siempre de un lado para otro.
"...amén del cuento": su significado equivale a "....además del cuento", "....aparte del cuento."
Tasca: pequeña taberna en la que se vende bebida alcohólica ya a veces también comida.
Perra gorda y perrilla: "perra gorda", popularmente se conocía así en España a una moneda de diez céntimos, décima parte de la peseta. "Perrilla", moneda de tamaño más pequeño que la "perra gorda" y equivalente a la mitad de ésta, o sea, cinco céntimos..
Ser compadres: en el habla coloquial equivale a llevarse bien
Andar en los huesos: estar tan delgado que sólo se aprecia el pellejo sobre los huesos.
Totovía: cogujada. Ave del orden paseriforme (Lullula arbórea) parecida a la alondra pero de menor tamaño.
Echar el guante: coger o atrapar a una persona, animal o cosa.
Era de trillar: espacio circular que había junto a las casas de campo para hacer la trilla del trigo, cebada o centeno y separar así paja y grano.
Dejar de reinar en algo: dejar de pensar en algo, de darle vueltas y más vueltas en el pensamiento.
Tiesto de las gallinas: vasija en la que se echaba grano o agua a las gallinas.
Ser menester: ser algo necesario o imprescindible. Mucha gente lo apocopaba y decía "es mester".
Decir para sus adentros: cuando algo se lleva sólo en el pensamiento y no se da aconocer sino que sólo lo dice uno para sí mismo.
Parva: mies (trigo, cebada, centeno) que se extiende en la era y está preparada para trillarse.
Aventar la parva: lanzar con la horca de trilla o con la pala paja y grano que, al caer, el viento las separa por razón del diferente peso.
Horca de trilla: objeto largo de madera, con varias puntas en un extremo, con forma de tenedor, que se usaba para aventar una vez trillada la parva.
Jarpil: vasija ancha y larga, con forma rectangular, hecha con cuerdas de esparto que sirve para transportar paja.
Mosquearse: sentirse molesto o preocupado porque algo no ocurre como deseamos o queremos. Enfadarse, cabrearse.
Izquierda: Procesión S. Isidro Centro: tasca Derecha: puesto de turrón
Izquierda: era de trillar Centro: aperos de trilla Derecha: jarpil
Izquierda: corrida de cintas Centro: el zorro y el sapo
Derecha: el sapo gana la apuesta