lunes, 21 de noviembre de 2011

PERÚ Y SU AMO



LA AVARICIA DERROTADA POR EL INGENIO

Mi señor don Diego de la Caparrota, respondo a su misiva que llegado me ha de recién y en la cual, con enorme agudeza e intelecto, adviérteme y aconséjame del riesgo que corro con alargar tanto las mías que puede que, en llegando a la historia que me pide, ande su mente tan agotada y distraida que ya ni preste atención alguna. Nunca sabrá este servidor suyo agradecerle lo suficiente sus doctos consejos.
Ha sólo unos días torné por fin a esta mi casa, que es donde con más gozo y regocijo siempre me aguardan. Se debió mi regreso a la celebración de la matanza, siendo, como imaginará, el guarro el que menos se alegró de tal ceremonia, pero sí el resto, pues, aunque conlleva extraordinario trabajo, conviértese dicho ritual en jornadas festivas con abundantes decires y singulares historias, amén de que si no fuera por éstos y otros pequeños acopios de sustento, malamente transcurriría el interminable año de quehaceres y fatigas.
Pero, como bien sugiere y recomienda vuesa merced, no es importante el extenderse en pláticas previas sino el ir de corrido al grano. Así que paso a narrarle un extraordinario cuento que relataron mientras las apretadas y suculentas morcillas hervían en la caldera y nosotros gozábamos del favor de la lumbre, que ya el frío aprieta y, tan de lo lindo, que hasta las zaleas abrigando están al pie de los lechos. Pues bien, mi señor don Diego, el referido relato decía así:

                                
                                               PERÚ Y SU AMO

Dicen los mayores que existía por estos andurriales, hace ya mucho, mucho tiempo, un buen hombre al que todo el mundo conocía con el nombre de Perú. Los que contaban esta historia nunca tuvieron claro si el nombre se debiera a que procedía de ese país o bien porque ese fuese su propio nombre. Sea como fuere, cuéntase de él que era muy  trabajador, aunque demasiado dado al vicio del tabaco churrasquero, que era el propio de los tiempos, en especial para los pobres. Este mal vicio parece que le restaba algo de su buena fama en lo referente al ejercicio de las labores en el quehacer del campo, pues se detenía con demasiada frecuencia a los placeres del humo, pero no por ello dejaba de ser considerado como el más rentable en las mismas.
Cuentan que hubo un  año de malas cosechas y que Perú, no teniendo qué llevar a la boca, emprendió la marcha en busca de algún buen amo que quisiera darle trabajo para ver si podía remediar la miseria por la que estaba atravesando.
Corrió caminos y caminos. Llegó agotado, un día tras otro, a aldeas y cortijos solitarios, sin otro alimento que lo que salía al paso, teniendo, las más de las veces, las tripas  cual  fuelle de acordeón, plegadas por hallarse más vacías que el bolsillo de un mendigo, al no tener nada  que llevar a ellas.
En esta pejiguera  llegó a una pobre posada que había en un camino solitario. Entró con la idea de pedir trabajo, pero sin otra esperanza ya que la del portazo en las narices. Así que se dirigió al amo de la misma diciendo:
-Buen hombre, ¿tiene usted un trabajillo “pa mi”?
El dueño se quedó mirando fijamente, y tras un tiempo que a Perú le pareció casi una  eternidad, dijo:
-Mira por donde llegas a tiempo,  pues tengo una viña y necesito un guardián que la proteja de las zorras y de los ladrones. Así que si estás interesado, quizás podamos entendernos.
A Perú le daba vueltas la cabeza como  si despertara de una larga pesadilla y, abriendo mucho los ojos, pues por su contención del hambre no daba crédito a lo que escuchaba, contestó:
-¿Qué cree “usté”? “Pa mi cualquier trabajo es "güeno". ¿"pos" no ve que llevo “cuasi” quince días sin comer?
-Vale- dijo el dueño de la posada que vio reflejada el hambre en la cara de Perú.- Mañana empezarás temprano y te pagaré dos reales al día. Pero una cosa te aviso: si te pillo comiendo una sola uva o veo un tallo de racimo por allí tirado, te afeito la cara de un bofetón.
Perú no durmió en toda la noche, pues nunca había visto tanto dinero y ya le daba vueltas a la cabeza pensando en qué emplearía aquel capital. Además, nada le impediría fumar a cada hora o cuando le viniese en gana. Así que se levantó temprano y se dispuso a partir hacia la viña. Pero iba sin comer y allí sólo encontraría uva,  aunque después de  lo que le había dicho el dueño…, mejor sería pensar algo. Pero no tuvo que dar muchas vueltas a la cabeza, pues siempre se ha dicho que “el hambre aguza el ingenio” y no iba a ser esta vez menos. Y dicho y hecho, cogió una “orza” que encontró abandonada, la echó al hombro y se fue a la viña.  Una vez allí la enterró bien honda y le puso un tubo de caña que salía a ras de la superficie. De esa forma Perú se comía las uvas y por el tubo echaba los desperdicios sin que el amo llegara a enterarse de nada.
Llegó un día el amo por la viña y le dijo a Perú:
-Oye Perú, ¿a ti te gustan las uvas?
-Qué va, amo, ¡a mí que me van a gustar! Si “usté” supiera, “pos” cuando yo era pequeño una vez me harté tanto, tanto de uvas que cogí un dolor de barriga y “entoavía” me resiento.
De esa manera el amo, que era tacaño donde los hubiera, se fue más tranquilo, pensando que su viña estaba bien guardada y no le faltaría un solo racimo.
Perú, que era mucho más listo que el amo, un día, cuando ya estaba cansado de guardar la viña y, en vista de que el amo no le pagaba, decidió tomar venganza. Viendo al amo por  allí, fue y le dijo, como muy en secreto:
-Mi amo, ¿sabe “usté” que en su finca hay un tesoro?
-¿Qué me dices, Peru? ¿Cómo sabes tú que en mi finca hay un tesoro?
-Ah, -respondió Perú-, porque yo lo ha visto. Yo me lo he “encontrao”
-Pero está en mi finca y es mío. Así que dime dónde está.
-No mi amo, no. Primero tenemos que llegar a un arreglo. Tiene que darme cien reales de oro, si no me los da no se lo digo ni aunque me mate.
El amo, que ya andaba en ascuas contando su riqueza, terminó ajustando con Perú la cantidad de cincuenta reales, nada menos que de oro. Así que Perú hubo cobrado, pues no se fiaba, le indicó al amo el lugar en el que se hallaba la orza, y con el dinero a buen recaudo, emprendió la marcha, mientras el amo y un criado sacaron la orza. Cargaron ésta en una mula, sin atreverse a abrirla ni a que los vieran con ella, por miedo a los ladrones y a la envidia de los vecinos, y emprendieron la vuelta al mesón. El criado que iba aguantando el enser para que no resbalara de la albarda, comenzó a pensar que aquello más olía a orujo de uva que a otra cosa y que  quizás lo que había dentro de la orza no fuese precisamente un tesoro. Así que, parando la mula, le dijo al amo:
-Mi amo, ¿no “sha dao uste” cuenta que esto más “güele” a uva “podría” que a otra cosa?
El amo, que estaba con la mosca detrás de la oreja, pues Perú se había ido muy rápido, mandó detener el animal, bajar la orza y mirar lo que había dentro, sin importarle ya ladrones ni nada. Y bien podéis imaginar cuál fue el chasco y cómo se puso: se lo llevaban los mismísimos demonios. Mandó de inmediato a los criados que salieran tras Perú y que lo capturaran como fuese. Perú que no era hombre muy desconfiado, se había parado a dormir debajo de un puente y, cuando los criados lo vieron, le echaron el guante, le ataron las manos, lo metieron en un saco y lo subieron en un burro, diciendo  a grandes voces y enormes carcajadas que lo iban a tirar por una terrera y que debajo encontraría un tesoro. Cuando uno de los criados se acercó al burro, Perú le arreó una patada por toda la cabeza que le hizo caer medio muerto, pues la nariz se la había hecho añicos. Y lo mismo hizo con el segundo. Los otros dos, al ver lo sucedido, dejaron al burro solo y se dieron a la huida, pensando que allí iba el mismo diablo. El burro siguió su camino hacia el precipicio y Perú decía a grandes voces:
-¡A casarme me llevan con la reina y yo no quiero! ¡A casarme me llevan con la reina y yo no quiero!
Un pastor que estaba por allí lo oyó y le preguntó:
-Hermano, ¿lo llevan a casarse con la reina y usted no quiere?
-¡No, no quiero!-decía a grandes voces Perú.
-¿Y usted me cambiaría el sitio a mí?- propuso el pastor.
-¿Qué si te cambiaría el sitio?- respondió Perú –Sácame de aquí y verás.
En un santiamén el pastor abrió el saco, saliendo Perú más que a escape y, con las  
mismas, se metió al pastor, pues el muy tonto se vio ya gobernando en el reino. Como pudo, Perú lo subió en el burro, y le arreó para que echara a andar, quedándose él con las ovejas.
Al poco, los criados y el amo, que había montado en cólera al verlos llegar sin Perú, dieron alcance al burro que ya estaba cerca de la terrera y, al llegar a ésta, empujaron el saco y lo hicieron caer, diciendo a grandes voces mientras caía:
-¡Perú, Perú, si quieres un tesoro, en el barranco lo hallarás! ¡Búscalo tú!
Creían haberse librado para siempre de Perú, pero, al volver,  lo hallaron fumando tranquilamente a la sombra de una higuera, mientras las ovejas pastaban en un pequeño prado. Y,  para qué decir cuál fue la sorpresa del amo y los criados, que ya empezaron a pensar si no sería cosa del mismísimo demonio. Así que, un tanto asustados y no menos encolerizados, empezaron a preguntarle:
-Pe…pero, Perú…¿tú, ..tú, tú,..tú no estás muerto en el fondo del barranco?
-¿Yo? ¿Yo muerto en el fondo del barranco?-decía Perú con burla, mientras chupaba  su cigarro churrasco.- ¡Bah, bah,  “Vusotros estáis tonticos”! ¿Yo?,…,¿muerto yo?
-¿Y esas ovejas, Perú? ¿De quién son las ovejas?
-Las ovejas, …las ovejas…Vaya, porque “ma veis tirao por el lao” de las ovejas, que anda que si me tiráis por el “lao” del oro…
-Perú,…¿has dicho oro? ¿Y hay mucho?
-¿Qué si he dicho oro? ¿Qué si hay “muncho”? Si fuerais ibais a ver.
La avaricia, que no tiene límites, hizo que el amo y los criados fueran a por el oro. Así que, en llegando a la terrera, el amo, que era el  más avaricioso del mundo, dijo a Perú:
-Vamos, Perú, empújame.
Perú, que estaba deseando la venganza, empujó con todas sus fuerzas. Todos  esperaron un buen rato a que regresara el amo, pero en vista de que no volvía, dijo uno de los criados:
-Y,...¿por qué no habrá vuelto ya el amo?
Perú que quería que los demás siguieran la misma suerte y, además, no se fiaba ni un pelo de no verse en la horca, les dijo con toda picardía:
Eso es que el amo no tiene hartura y está llenando los costales de oro, y hasta los bolsillos. Como no “sus deis priesa…”
Y los criados dijeron todos a la vez:
-¡“Pos”, empuja Perú! ¡Perú empuja que no quiero quedarme sin oro!
Y él fue empujando uno a uno hasta quedarse libre de aquellos avariciosos, heredando el rebaño y también la viña y haciéndose el más rico de aquellos contornos.
Él volvió con los suyos y fueron felices, comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron. 


GLOSARIO:
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Caldera: gran recipiente metálico que se utilizaba en las matanzas para calentar o hervir agua y para cocer la morcilla.
Morcilla: embutido que se hacía en la matanza y cuyos ingredientes principales, en esta comarca, eran: cebolla, arroz, sangre del cerdo y algo de mantecas y grasas.
Zalea: piel curtida del carnero o de la oveja que conserva la lana y que se utilizaba como abrigo al pie da las camas. Protege del frío y humedad.
Matanza: ritual más propio del campo que consistía en sacrificar un cerdo,  a final de otoño por lo general. Era todo un ritual que solía durar unos dos días. Se hacían embutidos tales como morcilla, longaniza, chorizo, salchichón y butifarra.
Guarro: se denomina así al cerdo, también llamado aquí puerco, cochino o, simplemente, chino.
Tabaco churrasquero: tabaco de muy mala calidad y que por lo general era cultivado por el propio fumador, pese a estar prohibido.
Pejiguera: molestia, mal estado. pesadez.
Ir al grano: frase hecha cuyo significado es no detenerse en lo vanal sino ir a lo esencial y sin rodeos.
Andurriales: lugar, sitio.
Orza: vasija de arcilla que servía para echar aceites, carnes y grasas.
Enser: objeto, cosa
Terrera: aquí es conocido como terreno de corte vertical y de gran profundidad que cae a un barranco, rambla o río.Terraplén grande.
Hacer añicos: destrozar completamente algo, destruirlo.
Andar en ascuas: andar a la espera ansiosa de algo y de que ocurra  con prontitud.
Estar con las mosca detrás de la oreja: expresión cuyo significado es desconfiar, tener prevención sobre algo o alguien.
Albarda: objeto que se ponía sobre el aparejo de las bestias y sobre la misma se colocaba la carga.
Costal: objeto de lona de la misma forma que el saco y que se usaba para transportar grano.
Santiamén: expresión que significa que algo se hace rápidamente, al modo como suelen rezar las beatas las oraciones. De ahí la expresión.

NOTA: aparecen entrecomilladas todas aquellas palabras, expresiones o giros que están tomadas del habla popular-coloquial tal y como se expresan en dicha habla.
                                                      
                                                                           
                                   
   

                                         
       Arriba izquierda: matanza            Arriba derecha: burra con albarda
      Abajo izquierda: caldera con morcilla  Abajo derecha: zaleas de oveja

jueves, 17 de noviembre de 2011

LAS TRES PREGUNTAS

OMNIUM POTENTIOR EST SAPIENTIA


Mi señor don Diego de la Caparrota, grato me es comunicarle que ha unos días llegué por fin a esta singular morada en la que durante bastantes meses al año sobrevivo y me mantengo como puedo. No sabría bien decirle, aunque lo pienso, si ésto de seguir en pie e ir sobrellevando estas mis menguadas fuerzas, se debe más a la ayuda de muy especiales colegas, de cuyo ánimo se sirve mi espíritu, que al exiguo sustento que recibo. Lo que sí es que, al menos, ese buen aliento permite suplir lo que al cuerpo no llega. Claro que a esta mi adolescente y aún temprana edad se necesita mucho, pues el desgaste y la debilitación acechan por doquier. Es cierto que no nos atiborran pero aún comemos cada día, y no del todo mal, que no es poco, sino que tal vez nos estemos tornando en exigentes e insaciables. Puede, mi señor don Diego, que lo requiera la edad y también algo la necesidad, pues de nada andamos sobrados. Pero, conformémosnos, que con mucha más deficiencia haylos, de seguro.
Como le venía diciendo, mi señor, tengo buenos colegas, aunque los de verdad buenos distínguense no ya por las palabras, sino  por los hechos. Uno de éstos  es especialmente sabio, tanto diría yo que habría sido pionero, o paladín, o como prefiera llamarlo, de todo avance e invento  si no se le hubiese adelantado el Neolítico o  la Revolución Industrial y, ni el mismo Dédalo, Arquímedes, Leonardo da Vinci u otra eminencia le habría llegado a la suela del zapato.  Al parecer ahora anda muy herido por alguna flecha del Cupido, pues no da pie con bola y toda su sabiduría, si nada lo remedia, se consumará en una tahona de su pueblo, pues, mi señor,  es la panadera quien se ha adueñado de su mucha sapiencia.
Pero no sólo de ciencia es conocedor, que también de humanidades sabe un rato, y narra cuentos tan bellos como el que remito a vuesa merced de seguido, que déjanos a todos con la baba caída. Por demás, quedo a la espera de su sabio parecer acerca de la narración y de sus noticias todas, saludándole con veneración

El Candil de la Fuentecica



                                             LAS TRES PREGUNTAS

Había una vez un rey que salió de caza una buena mañana. Era bastante atrevido y caprichoso y decidió apartarse de su séquito para seguir la caza solo, así que al poco ya se había perdido. Quiso el azar que fuera a parar a un pequeño monasterio que se hallaba oculto entre aquellas enormes montañas.

A la mañana siguiente, cuando ya sus sirvientes lo habían localizado, se dispuso a partir. Pero antes de hacerlo dijo al prior del monasterio:

Vaya usted mañana al castillo y le haré tres preguntas y si las contesta bien le premiaré, pero si, por el contrario, falla, su castigo será la muerte.

Una vez el rey le había dicho esto al prior, partió para su castillo, quedando el abad muy preocupado por su vida, así que fue a contárselo a un humilde frailecillo. Éste le contestó que no se preocupara, que él lo suplantaría, vestiría sus ropas y ocultaría su rostro con la capucha a fin de que el rey no advirtiese el engaño.

Y fue así como se hizo. El humilde frailecillo se presentó en el castillo disfrazado de prior dispuesto a ser él quien contestase a las preguntas. Cuando ya estaba delante del rey, comenzó éste a preguntar:

-A ver, ¿cuánto valgo yo?

A lo que el frailecillo contestó:

-Veintinueve reales, señor.

-¿Veintinueve reales tan sólo?- preguntó el rey sorprendido.

-Sí.-repuso el fraile- A Jesucristo lo vendieron por treinta y es lógico que su majestad valga un real menos que Nuestro Señor.

El rey no tuvo más remedio que dar por válida la respuesta ya que no podía decir que valía más que Dios. Entonces hizo la segunda pregunta:

-¿Cuántas espuertas de tierra tiene el monte?

El fraile contestó:

-Una sola, majestad, en haciéndola tan grande como el monte.

El rey tuvo que dar por válida también esta respuesta, pues sabía que aquello era cierto. Sin más, el rey pasó a hacer la tercera y última pregunta:

-¿Qué es lo que yo pienso y no es?

A lo que el fraile respondió:

-Su majestad piensa que yo soy el prior del monasterio y no es así, pues no soy más que un humilde frailecillo.

El rey quedó asombrado ante la sabiduría y destreza del fraile y lo nombró prior del convento y al prior lo rebajó al oficio de fraile, perdonándole la vida ante la astucia de haber enviado al fraile.

Y colorín colorete, que por la chimenea cae un cohete.


GLOSARIO:

El real: era la cuarta parte de la peseta, moneda española anterior al euro.
Espuerta: objeto que normalmente estaba hecho con pleita que tenía como materia prima el esparto. Estaba hecho de forma manual y era utilizada para contener todo tipo de grano u otras materias del campo. Las había de mayor tamaño, estercoleras y, más pequeñas, terreras. En la actualidad se hace de caucho.
Capucha: gorro que solían llevar los frailes y que estaba unido al hábito por el cuello. A veces la echaban para atrás y otras la ponían cubriendo la cabeza.
Llegar a la suela del zapato: se emplea esta expresión para comparar, por lo general, a dos personas, bien por sus actuaciones, belleza, cualidades o cualquier otra característica, indicando que una está muy por debajo de otra.
Atiborrar: hartar, saciarse de algo.
Tahona: panadería.

                  
Izquierda: fraile con capucha
Centro: moneda de real
Derecha: espuerta de esparto

jueves, 10 de noviembre de 2011

PERIQUITICO Y PERIQUITICA



TRÁTASE DE DOS HERMANICOS:
PERIQUITICO Y PERIQUITICA


Mi señor don Diego de la Caparrota, hoy han regresado a mi memoria, sin saber el cómo ni el porqué, ciertos recuerdos de mi infancia, que debían andar algo escondidos en una especie de desván o escondrijo de la mente. Entre ellos ha aparecido un pequeño cuento que relataba mi abuela y que yo deseo referir a su merced por si fuese de su interés y desease documentarlo a la hora de sus relatos sobre leyendas, cuentos y decires. Andábame yo entonces por muy corta edad y debiera ser algo impertinente en esto de que me relataran historias, cuentecillos y fábulas. Y como fuere que pasaba la mayor parte del tiempo con una de mis abuelas, ésta, cuando podía, contábame relatos que eran muy de mi agrado. Cuando el tiempo no se lo permitía, me mandaba a jugar a la brisca o a la ronda (que su merced bien conoce) y, como no había con quién, decíame que jugara con mi Caparrota. Pienso que este personaje debiera ser familia de su merced, pues llevan el mismo sobrenombre. Debo manifestarle que la tal Caparrota jamás se hizo visible, pero sí que yo la imaginaba allí, junto a mí, llegando a sentir gran aprecio por la misma. A fe mía que era la forma con la que mi abuela librábase de mí un tiempo, mientras daba cuenta de sus muchas faenas caseras. De este modo yo, resignado, pasaba horas y horas jugando sin molestarla. Pero cuando el tiempo se lo permitía sí que relatábame cuentos de tanta ternura y emoción que le hacía repetirlos veces y veces, dando lugar más a su agotamiento que a mi cansancio. Uno de ellos producía en mí especial emoción y es por ello que paso a referírselo, con el deseo de que sea tan de su gusto como llegó a serlo del mío.
Queda a la espera de su respuesta,

El candil de la Fuentecica



                     EL PERIQUITICO Y LA PERIQUITICA

Había una vez un matrimonio muy pobre, muy pobre, que vivía en el campo, en un humilde casilla. El matrimonio tenía dos hijos, Periquitico y Periquitica. Los dos niños eran muy buenos y obedientes. Siempre hacían lo que sus padres les mandaban y también iban a veces a una pobre escuela que había en la aldea para aprender las primeras letras y las cuatro reglas, pues su padre estaba empeñado en que fueran personas de provecho, que él no lo había sido.

La madre, mujer de malas entrañas, andaba tramando deshacerse de los niños, pues de esa manera pensaba que vivirían mejor ella y el marido, pues eran años de miseria y malas cosechas y no se veía mejoría. Él, que pasaba la vida en el campo, no se percataba de las intenciones de la mujer, pues además de estar fuera todo el santo día, tampoco andaba muy sobrado de luces.

Decidió un día la mujer llevar a cabo su maligna intención. Estaba el marido arando la tierra, como de costumbre, y uno de los niños tendría que llevarle la comida. Los llamó la madre y mandó a Periquitico a por leña al cerro y a Periquitica a por un cántaro de agua a la fuente, mientras ella empezaba a hacer los preparativos para un “guisao” para el padre. Periquitico cogió la soga de la leña, yéndose al cerro y Periquitica el cantarillo y se marchó a la fuente. Periquitico volvió primero y, como venía muy, muy cansado, al llegar le dijo a la madre:

-Madre, estoy cansado, tengo sueño.

-Acuéstate en la cama, hijo.

-No, que me caeré-, contestó el niño.

-Siéntate en la silla y duerme-, dijo la madre.

-No que me caeré de lado.

-Apóyate en la escalera y duerme.

-No que me rularé-, contestó Periquitico

-Pues entonces, acuéstate en la artesa y tápate con la sobremesa.

Y eso fue lo que hizo el niño, acostarse en la artesa y taparse con la sobremesa.

La mujer, que ya había preparado los avíos de la comida, puso una olla de agua a hervir y cuando ya el niño estaba dormido, se la echó por encima y lo abrasó, dejándolo muerto en el acto. Periquitica volvió después ya que había tenido que lavar una ropilla en la fuente. Cuando llegó, la madre ya había preparado el guiso con el cuerpo del niño y lo había echado en un gran puchero para que Periquitica lo llevara. Ella preguntó por su hermano, pero la madre le dijo que estaba durmiendo, que él no podía ir, que cogiera la comida y la llevara al padre, pero que no la destapara en todo el camino, porque podían caer moscas.

Cuando ya había andado más de media legua, Periquitica tropezó y la tapa del puchero se abrió. Fue entonces cuando vio la manecilla de su hermano en el guiso. Ella se echó a llorar, muy desconsolada. Más adelante se encontró con una vieja que, al verla llorar de aquella forma, le dijo:

-¿Por qué lloras, niña?

-Porque mi madre ha matado a mi hermano Periquitico y lo ha guisado para que lo coma mi padre.

-No te preocupes. Conforme tu padre vaya tirando los huesecillos, tú recógelos todos y siémbralos debajo de la cantarera.

Y así lo hizo Periquitica. Recogió todos los huesecillos que el padre tiraba y los puso donde le había dicho la mujer. Al cabo de algún tiempo, un día, cuando estaban comiendo salió Periquitico de debajo de la cantarera con un gran ramo de naranjas en la mano.

-Dame una naranja, Periquitico-, dijo la madre

-No, a ti no, que me mataste y me guisaste-, contestó el niño.

-Dame una a mí-, pidió el padre.

-No, a ti tampoco, que me comiste y me tiraste- contestó el chiquillo.

-Dame una, Periquitico-, dijo la hermana

-Periquitica, tómalas todas que me recogiste y me sembraste.

Y para siempre ya Periquitico y Periqutica vivieron felices sin que su madre volviera jamás a hacerles daño. Y "colorín colorao” que el cuento se "h'acabao”.



GLOSARIO:

Juegos de la brisca y de la ronda: son juegos de naipes (baraja española).
No andar sobrado de luces: ser poco o nada inteligente o espabilado.
Cortijo: casa de campo en Andalucía.
Cuatro reglas: ésta era la denominación que se daba coloquialmente a la suma, resta, multiplicación y división.
“Guisao”: en realidad “guisado”. Es comida compuesta de agua, patatas, algún pimiento, tomate, cebolla, aceite y sal. Es comida pobre. A veces puede llevar algo de carne.
Puchero: objeto hecho de arcilla, de forma redonda y que se utilizaba para cocinar.
Artesa: objeto alargado con forma rectangular. Es de madera con amplia hendidura en el centro, espacio en que se amasaba el pan.
Sobremesa: es una especie de mantel que cubría la masa del pan mientras éste fermentaba en la artesa. Se le daba también el nombre de “tendida”.
Cantarera: mueble de madera, con cuatro patas que se utilizaba para colocar los cántaros en los que se tenía el agua para consumo doméstico.
Legua: del celto-latín LEUCA. Medida castellana de longitud de 5 kilómetros, 572 metros y 7 decímetros.






Arriba izquierda: puchero. Arriba centro: tendía o sobremesa.
Derecha: cantarera. Abajo izquierda: artesa.




miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL NUEVO CASAMIENTO DEL TÍO CARAJO CON LA TÍA MATRACA


ACERCA DEL TÍO CARAJO Y LA TÍA MATRACA


Mi señor don Diego de la Caparrota, habiendo recibido misiva de su merced en la que de forma grácil y sutil requiéreme información acerca de algunas estampas de ocio de esta mi tierra, que a su entender sean alegres y jocosas, he de decirle que muy a mi pesar, sólo durante un breve espacio de días pude vivirlas de presente, pues en pasando éstos, me fue arrebatado el tiempo de su disfrute y pronto halléme en lugar donde sólo la severidad y la gravedad mandaban, aunque espero poder volver a las andadas en breve, si antes no para las matanzas.  Así que paso a contarle lo que aconteciera una cálida noche, creo que entre S. Juan y S. Pedro, cuando aún la siega no había llegado a su fin, pero tampoco julio había hecho su aparición. Era costumbre del vecindario por entonces tener unas horas de esparcimiento y cháchara en la zona más elevada de la denominada Cuesta de los Deseos. Allí dábanse cita por igual grandes y pequeños, jóvenes y mayores. Así que en llegando a la cuesta, nos recostábamos sobre la tierra, pues de otro acomodo no disponíamos. Andábase ya la gente ligera de ropas y, a decir verdad, sobraba casi toda, pues la canícula apretaba de lo lindo. Aquella noche, una mozuela de buen ver, recitó un romance que a la sazón su madre había adquirido de un ciego y que llevó a las gentes a un hilarismo desternillante,  haciéndose todo tipo de comentario  gracioso,  divertido, burlescos y picarón sobre las condiciones amatorias de los contrayentes, Carajo y Matraca. Pero también, al parecer, muchos de los visitadores de aquel lugar anduvieron aquella velada en desazón ante la lujuriosa deriva que el asunto empezó a tomar, viéndose obligados a reprimir la presión que en  propia carne empezaba a ejercer el particular e  imbarajable apetito libidinoso . Así que paso a transcribirle la  afamada historia  de “EL NUEVO CASAMIENTO DEL TÍO CARAJO CON LA TÍA MATRACA” , esperando sea tan de su agrado como lo fuera de aquellas gentes. Pronto recibirá su merced otras noticias de este su servidor

El Candil de la Fuentecica



EL NUEVO CASAMIENTO DEL TÍO CARAJO CON LA TÍA MATRACA

Este era un solterón                                  Como quieres que ya valga  
se llamaba el tío Carajo                             con los años que yo tengo;
que se quería casar                                    si me encuentro sin narices
y ya contaba cien años.                             sin pulso y sin talento.

Una tarde en el paseo                                Me has engañado, Carajo,
se encontró con la Matraca                       si lo sé no me camelas
una vieja muy revieja                                teniendo yo tantos novios
ya que de los cien pasaba.                          y ahora quedarme soltera.

Buenas tardes, tía Matraca;                      Mira a ver si tienes algo
yo soy el tío Carajo                                    me quiero desengañar:
que te quiero con locura                            no me comprometas tanto
y yo contigo me caso.                                pues te digo la verdad.

Pues lo has pensado bien                           Ya sabes mi oficio,
yo buscando novio estaba                         siempre ha sido el de pavero,
yo a ti también te quiero                           toma el moco de este pavo
Carajito de mi alma.                                  eso es  lo que yo tengo.

Yo aunque soy muy revieja                      Solterones y solteras
y no tengo dentadura                                que os encontrais sin novio
tú por eso no te apures                              no perdais las esperanzas
que te quiero con locura.                          que hasta el fin nadie es dichoso.

Aquel par de tortolitos                              Y a los jóvenes también
se ponen en relaciones                              yo les tengo que decir
como si fueran mozuelos                         que no bailen más la raspa
y hablando por los balcones.                    por lo que pueda ocurrir.

Y las tardes de paseo                                Y también os recomiendo
salían a pasear                                          que no llegueis a esa edad;
cada cual con su cayada                           en pasando de los veinte
y ella su ramo de azahar.                          los mozos ya no os querrán.

Y la noche de casados                              Y este romance termina;
la tía Matraca observaba                          poner oido y atención
y le decía al tío Carajo                              para que nunca os veais
que no vale para nada.                             como Matraca se vio.


         FAUSTINO GARRIDO, romancista.   Benatae ( Jaén )
         NOTA: Es copia exacta del romance, con errores ortográficos incluidos.



GLOSARIO:

Cayada: (cayado, bastón) bastón encorvado en su extremo superior que usan sobre todo los pastores.
Par de tortolitos: dos personas ciegamente enamoradas y que lo manifiestan abiertamente.
Camelar: engañar, seducir, engatusar.
Pavero: persona que cuida manada de pavos en el campo.
Moco de pavo: es un apéndice carnoso y eréctil que tiene el pavo sobre el pico. (“No ser moco de pavo”: La frase no ser moco de pavo se usa para dar a entender a alguien que el valor y estimación de una cosa es más importante que lo que él considera.)
Raspa: baile de origen mejicano, de Veracruz.  Fue muy popular en España durante el siglo XX.
Azahar: El nombre de esta flor proviene del árabe al-azahar que significa flor blanca. Es la flor propia del naranjo y del limonero o cidro. Se da en zonas como  la costa mediterránea.


Arriba izquierda: tortolitos. Arriba derecha: cayada.
Abajo izquierda: flor de azahar. Abajo derecha: moco del pavo.


viernes, 28 de octubre de 2011

SOBRE UN GATO Y UN GALLO


 Al hidalgo don Diego de la Caparrota. Me dirijo a vuesa merced para dar cumplida respuesta a su petición, según la cual me hace saber estaría sumamente interesado en recuperar un cuento o fábula que pudo escuchar tiempo ha, y que dado que su recuerdo de la misma es difuso y que su memoria anda un tanto mermada, hoy ya no da pie con bola para enlabazar dicha historia. Cuéntame que fue allá por el año de 1900 y pico (nada aclara sobre cual fue el pico), de Nuestro Señor,  que su merced llegóse a esta villa de Albox cuando se celebraba la feria que aquí denominamos de Todos los Santos, conocida en todo el orbe por la mucha cantidad de bestias y demás animales que se compran y venden. Cuéntame que su viaje debióse al interés por comprar unos borricos y que, llegado que hubo a la villa,  dirigióse  a buscar hospedaje a una de las infinitas casas que albergaban a los muy variados transeúntes.  Según despréndese de su misiva  halló en dicha posada huéspedes de toda calaña, tales como marchantes, trotamundos, buscavidas, feriantes, titiriteros, buhoneros, pícaros y truhanes de toda clase y origen,  lo que hizo que su turbación fuera tal que, entre las muchas pulgas que lo recibieron a su llagada y el desasosiego que le provocaba el resto de huéspedes, no pudiese pegar ojo y fue por ello que prefirió la vela a cualquier tipo de ensueño fatídico. Fue así que acércose a una mesilla en torno a la que estaban sentados tres modestos y al parecer honrados viajeros, provenientes de las Extremaduras, según me comenta,  y uno de los cuales contaba  el cuento de “EL GATO Y EL GALLO”. En fin, mi señor don Diego, no sé si será exactamente el mismo relato que su merced oyóle al extremeño, pero éste humilde servidor suyo conoció dicha historia porque la contara para esparcimiento de niños y vecindario en general, una muy buena mujer, y que decía así:


EL GATO Y EL GALLO

Había una vez una familia que vivía en un cortijo y, entre  los animales que había en dicha hacienda, destacaban un gato y un gallo que se hicieron famosos por sus malas relaciones y por  sus continuas refriegas y disputas.
Así, cuando era la época de siega, la familia madrugaba mucho y antes de que amaneciera ya estaban haciendo los preparativos para ir a la faena del campo. La dueña de la casa se ponía a preparar las viandas para la jornada y,  entre esas viandas destacaban, un  día sí y otro también, las migas que, luego de hacerlas, echaba en una olla de porcelana bien tapada para que se conservaran más calientes, pues éstas nunca podían faltar. La buena señora encendía la lumbre, preparaba la sartén con agua, aceite, sal y harina e iba amasando primero y desliando después, aquellas enormes sartenadas que tenían que saciar a media mañana a los segadores. Mientras ella estaba en este menester, el gato se colocaba a su lado, junto a la chimenea, para ir cogiendo todas las migajas, pegados o restos de engañifas que de la sartén pudieran escapar. Entre tanto el gallo, que ya había despertado, desde el corral decía a voz en grito:
-¿Cuándo romperá el día? ¿Cuándo romperá el  día?
¿Y sabéis por qué decía esto? Pues porque en cuanto despertaba ya estaba pidiendo comida, deseando que le echaran algo que llevar al pico. Pero como los amos estaban en otros quehaceres, no reparaban en los quiquiriquís del gallo y seguían a lo suyo. El gato, sin despegarse del lado de la sartén, no dejaba escapar nada que cayera al suelo y sólo rompía su atención y su silencio para contestar al gallo de esta manera:
-¡Rompa o no rompa, las migas tengo en la trompa! ¡Rompa o no rompa, las migas tengo en la trompa!
Así que el gallo se moría de envidia y…de hambre.
Aquel año era año de cosecha y la siega duró, ¡vaya que si duró!, y el gallo no veía el día en que le dieran suelta para ir a la era, y se estaba quedando esquelético. Pero todo en esta vida acaba y así llegó el día en el que terminó la siega y empezó la trilla, que también duró lo que no está escrito. La faena comenzaba también temprano, pero como  la  era estaba al lado de la casa, descuidaban hacer la comida, dejándola para más tarde, y todos se ponían a echar una mano en la tarea de la trilla: que si limpiar la era, que si los arreos de las bestias, que si el trillo o las colleras, que si extender la parva o volverla, que si acordonar la paja, que si aventar, que si regoger las granzas y limpiar la mies, meter la paja, y así un largo etcétera.
A todo esto, a las gallinas y al señor gallo, en cuanto amanecía,  les daban suelta, pues estaban a la vista, y así podían picar en el grano que quedaba  donde habían estado las hacinas. Se puede decir que allí el gallo se ponía las botas mientras el gato era el que pasaba ahora más hambre que el perro de un “afilaor”. Y el pobre no paraba de gruñir, diciendo:
-¿Dónde estará mi amo? ¿Dónde estará mi amo?
A lo que el gallo, altanero y estirado como él solo, contestaba alegremente:
-¡De era andamos! ¡De era andamos!
Y como donde las dan las toman, ahora era el gato el que maullaba desolado y hambriento, a la espera de que los dueños hicieran las migas o el puchero o venga “usté” a ver, mientras el gallo andaba cebándose.
Y· “colorín colorao” que este cuento se ha “acabao”.



Trilla
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domingo, 23 de octubre de 2011

ANDRÉS, “EL CAGALARGO”

Dedicado a los que lo conocieron  y a los que no.

Corría el año 1987. Fue un día cualquiera, tal vez de marzo o abril y cayó, cayó rendido para siempre, sin separarse de su carro, de sus sombreros, de sus “apechusques”, de todos aquellos enseres que habían conformado sus sencillas posesiones. Posesiones que iban con él allí adonde él fuera. Un día, sin más, lo recogieron muriéndose. Fue por Locaiba. Hoy ya está difuso o ni aparece en el recuerdo de los que lo conocimos. Y vaya que fue conocido de muchos por todos estos contornos. Sólo los más jóvenes se perdieron este peculiar personaje. No fue famoso por lo que hizo o dejara de hacer. Él fue famoso porque sí. Anduvo caminos mientras pudo. Durmió bajo las estrellas mientras pudo o al cobijo de alguna cueva, de algún antro, de algún chiquero o corralizo abandonado, si es que el tiempo se ponía feo. Pero jamás quiso que se supiera dónde. Así era él: ambulante, trotamundos, sin familia, solitario, abandonado de todos porque así lo deseaba, enfadado muchas veces, tremebundo en sus enfados, sucio y mal afeitado siempre. Decían de él que rehuía el agua más que los gatos. Era caprichoso con la comida. Abominaba de ésta cuando en la casa había niños. Fue infatigable en los caminos, solitario siempre. Digamos que estoy hablando de Andrés. Andrés Reche, (nombre y apellidos reales), o Andresico “El  débil”, como le llamaban las gentes del pueblo, o Andrés “El “Cagalargo”, como le llamábamos en el campo, ya que éste era el apodo familiar.

Al caer agotado por Locaiba se lo llevaron a Almería y allí transcurrieron sus últimos días, sus últimas horas. Seguro que si mantuvo el conocimiento, -qué conocimiento cabría preguntarse-, estaría echando de menos sus escobas, sus jaulas, sus guitarras, sus manoplas, su carro, y todo aquello que le permitió soñar tantos días y tantas noches, sin importarle el sol abrasador o el cálido simplemente, o  el frío intenso con  noches de ventisca, o  enfurecidas tormentas, y todo por seguir siempre libre, siempre solo, siempre errante, siempre bajo  el resplandor de las estrellas, bajo la luz de la luna o en la oscuridad más absoluta.

De él escribí una breve reseña al poco de su muerte. Ahora quiero reproducirla aquí.
Hubo también otros personajes, también llamativos, pero ninguno tanto, tan universal, tan pegado a las gentes como él, y a la vez…tan huidizo.

La transcripción es fiel al texto  que apareció en la sección  “ESTAMPAS DE NUESTRO PUEBLO” ,  en el Programa de feria de Albox de 1987




Andrés, un personaje libre y bohemio que ya nos dejó

“No es cuento, ni tampoco una leyenda que me contaron siendo niño, no es ficticio ni inventado, sino que fue la realidad misma de la vida, de una vida que transitaba incansable de un lado para otro, siempre sin parar. Lo veíamos ir y venir continuamente, para acá y para allá, sin importarle el frío ni el calor, cargado eternamente con sus bártulos, que modernizaba o cambiaba según su antojo y capricho. Cesta, carro, cencerros, jaulas, guitarras, escobas, mantas, , sombreros de siega o mejicanos, bastones o cayados, pájaros, guantes y un interminable sinfín de pequeños objetos, que compusieron sus más preciados tesoros, le acompañaron siempre por los caminos polvorientos y pedregosos de nuestra tierra. Era su basto equipaje, su compañero inseparable, que siempre unido a él, recorrieron una y mil veces todos nuestros caminos, nuestras calles, nuestros más apartados y recónditos lugares.
Hoy ha venido a mi memoria su imagen solitaria y vagabunda. El recuerdo ya moribundo de Andrés Reche, de Andresico “EL Débil” o “El Tonto” o “Cagalargo” (con perdón, como era conocido en los cortijos, de donde era natural, por apodo tomado de su familia), empieza a desvanecerse paulatinamente entre nosotros. Tal vez dentro de un tiempo, o tal vez ya,  no quede nada en nuestra memoria sobre aquel ser errante, libre, bohemio, agradecido a veces, tremebundo otras, por muchos compadecido, por algunos despreciado, pero de todos conocido.

Y, al empezar a recordar a aquel insólito personaje, tan familiar y tan distante a la vez, no he podido por menos que remontar mi memoria a los años de mi infancia, cuando aún era niño y cuando aún Andrés no contaba “cien años”. Lo recuerdo llegando a la puerta del cortijo en el que yo vivía, arrastrando sus pesados zapatones, o sus “albarcas” o sus esparteñas, que unido a su mugriento ropaje conformaban la estampa más triste y solitaria de nuestro pueblo.

Siempre, al llegar, pedía algo “de comer”; luego se tumbaba al sol o a la sombra, según la época, mientras iba “mascullando” palabras en su continua riña con los gatos que, siempre golosos, merodeaban en su entorno en busca de alguna migaja de pan, a la vez que él iba comiendo. Yo lo veía con agrado y hasta me complacía en aquellos años jugando junto a él y preguntándole algunos detalles sobre sus andanzas y correrías por tierras  lejanas  para mí, como entonces podía ser  “el campo” (apelativo que se daba a todas las tierras  por encima de la sierra del Saliente), u otras zonas en las que yo soñaba e imaginaba con pájaros gigantes  y llenos de colores, con llanuras interminables, con trabajadores infatigables. Él me hablaba y hablaba, aunque yo, inmerso en el juego, no le prestaba demasiada atención hasta que me decía que tenía algún nido de “avilanejos” o de palomas “torcazas”, o de mochuelos, o de “venga usted a ver”. Y ya que se cansaba de no hacer nada, de estar siempre descansando, volvía a coger sus bártulos y seguía su camino.

Al tiempo volvía y todos lo recibíamos con un poco de alegría, porque allí casi nunca llegaba enfadado, y preguntaba por todos, por los que estaban en Argentina, en Barcelona, en Alemania, o dondequiera que fuese.

 No se olvidaba de nadie: - “¿Ha escrito ya tu Ángel?”, “¿Va a venir tu Juan?” “¿Cuándo viene tu Juan?”- en un tono apagado y somnoliento y propio de sus expresiones cuerdas, si es que de éstas puede hablarse. Creo que ésta era su manera de agradecer el buen trato que allí recibía y reconocer los pequeños favores que se le hacían. Volvía a pedir algo de comer. Volvía a tumbarse al sol. Volvía a pelearse con los gatos, aunque nunca por esto le daba un “treme” y volvía a marcharse después. Allí jamás lo enfadamos, porque eso sí, era tremendamente irascible e irritable y ¡ay de aquel que contradijera su teoría sobre las cosas!

Había personas, sobre todo “zagalones”, que le hacían rabiar y enfurecerse hasta tal punto que “perdía por completo las riendas”, cosa que tampoco tuvo nunca muy en su sitio y, en su furor demencial y en su delirio, lanzaba piedras en tromba, corría a enormes zancadas que a mi se me antojaban las del gigante de las botas de las  siete leguas y media, blandía su enorme bastón amenazante y, todos los seres vivos huíamos despavoridos a escondernos en los más apartados rincones, cerrando puertas y ventanas, ante el pánico que infundía aquella ciega locura. Así podíamos estar días enteros. A distancia, porque en ese estado  no respetaba  ya nada ni a nadie, yo observaba cómo aquellos “sinvergúenzones-canallas”, -así les llamaba mi abuela a los zagalones-, seguían mofándose y herían “su verdad”,  diciéndole que había “cuervos blancos y negros” o que la campana de la Rambla (Llano del Espino) era “de paleta y la tocaban con una caña” o “que tenía un ojo blanco y otro negro”. Después de perseguirlos infructuosamente y de lanzar al cielo y a la tierra las más furibundas palabras, regresaba hasta donde se hallaban sus enseres, emprendiéndola a bastonazos con todo lo que tenía, descuartizando jaulas, pájaros, cestas,…y emprendiendo también un baile infernal sobre los pocos objetos que aún pudieran quedarle. Yo lo observaba con tristeza desde mi escondite, sintiendo una pena enorme por aquel loco desafortunado. Y así, clamando contra todo y contra todos, volvía a marcharse.

Una de las veces que volvió siendo verano, trajo una graja (en realidad una urraca, pero él le llamaba graja), La llevaba suelta e iba posada sobre su hombro, o revoloteando en torno a él.
Yo no había visto jamás aquella clase de pájaro. La traía del “Campo María” y él hablaba con ella. La llamaba  ¡“curú”, “curú”! y el animal  volaba hasta él, posándose en su hombro o en su mano, para que le echase de comer. Yo quedaba fascinado y creía que los dos se entendían y, lo cierto es, que admiraba aquella capacidad para domesticar al avecilla. Pero todo, como siempre, se fue a pique en uno de sus terroríficos impulsos sólo porque le habían dicho que tenía “más de cien años”. Y la graja murió asesinada por el que había sido su mejor cuidador y su mejor amigo. Porque eso sí, Andrés nunca llegó a tener “cien años”, porque él, “fijamente, fijamente no tendría más de cincuenta años”, que se lo había dicho Aniceto, que eran de la misma quinta y Aniceto no lo engañaba.

Pero Andrés también era ingenuo y, muchas veces, su desconfianza no era suficiente para entender el propósito de los demás para burlarse de él. Y así, le hicieron creer en más de una ocasión, que cualquier objeto  podía ser válido para hablar con “Rosa la Bocarrana”, llegando a ponerse hasta la boca de un cántaro y, a grandes voces, llamaba a Rosa, creyendo que ésta lo estaría escuchando desde la Argentina. Y es que Andrés estaba locamente enamorado de Rosa y a todos anunciaba que había escrito y que decía que vendría “un día de estos” y que le traería una guitarra mejor que la que llevaba.

Porque Andrés también era músico, aunque su guitarra, según él, no tenía “buenas voces” y sólo podía tocar con ella “punteaos”. Yo jamás lo oí tocar.

Y así fueron transcurriendo los días y los años entre anécdotas y anécdotas, aunque él, creo no llegó  a pasar de sesenta años, “ni un día más ni un día menos”, cuando se le asomó la muerte junto a la carretera un día cualquiera del pasado enero  (1987) y le avisó que venía a por él. Se lo llevaron los de CRUZ ROJA a Almería y, en aquella despedida que tuvo de las gentes de su pueblo, cuando lo dejaban en el Hospital, tengo entendido que quedó definitivamente marcada su partida para otro mundo que, posiblemente sea más benévolo  y comprensivo con el pobre bohemio. No pudo resistir la falta de libertad ni la privación de su carro, de sus escobas, de su sombreo,...¡de tantas y tantas cosas! Y se fue hacia las estrellas, bajo las mismas que había vivido, para seguir caminando con su carro y sus bártulos eternamente.



Pedro Pardo Berbel
(Libro de la Feria de Albox, 1987)


GLOSARIO:


Bártulo: 1) trasto: trasto, chisme, chirimbolo, utensilio, útil, objeto, cacharro, cachivache. 2) bulto: bulto, equipaje, maletas, baúles, equipo, avíos, efecto.
Mascullar: articular - balbucir - bisbisear - farfullar - ganguear - murmurar - musitar - refunfuñar – rezongar.
Avilanejo:  ave rapaz, de plumaje oscuro, vientre blanco y manchas oscuras muy usado en cetrería. (Es muy conocida por norte de las provincias de Granada, Almería, Jaén y Murcia. Las gentes del campo le temían cuando tenían camadas de polluelos en la calle).
Treme: El latín TREMERE, “temblar”, se encuentra en la base de una extensa nómina de términos castellanos, tales como temblar, trémulo, tremebundo, tremendo. El uso que aquí se hace de este término es el equivalente a estremecimientos, convulsiones
En portugués: tremer (tre-mer) Ser agitado por pequeños movimentos: o solo tremeu às descargas da artilharia.. Convulsionar-se por frio, medo etc.: tremer de frio
Peder las riendas: volverse loco.
Graja: en este caso se trataba de una urraca. La urraca (Pica pica) también conocida como picaraza, picaza o muñoncito es una especie de ave de la familia de los córvidos, y es una de las aves más comunes en Europa.  Destaca la urraca por su cuerpo blanco y negro iridiscente, acabado en una larga cola de color azul o verde metálico.
Un día de estos: un día próximo (sin especificar).
Campo María: en realidad hacía referencia a toda la zona comprendida entre Cúllar y  Sierra María y los Vélez.
Punteaos: las gentes de esta zona empleaba este término para indicar que no se está tocando una pieza, sino que sólo se acompaña.
Según diccionario: Interpretación de una pieza musical con una guitarra o un instrumento semejante que se hace pulsando las cuerdas por separado con una púa o con los dedos.