viernes, 12 de diciembre de 2025

LA CUEVA DE SANTA ROSALÍA

 

X.-Cinco años felices

“No hay dolor ni dicha que más de cien años dure”. Tras el nacimiento de Carla, los días fueron de sumo ajetreo, de desbordada alegría y de duro aprendizaje. Que una mamá, que era aún niña, tenga a una criatura en sus brazos, que depende completamente de ella, resulta fascinante, pero también sumamente complejo y atemorizante. Y esa era la situación de Marta: júbilo, preocupación, felicidad y tensión, a partes iguales, ante aquel regalo, que, aunque fue algo envenenado en su origen, ahora se había convertido en el obsequio más preciado que se puede soñar. Además, a su lado siempre estaba Francesca.

Seguían las pláticas, ahora orientadas, sobre todo, a las atenciones con Carla. Transcurrían los días y las noches como si el tiempo no existiese. Y es que en realidad, el tiempo no existía, o mejor dicho, sí que existía, pero era como si allí se hubiese instalado en una permanencia sin fin, como principio y fin de aquella dicha que las embargaba. Aquel tiempo fue el todo y la nada, la nada y el todo de una suerte que nunca antes habían conocido. Era la eternidad misma medida desde lo finito y pasajero de unas vidas, sumamente agradecidas con lo poco, y en nada avariciosas de lo mucho.  Era como si el tiempo no pasara y fueran ellas las que pasaban por el tiempo. Sólo el desarrollo de Carla les permitía comprender que el tiempo es algo que no se detiene; y también eran conscientes de que sólo se vive el ahora, y eso hacían ellas: vivir intensamente cada momento de aquel presente, que está siempre ahí y, a la vez, escapándose como se escapa el agua de las manos. Sabían que no existía otro presente, sino aquel. Era, además, un presente tan hipnotizante que bien deseaban quedar atrapadas en él para siempre, como si eso fuera posible.

Sin embargo, por los muchos golpes llevados, eran sabedoras de que la vida es otra cosa. Es como un tren que no se detiene en estaciones, por más que éstas envuelvan en un maravilloso sueño; pues, también existen los oscuros túneles que obligan a despertar, que se convierten en pesadilla, que reintegran a la realidad del dolor. No tardarían en comprobarlo.

Habían transcurrido cinco años desde que Carla naciera. Todo había sido demasiado bello, todo demasiado excitante, hasta aquella tarde en la que madre e hija tuvieron la mala ventura de venir a darse de bruces con aquellas pérfidas mujeres.

Cuando se vive en un hogar en el que se halla amor y paz, aunque lo envuelva la pobreza, ese lugar se convertirá, sin duda, en el más seguro y protector de cuantos se puedan soñar, y, ante la inseguridad, jamás sería sustituido. Pero, para los desheredados, eso es sólo un sueño.

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