lunes, 9 de julio de 2012

EL CURA Y EL PASTOR


“Con  pastores,  curas y  frailes, buenos días y buenas tardes.”  (Refrán)

 A Don Diego  de la Caparrota de  este su humilde  colaborador, el Candil de la Fuentecita. En respuesta a la suya,  interesado por cómo andamos debido al mucho esfuerzo del que le hablé y al escaso descanso, manifestarle debo que ahora gozamos del paréntesis que antecede a la trilla. También cabe decir que tocó a su fin la sufrida escuela, en la que más desaprendía que aprendía y ya  más iba “patrás que palante”. Ahora, en los mediodías, siempre que puedo escapar,  mientras los demás dormitan, impotentes ante la fuerza que despliega la canícula, emprendo con apremiante  y ciega agonía la búsqueda de hasta el más  recóndito y extraño nido, por difícil y oculto que se halle. No hay sitio que se me resista, ni lugar que no patee, árbol al que no suba, bardas  que no atraviese, rastrojo que no escudriñe con la vista, terrera o terraplén al que no me encarame, siempre que adivino la posibilidad, a veces simple espejismo,  de hallar lo que anhelo.  Los ojos se me encienden, se me ponen echando chiribitas en cuanto veo alguno. Lo hago, vive Dios, con la sola pretensión de ver el proceso de la vida de estas pequeñas aves que comparten nuestro entorno.. Jamás les hice daño, pero es mi debilidad seguir el recorrido desde el inicio de la construcción del nido hasta la partida de sus moradores.. Es una curiosidad  que me arrastra y esclaviza a la vez, don Diego.
Mi madre me sentencia con que no salga a esas horas, intentando amedrentarme con lo “del hombre del saco” y no sé cuántas cosas más. Yo, que parézcole a ella en los miedos, en tratándose de nidos, los ojos de la aprensión se cierran o se nublan y siempre pierdo la noción del tiempo tras nidos de gorriones, de calandrias, de "tutovías," colorines, verderones, "alcudones," chamarises, chuchillas, alzacolas, rabiblancas, abubillas, abejorucos, arrandrajos y de cuantas especies más haya a mi alcance, pues  hasta con mochuelos y avilanejos me atrevo. Para que sepa hasta donde se es capaz cuando la pasión ciega, contarele una anécdota que ocurriome ha varios días. Hallábame en lo más estrecho de la garganta de un barranco cuando vi a gran altura unas brozas que, por un agujero, delataban la existencia de un fabuloso nido. Fue tal la ansiedad por saber qué escondía que escalé como pude, sosteniéndome de mala manera en el aquel frontal y, como un gato agarrado a una pared,  con una mano asida a una piedra que destacaba, introduje la otra por el hueco del que despuntaban  las brozas. Todo fue introducirla cuando  incontable número de ratas se abalanzaron precipitadamente sobre mi cuerpo. Bien puede vuesa merced imaginar cómo arrojeme al vacío, envuelto en aquella caterva de roedores, magullándome por completo.   
Así transcurren estos días, don Diego,  entre cierto alivio en el trabajo, pero con la pertinaz y abrasadora solanera cerniéndose sobre nosotros con la pesadez de un plomo.
Otro de los días, cuando el sol estaba en lo más alto, escapeme hacia la huerta y, tal y como mi madre avisaba, apareció el que yo entendí en aquel instante  podría ser el hombre del saco. Aparecioseme de golpe, debajo de una pedriza, tras el grueso tronco de un olivo, una figura esperpéntica, vestida que iba a modo de cura en el momento de la misa. No sé si tratabase de una aparición o algo por el estilo. Pronunciaba sonidos incomprensibles y deslavazados. Asusteme tanto que se me doblaron las rodillas, paralizoseme  el cuerpo  en su totalidad y hasta humedecí la poca ropa que llevaba encima. Cuando recuperé la fuerza y amainó el temblor, salí escopeteado, imagino que sin ser visto por aquella aparición. En  algún tiempo  no he dicho nada ni he querido más aventuras, y sólo días después me atreví a contarlo a mi tío Ángel  en un momento que andaba, como siempre, con sus interminables peinados y limpiezas. Mi tío es especial y pienso  que vive la vida del revés. Se acuesta cuando los demás nos levantamos y  suele  levantarse cuando los demás nos acostamos. A todas partes llega  tarde, siempre va cuando los demás vuelven., pues a él no le importa dejar todo, menos sus peinados, limpiezas y rondas "ad calendas graecas". Ahora ha regresado de Comodoro Rivadavia.  Ha pasado  varios años la Patagonia argentina, y no sé si en aquel lugar habrá tenido ese mismo comportamiento. Puede que  por ser allí hora distinta su proceder  haya sido también otro, aunque lo dudo. 
Bueno, como le digo,  mi tío tronchábase de risa cuando le contaba la aventurilla de aquel tasajo  de cura debajo del olivo y aprovechó para informarme  que las gentes se valen de estrategias para conseguir fines, -se me escapa saber cuál podría ser la de aquel esperpento-,  y que los que más usan de esto son  los curas. Dijo entonces acordarse de un cuentecillo que bien podía servir de ejemplo. Tratase del cuento de “EL CURA Y EL PASTOR”. Es gracioso y nada tiene que ver con aquella mi fantasmal visión, pero yo remitoselo, pues a buen  seguro que le hará soltar  la carcajada al ver al clérigo  destapado en su lascivia y burlado en su codicia. Y ya sabe don Diego aquel dicho que dice.  No hay más ignorantes e inútiles que aquellos que buscan respuestas arrodillados y con los ojos cerrados”, algo que el astuto pastor bien supo capear  y prefirió que el clérigo siguiera gozando de su mujer antes que desprenderse él de los corderos. .
Su fiel servidor

El Candil de la Fuentecica


                                        EL CURA Y EL PASTOR

Dicen que había una vez  un cura que era muy rico, que era dueño de toda una capellanía y muchas otras propiedades, pero que era muy ruín, pues ni una limosna era capaz de dar a un hambriento. En la capellanía tenía un pastor con un gran ganado de ovejas. Éste pasaba la mayor parte de la vida en un viejo cortijo, retirado del pueblo, para poder estar más cerca del aprisco en el que guardaba cada noche el rebaño. Madrugaba y las llevaba al pacero  cada día, como Dios manda y, sobre todo, mandaba el cura. Pero, como queda dicho, el cura era muy tacaño y desconfiado y siempre que podía hacía una escapadilla  para contar las ovejas y los borregos,  ya que había observado que de cuando en cuando faltaba alguno. El cura se ponía entonces que se lo llevaban los demonios, pero nada decía  al pastor, pues no quería que aquel empezara a pensar que sospechaba de él e hiciese alguna mala faena con las ovejas.
Mientras tanto, la mujer del pastor iba cada día a limpiar la casa del cura y a hacerle la comida y  arreglillos detodo tipo, …, que no eran pocos, … -ya se entiende-, y los mandados que necesitaba el hombre. 
Un día, en el que  ya no aguantaba más el que estuvieran desapareciendo borregos, le dice el cura a la mujer:
-Mira, Manuela, no es por nada, pero me da mucha pena de que tu marido un día muera y pueda ir al infierno. En la montaña hay peligros, hay lobos y nunca se sabe lo que pueda pasarle.
-Y,… ¿por qué dice usted eso, don  Eufrasio? A mi Jacinto no puede pasarle nada, que él tiene mucha salud y sabe cuidarse bien de las alimañas.
-No, no lo digo por nada, pero es que veo que nunca va por la iglesia, que nunca se ha confesado desde que yo estoy aquí de cura.
-¡Bah!, usted no se preocupe, padre,  que mi Jacinto es un santo y no creo que tenga ni un solo pecado. No le pasa como a mi, ...ya me entiende usted…
-Que sí, Manuela, que sí., que pecados tenemos todos, y sabe Dios, lo que él estará haciendo allí en la capellanía, si no estará pecando de pensamiento y obra. Es bueno que le digas, por el bien de su alma, que vaya a la iglesia y se confiese.
-Vale,  don Eufrasio, no se preocupe que yo se lo diré.
Eso hizo la mujer, advirtiéndo a su Jacinto de la preocupación que el cura tenía por su alma, aunque éste bien sabía que no era por su alma sino porque le faltaban borregos. Él  no hizo caso. Y así transcurrieron varios días e incluso semanas. El cura estaba consumiéndose en la desesperación viendo que los hurtos del pastor seguían tal cual, así que volvió a insistir con lo mismo a  Manuela que, a su vez, hizo otro tanto con el marido, suplicándole de mil maneras que fuera a confesar no fuese que el cura se enfadase y lo despidiera de la pastoría y también pudiera quedarse ella sin aquellos buenos disfrutes carnales con don Eufrasio.
Pasaron algunos días más,  y una tarde, cuando ya Jacinto había encerrado el ganado, volvió a su casa y, sin decir nada a la mujer, se arregló y se fue a la iglesia. Estaba el cura metido en el confesionario cuando lo vio pasar por delante, y fue tanta su alegría que, ni corto ni perezoso, dio un salto, dejando a una beata con los pecados en la boca, yendo hacia Jacinto con gran algría y diciéndole:
-¡Hola, Jacinto! ¡No sabes, hombre, cuánto me alegro de verte por la iglesia! Nunca antes habías venido por aquí. Bien sabes que Dios Nuestro Señor nos tiene dicho que debemos cumplir con sus mandamientos y que debemos confesar aquellas faltillas que tengamos para no ir al fuego eterno.. Todos pecamos, Jacinto, todos y, tratándose de ti, no quiero que vayas a juntarte con Satanás por no cumplir con los mandatos divinos. Supongo que vendrás a confesar, ¿verdad, hijo?
-A eso vengo, padre Eufrasio,  a eso. Soy muy descuidado para estas cosas y como siempre estoy con las ovejas, pues ni tiempo para pensar en los pecados tengo.
-No importa, Jacinto, no importa, que Dios es misericordioso y si nos arrepentimos y no volvemos a pecar, Él nos perdona siempre. Pero, bueno, espera un poco, … termino con esa mujer que está en el confesionario y enseguida estoy contigo. ¡No sabes bien cuánta alegría das  a Dios viniendo a redimirte de tus miserias!
Volvió el cura al confesionario donde la beata se había quedado atónita ante el comportamiento del cura, echándole a éste una buena reprimenda por su despecho de dejarla con la palabra en la boca. Era beata de confesión diaria y el cura ni se inmutó, dándole la absolución sin más decir, ansioso por saber la verdad de sus corderos y de que Jacinto dejara de una vez por todas de sustraerlos. Así que tres avemarías a la mujer y hasta mañana. Sin más,  se acercó Jacinto, que se arrodilló tras de la rejilla y el cura, ya impaciente, le   dice:
-Ave María  Purísima.  Dios se alegra de tenerte aquí, hijo.
-Ave María Purísima, -respondió Jacinto, tal y como le había encargado su mujer que dijera:
 –Hermano Jacinto,  estás  aquí para salvar tu alma, y para que  así sea,  preciso es que digas ante Dios todos los pecados que tienes. Para empezar, bien es que lo hagas diciendo  si sabes quién puede ser el que se lleva los corderos del rebaño del cura y, puesto que tú eres el guadián, deberás saberlo y confesar ante Dios la verdad.
-Padre, ¿qué es lo que dice?  No le escucho bien. Repita por favor.
El cura no salía de su asombro, pero por un momento pensó que Jacinto podía estar padeciendo  sordera y que por eso pedía que se lo repitiera. Así que, elevando la voz, insistió:
-Digo, Jacinto, que si sabes tú quién  es el que roba mis borregos.
-Padre, sigo sin oír lo que dice y es que desde aquí no se escucha nada, pero nada, nada. ¡Se lo juro!
-Pero, ¿cómo puede ser eso si hace un momento hemos hablado y todo lo escuchabas? Además,  nadie en este confesionario ha tenido problemas para escucharme. Hasta la Pascuala, que está como una tapia y  que acaba de confesar, se entera de todo cuanto le digo y encomiendo. Eso no puede ser, Jacinto.
El capellán se irritaba por momentos, pues no entendía lo que pasaba. así que volvió a insistir:
-A ver, ¿me oyes ahora?- interpeló el cura con tan gran voz que asustó a los presentes, a la vez que acercó cuanto pudo la boca a la rejilla.- ¡Pregunto que si sabes quién pueda ser quien se lleva mis borregoooooos!
- Padre, sigo sin oír nada.  Se  lo dice el Jacinto, que no miente.  Si quiere podemos hacer la prueba y verá que digo verdad, don Eufrasio.
El cura que no salía de su asombro ni adivinó la astucia del pastor, aceptó el reto, diciendo.
-Veamos, hijo, veamos. Probemos a ver si es verdad. Entra tú al confesionario y yo me pondré en la rejilla a ver si es cierto lo que dices, aunque me parece imposible. Bien sabes que a Dios no se le  debe mentir, pues de lo contrario, no te librarás del infierno.
Y así hicieron. El cura salió del confesionario y se puso donde estaba el pastor y éste se metió dentro. Ya que  cada uno había ocupado el nuevo lugar, dice el pastor:
-Padre, a ver si me oye usted. Escúcheme bien, ¿sabe usted por casualidad quién es el que se acuesta cada día con la mujer del pastor?
-No te oígo nada, Jacinto, no te oígo. ¿Qué es lo que dices?
El pastor volvió a preguntar al capellán, pero  ahora con voz en grito y enterando a todos los feligreses presentes:
-¡¡¡¡Padre, digo que si sabe usted quién es quien se acuesta con la mujer del pastoooooo!!!!.
-Jacinto, no se oye nada. Con razón decías tú que desde aquí no se oía. Llevas razón  y es que  tampoco yo  te oígo. Mejor es  que dejamos la confesión para otro momento, si te parece bien, hijo, que seguro Dios se compadecerá de tu buena voluntad por confesar y tendrás su perdón.
-Como usted quiera, don Eufrasio, como usted quiera-, repitió el pastor ahora ya en voz baja.
Y así acabó la confesión del pastor que volvió a la capellanía con las ovejas después de  burlarse del padre cura. Nunca más volvió por el confesionario, aunque el capellán siguió contando las cabezas del ganado y recomiéndose en su avaricia. Tampoco dejó  de aliviar su concupiscencia  y pasiones con Mabuela, algo que el pastor  le daba igual, pues él siempre andaba por el monte y más prefería sacar tajada de aquellos buenos corderos y aguantar el zurrumo del ganado que el podrido aliento de su mujer. 
Y colorín colorao que este cuento  ya se ha acabado.

GLOSARIO:
Agonía: una de las acepciones de la palabras es afán, anhelo, ansia de algo, persona que lo quiere todo y nada deja a los demás.
Bardas: bardal, seto, vallado, ramaje. Eran los setos formados por taray, baladre, cañas y cambronero (espino cerval) que, en los márgenes de las ramblas, tenían como finalidad proteger la huerta de las rambladas. El término “bardomera” procede de “barda”. La bardomera es la broza o ramaje que  se acumula e impide el paso del agua por una acequia o rambla.
Chiribitas:  chispa o brillo, especialmente en los ojos.
Rastrojo:  resto de las cañas de la mies que quedan en la tierra después de segar.
Ramblada: este término se usa para indicar cada una de las salidas de la rambla o lo que es lo mismo, el que la rambla, normalmente seca, sufra inundación por fuerte tormenta.
Terrera: zona de tierra escarpada. Corte vertical y a gran altura de la tierra, a modo de acantilado. Puede formar garganta en ramblas y barrancos profundos.
El hombre del saco: ver entrada “EL CRIMEN DE GÁDOR”.
Solanera: expresión frecuente que hace referencia a momentos del día en los que el Sol más aprieta o a tener una excesiva exposición al Sol.
Salir escopeteado: se dice de alguien que actúa con enorme velocidad en un determinado momento.
Tasajo: aunque su significado es realmente el de trozo de carne secada al sol, aquí se empleaba el término en sentido peyorativo y referido a persona que, por su llamativo aspecto de delgadez y por su apariencia deforme o desaliñada, parece un trozo de carne seca. Textos en los que podemos hallar “tasajo”: “… si me arrugo/ por no parecer mendrugo/ temo parecer tasajo.” (Manuel de Pina, s. XVII)  “… ya habiendo Sancho lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban….” (Miguel de Cervantes, ss. XVI y  XVII)
Ad calendas graecas: locución latina que significa "hasta las calendas griegas" para referirse a que algo no se realizará nunca, pues los griegos carecían de calendas (división del mes romano).
Troncharse de risa: reír con tanta fuerza que el cuerpo se dobla y parece que se parte.
Ruin: una de las acepciones de la palabra se refiere a persona tacaña, que se a gastar dinero u otras cosas.
Capellanía:  territorio o fundación perteneciente a una parroquia o  capellán y sobre lo cual éste tiene derecho a cobrar el fruto de ciertos bienes a cambio de la obligación de celebrar misas y otros actos de culto.
Aprisco: corral, paraje donde los pastores recogen el ganado para resguardarlo de la intemperie  
Pacero: se usaba el término con el significado del lugar al que va el ganado a pacer o pastar. (Ha sido imposible hallarlo en diccionario o en  hablas populares)  
Borrego: hijo de la oveja, cordero de unos dos años.
Hacer los mandados: servir a alguien haciendo aquellos encargos  de uso doméstico u otro tipo que se le encomienden.
Beata: suele tener esta palabra sentido peyorativo, significando persona santurrona, pero a la vez hipócrita, mojigata, puritana y maligna.
Sitio: hace referencia a un determinado lugar en el que se realiza u ocurre algo.
Zurrumo:  pestilencia desagradable que desprenden los machos cabríos cuando las hembras están en celo. 
               
        
                 Izquierda: ganado pastando en rastrojo   Derecha: bardas en la rambla
   
                
                   Izquierda: cura           Derecha: confesión del pastor


domingo, 24 de junio de 2012

EL SEGADOR DE LORCA

"Hermosura de hembra, mil desazones siembra" (Anónimo)


A mi señor don Diego, mentor y protector de este su humilde colaborador, el Candil de la Fuentecica. Ya sabe mi señor cual es mi destino en llegando estas fechas, que ni tiempo para dirigirme a su merced tengo, pues no hay otro que el de acudir desde antes que amanezca, aguantando el mucho sueño y arrastrando las pocas ganas, al tajo de la siega.  Son días sin descanso y ya antes de que  los claros del amanecer vayan abriéndose paso, caminamos tras las bestias, aparejadas con  amugas sobre la albarda, camino del lugar que nos espera. Procuramos siempre empezar a la hora que aún  la mies reviene y blandea, pues cuando ya el Sol aprieta corre  peligro de descabezase.
Somos pocos en la cuadrilla, sólo la familia, pues  escasa es la hacienda y  aún más la cosecha. Mi abuelo, siempre que va, hace de manejero, y nos lleva con la lengua fuera, como si a destajo hubiéramos contratado el quehacer. La faena la tenemos repartida en distintos y pequeños llanos, laeros, vagas o vallejos, cañadas, atochadas y algunas arbolejas y bancales de riego y, aunque  escasa, hállase diseminada, lo que nos obliga a ir cada día a sitios tan distintos como distantes, lo que agrava más  este tiempo ya de por si infernal. En  las horas centrales del día, en esas que el canto  penetrante de las chicharras se hace insoportable, cuando el Sol más abrasa y la impotencia obliga a rendirse, buscamos alguna sombra y aprovechamos para comer algo de lo que hemos echado en el cesto: algún tomate, algo de blanco del perro, de la botija o del obispo, y pan siempre duro como las piedras. El comer alivia, pero es, sobre todo, el agua de la cántara lo que nos permite sobrevivir.
Casi toda la siega la hacemos arrancando la mies y alguna segada a hoz. Sólo cuando es trigo bien espeso o cebada  medrada, en bancal de riego, usamos aquella, pues para toda la demás basta y sobra con las manos. Cuando se utiliza la hoz,  mi trabajo es otro, pues aún no soy crecido para usarla y ni  los dediles se ajustan al tamaño de mis dedos. Tampoco sé aún cómo manejar el golpe o manojo que forma las gavillas con las que a su vez se  conforman los haces. Entonces se me encargan cien cosas distintas que bien presto debo hacer. Mientras todo esto tiene lugar,  en los rastrojos va paciendo el ganado que  nos sigue siempre  como una sombra. Cuando ya el día va perdiendo su color y   la noche empieza a extenderse como una negra telaraña, empezamos a cargar las bestias: tres haces en torno a cada amuga, bien sujetos con los ramales para que la carga no críe. Seguidamente cogemos los avíos y emprendemos el camino de regreso.  Y  cada día es una copia del anterior.
Ya ve don Diego lo dura que es la vida para el pobre,  que no ya afana por medrar, más bien diría yo que lo hace por subsistir, pero no crea que por ello faltan  momentos y ocasiones para el humor, para la bulla, para el chascarrillo o algún decir, cuento o  historia  que pongan una nota de desenfado, un matiz de solaz, una chispa de vida, que relaje penas  y constriña el sacrificio.
Sirva de ejemplo de  lo mucho que se cuece al amparo de las siegas lo que  seguidamente voy a referirle y  que hace sólo unos días contome un tío mío,   de nombre Diego, como vos,  mientras ambos  arrancábamos cebada en una pequeña vaga. El Sol habíase perdido ya por el horizonte y estábamos juntando las gavillas para los haces cuando quiso hacerme partícipe de un  secreto que yo voy a romper por contárselo a su merced, pero que espero no haga como yo. Hablome mi tío de  la mucha "priesa" que tiene porque acabemos la siega, que ya se hará la trilla en julio, pues ahora arde en ansias de  preparar su hato con dediles, hoz, zamarro y algunos otros enseres para marchar a la tarea  de segar a Espillar o al Contador, y no sé donde más, pues cada verano por estas fechas más que andar, vuela hacia esos lugares. Va primero a casa de  un tal tío Lulio, hombre mayor, viudo, con dos hijas casaderas, mozas de buen ver, la mayor de 24 y la menor de 23, según me contó, y que todavía andan en la soltería. 
A decir de mi tío, el señor  Lulio es labriego de algunas de las varias labores en las que se divide la hacienda, y se necesita buena cuadrilla. Mi tío  siempre acude, pues anda en gran familiaridad con ellos. Trabaja la cuadrilla a jornal y una de las hijas, la mayor, hace de manejera, mientras que  la otra dedícase a la casa. Cada día prepara las migas y las lleva  al tajo. Contome mi tío, y será verdad, que el primer día, tras el almuerzo, pidiole fuese con ella, mientras los demás echaban el cigarro, a ayudarle a llenar unos cántaros en un pozo cercano. Lo que pasó junto al brocal del  pozo y en un cañal próximo ese día y otros posteriores, mejor no contarlo y dejarlo para que cada imaginación recree  libremente los retoces que allí hubo. Sí direle que mi tío vive obsesionado con volver y  también que ahora me explico por qué el pasado verano, al regreso de la siega, venía más "chuchurrío"  que una pasa, hasta el punto que  mi abuela pusole sobrealimentación con huevos crudos en vino para rescatarlo de tan "escuchimizao" como llegó, aunque la pobre sólo pensó en las duras fatigas que habría pasado.
Ya ve lo que dan de sí las siegas, don Diego. Para muestra de ello, enviole un romancillo que también fue mi tío quien me lo facilitó tras hacerme partícipe de su secreto y para que comprenda cuantas aventuras de ese tipo ocurren en tal menester.  La carne flaquea, es ciega y es incapaz de resistir  a la tentación por tal de aliviar necesidades. Asegurome también mi tío  tener entendido que el hecho había sido real, y que algún ilustrado pusole verso a esta pícara historia. Es la de  " EL SEGADOR DE LORCA". Verdad o mentira podrá su merced juzgar, pero seguro que le divertirá.
Siempre suyo.

El Candil de la Fuentecica

                                  EL SEGADOR DE LORCA

                            Presten atención, señores,
                            pues les voy a relatar
                            una picarilla historia
                            que a todos ha de gustar.

                            Trátase de un segador
                            que vino un día a segar
                            a este campo de Lorca
                            como siempre es regular.

                             Al campo de la Merced
                             vino este hombre a parar
                             buscando como se ve
                             un amo para quien segar.

                             Llegó a un rico labrador
                             con quien principió a tratar
                             con “aqueste” buen hombre
                             y otros diez o quince más.

                             Se fueron a ver las tierras
                             que tenían que segar,
                             regresando a  la casa
                             donde habían de cenar.

                             Salió al punto la mujer,
                             a su gente fue a mirar
                             y la saludaron todos
                             con total urbanidad.

                             Ella pronto dio una silla
                             al que era más mozuelo
                             y los que asiento no lograron
                             se sentaron en el suelo

                             Él se sentó a su lado
                             para preparar las gachas
                             sin  ni por asomo pensar
                             el buen fuego que atizaba.

                             Ella  desde el principio tuvo
                             un gran calor que le ardía
                             y es que el mismo demonio
                             buena yesca ya encendía.

                             Era ella hembra hermosa,
                             que ni treinta de edad contaba,
                             su soledad era completa
                             y del placer ya abandonada.

                             Estando haciendo las gachas
                             dice el ama al segador:
                             "No se ponga usté a cocerlas
                             que de eso me encargo yo".

                             Así que echaba la harina
                             propone el ama  al chicarrón:
                             "Póngase usted como triste
                             y finja  terrible dolor,

                             Porque  me parece muy justo
                             que en esta noche de San Juan
                             le demos al cuerpo gusto
                             sin pensar en qué dirán.
                              
                             Pues es mi  deseo que cabalgues
                             a  la luz de clara luna,
                             a lomo de  yegua joven
                             sin parar sobre mi grupa.

                             Pues  bien es que trabajes
                             colocando tú en mi era
                             el mucho grano que sobre
                             de  tu buena sementera.

                             Así tendré yo en mi "troh"
                             trigo, centeno y cebada
                             pues en una plácida noche
                             daremos cuenta a la parva".

                             El bueno del segador
                             bien  que la farsa  entendió
                             y aparentando  dolor
                             pronto al suelo se cayó.

                             Como el segador se quejara
                             con lamentos doloridos
                             nadie pudo sospechar
                             que fuera tan atrevido,

                             Que por al ama consolar
                             se atreviera sin temor,
                             a pasar toda la  noche
                             simulando gran dolor.

                             Como médico no había
                             llamaron allí a un “charlero”
                             de los que por el campo andan
                             que les llaman curanderos

                             A aquel engañoso enfermo
                             le pregunta con fantasía,
                             pero él simula sordera
                             y ya delira en  la agonía.

                             Ella con disimulo  fingido
                             pronto aportó una respuesta,
                             proponiendo  medicarlo ella
                             esa  noche por su cuenta.

                             "Yo le proporcionaré un jarabe
                             compuesto de  mejorana,
                             algún jugo de ciruela
                             y refriegas de manzana "

                             Convencido el lelo esposo
                             del mal de aquel segador,
                             se  marchó a descansar,
                             lejos a otra habitación.

                             Aquella ardiente mujer
                             pronto mató una gallina,
                             que en pepitoria prepara
                             ella sola en la cocina.

                             A su galán se la lleva
                             para que fuerzas recobre,
                             y su almajara le riegue,
                             sin parar toda la noche.

                             Una vez hecho el silencio
                             se apagan candiles y velas,
                             y en la cama principal
                             comienza la polvareda.

                             Ella de placer se queja,
                             él de gusto se retuerce,
                             ambos a la misma vez
                             en buen incendio se meten.

                             Ella  suspira de goce,
                             él de disfrute y pasión,
                             y cada hora de la noche
                             debidamente él cumplió.

                             En aquella fecunda noche
                             él cavó, regó, sembró y segó
                             y mientras los otros dormían
                             la  farsa no se acabó.

                             Ya aumentan los quejidos
                             y los demás se despiertan,
                             temiendo los muy ingenuos
                             porque el mozuelo muriera.

                             Es el marido el primero
                             que a la habitación llegara
                             viendo que el jovenzuelo
                             sobre su mujer cabalga.

                             Pronto da en cavilar
                             que aquel potro tan salvaje
                             le ha jugado buena treta
                             con la que curar sus males.

                             Pues ha entrado en la cañada
                             de su fogosa mujer   
                             segando toda la noche
                             sin dejar ninguna mies.

                             Aquí el romance termina
                             de quien fue a segar “cebá”
                             y se encontró con buen trigo
                             tras fingida enfermedad.

                             Apelo, amigo lector,
                             a ese su buen entender,
                             y si cree que no fue así
                             sepa que así debió ser.
                              
                                                           Autor: Clemente Molina
 GLOSARIO:
    
Amugas:  Utensilio parecido a unas "angarillas" que sirve para transportar cosas sobre las bestias, como es la mies, el serón, etc. Están formadas por dos varas gruesas paralelas, unidas por dos fuertes anudaciones en los extremos y que sujetas a la albarda permiten el soporte de la carga a lomos del animal.
Albarda: objeto de esparto y anea que se coloca sobre el lomo de la caballería para colocar aguaderas o  acarrear una carga.
Tajo: se utiliza como sinónimo de trabajo o tarea, y también punto o lugar en el que se está desarrollando la misma.
Cuadrilla: grupo de personas que desarrollan una tarea.
Manejero: persona que lleva la mano o dirección de lo que se está haciendo y los demás siguen su ritmo.
Ramal:  este término se usa para referirse a las sogas que sirven para sujetar la mies a las amugas, y también al ramal hecho con un manojo de tallos de trigo o cebada, cuando son largos, para amarrar los haces.
Destajo: trabajar a destajo o trabajar a jornal: había dos formas de "ajustar" el trabajo, o bien "a destajo" según el cual los segadores tomaban la faena por un precio y lo hacían en el menor tiempo posible. La otra fórmula era la del "jornal", pagándoles por tiempo o faena trabajada. Siempre se "ajustaba" el sistema a emplear antes de empezar la siega.
Mies "revenía"y "blandeá": cuando la mies está muy seca es fácil que la espiga caiga. Por eso la mejor siega era la de primeras horas de la mañana y últimas de la tarde que es cuando la mies estaba más  húmeda y no se descapotaba.
Ganado: término que hace referencia  al conjunto de animales que pastan en el campo (caprino, ovino y bovino)
Laero: terreno con cierto desnivel en el que también se sembraba.
Vaga: similar al laero. Este término muy empleado en esta zona debe derivar de "vaguada", pero se apocopaba para abreviar el habla.
Vallejo: es también un terreno en desnivel, comprendido entre dos cerrillos.
Atochada: bancal de secano, separado de otro terreno por pedrizas o ribazos por existir desnivel, generalmente entre montículos.
Cañada:  espacio llano entre dos montes poco distantes entre sí.
Arboleja: bancal  limítrofe a una rambla y que generalmente se regaba por inundación a través de una boquera cuando la rambla salía.
Dediles: pequeños objetos de cuero recio que en forma de dedo servían para cubrirlos y proteger al segar, evitando así posibles cortes.
Zamarro: era una especie de delantal de cuero o lona que se ponían los segadores para proteger el pantalón y las piernas del roce de la mies y de la hoz.
Blanco de botija, de obispo o  perro del cerdo: el embutido del que se llenaba la vejiga del cerdo en la matanza se le llamaba botija. Al estómago se le conocía como el perro y el obispo era el bazo. No era embutido de color blanco, sino que se hacía de la misma masa de la longaniza, pero popularmente se le conocía con el nombre de "blanco".
Criar o parir la carga: cuando una carga se deshacía o aflojaba se le llamaba parir o criar la carga.
Gavilla: cuando se llevaban varios golpes de mies en la mano se dejaban en el suelo formando una gavilla. Luego se juntaban tres gavillas para formar un haz.
Presto: rápido, pronto, ligero en el hacer.
Avíos: conjunto de enseres y cosas necesarias que se usan  para hacer algo
Labor: cada una de las partes de una gran hacienda. Por lo visto era costumbre en esa zona llamar labor a cada una de las partes en las que quedaba dividida una finca para ser trabajada por un labriego.
Chuchurrío: decaído, triste, marchito, sin fuerzas.
Escuchimizao: delgado, de mal aspecto.
Migas: comida típica que en el campo se comía casi a diario. Está hecha con harina, agua, sal y aceite. Se ayudaban las migas de alguna engañifa y algún remojón que en verano se cambiaba por gazpacho de migas,  hecho con agua lo más fresca posible, sal, vinagre, tomate, cebolla y pepino.
Gachas: comida típica hecha con harina, agua y sal. La masa se extendía en torno al borde del perol y en el centro del mismo se solía bañar con algún caldo, en especial de pescado.
Yesca: materia fácilmente inflamable, dispuesta a encenderse. Lo que intensifica cualquier pasión o sentimiento.
Era: espacio circular próximo  a la casa en el que realizaba la trilla. Primeramente se rulaba la era con un gran rulo de piedra.
Troje: espacio dividido por ntabiques para guardar cereales. Generalmente estaba en la cámara.se le denominaba comúnmente la "troh", finalizando en una especie de "H" aspirada casi imperceptible.
Parva:  cereal cortado y extendido sobre la era para trillarlo o que ya está trillado
Charlero: especie de curandero-charlatán que había en lgunos lugares del campo. Mentiroso, cuentista, mitómano.
Almajara:  terreno abonado para la pronta germinación de las semillas.

         
                                        Foto:  amugas
      
           Izquierda: cuadrilla de segadores         Derecha: dediles
           
                  
        Izquierda: segador con gavilla            Derecha: burra cargada de trigo