IX.-Nacimiento de Carla
La noche se
echó encima y no, precisamente, se presagiaba placentera. Todo lo contrario.
Francesca se atrevió, pese a la inclemencia del tiempo, a salir en busca de una
vecina que, por los muchos partos propios, más debía de entender de aquel
menester que ella misma. El parto de Marta tal vez se prolongaría, pues, era
muy joven y, por demás, primeriza. Francesca sabía que ella, por su edad y por
su escasa fuerza, poca ayuda podría aportar. La vecina era mucho más joven y
había pasado por la experiencia de cinco hijos.
La lluvia
arreciaba, a la vez que se escuchaba el rugir de un viento endiablado
batiéndose contra cualquier elemento que se le interpusiera. Conociendo,
incluso, el riesgo que corría, la mujer se dirigió en busca de ayuda. Paula,
que así se llamaba la vecina, y ella, batiéndose ambas contra la inclemencia
del temporal, pronto estuvieron junto a Marta.
El parto
tendría lugar en la casa. No había hospitales para pobres. Además, Marta no
quería que su criatura constase en papel alguno, que se supiese de su
existencia. Pensaba que sería un peligro, pues las autoridades podrían
sustraérsela por ser soltera y por carecer de recursos. Era conocida la
frecuencia con que solía ocurrir. Siempre la Iglesia estaba de por medio, pues
si una madre, incluso estando casada, acudía a solicitar ayuda a unas monjitas,
éstas, lo primero que hacían era recoger al nacido y entregarlo en adopción.
Conforme
avanzaba la noche el firmamento se fue preñando, cada vez más, de amenazantes
nubarrones que iban llegando, como si de un rebaño desbocado se tratase, de
infernales fogonazos junto a zumbidos ensordecedores. Era el espantoso presagio
de un inminente diluvio sobre la pequeña ciudad. El viento arreciaba de manera
enfurecida, como si quisiera arrancar de cuajo cuanto se le interponía. Se
adivinaba una larga noche de tormenta, de furor.
De un
impreciso lugar llegaba el lamento dolorido de un perro, y un “pajarraco”, sin
duda una mascota llegada de tierras lejanas, anunciaba con su canto
enloquecido, desde alguna terraza, las inmediatas precipitaciones. Había
llegado mayo con su agradable temperatura primaveral, pero también era época de
grandes borrascas, y la que se insinuaba tras la montaña que abrazaba el poblado, no auguraba nada bueno. Tal vez
era el vaticinio del nacimiento de una vida, la de Carla, con una
predestinación terrorífica y espantosa.
Durante
toda una noche, que para la joven supuso tanto como la duración de varias
terroríficas noches, se sucedieron
dolores y contracciones por igual, que, si en un principio estuvieron
más distanciadas en el tiempo, luego se acortaron. Parecía ser un proceso sin
fin. No dilataba y para colmo el bebé venía del revés, algo sumamente peligroso
para su supervivencia. Ayudaron las dos mujeres a Marta, le dieron ánimo y
durante largo tiempo la aprestaron para el esfuerzo último.
Cuando las
tormentas seguían atronando el ambiente, con descargas que más bien parecían
ser explosiones procedentes de lo más profundo del averno, y la lluvia era más
rabiosa, Marta empezó a dilatar. Duró todo hasta el mediodía siguiente.
Debatiéronse madre e hija (pues sería una niña), entre la vida y la muerte durante toda una noche, y gran parte del
siguiente día.
Por fin, la
mujer que actuó de comadrona logró, no sin
la ayuda de Marta, que el
bebé se diera la vuelta y escapara así
de aquel primer peligro de su vida. Consiguió el milagro aquella comadrona
improvisada, tras fatigoso e
interminable esfuerzo. Fue todo un tiempo
en el que se compaginaron, al unísono, la aterradora tormenta con el
trance extremo del parto. Lo encaró Paula con tanta decisión como valentía y
arrojo, conduciendo la situación hasta un final feliz. También la tormenta se
había aplacado y la lluvia pasó a ser apacible como la caricia de un bebé.
Hasta el aire se había vuelto agradable.
Fue sobre
el mediodía cuando llegó al mundo Carla,
una niña preciosa, el mismo mundo que le ofrecería su reverso, pues, salvo los
cinco primeros años, la vida no fue halagüeña para ella. Pronto llegaría la
adversidad. Una adversidad tan cruel o más que la que había vivido su propia
madre, y que la marcaría para siempre.
Aquel día,
de principio de mayo, daba comienzo una vida nueva, la vida de una desconocida,
de una ilegal, de una apátrida, pues no existiría como ciudadana de este
condenado mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario