LA AVARICIA DERROTADA POR EL INGENIO
Mi señor don Diego de la Caparrota, respondo a su misiva que llegado me ha de recién y en la cual, con enorme agudeza e intelecto, adviérteme y aconséjame del riesgo que corro con alargar tanto las mías que puede que, en llegando a la historia que me pide, ande su mente tan agotada y distraida que ya ni preste atención alguna. Nunca sabrá este servidor suyo agradecerle lo suficiente sus doctos consejos.
Ha sólo unos días torné por fin a esta mi casa, que es donde con más gozo y regocijo siempre me aguardan. Se debió mi regreso a la celebración de la matanza, siendo, como imaginará, el guarro el que menos se alegró de tal ceremonia, pero sí el resto, pues, aunque conlleva extraordinario trabajo, conviértese dicho ritual en jornadas festivas con abundantes decires y singulares historias, amén de que si no fuera por éstos y otros pequeños acopios de sustento, malamente transcurriría el interminable año de quehaceres y fatigas.
Pero, como bien sugiere y recomienda vuesa merced, no es importante el extenderse en pláticas previas sino el ir de corrido al grano. Así que paso a narrarle un extraordinario cuento que relataron mientras las apretadas y suculentas morcillas hervían en la caldera y nosotros gozábamos del favor de la lumbre, que ya el frío aprieta y, tan de lo lindo, que hasta las zaleas abrigando están al pie de los lechos. Pues bien, mi señor don Diego, el referido relato decía así:
PERÚ Y SU AMO
Dicen los mayores que existía por estos andurriales, hace ya mucho, mucho tiempo, un buen hombre al que todo el mundo conocía con el nombre de Perú. Los que contaban esta historia nunca tuvieron claro si el nombre se debiera a que procedía de ese país o bien porque ese fuese su propio nombre. Sea como fuere, cuéntase de él que era muy trabajador, aunque demasiado dado al vicio del tabaco churrasquero, que era el propio de los tiempos, en especial para los pobres. Este mal vicio parece que le restaba algo de su buena fama en lo referente al ejercicio de las labores en el quehacer del campo, pues se detenía con demasiada frecuencia a los placeres del humo, pero no por ello dejaba de ser considerado como el más rentable en las mismas.
Cuentan que hubo un año de malas cosechas y que Perú, no teniendo qué llevar a la boca, emprendió la marcha en busca de algún buen amo que quisiera darle trabajo para ver si podía remediar la miseria por la que estaba atravesando.
Corrió caminos y caminos. Llegó agotado, un día tras otro, a aldeas y cortijos solitarios, sin otro alimento que lo que salía al paso, teniendo, las más de las veces, las tripas cual fuelle de acordeón, plegadas por hallarse más vacías que el bolsillo de un mendigo, al no tener nada que llevar a ellas.
En esta pejiguera llegó a una pobre posada que había en un camino solitario. Entró con la idea de pedir trabajo, pero sin otra esperanza ya que la del portazo en las narices. Así que se dirigió al amo de la misma diciendo:
-Buen hombre, ¿tiene usted un trabajillo “pa mi”?
El dueño se quedó mirando fijamente, y tras un tiempo que a Perú le pareció casi una eternidad, dijo:
-Mira por donde llegas a tiempo, pues tengo una viña y necesito un guardián que la proteja de las zorras y de los ladrones. Así que si estás interesado, quizás podamos entendernos.
A Perú le daba vueltas la cabeza como si despertara de una larga pesadilla y, abriendo mucho los ojos, pues por su contención del hambre no daba crédito a lo que escuchaba, contestó:
-¿Qué cree “usté”? “Pa mi cualquier trabajo es "güeno". ¿"pos" no ve que llevo “cuasi” quince días sin comer?
-Vale- dijo el dueño de la posada que vio reflejada el hambre en la cara de Perú.- Mañana empezarás temprano y te pagaré dos reales al día. Pero una cosa te aviso: si te pillo comiendo una sola uva o veo un tallo de racimo por allí tirado, te afeito la cara de un bofetón.
Perú no durmió en toda la noche, pues nunca había visto tanto dinero y ya le daba vueltas a la cabeza pensando en qué emplearía aquel capital. Además, nada le impediría fumar a cada hora o cuando le viniese en gana. Así que se levantó temprano y se dispuso a partir hacia la viña. Pero iba sin comer y allí sólo encontraría uva, aunque después de lo que le había dicho el dueño…, mejor sería pensar algo. Pero no tuvo que dar muchas vueltas a la cabeza, pues siempre se ha dicho que “el hambre aguza el ingenio” y no iba a ser esta vez menos. Y dicho y hecho, cogió una “orza” que encontró abandonada, la echó al hombro y se fue a la viña. Una vez allí la enterró bien honda y le puso un tubo de caña que salía a ras de la superficie. De esa forma Perú se comía las uvas y por el tubo echaba los desperdicios sin que el amo llegara a enterarse de nada.
Llegó un día el amo por la viña y le dijo a Perú:
-Oye Perú, ¿a ti te gustan las uvas?
-Qué va, amo, ¡a mí que me van a gustar! Si “usté” supiera, “pos” cuando yo era pequeño una vez me harté tanto, tanto de uvas que cogí un dolor de barriga y “entoavía” me resiento.
De esa manera el amo, que era tacaño donde los hubiera, se fue más tranquilo, pensando que su viña estaba bien guardada y no le faltaría un solo racimo.
Perú, que era mucho más listo que el amo, un día, cuando ya estaba cansado de guardar la viña y, en vista de que el amo no le pagaba, decidió tomar venganza. Viendo al amo por allí, fue y le dijo, como muy en secreto:
-Mi amo, ¿sabe “usté” que en su finca hay un tesoro?
-¿Qué me dices, Peru? ¿Cómo sabes tú que en mi finca hay un tesoro?
-Ah, -respondió Perú-, porque yo lo ha visto. Yo me lo he “encontrao”
-Pero está en mi finca y es mío. Así que dime dónde está.
-No mi amo, no. Primero tenemos que llegar a un arreglo. Tiene que darme cien reales de oro, si no me los da no se lo digo ni aunque me mate.
El amo, que ya andaba en ascuas contando su riqueza, terminó ajustando con Perú la cantidad de cincuenta reales, nada menos que de oro. Así que Perú hubo cobrado, pues no se fiaba, le indicó al amo el lugar en el que se hallaba la orza, y con el dinero a buen recaudo, emprendió la marcha, mientras el amo y un criado sacaron la orza. Cargaron ésta en una mula, sin atreverse a abrirla ni a que los vieran con ella, por miedo a los ladrones y a la envidia de los vecinos, y emprendieron la vuelta al mesón. El criado que iba aguantando el enser para que no resbalara de la albarda, comenzó a pensar que aquello más olía a orujo de uva que a otra cosa y que quizás lo que había dentro de la orza no fuese precisamente un tesoro. Así que, parando la mula, le dijo al amo:
-Mi amo, ¿no “sha dao uste” cuenta que esto más “güele” a uva “podría” que a otra cosa?
El amo, que estaba con la mosca detrás de la oreja, pues Perú se había ido muy rápido, mandó detener el animal, bajar la orza y mirar lo que había dentro, sin importarle ya ladrones ni nada. Y bien podéis imaginar cuál fue el chasco y cómo se puso: se lo llevaban los mismísimos demonios. Mandó de inmediato a los criados que salieran tras Perú y que lo capturaran como fuese. Perú que no era hombre muy desconfiado, se había parado a dormir debajo de un puente y, cuando los criados lo vieron, le echaron el guante, le ataron las manos, lo metieron en un saco y lo subieron en un burro, diciendo a grandes voces y enormes carcajadas que lo iban a tirar por una terrera y que debajo encontraría un tesoro. Cuando uno de los criados se acercó al burro, Perú le arreó una patada por toda la cabeza que le hizo caer medio muerto, pues la nariz se la había hecho añicos. Y lo mismo hizo con el segundo. Los otros dos, al ver lo sucedido, dejaron al burro solo y se dieron a la huida, pensando que allí iba el mismo diablo. El burro siguió su camino hacia el precipicio y Perú decía a grandes voces:
-¡A casarme me llevan con la reina y yo no quiero! ¡A casarme me llevan con la reina y yo no quiero!
Un pastor que estaba por allí lo oyó y le preguntó:
-Hermano, ¿lo llevan a casarse con la reina y usted no quiere?
-¡No, no quiero!-decía a grandes voces Perú.
-¿Y usted me cambiaría el sitio a mí?- propuso el pastor.
-¿Qué si te cambiaría el sitio?- respondió Perú –Sácame de aquí y verás.
En un santiamén el pastor abrió el saco, saliendo Perú más que a escape y, con las
mismas, se metió al pastor, pues el muy tonto se vio ya gobernando en el reino. Como pudo, Perú lo subió en el burro, y le arreó para que echara a andar, quedándose él con las ovejas.
Al poco, los criados y el amo, que había montado en cólera al verlos llegar sin Perú, dieron alcance al burro que ya estaba cerca de la terrera y, al llegar a ésta, empujaron el saco y lo hicieron caer, diciendo a grandes voces mientras caía:
-¡Perú, Perú, si quieres un tesoro, en el barranco lo hallarás! ¡Búscalo tú!
Creían haberse librado para siempre de Perú, pero, al volver, lo hallaron fumando tranquilamente a la sombra de una higuera, mientras las ovejas pastaban en un pequeño prado. Y, para qué decir cuál fue la sorpresa del amo y los criados, que ya empezaron a pensar si no sería cosa del mismísimo demonio. Así que, un tanto asustados y no menos encolerizados, empezaron a preguntarle:
-Pe…pero, Perú…¿tú, ..tú, tú,..tú no estás muerto en el fondo del barranco?
-¿Yo? ¿Yo muerto en el fondo del barranco?-decía Perú con burla, mientras chupaba su cigarro churrasco.- ¡Bah, bah, “Vusotros estáis tonticos”! ¿Yo?,…,¿muerto yo?
-¿Y esas ovejas, Perú? ¿De quién son las ovejas?
-Las ovejas, …las ovejas…Vaya, porque “ma veis tirao por el lao” de las ovejas, que anda que si me tiráis por el “lao” del oro…
-Perú,…¿has dicho oro? ¿Y hay mucho?
-¿Qué si he dicho oro? ¿Qué si hay “muncho”? Si fuerais ibais a ver.
La avaricia, que no tiene límites, hizo que el amo y los criados fueran a por el oro. Así que, en llegando a la terrera, el amo, que era el más avaricioso del mundo, dijo a Perú:
La avaricia, que no tiene límites, hizo que el amo y los criados fueran a por el oro. Así que, en llegando a la terrera, el amo, que era el más avaricioso del mundo, dijo a Perú:
-Vamos, Perú, empújame.
Perú, que estaba deseando la venganza, empujó con todas sus fuerzas. Todos esperaron un buen rato a que regresara el amo, pero en vista de que no volvía, dijo uno de los criados:
-Y,...¿por qué no habrá vuelto ya el amo?
Perú que quería que los demás siguieran la misma suerte y, además, no se fiaba ni un pelo de no verse en la horca, les dijo con toda picardía:
Eso es que el amo no tiene hartura y está llenando los costales de oro, y hasta los bolsillos. Como no “sus deis priesa…”
Y los criados dijeron todos a la vez:
-¡“Pos”, empuja Perú! ¡Perú empuja que no quiero quedarme sin oro!
Y él fue empujando uno a uno hasta quedarse libre de aquellos avariciosos, heredando el rebaño y también la viña y haciéndose el más rico de aquellos contornos.
Él volvió con los suyos y fueron felices, comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron.
Él volvió con los suyos y fueron felices, comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron.
GLOSARIO:
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Caldera: gran recipiente metálico que se utilizaba en las matanzas para calentar o hervir agua y para cocer la morcilla.
Morcilla: embutido que se hacía en la matanza y cuyos ingredientes principales, en esta comarca, eran: cebolla, arroz, sangre del cerdo y algo de mantecas y grasas.
Zalea: piel curtida del carnero o de la oveja que conserva la lana y que se utilizaba como abrigo al pie da las camas. Protege del frío y humedad.
Matanza: ritual más propio del campo que consistía en sacrificar un cerdo, a final de otoño por lo general. Era todo un ritual que solía durar unos dos días. Se hacían embutidos tales como morcilla, longaniza, chorizo, salchichón y butifarra.
Guarro: se denomina así al cerdo, también llamado aquí puerco, cochino o, simplemente, chino.
Tabaco churrasquero: tabaco de muy mala calidad y que por lo general era cultivado por el propio fumador, pese a estar prohibido.
Pejiguera: molestia, mal estado. pesadez.
Ir al grano: frase hecha cuyo significado es no detenerse en lo vanal sino ir a lo esencial y sin rodeos.
Andurriales: lugar, sitio.
Orza: vasija de arcilla que servía para echar aceites, carnes y grasas.
Enser: objeto, cosa
Terrera: aquí es conocido como terreno de corte vertical y de gran profundidad que cae a un barranco, rambla o río.Terraplén grande.
Hacer añicos: destrozar completamente algo, destruirlo.
Andar en ascuas: andar a la espera ansiosa de algo y de que ocurra con prontitud.
Estar con las mosca detrás de la oreja: expresión cuyo significado es desconfiar, tener prevención sobre algo o alguien.
Albarda: objeto que se ponía sobre el aparejo de las bestias y sobre la misma se colocaba la carga.
Costal: objeto de lona de la misma forma que el saco y que se usaba para transportar grano.
Santiamén: expresión que significa que algo se hace rápidamente, al modo como suelen rezar las beatas las oraciones. De ahí la expresión.
NOTA: aparecen entrecomilladas todas aquellas palabras, expresiones o giros que están tomadas del habla popular-coloquial tal y como se expresan en dicha habla.
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