OMNIUM POTENTIOR EST SAPIENTIA
Mi señor don Diego de la Caparrota, grato me es comunicarle que ha unos días llegué por fin a esta singular morada en la que durante bastantes meses al año sobrevivo y me mantengo como puedo. No sabría bien decirle, aunque lo pienso, si ésto de seguir en pie e ir sobrellevando estas mis menguadas fuerzas, se debe más a la ayuda de muy especiales colegas, de cuyo ánimo se sirve mi espíritu, que al exiguo sustento que recibo. Lo que sí es que, al menos, ese buen aliento permite suplir lo que al cuerpo no llega. Claro que a esta mi adolescente y aún temprana edad se necesita mucho, pues el desgaste y la debilitación acechan por doquier. Es cierto que no nos atiborran pero aún comemos cada día, y no del todo mal, que no es poco, sino que tal vez nos estemos tornando en exigentes e insaciables. Puede, mi señor don Diego, que lo requiera la edad y también algo la necesidad, pues de nada andamos sobrados. Pero, conformémosnos, que con mucha más deficiencia haylos, de seguro.
Como le venía diciendo, mi señor, tengo buenos colegas, aunque los de verdad buenos distínguense no ya por las palabras, sino por los hechos. Uno de éstos es especialmente sabio, tanto diría yo que habría sido pionero, o paladín, o como prefiera llamarlo, de todo avance e invento si no se le hubiese adelantado el Neolítico o la Revolución Industrial y, ni el mismo Dédalo, Arquímedes, Leonardo da Vinci u otra eminencia le habría llegado a la suela del zapato. Al parecer ahora anda muy herido por alguna flecha del Cupido, pues no da pie con bola y toda su sabiduría, si nada lo remedia, se consumará en una tahona de su pueblo, pues, mi señor, es la panadera quien se ha adueñado de su mucha sapiencia.Pero no sólo de ciencia es conocedor, que también de humanidades sabe un rato, y narra cuentos tan bellos como el que remito a vuesa merced de seguido, que déjanos a todos con la baba caída. Por demás, quedo a la espera de su sabio parecer acerca de la narración y de sus noticias todas, saludándole con veneración
El Candil de la Fuentecica
Había una vez un rey que salió de caza una buena mañana. Era bastante atrevido y caprichoso y decidió apartarse de su séquito para seguir la caza solo, así que al poco ya se había perdido. Quiso el azar que fuera a parar a un pequeño monasterio que se hallaba oculto entre aquellas enormes montañas.
A la mañana siguiente, cuando ya sus sirvientes lo habían localizado, se dispuso a partir. Pero antes de hacerlo dijo al prior del monasterio:
Vaya usted mañana al castillo y le haré tres preguntas y si las contesta bien le premiaré, pero si, por el contrario, falla, su castigo será la muerte.
Una vez el rey le había dicho esto al prior, partió para su castillo, quedando el abad muy preocupado por su vida, así que fue a contárselo a un humilde frailecillo. Éste le contestó que no se preocupara, que él lo suplantaría, vestiría sus ropas y ocultaría su rostro con la capucha a fin de que el rey no advirtiese el engaño.
Y fue así como se hizo. El humilde frailecillo se presentó en el castillo disfrazado de prior dispuesto a ser él quien contestase a las preguntas. Cuando ya estaba delante del rey, comenzó éste a preguntar:
-A ver, ¿cuánto valgo yo?
A lo que el frailecillo contestó:
-Veintinueve reales, señor.
-¿Veintinueve reales tan sólo?- preguntó el rey sorprendido.
-Sí.-repuso el fraile- A Jesucristo lo vendieron por treinta y es lógico que su majestad valga un real menos que Nuestro Señor.
El rey no tuvo más remedio que dar por válida la respuesta ya que no podía decir que valía más que Dios. Entonces hizo la segunda pregunta:
-¿Cuántas espuertas de tierra tiene el monte?
El fraile contestó:
-Una sola, majestad, en haciéndola tan grande como el monte.
El rey tuvo que dar por válida también esta respuesta, pues sabía que aquello era cierto. Sin más, el rey pasó a hacer la tercera y última pregunta:
-¿Qué es lo que yo pienso y no es?
A lo que el fraile respondió:
-Su majestad piensa que yo soy el prior del monasterio y no es así, pues no soy más que un humilde frailecillo.
El rey quedó asombrado ante la sabiduría y destreza del fraile y lo nombró prior del convento y al prior lo rebajó al oficio de fraile, perdonándole la vida ante la astucia de haber enviado al fraile.
Y colorín colorete, que por la chimenea cae un cohete.
GLOSARIO:
El real: era la cuarta parte de la peseta, moneda española anterior al euro.
Espuerta: objeto que normalmente estaba hecho con pleita que tenía como materia prima el esparto. Estaba hecho de forma manual y era utilizada para contener todo tipo de grano u otras materias del campo. Las había de mayor tamaño, estercoleras y, más pequeñas, terreras. En la actualidad se hace de caucho.
Capucha: gorro que solían llevar los frailes y que estaba unido al hábito por el cuello. A veces la echaban para atrás y otras la ponían cubriendo la cabeza.
Llegar a la suela del zapato: se emplea esta expresión para comparar, por lo general, a dos personas, bien por sus actuaciones, belleza, cualidades o cualquier otra característica, indicando que una está muy por debajo de otra.
Atiborrar: hartar, saciarse de algo.
Tahona: panadería.
Izquierda: fraile con capucha
Centro: moneda de real
Derecha: espuerta de esparto
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