lunes, 1 de diciembre de 2025

LA CUEVA DE SANTA ROSALÍA

 

V.-La mala estrella de Marta

Para muchas personas no existe peor miedo que el de la soledad, incluso peor que el del inhumano castigo. Y así ocurrió a Marta. Sentirse expulsada de aquella pérfida vivienda, pero que había sido la suya hasta ese día, para partir a un destierro tan desconocido como inseguro, le produjo tal sentimiento de tristeza y desolación que salió de allí como el reo que llevan al patíbulo. Su vista se nubló, ensordecieron sus oídos, se resecó completamente su boca, su lengua adquirió una súbita rigidez. Sus brazos se tambaleaban al ritmo inseguro de sus piernas, y su alma se descompuso en infinitos grumos de amargura. Ella no merecía nada de aquello y, sin embargo, ahora era escupida y destinada a vivir proscrita, desamparada, lanzada al arroyo.

Echó a andar sin rumbo fijo. El tenue sol de noviembre se deslizaba por entre los álamos del río que circundaba el pequeño pueblo, como tratando de romper la débil barrera que separa la vida y la muerte. Por primera vez soñó en lo bello que sería marchar con su madre, e imaginó la tranquilidad plena en la que aquella se hallaría. Amargas lágrimas, tanto como la tuera, resbalaban por sus mejillas,  nublando su vista e inundando su rostro.

Caminó toda la mañana. Se sentía desfallecer cuando vino a tropezar con un pequeño grupo de arrieros que marchaban con mercancías a la ciudad. De entre los mismos hubo un hombre mayor, sólo uno, que la trató con respeto y cariño, prestándose  a ayudarle. Los demás, o le dieron la espalda, o le dedicaron soeces  y provocadoras insinuaciones, cuando no claras proposiciones obscenas. Ella, como si de un animalillo indefenso se tratara, se refugió al amparo de aquel viejo. En su compañía caminó atravesando angostos trechos o amplias llanuras. Llegaron, casi al anochecer, a una pequeña aldea en la que se detuvieron para descansar y tomar algo de alimento antes de proseguir la marcha. El arriero la condujo hasta una casa cercana en la que vivía una mujer mayor, viuda, con dos hijos a cual más déspota. Allí se quedó Marta, para ayudarles en las faenas caseras. Y allí empezó la segunda parte de su calvario.