jueves, 10 de noviembre de 2011

PERIQUITICO Y PERIQUITICA



TRÁTASE DE DOS HERMANICOS:
PERIQUITICO Y PERIQUITICA


Mi señor don Diego de la Caparrota, hoy han regresado a mi memoria, sin saber el cómo ni el porqué, ciertos recuerdos de mi infancia, que debían andar algo escondidos en una especie de desván o escondrijo de la mente. Entre ellos ha aparecido un pequeño cuento que relataba mi abuela y que yo deseo referir a su merced por si fuese de su interés y desease documentarlo a la hora de sus relatos sobre leyendas, cuentos y decires. Andábame yo entonces por muy corta edad y debiera ser algo impertinente en esto de que me relataran historias, cuentecillos y fábulas. Y como fuere que pasaba la mayor parte del tiempo con una de mis abuelas, ésta, cuando podía, contábame relatos que eran muy de mi agrado. Cuando el tiempo no se lo permitía, me mandaba a jugar a la brisca o a la ronda (que su merced bien conoce) y, como no había con quién, decíame que jugara con mi Caparrota. Pienso que este personaje debiera ser familia de su merced, pues llevan el mismo sobrenombre. Debo manifestarle que la tal Caparrota jamás se hizo visible, pero sí que yo la imaginaba allí, junto a mí, llegando a sentir gran aprecio por la misma. A fe mía que era la forma con la que mi abuela librábase de mí un tiempo, mientras daba cuenta de sus muchas faenas caseras. De este modo yo, resignado, pasaba horas y horas jugando sin molestarla. Pero cuando el tiempo se lo permitía sí que relatábame cuentos de tanta ternura y emoción que le hacía repetirlos veces y veces, dando lugar más a su agotamiento que a mi cansancio. Uno de ellos producía en mí especial emoción y es por ello que paso a referírselo, con el deseo de que sea tan de su gusto como llegó a serlo del mío.
Queda a la espera de su respuesta,

El candil de la Fuentecica



                     EL PERIQUITICO Y LA PERIQUITICA

Había una vez un matrimonio muy pobre, muy pobre, que vivía en el campo, en un humilde casilla. El matrimonio tenía dos hijos, Periquitico y Periquitica. Los dos niños eran muy buenos y obedientes. Siempre hacían lo que sus padres les mandaban y también iban a veces a una pobre escuela que había en la aldea para aprender las primeras letras y las cuatro reglas, pues su padre estaba empeñado en que fueran personas de provecho, que él no lo había sido.

La madre, mujer de malas entrañas, andaba tramando deshacerse de los niños, pues de esa manera pensaba que vivirían mejor ella y el marido, pues eran años de miseria y malas cosechas y no se veía mejoría. Él, que pasaba la vida en el campo, no se percataba de las intenciones de la mujer, pues además de estar fuera todo el santo día, tampoco andaba muy sobrado de luces.

Decidió un día la mujer llevar a cabo su maligna intención. Estaba el marido arando la tierra, como de costumbre, y uno de los niños tendría que llevarle la comida. Los llamó la madre y mandó a Periquitico a por leña al cerro y a Periquitica a por un cántaro de agua a la fuente, mientras ella empezaba a hacer los preparativos para un “guisao” para el padre. Periquitico cogió la soga de la leña, yéndose al cerro y Periquitica el cantarillo y se marchó a la fuente. Periquitico volvió primero y, como venía muy, muy cansado, al llegar le dijo a la madre:

-Madre, estoy cansado, tengo sueño.

-Acuéstate en la cama, hijo.

-No, que me caeré-, contestó el niño.

-Siéntate en la silla y duerme-, dijo la madre.

-No que me caeré de lado.

-Apóyate en la escalera y duerme.

-No que me rularé-, contestó Periquitico

-Pues entonces, acuéstate en la artesa y tápate con la sobremesa.

Y eso fue lo que hizo el niño, acostarse en la artesa y taparse con la sobremesa.

La mujer, que ya había preparado los avíos de la comida, puso una olla de agua a hervir y cuando ya el niño estaba dormido, se la echó por encima y lo abrasó, dejándolo muerto en el acto. Periquitica volvió después ya que había tenido que lavar una ropilla en la fuente. Cuando llegó, la madre ya había preparado el guiso con el cuerpo del niño y lo había echado en un gran puchero para que Periquitica lo llevara. Ella preguntó por su hermano, pero la madre le dijo que estaba durmiendo, que él no podía ir, que cogiera la comida y la llevara al padre, pero que no la destapara en todo el camino, porque podían caer moscas.

Cuando ya había andado más de media legua, Periquitica tropezó y la tapa del puchero se abrió. Fue entonces cuando vio la manecilla de su hermano en el guiso. Ella se echó a llorar, muy desconsolada. Más adelante se encontró con una vieja que, al verla llorar de aquella forma, le dijo:

-¿Por qué lloras, niña?

-Porque mi madre ha matado a mi hermano Periquitico y lo ha guisado para que lo coma mi padre.

-No te preocupes. Conforme tu padre vaya tirando los huesecillos, tú recógelos todos y siémbralos debajo de la cantarera.

Y así lo hizo Periquitica. Recogió todos los huesecillos que el padre tiraba y los puso donde le había dicho la mujer. Al cabo de algún tiempo, un día, cuando estaban comiendo salió Periquitico de debajo de la cantarera con un gran ramo de naranjas en la mano.

-Dame una naranja, Periquitico-, dijo la madre

-No, a ti no, que me mataste y me guisaste-, contestó el niño.

-Dame una a mí-, pidió el padre.

-No, a ti tampoco, que me comiste y me tiraste- contestó el chiquillo.

-Dame una, Periquitico-, dijo la hermana

-Periquitica, tómalas todas que me recogiste y me sembraste.

Y para siempre ya Periquitico y Periqutica vivieron felices sin que su madre volviera jamás a hacerles daño. Y "colorín colorao” que el cuento se "h'acabao”.



GLOSARIO:

Juegos de la brisca y de la ronda: son juegos de naipes (baraja española).
No andar sobrado de luces: ser poco o nada inteligente o espabilado.
Cortijo: casa de campo en Andalucía.
Cuatro reglas: ésta era la denominación que se daba coloquialmente a la suma, resta, multiplicación y división.
“Guisao”: en realidad “guisado”. Es comida compuesta de agua, patatas, algún pimiento, tomate, cebolla, aceite y sal. Es comida pobre. A veces puede llevar algo de carne.
Puchero: objeto hecho de arcilla, de forma redonda y que se utilizaba para cocinar.
Artesa: objeto alargado con forma rectangular. Es de madera con amplia hendidura en el centro, espacio en que se amasaba el pan.
Sobremesa: es una especie de mantel que cubría la masa del pan mientras éste fermentaba en la artesa. Se le daba también el nombre de “tendida”.
Cantarera: mueble de madera, con cuatro patas que se utilizaba para colocar los cántaros en los que se tenía el agua para consumo doméstico.
Legua: del celto-latín LEUCA. Medida castellana de longitud de 5 kilómetros, 572 metros y 7 decímetros.






Arriba izquierda: puchero. Arriba centro: tendía o sobremesa.
Derecha: cantarera. Abajo izquierda: artesa.




miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL NUEVO CASAMIENTO DEL TÍO CARAJO CON LA TÍA MATRACA


ACERCA DEL TÍO CARAJO Y LA TÍA MATRACA


Mi señor don Diego de la Caparrota, habiendo recibido misiva de su merced en la que de forma grácil y sutil requiéreme información acerca de algunas estampas de ocio de esta mi tierra, que a su entender sean alegres y jocosas, he de decirle que muy a mi pesar, sólo durante un breve espacio de días pude vivirlas de presente, pues en pasando éstos, me fue arrebatado el tiempo de su disfrute y pronto halléme en lugar donde sólo la severidad y la gravedad mandaban, aunque espero poder volver a las andadas en breve, si antes no para las matanzas.  Así que paso a contarle lo que aconteciera una cálida noche, creo que entre S. Juan y S. Pedro, cuando aún la siega no había llegado a su fin, pero tampoco julio había hecho su aparición. Era costumbre del vecindario por entonces tener unas horas de esparcimiento y cháchara en la zona más elevada de la denominada Cuesta de los Deseos. Allí dábanse cita por igual grandes y pequeños, jóvenes y mayores. Así que en llegando a la cuesta, nos recostábamos sobre la tierra, pues de otro acomodo no disponíamos. Andábase ya la gente ligera de ropas y, a decir verdad, sobraba casi toda, pues la canícula apretaba de lo lindo. Aquella noche, una mozuela de buen ver, recitó un romance que a la sazón su madre había adquirido de un ciego y que llevó a las gentes a un hilarismo desternillante,  haciéndose todo tipo de comentario  gracioso,  divertido, burlescos y picarón sobre las condiciones amatorias de los contrayentes, Carajo y Matraca. Pero también, al parecer, muchos de los visitadores de aquel lugar anduvieron aquella velada en desazón ante la lujuriosa deriva que el asunto empezó a tomar, viéndose obligados a reprimir la presión que en  propia carne empezaba a ejercer el particular e  imbarajable apetito libidinoso . Así que paso a transcribirle la  afamada historia  de “EL NUEVO CASAMIENTO DEL TÍO CARAJO CON LA TÍA MATRACA” , esperando sea tan de su agrado como lo fuera de aquellas gentes. Pronto recibirá su merced otras noticias de este su servidor

El Candil de la Fuentecica



EL NUEVO CASAMIENTO DEL TÍO CARAJO CON LA TÍA MATRACA

Este era un solterón                                  Como quieres que ya valga  
se llamaba el tío Carajo                             con los años que yo tengo;
que se quería casar                                    si me encuentro sin narices
y ya contaba cien años.                             sin pulso y sin talento.

Una tarde en el paseo                                Me has engañado, Carajo,
se encontró con la Matraca                       si lo sé no me camelas
una vieja muy revieja                                teniendo yo tantos novios
ya que de los cien pasaba.                          y ahora quedarme soltera.

Buenas tardes, tía Matraca;                      Mira a ver si tienes algo
yo soy el tío Carajo                                    me quiero desengañar:
que te quiero con locura                            no me comprometas tanto
y yo contigo me caso.                                pues te digo la verdad.

Pues lo has pensado bien                           Ya sabes mi oficio,
yo buscando novio estaba                         siempre ha sido el de pavero,
yo a ti también te quiero                           toma el moco de este pavo
Carajito de mi alma.                                  eso es  lo que yo tengo.

Yo aunque soy muy revieja                      Solterones y solteras
y no tengo dentadura                                que os encontrais sin novio
tú por eso no te apures                              no perdais las esperanzas
que te quiero con locura.                          que hasta el fin nadie es dichoso.

Aquel par de tortolitos                              Y a los jóvenes también
se ponen en relaciones                              yo les tengo que decir
como si fueran mozuelos                         que no bailen más la raspa
y hablando por los balcones.                    por lo que pueda ocurrir.

Y las tardes de paseo                                Y también os recomiendo
salían a pasear                                          que no llegueis a esa edad;
cada cual con su cayada                           en pasando de los veinte
y ella su ramo de azahar.                          los mozos ya no os querrán.

Y la noche de casados                              Y este romance termina;
la tía Matraca observaba                          poner oido y atención
y le decía al tío Carajo                              para que nunca os veais
que no vale para nada.                             como Matraca se vio.


         FAUSTINO GARRIDO, romancista.   Benatae ( Jaén )
         NOTA: Es copia exacta del romance, con errores ortográficos incluidos.



GLOSARIO:

Cayada: (cayado, bastón) bastón encorvado en su extremo superior que usan sobre todo los pastores.
Par de tortolitos: dos personas ciegamente enamoradas y que lo manifiestan abiertamente.
Camelar: engañar, seducir, engatusar.
Pavero: persona que cuida manada de pavos en el campo.
Moco de pavo: es un apéndice carnoso y eréctil que tiene el pavo sobre el pico. (“No ser moco de pavo”: La frase no ser moco de pavo se usa para dar a entender a alguien que el valor y estimación de una cosa es más importante que lo que él considera.)
Raspa: baile de origen mejicano, de Veracruz.  Fue muy popular en España durante el siglo XX.
Azahar: El nombre de esta flor proviene del árabe al-azahar que significa flor blanca. Es la flor propia del naranjo y del limonero o cidro. Se da en zonas como  la costa mediterránea.


Arriba izquierda: tortolitos. Arriba derecha: cayada.
Abajo izquierda: flor de azahar. Abajo derecha: moco del pavo.


viernes, 28 de octubre de 2011

SOBRE UN GATO Y UN GALLO


 Al hidalgo don Diego de la Caparrota. Me dirijo a vuesa merced para dar cumplida respuesta a su petición, según la cual me hace saber estaría sumamente interesado en recuperar un cuento o fábula que pudo escuchar tiempo ha, y que dado que su recuerdo de la misma es difuso y que su memoria anda un tanto mermada, hoy ya no da pie con bola para enlabazar dicha historia. Cuéntame que fue allá por el año de 1900 y pico (nada aclara sobre cual fue el pico), de Nuestro Señor,  que su merced llegóse a esta villa de Albox cuando se celebraba la feria que aquí denominamos de Todos los Santos, conocida en todo el orbe por la mucha cantidad de bestias y demás animales que se compran y venden. Cuéntame que su viaje debióse al interés por comprar unos borricos y que, llegado que hubo a la villa,  dirigióse  a buscar hospedaje a una de las infinitas casas que albergaban a los muy variados transeúntes.  Según despréndese de su misiva  halló en dicha posada huéspedes de toda calaña, tales como marchantes, trotamundos, buscavidas, feriantes, titiriteros, buhoneros, pícaros y truhanes de toda clase y origen,  lo que hizo que su turbación fuera tal que, entre las muchas pulgas que lo recibieron a su llagada y el desasosiego que le provocaba el resto de huéspedes, no pudiese pegar ojo y fue por ello que prefirió la vela a cualquier tipo de ensueño fatídico. Fue así que acércose a una mesilla en torno a la que estaban sentados tres modestos y al parecer honrados viajeros, provenientes de las Extremaduras, según me comenta,  y uno de los cuales contaba  el cuento de “EL GATO Y EL GALLO”. En fin, mi señor don Diego, no sé si será exactamente el mismo relato que su merced oyóle al extremeño, pero éste humilde servidor suyo conoció dicha historia porque la contara para esparcimiento de niños y vecindario en general, una muy buena mujer, y que decía así:


EL GATO Y EL GALLO

Había una vez una familia que vivía en un cortijo y, entre  los animales que había en dicha hacienda, destacaban un gato y un gallo que se hicieron famosos por sus malas relaciones y por  sus continuas refriegas y disputas.
Así, cuando era la época de siega, la familia madrugaba mucho y antes de que amaneciera ya estaban haciendo los preparativos para ir a la faena del campo. La dueña de la casa se ponía a preparar las viandas para la jornada y,  entre esas viandas destacaban, un  día sí y otro también, las migas que, luego de hacerlas, echaba en una olla de porcelana bien tapada para que se conservaran más calientes, pues éstas nunca podían faltar. La buena señora encendía la lumbre, preparaba la sartén con agua, aceite, sal y harina e iba amasando primero y desliando después, aquellas enormes sartenadas que tenían que saciar a media mañana a los segadores. Mientras ella estaba en este menester, el gato se colocaba a su lado, junto a la chimenea, para ir cogiendo todas las migajas, pegados o restos de engañifas que de la sartén pudieran escapar. Entre tanto el gallo, que ya había despertado, desde el corral decía a voz en grito:
-¿Cuándo romperá el día? ¿Cuándo romperá el  día?
¿Y sabéis por qué decía esto? Pues porque en cuanto despertaba ya estaba pidiendo comida, deseando que le echaran algo que llevar al pico. Pero como los amos estaban en otros quehaceres, no reparaban en los quiquiriquís del gallo y seguían a lo suyo. El gato, sin despegarse del lado de la sartén, no dejaba escapar nada que cayera al suelo y sólo rompía su atención y su silencio para contestar al gallo de esta manera:
-¡Rompa o no rompa, las migas tengo en la trompa! ¡Rompa o no rompa, las migas tengo en la trompa!
Así que el gallo se moría de envidia y…de hambre.
Aquel año era año de cosecha y la siega duró, ¡vaya que si duró!, y el gallo no veía el día en que le dieran suelta para ir a la era, y se estaba quedando esquelético. Pero todo en esta vida acaba y así llegó el día en el que terminó la siega y empezó la trilla, que también duró lo que no está escrito. La faena comenzaba también temprano, pero como  la  era estaba al lado de la casa, descuidaban hacer la comida, dejándola para más tarde, y todos se ponían a echar una mano en la tarea de la trilla: que si limpiar la era, que si los arreos de las bestias, que si el trillo o las colleras, que si extender la parva o volverla, que si acordonar la paja, que si aventar, que si regoger las granzas y limpiar la mies, meter la paja, y así un largo etcétera.
A todo esto, a las gallinas y al señor gallo, en cuanto amanecía,  les daban suelta, pues estaban a la vista, y así podían picar en el grano que quedaba  donde habían estado las hacinas. Se puede decir que allí el gallo se ponía las botas mientras el gato era el que pasaba ahora más hambre que el perro de un “afilaor”. Y el pobre no paraba de gruñir, diciendo:
-¿Dónde estará mi amo? ¿Dónde estará mi amo?
A lo que el gallo, altanero y estirado como él solo, contestaba alegremente:
-¡De era andamos! ¡De era andamos!
Y como donde las dan las toman, ahora era el gato el que maullaba desolado y hambriento, a la espera de que los dueños hicieran las migas o el puchero o venga “usté” a ver, mientras el gallo andaba cebándose.
Y· “colorín colorao” que este cuento se ha “acabao”.



Trilla
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domingo, 23 de octubre de 2011

ANDRÉS, “EL CAGALARGO”

Dedicado a los que lo conocieron  y a los que no.

Corría el año 1987. Fue un día cualquiera, tal vez de marzo o abril y cayó, cayó rendido para siempre, sin separarse de su carro, de sus sombreros, de sus “apechusques”, de todos aquellos enseres que habían conformado sus sencillas posesiones. Posesiones que iban con él allí adonde él fuera. Un día, sin más, lo recogieron muriéndose. Fue por Locaiba. Hoy ya está difuso o ni aparece en el recuerdo de los que lo conocimos. Y vaya que fue conocido de muchos por todos estos contornos. Sólo los más jóvenes se perdieron este peculiar personaje. No fue famoso por lo que hizo o dejara de hacer. Él fue famoso porque sí. Anduvo caminos mientras pudo. Durmió bajo las estrellas mientras pudo o al cobijo de alguna cueva, de algún antro, de algún chiquero o corralizo abandonado, si es que el tiempo se ponía feo. Pero jamás quiso que se supiera dónde. Así era él: ambulante, trotamundos, sin familia, solitario, abandonado de todos porque así lo deseaba, enfadado muchas veces, tremebundo en sus enfados, sucio y mal afeitado siempre. Decían de él que rehuía el agua más que los gatos. Era caprichoso con la comida. Abominaba de ésta cuando en la casa había niños. Fue infatigable en los caminos, solitario siempre. Digamos que estoy hablando de Andrés. Andrés Reche, (nombre y apellidos reales), o Andresico “El  débil”, como le llamaban las gentes del pueblo, o Andrés “El “Cagalargo”, como le llamábamos en el campo, ya que éste era el apodo familiar.

Al caer agotado por Locaiba se lo llevaron a Almería y allí transcurrieron sus últimos días, sus últimas horas. Seguro que si mantuvo el conocimiento, -qué conocimiento cabría preguntarse-, estaría echando de menos sus escobas, sus jaulas, sus guitarras, sus manoplas, su carro, y todo aquello que le permitió soñar tantos días y tantas noches, sin importarle el sol abrasador o el cálido simplemente, o  el frío intenso con  noches de ventisca, o  enfurecidas tormentas, y todo por seguir siempre libre, siempre solo, siempre errante, siempre bajo  el resplandor de las estrellas, bajo la luz de la luna o en la oscuridad más absoluta.

De él escribí una breve reseña al poco de su muerte. Ahora quiero reproducirla aquí.
Hubo también otros personajes, también llamativos, pero ninguno tanto, tan universal, tan pegado a las gentes como él, y a la vez…tan huidizo.

La transcripción es fiel al texto  que apareció en la sección  “ESTAMPAS DE NUESTRO PUEBLO” ,  en el Programa de feria de Albox de 1987




Andrés, un personaje libre y bohemio que ya nos dejó

“No es cuento, ni tampoco una leyenda que me contaron siendo niño, no es ficticio ni inventado, sino que fue la realidad misma de la vida, de una vida que transitaba incansable de un lado para otro, siempre sin parar. Lo veíamos ir y venir continuamente, para acá y para allá, sin importarle el frío ni el calor, cargado eternamente con sus bártulos, que modernizaba o cambiaba según su antojo y capricho. Cesta, carro, cencerros, jaulas, guitarras, escobas, mantas, , sombreros de siega o mejicanos, bastones o cayados, pájaros, guantes y un interminable sinfín de pequeños objetos, que compusieron sus más preciados tesoros, le acompañaron siempre por los caminos polvorientos y pedregosos de nuestra tierra. Era su basto equipaje, su compañero inseparable, que siempre unido a él, recorrieron una y mil veces todos nuestros caminos, nuestras calles, nuestros más apartados y recónditos lugares.
Hoy ha venido a mi memoria su imagen solitaria y vagabunda. El recuerdo ya moribundo de Andrés Reche, de Andresico “EL Débil” o “El Tonto” o “Cagalargo” (con perdón, como era conocido en los cortijos, de donde era natural, por apodo tomado de su familia), empieza a desvanecerse paulatinamente entre nosotros. Tal vez dentro de un tiempo, o tal vez ya,  no quede nada en nuestra memoria sobre aquel ser errante, libre, bohemio, agradecido a veces, tremebundo otras, por muchos compadecido, por algunos despreciado, pero de todos conocido.

Y, al empezar a recordar a aquel insólito personaje, tan familiar y tan distante a la vez, no he podido por menos que remontar mi memoria a los años de mi infancia, cuando aún era niño y cuando aún Andrés no contaba “cien años”. Lo recuerdo llegando a la puerta del cortijo en el que yo vivía, arrastrando sus pesados zapatones, o sus “albarcas” o sus esparteñas, que unido a su mugriento ropaje conformaban la estampa más triste y solitaria de nuestro pueblo.

Siempre, al llegar, pedía algo “de comer”; luego se tumbaba al sol o a la sombra, según la época, mientras iba “mascullando” palabras en su continua riña con los gatos que, siempre golosos, merodeaban en su entorno en busca de alguna migaja de pan, a la vez que él iba comiendo. Yo lo veía con agrado y hasta me complacía en aquellos años jugando junto a él y preguntándole algunos detalles sobre sus andanzas y correrías por tierras  lejanas  para mí, como entonces podía ser  “el campo” (apelativo que se daba a todas las tierras  por encima de la sierra del Saliente), u otras zonas en las que yo soñaba e imaginaba con pájaros gigantes  y llenos de colores, con llanuras interminables, con trabajadores infatigables. Él me hablaba y hablaba, aunque yo, inmerso en el juego, no le prestaba demasiada atención hasta que me decía que tenía algún nido de “avilanejos” o de palomas “torcazas”, o de mochuelos, o de “venga usted a ver”. Y ya que se cansaba de no hacer nada, de estar siempre descansando, volvía a coger sus bártulos y seguía su camino.

Al tiempo volvía y todos lo recibíamos con un poco de alegría, porque allí casi nunca llegaba enfadado, y preguntaba por todos, por los que estaban en Argentina, en Barcelona, en Alemania, o dondequiera que fuese.

 No se olvidaba de nadie: - “¿Ha escrito ya tu Ángel?”, “¿Va a venir tu Juan?” “¿Cuándo viene tu Juan?”- en un tono apagado y somnoliento y propio de sus expresiones cuerdas, si es que de éstas puede hablarse. Creo que ésta era su manera de agradecer el buen trato que allí recibía y reconocer los pequeños favores que se le hacían. Volvía a pedir algo de comer. Volvía a tumbarse al sol. Volvía a pelearse con los gatos, aunque nunca por esto le daba un “treme” y volvía a marcharse después. Allí jamás lo enfadamos, porque eso sí, era tremendamente irascible e irritable y ¡ay de aquel que contradijera su teoría sobre las cosas!

Había personas, sobre todo “zagalones”, que le hacían rabiar y enfurecerse hasta tal punto que “perdía por completo las riendas”, cosa que tampoco tuvo nunca muy en su sitio y, en su furor demencial y en su delirio, lanzaba piedras en tromba, corría a enormes zancadas que a mi se me antojaban las del gigante de las botas de las  siete leguas y media, blandía su enorme bastón amenazante y, todos los seres vivos huíamos despavoridos a escondernos en los más apartados rincones, cerrando puertas y ventanas, ante el pánico que infundía aquella ciega locura. Así podíamos estar días enteros. A distancia, porque en ese estado  no respetaba  ya nada ni a nadie, yo observaba cómo aquellos “sinvergúenzones-canallas”, -así les llamaba mi abuela a los zagalones-, seguían mofándose y herían “su verdad”,  diciéndole que había “cuervos blancos y negros” o que la campana de la Rambla (Llano del Espino) era “de paleta y la tocaban con una caña” o “que tenía un ojo blanco y otro negro”. Después de perseguirlos infructuosamente y de lanzar al cielo y a la tierra las más furibundas palabras, regresaba hasta donde se hallaban sus enseres, emprendiéndola a bastonazos con todo lo que tenía, descuartizando jaulas, pájaros, cestas,…y emprendiendo también un baile infernal sobre los pocos objetos que aún pudieran quedarle. Yo lo observaba con tristeza desde mi escondite, sintiendo una pena enorme por aquel loco desafortunado. Y así, clamando contra todo y contra todos, volvía a marcharse.

Una de las veces que volvió siendo verano, trajo una graja (en realidad una urraca, pero él le llamaba graja), La llevaba suelta e iba posada sobre su hombro, o revoloteando en torno a él.
Yo no había visto jamás aquella clase de pájaro. La traía del “Campo María” y él hablaba con ella. La llamaba  ¡“curú”, “curú”! y el animal  volaba hasta él, posándose en su hombro o en su mano, para que le echase de comer. Yo quedaba fascinado y creía que los dos se entendían y, lo cierto es, que admiraba aquella capacidad para domesticar al avecilla. Pero todo, como siempre, se fue a pique en uno de sus terroríficos impulsos sólo porque le habían dicho que tenía “más de cien años”. Y la graja murió asesinada por el que había sido su mejor cuidador y su mejor amigo. Porque eso sí, Andrés nunca llegó a tener “cien años”, porque él, “fijamente, fijamente no tendría más de cincuenta años”, que se lo había dicho Aniceto, que eran de la misma quinta y Aniceto no lo engañaba.

Pero Andrés también era ingenuo y, muchas veces, su desconfianza no era suficiente para entender el propósito de los demás para burlarse de él. Y así, le hicieron creer en más de una ocasión, que cualquier objeto  podía ser válido para hablar con “Rosa la Bocarrana”, llegando a ponerse hasta la boca de un cántaro y, a grandes voces, llamaba a Rosa, creyendo que ésta lo estaría escuchando desde la Argentina. Y es que Andrés estaba locamente enamorado de Rosa y a todos anunciaba que había escrito y que decía que vendría “un día de estos” y que le traería una guitarra mejor que la que llevaba.

Porque Andrés también era músico, aunque su guitarra, según él, no tenía “buenas voces” y sólo podía tocar con ella “punteaos”. Yo jamás lo oí tocar.

Y así fueron transcurriendo los días y los años entre anécdotas y anécdotas, aunque él, creo no llegó  a pasar de sesenta años, “ni un día más ni un día menos”, cuando se le asomó la muerte junto a la carretera un día cualquiera del pasado enero  (1987) y le avisó que venía a por él. Se lo llevaron los de CRUZ ROJA a Almería y, en aquella despedida que tuvo de las gentes de su pueblo, cuando lo dejaban en el Hospital, tengo entendido que quedó definitivamente marcada su partida para otro mundo que, posiblemente sea más benévolo  y comprensivo con el pobre bohemio. No pudo resistir la falta de libertad ni la privación de su carro, de sus escobas, de su sombreo,...¡de tantas y tantas cosas! Y se fue hacia las estrellas, bajo las mismas que había vivido, para seguir caminando con su carro y sus bártulos eternamente.



Pedro Pardo Berbel
(Libro de la Feria de Albox, 1987)


GLOSARIO:


Bártulo: 1) trasto: trasto, chisme, chirimbolo, utensilio, útil, objeto, cacharro, cachivache. 2) bulto: bulto, equipaje, maletas, baúles, equipo, avíos, efecto.
Mascullar: articular - balbucir - bisbisear - farfullar - ganguear - murmurar - musitar - refunfuñar – rezongar.
Avilanejo:  ave rapaz, de plumaje oscuro, vientre blanco y manchas oscuras muy usado en cetrería. (Es muy conocida por norte de las provincias de Granada, Almería, Jaén y Murcia. Las gentes del campo le temían cuando tenían camadas de polluelos en la calle).
Treme: El latín TREMERE, “temblar”, se encuentra en la base de una extensa nómina de términos castellanos, tales como temblar, trémulo, tremebundo, tremendo. El uso que aquí se hace de este término es el equivalente a estremecimientos, convulsiones
En portugués: tremer (tre-mer) Ser agitado por pequeños movimentos: o solo tremeu às descargas da artilharia.. Convulsionar-se por frio, medo etc.: tremer de frio
Peder las riendas: volverse loco.
Graja: en este caso se trataba de una urraca. La urraca (Pica pica) también conocida como picaraza, picaza o muñoncito es una especie de ave de la familia de los córvidos, y es una de las aves más comunes en Europa.  Destaca la urraca por su cuerpo blanco y negro iridiscente, acabado en una larga cola de color azul o verde metálico.
Un día de estos: un día próximo (sin especificar).
Campo María: en realidad hacía referencia a toda la zona comprendida entre Cúllar y  Sierra María y los Vélez.
Punteaos: las gentes de esta zona empleaba este término para indicar que no se está tocando una pieza, sino que sólo se acompaña.
Según diccionario: Interpretación de una pieza musical con una guitarra o un instrumento semejante que se hace pulsando las cuerdas por separado con una púa o con los dedos.


sábado, 9 de abril de 2011

INTRODUCCIÓN

La idea de conservar y dar a conocer tradiciones orales de esta tierra (cuentos, refranes, cancioncillas o romances de cordel.), no es nueva. Durante un largo período de tiempo estuve intentando recopilar parte de estas tradiciones, uniéndolas a otras de las que ya había disfrutado de forma muy directa, es decir, siendo niño,... o no tan niño.

Era en las largas noches de invierno, pegados a la humilde lumbrecilla, o bien en las noches de verano, tirados al fresco, fuese en el suelo o en la paja de  la era tras haber trillado, o bien mientras se "esperfollaba" o  "escascarábamos" la almendra, en los meses de agosto y septiembre, cuando más solían surgir momentos en los que el cuento, la leyenda, la historieta tomaban vida. Fuese cuando fuese, no importa, siempre había una razón, un motivo para contar historias, cuentos o anécdotas que llenaran el tiempo de solaz y esparcimiento de aquellas maravillosas noches, tras un intenso día de trabajo en el campo.

Nos reuníamos, a veces, un buen grupo, contando cada uno sus anécdotas, chismorreos, “dimes o diretes” que había aprendido referente al vecindario, como ocurre casi siempre entre cualquier hijo de vecino. Otras, los temas versaban sobre historias ocurridas en parajes distantes, tratando en la mayor parte de las ocasiones sobre acontecimientos trágicos o cualquier tema que hubiese llegado a nuestros oídos y que produjese cierto morbo por lo horribles e impactantes que eran o porque supusiesen amenaza de cualquier tipo. Muchas de estas historias se magnificaban y hacían cundir cierto pánico, marchándonos a la cama no sin algo de desasosiego. También los había grotescos, caricaturescos, irónicos o de chanza y, por supuesto,  de historias reales.

Pero no siempre la reunión estaba formada por grupo de vecinos, sino que las más de las veces era sólo familiar. Era en ese ambiente cuando cuentos e historias de miedo hacían normalmente su aparición. Era un ambiente cálido, reducido. Entonces el "cuentacuentos" llenaba la velada con verdaderas maravillas que deleitaban a los boquiabiertos oyentes. Muchas de las veces solían localizar los hechos en un entorno próximo y conocido, que no por familiar resultaba menos intrigante o imaginativo. Tal vez todo lo contrario.

Hasta los personajes eran transformados en ocasiones en personajes reales y conocidos, como ocurre en el cuento de “Las  gachas”. Esto daba, si cabe, más viveza y aportaba una verosimilitud que casi lo hacía creíble. Entre los personajes los había de todos, siendo más comunes los de la mujer más inteligente que el hombre,  la mujer ambiciosa,  la mujer perversa, y, eso sí,  siempre pragmática e interesada. El hombre, por el contrario, suele aparecer, principalmente, como bruto e ignorante, aunque también está el astuto e ingenioso, como en los cuentos de “Perú”, y el  no exento de crueldad, a veces. Solía ser normal la aparición de algunos niños y niñas, siempre angelicales, como en “Periquitico y Periquitica”,  pero también, casi siempre, sumamente serviciales, pillos y listos, como “Garbancito”.  A todo esto hay que añadir que el cuento no habría sido tal si no estuvieran presentes los animales, fundamentalmente  burro, cabra, oveja, cerdo, cuervo, avilanejo, zorra, etc., que eran los propios del entorno. También solía existir la figura del hada, del duende y del encantado o encantada, siempre con final feliz para los buenos y fatal para los malos. Y, por supuesto, no faltaban  príncipes y princesas escapando siempre, al final, de situaciones sumamente adversas. Todo venía a llenar la imaginación de vida, y la curiosidad por conocer los desenlaces se convertía en ansia pese a tratarse de narraciones muy simples, pero sí llenas de encanto y misterio.

No habría podido terminar este sencillo comentario sobre el CUENTO sin hacer alusión a algunos de mis familiares, tales como Diego y José, “Los Chorroluces”, hermanos de mi abuelo Juan. Menos aún puedo dejar en el olvido a mi madre y a mi abuela Dolores. También mi suegra, María la Rubia, me aportó alguno de los tesoros que componen este pequeño ramillete de cuentos. A ellos y a ellas se los oí una y otra vez. De ellos saqué el interés y el amor por las historias llenas de magia y misterio, de personajes, reales algunos, pero ficticios los más. Todo ello me transportaba a un mundo irreal, de ensueño.  Tampoco puedo olvidar a aquellos alumnos y alumnas que, con gran ilusión, me aportaron todo lo que de sus mayores podían obtener.  Esta recuperación es para la memoria de todos ellos.

En todos los que aún permanece  el recuerdo de aquellas horas vividas en torno a alguien que nos deleitaba y hacía correr nuestra imaginación con bellas narraciones, hoy sólo queda  la nostalgia de tiempos entrañables e irrepetibles.

El cuento popular se marchó, se marchó para siempre, pues hoy todo ha sido suplantado por la modernidad, por el mundo de lo digital.  Alguien ha dicho con certeza: “ The  communication  between people  about fantastic stories broke forever,  died forever ” (La comunicación entre la gente, sobre historias fantásticas, se rompió para siempre, murió para siempre).

Los romances, llamados “de cordel”  porque eran colocados en cordeles aguantados por dos palos o cañas, eran recitados generalmente por ciegos en plazas y mercados y  hacían las delicias de los transeúntes que se paraban a escuchar ensimismados y que, por lo general, terminaban adquiriendo alguno de aquellos papeles. Es así como llegué  a verlos alguna vez, siendo aún muy niño, en el mercado de Albox  Es algo que queda ya muy difuso en mi memoria, pero la imagen pervevirá para siempre.  Esta especie de juglares-trotamundos, casi siempre ciegos, se ganaban la vida cantando, a los acordes de una desafinada guitarra, entretenidos relatos de sucesos, a veces graciosos, pero las más eran trágicos y espeluznantes,  cargados de profunda fuerza  pasional, de misterio y crudeza. Estaban  redactados en un lenguaje muy popular, exento de cuidados gramaticales y ortográficos.  

Canciones y refranes los fui consiguiendo de personas mayores, tales como mis tíos Diego y Ángel, auténticos almacenes del refranero, y también a través del alumnado durante la década de los ochenta y noventa del pasado siglo XX.

Todo este material pertenece al pueblo, tanto  las leyendas orales como escritas y  sirvió de vínculo entre las gentes que hablaban una misma lengua. De él viene y en él debe permanecer, y no debiera ser enteramente olvidado.

 La mayor parte de estos contenidos no corresponden sólo a esta tierra. Es de suponer que estuvieran extendidos, con sus variantes, por todo el territorio peninsular e insular, y puede que hasta otros territorios de habla hispana, al otro lado de los mares.

 Mi intención no es otra que la de no dejar en el olvido esta pequeña muestra de  tradiciones orales que durante algún tiempo fui recopilando, y que así, generaciones actuales y venideras puedan conocer una parte de lo que ha sido también base de nuestra manera de ser, entender y pensar. Todo ha sufrido tan fuertes y profundos cambios, debido a los poderosísimos medios de comunicación, a la globalización, a lo rápido que va todo, que poco o nada resta de un tiempo aún no lejano. Hoy, tristemente, se aprecia como anticuado, trasnochado, inservible.

Vaya mi enorme agradecimiento a todas aquellas personas que hicieron posible, con su aportación, ayuda, apoyo y entusiasmo, el haber podido juntar este ramillete de tradiciones. También quiero agradecer a mi mujer, Mari Ángeles, y a mis hijos, Pedro, José Luis y Javier, la gran ilusión que siempre han puesto por conocer todo aquello que emana de la tradición popular oral, así como las costumbres, en especial rurales,  propias de esta tierra.  Y también,  de forma muy especial, quiero  agradecer a José Antonio García Ramos que, aparte de  excelente médico, es profundo estudioso y conocedor de todo lo que tiene que ver con la tradición popular de la tierra almeriense, (sus múltiples publicaciones son el mejor testimonio de ello), el impulso y el ánimo que me ha dado para que lleve a cabo este trabajo. A él le debo en parte el haber roto con la inercia y haberme decidido al fin a ir sacándolo a la luz.

Y todo ello es sólo una minúscula  parte del preciado LEGADO que dejaron los que nos precedieron.


NOTA: Una parte de los contenidos que aquí irán apareciendo ya vieron la luz en la publicación “Lengua y habla en nuestra comarca”. (Cajaalmería, 1987)


GLOSARIO:

Esperfollar: quitar a la panocha  (mazorca) la envoltura de hojas y dejar a la vista el granulado de la misma.
Escascarar: (Descascarar) limpiar la almendra de la envoltura blanda que la envuelve y que al llegar agosto y septiembre abre.
Dimes y diretes: cotilleo y mentidero del momento y que hacía las delicias de las personas más “comadres” de un lugar.
Comadre: se aplica en la jerga popular a la persona habladora y chismosa que todo lo sabe.



Arriba izquierda: Comadres. Arriba derecha: Panocha.
Abajo izquierda: Almendra abierta para descascarar. Abajo derecha: Dimes y diretes.








domingo, 3 de abril de 2011

LA FUENTECICA

     La Fuentecita nace con la sola finalidad de dar a conocer una mínima parte de lo que compone el vasto  patrimonio cultural  de la zona de Albox y Valle del Almanzora. Pequeñas historias, como la de Andrés, cuentos populares, romances de cordel y refranes serán sus componentes básicos.