martes, 9 de diciembre de 2025

LA CUEVA DE SANTA ROSALÍA

 

IX.-Nacimiento de Carla

La noche se echó encima y no, precisamente, se presagiaba placentera. Todo lo contrario. Francesca se atrevió, pese a la inclemencia del tiempo, a salir en busca de una vecina que, por los muchos partos propios, más debía de entender de aquel menester que ella misma. El parto de Marta tal vez se prolongaría, pues, era muy joven y,  por demás, primeriza.  Francesca sabía que ella, por su edad y por su escasa fuerza, poca ayuda podría aportar. La vecina era mucho más joven y había pasado por la experiencia de cinco hijos. 

La lluvia arreciaba, a la vez que se escuchaba el rugir de un viento endiablado batiéndose contra cualquier elemento que se le interpusiera. Conociendo, incluso, el riesgo que corría, la mujer se dirigió en busca de ayuda. Paula, que así se llamaba la vecina, y ella, batiéndose ambas contra la inclemencia del temporal, pronto estuvieron junto a Marta.

El parto tendría lugar en la casa. No había hospitales para pobres. Además, Marta no quería que su criatura constase en papel alguno, que se supiese de su existencia. Pensaba que sería un peligro, pues las autoridades podrían sustraérsela por ser soltera y por carecer de recursos. Era conocida la frecuencia con que solía ocurrir. Siempre la Iglesia estaba de por medio, pues si una madre, incluso estando casada, acudía a solicitar ayuda a unas monjitas, éstas, lo primero que hacían era recoger al nacido y entregarlo en adopción.

Conforme avanzaba la noche el firmamento se fue preñando, cada vez más, de amenazantes nubarrones que iban llegando, como si de un rebaño desbocado se tratase, de infernales fogonazos junto a zumbidos ensordecedores. Era el espantoso presagio de un inminente diluvio sobre la pequeña ciudad. El viento arreciaba de manera enfurecida, como si quisiera arrancar de cuajo cuanto se le interponía. Se adivinaba una larga noche de tormenta, de furor.

De un impreciso lugar llegaba el lamento dolorido de un perro, y un “pajarraco”, sin duda una mascota llegada de tierras lejanas, anunciaba con su canto enloquecido, desde alguna terraza, las inmediatas precipitaciones. Había llegado mayo con su agradable temperatura primaveral, pero también era época de grandes borrascas, y la que se insinuaba tras la montaña que abrazaba  el poblado, no auguraba nada bueno. Tal vez era el vaticinio del nacimiento de una vida, la de Carla, con una predestinación  terrorífica y espantosa.

Durante toda una noche, que para la joven supuso tanto como la duración de varias terroríficas noches,  se sucedieron dolores y  contracciones  por igual, que, si en un principio estuvieron más distanciadas en el tiempo, luego se acortaron. Parecía ser un proceso sin fin. No dilataba y para colmo el bebé venía del revés, algo sumamente peligroso para su supervivencia. Ayudaron las dos mujeres a Marta, le dieron ánimo y durante largo tiempo la aprestaron para el esfuerzo último.

Cuando las tormentas seguían atronando el ambiente, con descargas que más bien parecían ser explosiones procedentes de lo más profundo del averno, y la lluvia era más rabiosa, Marta empezó a dilatar. Duró todo hasta el mediodía siguiente. Debatiéronse madre e hija (pues sería una niña), entre la vida y la muerte  durante toda una noche, y gran parte del siguiente día.

Por fin, la mujer que actuó de comadrona logró, no sin  la  ayuda de Marta, que el bebé  se diera la vuelta y escapara así de aquel primer peligro de su vida. Consiguió el milagro aquella comadrona improvisada,  tras fatigoso e interminable esfuerzo. Fue todo un tiempo  en el que se compaginaron, al unísono, la aterradora tormenta con el trance extremo del parto. Lo encaró Paula con tanta decisión como valentía y arrojo, conduciendo la situación hasta un final feliz. También la tormenta se había aplacado y la lluvia pasó a ser apacible como la caricia de un bebé. Hasta el aire se había vuelto agradable.

Fue sobre el mediodía cuando llegó  al mundo Carla, una niña preciosa, el mismo mundo que le ofrecería su reverso, pues, salvo los cinco primeros años, la vida no fue halagüeña para ella. Pronto llegaría la adversidad. Una adversidad tan cruel o más que la que había vivido su propia madre, y que la marcaría para siempre.

Aquel día, de principio de mayo, daba comienzo una vida nueva, la vida de una desconocida, de una ilegal, de una apátrida, pues no existiría como ciudadana de este condenado mundo.

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